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Partiendo del mito griego de Antígona, la coreógrafa y bailarina Marianela Boán, con su conjunto de danza, logra un espectáculo lucido, trepidante, cuidado hasta en los mínimos detalles, que mantiene al espectador enraizado en su luneta los sesenta minutos que dura la puesta.
Tuve el placer de asistir, el 9 de noviembre, a la última función de un ciclo de tres presentaciones en la sala Miguel Covarrubias, de la Universidad Autónoma de México, dentro del encuentro de danza latinoamericana Ser Sur.
Como recordará el lector, Antígona, el personaje mítico, ha quedado en el imaginario occidental como el símbolo de la oposición al poder tiránico, ese que intenta doblar el brazo del individuo para que obedezca ciegamente aún en contra de sus propias lealtades familiares, saberes ancestrales y concepciones morales.
Antígona, desde la tragedia de Sófocles (442 a. C.) hasta nuestros días, ha sido versionada cientos de veces. En ocasiones, operando con la estela de prestigio que da trabajar sobre un personaje de la antigüedad fijado en el venero cultural, el mismo que ha resistido el paso del tiempo. Otras veces, para polemizar con el trágico griego o para mostrar que lo esencial humano es de vigencia permanente: verbigracia, la violencia irracional, el sometimiento de la mujer, la crueldad como base de cualquier poder establecido.

Según sus propias palabras, la Boán toma como referencia para armar su discurso dos obras de Sófocles, la ya mencionada Antígona y Edipo en Colona. En el primer segmento de la coreografía, Antígona se presenta acompañando a Edipo al destierro: “son dos emigrados” en busca de un nuevo ámbito.
Polinices —“pendenciero” en griego—, hermano de Antígona y, como ella, hijo de Edipo, es el otro componente del trío. No aparecen por ningún lado Creonte, el tirano, que ha desencadenado la tragedia, ni Eteócles, el tercer hermano, rey de Tebas, a quien Polinices intenta arrebatarle el reino por medio de las armas.
Marianela enfoca su obra en el aspecto parental. La relación de Antígona con Edipo y con Polinices, su función de mediadora, la base que soporta el equilibrio precario de la familia, con todos los sacrificios que eso conlleva.
En 1993, en La Habana, la coreógrafa había creado Antígona, una danza que reflejaba, en su esencia, los avatares del personaje para enterrar el cadáver de Polinices, contra la prohibición expresa de Creonte, que le niega ese derecho al que considera un traidor. Aquí vuelve sobre sus pasos en uno de los momentos de mayor brillantez del espectáculo.
Como el nombre lo indica, la obra tiene como personaje central a Antígona, con supresiones de algunos de los referentes originales y adiciones de la autora, en un ejercicio de lo que ella llama hiperliteralidad y que a mí me parece, además, de intertextualidad, con las obras de partida y con las propias circunstancias de los contemporáneos de este lado del mundo, que somos los congéneres de ella.
Daymé del Toro (Antígona), Rafael S. Morla (Edipo) y Samuel Manzueta (Polinices) sacan con virtuosismo sus papeles, en un alarde de gracia y profunda comprensión de las psicologías de sus personajes.
El diseño de luces, el vestuario y las soluciones escenográficas corrieron a cargo de Raúl Martín, mientras que la banda sonora, en la que por momentos aparecen citas de música yoruba sacra, fue creada por José Andrés Molina.
Un escenario lleno de hojas muertas, algunas bolsas de viaje, de esas que los cubanos llamamos gusanos, una iluminación sumamente expresiva, que por momentos segmenta la escena y por momentos acompaña la acción como un personaje más, y la música que lo invade todo, fuerte, sugestiva, movilizadora por sí misma de emociones, amén de las cuidadas evoluciones coreográficas, es de cuanto dispone Marianela Boán Danza para hilvanar este nuevo prodigio.

De esta forma la Boán alertaba a los espectadores en el programa:
“Esta es una Antígona sin Creonte, atrapada en la dictadura del parentesco. Ella convive con su dictador interno. Se rebela contra el poder de Creonte pero sucumbe a la supuesta virtud femenina de la sumisión. El sacrificio femenino instaurado como un hábito cotidiano hasta el límite de la autoinmolación. Antígona, Edipo y Polinices, siempre emigrantes, se aferran a sus esencias para sobrevivir. Elegguá para abrir los caminos, Oyá para anunciar la muerte, acompañan a estos personajes griegos que vienen del Caribe.
“Antígona cuidadora, emigrante, rebelde y sumisa, valiente y cobarde, es un reactor que genera un campo magnético que mueve al resto de los personajes y al público. Polinices es boxeador y está obsesionado con la violencia. Edipo deambula ciego y se traviste recordando a Yocasta. Antígona carga el enorme cuerpo desnudo de Polinices tratando de ocultarlo. Teatro, danza, hojas secas y los pesados bultos que cargan los que emigran.”
Esta obra ya lleva camino recorrido. Se estrenó el 15 de mayo de 2025 en Casa de Teatro, República Dominicana, país de residencia de Marianela desde hace varios lustros. Luego participó en el Festival Internacional de Danza Fragmentos de junio, Ecuador, y en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, España, en julio.
Junto a mí, en la sala Covarrubias, un crítico de arte se asombraba con la plasticidad del espectáculo. A cada momento me decía de las evoluciones de los danzarines, “son dibujos”. Lo que habla de la belleza de las composiciones con los cuerpos y de la atmósfera escénica creada.
Ahora falta que Reactor Antígona viaje a Cuba, lugar de donde Marianela salió, como bailarina y coreógrafa, al mundo, donde se le recuerda y se le quiere. Allí perteneció al conjunto Danza Contemporánea de Cuba, fundó la compañía Danza Abierta y formuló la teoría de danza contaminada, que ha regido su poética. Ella merece, como mínimo, una retrospectiva de su obra en La Habana.

Quiero terminar estas notas al vuelo con un fragmento del mensaje que en 2018 Marianela Boán diera a conocer por el Día de la Danza:
Tu cuerpo empieza antes que tú mismo y es el lugar de todos los rituales que te pertenecen.
Cuando escuchas tu cuerpo a través de la danza, escuchas también los cuerpos y los bailes de seducción y celebración de tus antepasados y de tu especie.
En tu cuerpo llevas las danzas que te salvarán.
Quien baila toca al otro más allá de la piel; toca su peso y su olor, derrota las pantallas táctiles y borra las fronteras entre los cuerpos y las naciones.
Ser coreógrafa en Cuba y República Dominicana, las islas mágicas donde habito, rodeada del mar Caribe y de gente que baila antes de nacer, es un privilegio innombrable.
Danzar es el gran antídoto para la locura de la humanidad.
A cada desplazado, refugiado y exiliado del mundo, le digo: tienes un país que va contigo y que nada ni nadie podrá arrebatarte; el país de tu cuerpo.”
Amén.












