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Si una canción en Cuba dice “en cada cuadra un comité, en cada barrio Revolución”, también podría decirse que en cada cuadra había una manicura. Porque entre el presidente del CDR, la costurera con su máquina Singer, el vendedor de durofrío y el vecino que reparaba batidoras soviéticas, siempre estaba ella: la que con una lima, un frasquito de brillo y un esmalte rosado perlado, dejaba a las mujeres del barrio “chapisteadas” para arrancar la semana, como decía una vecina mía.
Pero eran otros tiempos. Desde hace unos años, las uñas en Cuba se sumaron a las tendencias internacionales y no solo brillan, sino que desafían las leyes de la gravedad y la lógica. Hay uñas con pedrería, con dibujos animados, con flores en 3D, con frases. Uñas tan largas y puntiagudas que uno se pregunta, sin malicia, cómo pelan una yuca, se abrochan un botón o escriben un mensaje en el celular. La respuesta está en la actitud. Porque esto no va de funcionalidad, sino de presencia. Las uñas dicen: “Aquí estoy, y estoy divina”.

En Cuba, donde a menudo falta lo básico, lo estético quizá hasta se vuelva en ocasiones una forma de resistencia. No se trata solo de verse bien, sino de no dejarse vencer por lo mal que está la cosa. Siempre fue así. En el Periodo Especial si había que inventar una lámpara UV con un bombillo reciclado, o preparar un esmalte con el fondo de dos botellitas viejas, se hacía. Esa capacidad de transformar lo poco en mucho no es nueva, y en el mundo de las uñas, brilla más que nunca.

La manicura, como acto estético, no nació ayer. Ya en el antiguo Egipto y en la China imperial las uñas largas y decoradas eran signo de estatus. En la dinastía Ming, las mujeres aristócratas las llevaban pintadas de rojo y oro, a veces protegidas por moldes metálicos que las alargaban aún más. En Estados Unidos, en cambio, durante el siglo XIX, la moda apuntaba a la discreción: uñas cortas, limpias, tratadas con ácidos y perfumadas con aceites.

Hoy día la cultura de las uñas ha encontrado en las redes sociales un nuevo territorio para crecer. Muchas manicuras se forman viendo tutoriales descargados, que circulan de teléfono en teléfono y de laptop en laptop.
Y no es solo cosa de jóvenes. Hay señoras que coleccionan pinceles y stickers como si fueran piedras preciosas. Y hay abuelas que se pintan una sola uña de rojo y otra de verde para sentirse “con swing”. Cada una con su estilo, con su historia, pero con la misma convicción de que una uña “bien hecha” levanta el ánimo, endereza la semana y, a veces, hasta espanta las penas.

En un país donde todo escasea, donde lo cotidiano puede ser una batalla, hay cosas que no se negocian. Y una de ellas, para muchas cubanas, son las uñas.