¿Las mujeres cubanas le temen más a la COVID-19 que los hombres?

Un estudio en Cuba corrobora la tendencia internacional: las mujeres han experimentado mayor vulnerabilidad psicológica durante la pandemia. ¿Qué podemos aprender de esto?

Foto: Otmaro Rodríguez

Los resultados del estudio “Género y miedo a la COVID-19 en una muestra de población cubana” (Gender and Fear of COVID-19 in a Cuban Population Sample) permiten observar que las mujeres que viven en la Isla experimentaron un miedo significativamente mayor a la COVID-19 que los hombres. En la muestra, compuesta por 772 participantes mayores de 18 años, ser mujer fue un predictor de niveles medios y altos de miedo a la pandemia. La información se recolectó mediante una encuesta en línea, entre el 4 de abril y el 27 de mayo de 2020, cuando el país se encontraba en plena vigencia de las medidas de confinamiento para contrarrestar el avance de la enfermedad.

Solo un día después de que terminara la recogida de información de la encuesta, el doctor Francisco Durán, director del Departamento de Epidemiología del Ministerio de Salud Pública de Cuba (y voz autorizada sobre el desarrollo de la pandemia en el país) respondía en su parte diario la pregunta ¿por qué mueren más hombres que mujeres por COVID-19 en Cuba? Durán afirmaba que “indiscutiblemente hay un mayor por ciento de hombres que han fallecido en Cuba por esta enfermedad” y explicaba la causa: la enzima convertidora angiotensina 2, que predomina en el sexo masculino.

En el mundo, se ha descartado el género como factor determinante para el contagio de la enfermedad. Eso no quiere decir que sus efectos sean indiferenciados para hombres y mujeres. La Organización de Naciones Unidas lo resume en esta frase: “El coronavirus no discrimina a las mujeres, las normas patriarcales de género sí”.

En Cuba, un mayor número de hombres fallecía a causa de la enfermedad, pero las mujeres sentían más miedo ante esta. ¿Qué implica que manifiesten mayor temor?

Mujeres y COVID-19 en Cuba

El estudio “Género y miedo a la COVID-19 en una muestra de población cubana” reseña evidencia científica sobre las dos caras del miedo. Por un lado, puede ser beneficioso, al incrementar la percepción de riesgo y, con ella, las medidas de prevención al contagio. Sin embargo, por otro lado, está asociado con mayores niveles de ansiedad, ira, depresión y aumento del riesgo de suicidio.

“El miedo es una emoción básica desarrollada por numerosas especies para la supervivencia y se activa ante la presencia de un peligro real (como un virus, aunque esté ‘contenido’)”, explica a OnCuba el Dr. Boris C. Rodríguez Martín, Doctor en Psicología Clínica y uno de los cinco autores de la investigación. Agrega que “lo bueno que tiene el estudio, que va más allá de esta publicación —hay otra en revisión—, es que las respuestas se recogieron en varios momentos y ello nos permitió analizar cómo fluctuó el miedo al inicio —cuando con el peligro presente no se sabía qué iba a pasar— y a mediados del confinamiento, cuando ya se veía que la situación en Cuba se iba controlando”.

Para el especialista, “no solo es el miedo a enfermarse o morir uno mismo, también está el miedo por los hijos o los familiares. El miedo a la COVID es mucho más que el miedo a la COVID”.

La Organización de Naciones Unidas determinó tres formas en las que el nuevo coronavirus ha afectado particularmente a las mujeres: en su salud, en el cuidado del hogar y la familia, mayoritariamente a su cargo, y por el aumento de la violencia hacia ellas durante la pandemia.

OnCuba reflejó las preocupaciones porque las medidas de protección ante la crisis en la Isla contribuyeran a desmontar desigualdades en las tareas de cuidado, que crean una segunda jornada laboral para mujeres en empleos remunerados. El trabajo no remunerado dentro del hogar, que aumenta con la presencia en él de todos sus miembros, continúa siendo romantizado como parte de los roles de género que se les asignan a las mujeres.

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Por su parte, el aumento de la violencia contra las mujeres durante la pandemia ha sido documentado en todo el mundo, dado que muchas se han visto confinadas al mismo espacio con sus agresores.1 En América Latina se han disparado las cifras de violencia de manera preocupante. La situación llega al punto de que el secretario general de la ONU, António Guterres, realizó un llamado “a la paz en los hogares”, espacio donde las mujeres y las niñas deberían sentirse más seguras.

Resulta clara la relación entre violencia contra las mujeres y restricción de movilidad durante la pandemia. En Cuba se registran al menos cinco feminicidios desde que inició el confinamiento, cuatro de ellos en el hogar.

La plataforma Yo Sí Te Creo en Cuba, que creó en abril un protocolo de acompañamiento a víctimas de violencia machista durante el confinamiento, confirmó a IPS que, a través de su consejería telefónica, ha acompañado a 30 mujeres, entre 18 y 70 años de edad, por violencia “física, psicológica, policial, sexual y un caso de violencia obstétrica”. La plataforma hizo pública el 2 de junio la denuncia a la inacción de la Policía en un caso de violencia contra tres mujeres de La Habana, ante lo cual afirman: “Nos hemos quedado sin herramientas y sus vidas están en peligro”.

