Si Leonardo da Vinci hubiera estado en Uruguay quizá su famoso dibujo Hombre de Vitruvio mostraría a la figura con un termo bajo el brazo y un mate en la mano. Después de pasar unos días en Montevideo, es sorprendente la relación de los uruguayos con el mate y cómo lo llevan a todas partes.
La escena se repite en calles, parques, a lo largo de la rambla, en los carros, en un centro comercial e, incluso, en los ómnibus con carteles que alertan: “Sr. cliente, por su seguridad está prohibido tomar mate. La bombilla le puede producir heridas en la boca. El agua caliente puede quemarlo a usted o a otro pasajero. Agradecemos su colaboración”.
Por estas tierras es cosa seria la relación de la gente con el mate. Va mucho más allá de una simple infusión. Es parte de una tradición arraigada en la cultura y la vida cotidiana. Tanto, que es considerada la bebida nacional y la yerba mate está incluida en la canasta básica familiar como un artículo de primera necesidad.
Las raíces de esta historia se remontan a las poblaciones indígenas que habitaban el sur de América mucho antes de la llegada de los europeos. Los nativos guaraníes, asentados en la región que conocemos hoy como Paraguay, fueron los primeros en hallar propiedades revitalizantes en la yerba mate. Luego su uso se extendió por el cono sur; Chile, Paraguay, Uruguay, Argentina y parte del sur de Brasil.
El nombre “mate” proviene del quechua “mati”: calabaza. Surgió cuando comenzaron a servir la infusión en una especie de güira acuencada.
Por esas fechas se inició el rito de compartir el mate. Un rito social heredado de generación en generación y que “iguala, comunica, enraíza, une sin tener en cuenta honores, títulos o virtudes a todo aquel que se acerca y pasa a integrar su rueda. Eliminando además, sin discusión posible, prioridades y privilegios: todos de la misma bombilla, de la misma yerba, igual cantidad de agua, cada uno a su turno, por la derecha”, describe el antropólogo uruguayo Fernando de Assunçao, en su libro El mate (1967).
Durante el siglo XIX, el mate adquirió importancia social y económica. Se establecieron plantaciones y su exportación se convirtió en una fuente importante de ingresos. De esta manera, Paraguay es considerada la madre histórica del mate, Argentina el país con la mayor superficie de cultivos, y Uruguay, con una población de poco más de 3 millones de habitantes, es la nación con el mayor consumo de yerba mate per cápita en el mundo: un promedio de 10 kilogramos anuales por persona, un consumo total de 34,8 millones de kilogramos al año.
Por eso no importa cuán ocupados están los uruguayos ni la actividad que estén realizando; siempre encuentran tiempo para el mate. En cualquier lugar se ven con el termo bajo el brazo y el mate en la mano.
La costumbre ha llevado al desarrollo de una especial habilidad para cargar, cebar y disfrutar del mate. Parece todo un arte la manera en que lo llevan consigo y cómo lo preparan mientras caminan o están inmersos en cualquier otra actividad. “Sí, porque el mate no se sirve, sino que se ceba. Es un ritual que requiere especial atención”, me comenta un joven en la rambla montevideana al que fotografié y que, por supuesto, llevaba su termo y me convidó.
El proceso de prepración es una mezcla de precisión y atención. En primer lugar se llena el mate, que suele ser un recipiente de cerámica o natural (parecido a la güira) con yerba mate. Luego se agrega agua caliente, sin hervir, y se coloca la bombilla para absorber. Listo para compartir. Amigos y familiares se reúnen en círculo, y el mate se pasa de mano en mano.
Como escribió Eduardo Galeano en Memoria del fuego: “La yerba mate despierta a los dormidos, corrige a los haraganes y hace hermanas a las gentes que no se conocen”.