Conversamos con Catherine Murphy, documentalista independiente norteamericana, realizadora del documental Maestra, sobre el tema la campaña de alfabetización en Cuba. El trabajo de Murphy se ha centrado principalmente en los documentales sociales. Ha trabajado en la producción de películas como Will the Real Terrorist Please Stand Up?, de Sauld Landau, y From Ghost Town to Havana, de Eugene Corr. También se desempeñó como investigadora de archivos para la biografía de Harry Belafonte Sing Your Song, de Susanne Rostock.
Ha sido productora en la oficina de TeleSur TV en Washington, y producido contenido para PBS, TeleSur, Avila TV, Pacifica Radio National, WBAI y KPFA. Mientras estuvo en Caracas en 2009, fundó Tres Musas Producciones, un proyecto colaborativo de productoras independientes que trabajan en cine, música y literatura. Cuatro cuentos basados en entrevistas para sus documentales fueron publicados en el libro Espejos, de Eduardo Galeano.
En el 2004, fundó el Literacy Project, un proyecto de documentales sobre historias orales alrededor del tema de la alfabetización, el cual promueve la noción de que la alfabetización puede y debe ser accesible para todos. Este esfuerzo colaborativo archiva historias orales y proyectos documentales que comparten historias de alfabetización, con un énfasis particular en los roles de los programas de alfabetización en los movimientos de justicia social en las Américas.
¿Pudieras hablar del documental Maestra, sobre la campaña de alfabetización en Cuba? ¿Qué te motivó a investigar sobre este tema?
Mis bisabuelos norteamericanos vivieron muchos años en Cuba. Mi abuela y mi tía abuela nacieron y crecieron en Cuba, en Camagüey, y volvieron a Estados Unidos antes de la gran depresión de los 30, pero sus primos y tíos permanecieron en Cuba, en La Habana, hasta 1959.
Yo crecí muy cercana a mi tía abuela, oyendo los cuentos de ella y de mi abuela sobre Cuba.
Supongo que aun si no tuviera ese vínculo hubiera ido a Cuba de todas formas porque mucha gente en el área de San Francisco Bay, de donde yo soy, fueron a Cuba en los años 90. Pero crecer con estos cuentos, con esta historia sentimental de mi abuela y tía abuela, hizo que viera a Cuba siempre como un lugar mágico.
Cuando yo fui a Cuba por primera vez en el año 1992 a investigar mi historia familiar, encontré que todo era más complejo y que había muchos más matices que lo que las historias contaban. En contraste con las historias del exilio que siempre había escuchado del lado de acá, descubrí que había mucha gente que decidió quedarse en Cuba a construir un proyecto de nación; un proyecto con sus tendencias varias, con algunas tendencias autoritarias, pero también emancipadoras.
¿Cómo llegaste al tema de la alfabetización?
Bueno yo me quedé estudiando en Cuba e investigando tanto las relaciones Cuba-Estados Unidos como los paradigmas de desarrollo social en Cuba. Conocí a muchas personas que estaban enfrascadas en trabajos actuales interesantes: Norma Guillard, que es una psicóloga social que trabaja temas de raza, género, LGBT; Gina Rey, una planificadora urbanista multidisciplinaria, fundadora del Grupo de Desarrollo Integral de la Capital; Diana Balboa, pintora y compañera de vida Sara González; y la gran actriz Adria Santana, entre otras…
Las conocí por sus acciones dentro de la Cuba de hoy, pero muchas habían sido alfabetizadoras en el año 61. Escuchar los cuentos de sus vivencias fue lo que impulsó la realización del documental. Comencé con un proyecto pequeño, grabé testimonios cortos de estas mujeres sobre su participación en la Campaña de Alfabetización, pero yo no calculaba todavía la magnitud del fenómeno. Comienzan a decirme que era un cuarto de millón de maestros voluntarios y alfabetizadores, y que alfabetizaron 700 mil personas en un año. Honestamente para mí fue muy difícil de creer. Pero comencé a hacer entrevistas, investigaciones y a respaldar mi trabajo con una investigación seria y comprobé que era cierto, que había sido posible.
Y comencé también a entender la importancia que tiene el tema para Cuba y el mundo; esto le demuestra a las demás naciones que estas cosas son posibles.
¿Tú estudiaste cine en Estados Unidos?
Yo estaba estudiando ciencias sociales y humanidades. Vengo de ese campo como muchos documentalistas. El audiovisual es un campo muy interesante para explorar todos los temas que nos interesan como investigadores. Su metodología es un poco más abarcadora comparado con la investigación académica escrita. Yo hice mi Bachelors en San Francisco, New College of California, una escuela en West Coast inspirada en el New School de New York, la escuela de investigación social. Hice mi licenciatura allá y después en Cuba hice la maestría en el programa FLACSO en la Habana.