Es precisamente por eso que la protección a las mujeres que viven violencia debe extenderse desde el sistema de intervención e investigación policial hasta el sistema judicial y de reparación a las víctimas y sus familiares.

 

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Sin embargo, la relación entre la violencia contra las mujeres y la COVID-19 puede ir más allá del confinamiento. En marzo, la doctora italiana Lorena Quaranta, de 27 años, fue asesinada por su novio, quien declaró como motivo del crimen que ella le había contagiado el virus. Las respectivas pruebas mostraron que no era cierto.

El caso abre una línea de discusión sobre la forma en que ciertos temas esenciales durante la pandemia, como la exposición del personal sanitario al contagio, se entrecruzan con las violencias específicas que viven las mujeres por el hecho de serlo, conceptualizadas como violencia de género y reconocidas como una pandemia mundial desde mucho antes de que empezara esta.

También muestra la compleja relación entre género y miedo a la COVID-19, un ángulo poco estudiado hasta el momento, como subraya el Dr. Rodríguez Martín.

En momentos en que el término “género” se ha colocado en el centro de tantos debates políticos sobre diversidades sexuales, derechos sexuales y reproductivos y otros temas agrupados bajo el paraguas de esa tergiversación conceptual llamada “ideología de género”, no está de más recordar que se refiere a normas sociales y culturales sobre el comportamiento femenino o masculino.2   

En consecuencia, una pregunta obligada es el papel que pueden jugar los estereotipos de género (aquellas características asociadas con lo masculino y lo femenino) en las propias respuestas de las personas sobre el miedo que sienten. Los modelos de masculinidad y feminidad hegemónicos inciden en que los hombres se sientan limitados a expresar que están asustados, mientras que las mujeres lo reconozcan con mayor facilidad.

Ante la interrogante, Rodríguez Martín reconoce que los estereotipos de género son uno de los factores implicados, pero cree que el asunto “va más allá”, pues “tiene que ver con la educación emocional que reciben hombres y mujeres”.  A su juicio, “son barreras que hay que vencer. No es que los hombres expresan menos su miedo, sino que hemos sido educados para no expresar nuestras emociones o para no reconocerlas. La frase ‘los hombres no lloran’ es un buen indicador de eso. Estamos hablando de diferencias en el procesamiento cortical de las emociones (y su expresión) que empezó con la propia evolución de la especie. Hay muchos buenos textos de la psicología evolutiva (no confundir con psicología del desarrollo) que han estudiado estas diferencias en profundidad”.

Las desigualdades reveladas o subrayadas por la crisis sanitaria que ha sacudido la cotidianidad se adentran profundamente en los tejidos sociales. Han mostrado problemas que sobrepasan los límites y el enfoque de una coyuntura, que puede atenderse con soluciones cortoplacistas. Sus efectos abarcan un amplio y complejo abanico de variables, que va desde la clase social, la raza, la etnia y la edad, hasta el género. En esta última categoría, es significativo el impacto sobre la salud física y mental de las mujeres.

En el caso de las cubanas, se incluye una mayor vulnerabilidad psicológica entre los efectos, como muestra el estudio. Precisamente, a partir de la relación entre el género y el miedo a la COVID-19 se trazan algunas líneas guía para las políticas destinadas a construir la “nueva normalidad”.

Según Rodríguez Martín, un punto altamente necesario es el apoyo psicológico a las personas, enfocado en atender las secuelas del confinamiento. En este no puede faltar el enfoque de género, “pues los hombres deberían entender que pueden expresar su miedo, que no tienen que ser duros, que se pueden mostrar vulnerables y que es funcional tener miedo ante la presencia del peligro. De hecho, una persona solo puede considerarse valiente si es capaz de expresar y superar su miedo ante un peligro. Sin miedo ante el peligro, una persona no es valiente, solo es temeraria.

Por otro lado, a las mujeres hay que prestarles especial atención por la sobrecarga que puede haber supuesto todo este período y debido a los roles que se les exige —y se autoexigen— que asuman por causa de los estereotipos de género. Si una cosa debemos aprender todos después de esto, es que la batalla contra la COVID no solo se libra en el terreno de la Medicina, sino que la Psicología tiene mucho que aportar”.

También los estudios de género y aquellos enfoques interdisciplinarios que contribuyan a desentrañar las redes de desigualdad e injusticia que se han tejido a partir de la pandemia.

Notas

  1. El crecimiento en el número de embarazos no deseados también se suma a las consecuencias de la pandemia sobre las mujeres.
  2. Lamas, Marta. 1996. “La perspectiva de género”. La Tarea, Revista de Educación y Cultura de la Sección 47 del SNTE no. 8.

 

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