El valle de Viñales, en la occidental provincia de Pinar del Río, es con toda justicia uno de los sitios más célebres de Cuba. Su belleza natural, coronada por sus inconfundibles mogotes, y su pintoresco poblado le han ganado distinciones como la de Área Protegida, Parque Nacional y Paisaje Cultural de la Humanidad.
Su celebridad también ha venido acompañada por un incremento de visitantes, que llegan de todos los rincones del mundo, deseosos de apreciar su hermosura y compartir con sus pobladores. Más de medio millón de personas viajan hasta allí cada año, siguiendo las recomendaciones de amigos, familiares o publicaciones como The New York Times y Business Insider, que lo han recomendado entre los mejores destinos turísticos.
El turismo, lógicamente, ha dejado su huella. Lo que antes fue una plácida localidad campesina es hoy un agitado sitio turístico, un lugar donde las habitaciones de alquiler sobrepasan las 2 mil, los restaurantes privados el centenar y donde la economía doméstica depende en gran medida de la afluencia de visitantes. Y cuando esta desciende, en temporada baja, todos lo sienten.
No es solo en el pueblo, donde las casas de renta se suceden en fila y muchos trabajan en el sector privado, sino también en el propio valle, en las fincas y vegas de tabaco convertidas en atracciones por sus métodos agroecológicos y la autenticidad de su gente. Hasta ellas llegan muchos turistas, en excursiones grupales o por su cuenta, en ómnibus o en bicicletas alquiladas.
Las propias autoridades han alertado sobre la amenaza de la “sobreexplotación descontrolada” y anunciado medidas para minimizar su impacto, pero a la par han mantenido su propio plan hotelero, ampliando las capacidades estatales existentes.
No obstante, en Viñales siguen habiendo visitas obligadas como el Mural de la Prehistoria –cerca del cual cayeron fragmentos de un meteorito en febrero pasado– y su singular dibujo en una ladera; la Cueva del Indio, con su paseo en un río subterráneo; la maravillosa vista desde el mirador del hotel Los Jazmines; el Canopy, que ofrece una experiencia pletórica de adrenalina; y el pueblo, con su parque, sus calles y sus coloridas casas.
Pero también atrapan sus senderos y campos sembrados entre mogotes, su atmosfera acogedora, su perenne verdor. Todos estos valores hacen de Viñales una invitación irrechazable para el visitante, un remanso para los sentidos, un paraíso cubano donde –al menos todavía– la naturaleza sigue siendo la protagonista.