¿Cómo fue el proceso entonces de filmar? Veo que tú documental tiene material de archivo del ICAIC, fotos… ¿Cómo accediste a todas esas cosas? ¿Cómo fue todo el proceso, cuánto tiempo te demoró?
Bueno fue un proceso de varios años de coleccionar y grabar testimonios y también de buscar materiales de archivos, tanto de foto fija como cinematográficos.
Una parte de las fotos vinieron de los archivos personales de los que ofrecieron los testimonios; otros, vinieron de los periódicos de la época. Utilicé cada fragmento de archivo cinematográfico que encontré. Puede que haya más que lo que nosotros encontramos, pero pasamos meses y meses buscando.
En los archivos también puede que se hayan perdido cosas por los retos climatológicos de Cuba y por los años que han pasado. Los cineastas de la época también me han comentado que como estaban en pleno año 61 con los hechos de Playa Girón, en el momento los medios no necesariamente le dieron a este tema la importancia que ahora le damos a la luz de los años –estaban enfocados en lo mas inmediato y dramático– lo que estaba pasando con la invasión, las nacionalizaciones, etc.
Incorporar estos testimonios de primera mano con las personas que habían sido protagonistas de esta saga lleva tu trabajo no sólo al plano de lo meramente de archivo sino de la palabra oral.
Sí. Al final lo veo como un documento de historia oral también y de memoria histórica porque hay muchos proyectos que tú puedes iniciar por un interés en el tema y después buscas los testimonios. Pero en este caso me pasó al revés –yo conocí a las testimoniantes primero, y eso fue lo que me motivó.
Entonces comencé a grabar y profundizar. Yo los escuché hablar del fenómeno como algo que era muy emotivo y muy importante para ellas, muy personal e importante en el desarrollo de sí mismas, en sus concepciones incluso del mundo y de su país. Esa vivencia, en particular, de las 50,000 muchachas adolescentes alfabetizando… eso me sigue resultando fascinante.
Lo sigo viendo como una especie de rebelión –un “teenage girl uprising”— en el medio de un proyecto de transformación social increíble. Yo después, a través de los testimonios, es que empiezo a darme cuenta de la magnitud del fenómeno, y de la importancia que tiene para la historia social de las Américas y las historias de los esfuerzos educativos globales.
Y sigue vigente porque el analfabetismo es todavía hoy un problema global sin resolver. Hay como 700 millones de adultos analfabetos en el mundo. Es un problema grave en Estados Unidos también, donde uno de cada cinco adultos no puede leer y escribir adecuadamente para aprobar pruebas elementales de alfabetización, como llenar satisfactoriamente una solicitud de empleo.
Entonces, una política responsable para quienes les importe de verdad su país, va a querer que aquí todo el mundo tenga un nivel de educación básico; y verán estos esfuerzos en otros países como algo positivo de los cuales aprender.
Si tú buscas por el mundo a ver qué país lo ha logrado, qué país ha tenido una metodología funcional real, pues Cuba está entre los pocos que han logrado alfabetizar a muchas personas en muy poco tiempo. Y lo hizo a través de una campaña de persona a persona, con miles de jóvenes en las montañas, en los valles, en los solares urbanos, viviendo con la gente, trabajando con las personas durante el día, y alfabetizando en las noches y los fines de semana.
Maestra from Women Make Movies on Vimeo.
Después de la Campaña de Alfabetización vino la campaña por el sexto grado, después por el noveno grado, después, la facultad obrero campesina… ¿Le diste seguimiento a estos procesos?
Aunque yo no trato esos temas en mi documental, sí hablo de eso cuando lo presento, sobre todo en universidades y sitios educativos. Yo comencé a comprender después que la Campaña de Alfabetización fue parte de una filosofía de transformación social, en que la educación ocupaba un lugar principal. Fue como un gran salto inicial dentro de un proceso largo dedicado a conformar un sistema de educación nacional, que iba desde la primaria hasta nivel secundario, preuniversitario y universidad. El compromiso de largo plazo de la educación, incluyendo la educación de adultos es algo muy importante, algo que cada país debería emular.
Te referiste al caso específico de las alfabetizadoras y lo transformador que fue ese proceso para ellas; a cómo ser parte de la Campaña les dio las bases para una perspectiva ética en sus vidas. Muchas de ellas tuvieron que enfrentarse a los padres que no querían que sus niñas se fueron solas a lugares tan lejos… ¿Ese proyecto que les cambió la vida fue algo político o fue algo más allá de lo político?
Yo le hice a todas preguntas estándares, con flexibilidad claro para cada caso. La primera pregunta siempre fue: ¿qué la motivó? Hice decenas de entrevistas y algunas pocas tuvieron respuestas muy políticas o politizadas. La mayoría no. Todas querían ser parte de la emoción del momento, querían vivir una aventura, tener algo de independencia, por salir del control de su familia; ya sabes cómo era la estructura familiar de los años aquellos. Algunas me contaban que ni las dejaban ir a la tienda de la esquina solas.
Te puedo decir que cada una de las mujeres a quienes entrevisté dijeron que ser parte de la Campaña fue la experiencia más transformadora de sus vidas, no sólo por lo que lograron hacer, es decir ayudar a los demás, sino también porque por primera vez se sintieron fuertes, autónomas, capaces, autosuficientes… Disfrutaron de una libertad, de una autonomía… Transformaron completamente su concepción de sí mismas. Fue una especie de despertar avant la lettre en cuanto a cuestiones de género, de autonomía, de emancipación.
En un país con un sistema autoritario de un partido y una prensa única la politización y la ideologización atraviesan desde las experiencias más cotidianas hasta los sistemas educativos, filosóficos, epistemológicos… ¿Cómo explicas/ubicas la Campaña de Alfabetización en ese contexto? ¿Fue un proceso de adoctrinamiento?
Primeramente, yo creo que es muy importante un estudio real de los materiales educativos que se utilizaron en la campaña. Muchas lecciones tenían un contenido político, pero muchas no. Hay una parte del contenido que tiene que ver con una especie de orgullo cultural.
Por ejemplo, estoy mirando ahora mismo algunos de los materiales originales. Este dice: “Vamos a leer primero y a escribir después…” “En Cuba había indios, vivían en bohíos, dormían en hamacas… Hatuey fue un héroe.” Entonces, están celebrando la herencia indígena, la identidad nacional, las raíces, las culturas originarias. No sé si los currículos antes de eso incluían estos temas o no. Pero aquí esta. Estoy mirando otro que dice: “Ya los campesinos son dueños de la tierra.”
Estos textos tratan de incorporar los nuevos momentos, las nuevas reformas, el nuevo contexto, de la misma manera que lo pueden hacer muchos libros de texto en otros lugares. Eso era lo que se estaba viviendo en Cuba. Este otro dice: “Vamos a leer: el campesino compra bueno y barato en la tienda del pueblo.” Y después dice: “Divídalo en sílabas: ba-ra-to.” Y éste: “El baile cubano es bonito; la cubana es bonita y baila bien. Todos bailan en el batey.” Después se les pide tomar al dictado escribiendo en letra cursiva: “Copie con su mejor letra.”
O sea, que había una mezcla de elementos de un rescate de la identidad dentro del contexto del proceso que se estaba viviendo, con textos a veces hasta absolutamente naive. Los textos reflejaban cómo eran los cubanos, cómo era Cuba, y por supuesto, la incorporación de elementos de contenido político, porque eso era lo que se estaba viviendo, pero como una parte más, no el único tema en las asignaturas de la Campaña.
Algunos estudiosos han hecho énfasis en que Cuba era un país ya avanzado con altos índices educativos antes del triunfo de la Revolución. ¿Qué piensas sobre esto y el alcance real de la campaña de alfabetización?
La tasa nacional de alfabetización en Cuba era más alta que la de otros países de Latinoamérica en los años 50. Pero hay que decir algo importante. Algunos otros países de la región tenían índices dramáticamente altos — como de un 80%– de analfabetismo; Latinoamérica tenía un analfabetismo masivo. Entonces la comparación hay que ponerla en contexto. No era difícil tener la tasa más alta.
Por otra parte, sí es cierto que la Habana tenía una tradición educativa literaria muy fuerte, una clase media y alta. Pero hablar de promedio nacional esconde una enorme brecha urbano-rural, y también una inequidad social, racial, e económica grandísima. Porque sí, La Habana, Camagüey, ciertas ciudades con desarrollo histórico, también producto del mercado del azúcar, tenían instituciones educativas y culturales importantes. Pero tú salías para las montañas de la región oriental, y casi no había escuelas. Y si había una escuela, muchos no podían asistir porque estaba muy lejos o porque no tenían zapatos… Es decir, esa valoración enmascara un nivel de pobreza crónica y una desigualdad muy grande.
Algunos de los testimonios que yo recogí fueron chocantes en cuanto a la magnitud real de la pobreza y la marginalización social en aquel momento, en las zonas periféricas. Una de entrevistadas que alfabetizó en la cima de una loma en medio de Oriente, me contó que la familia que ella alfabetizó ¡no sabía que vivían en una isla! No conocían la bandera… Una de las cosas que hicieron los maestros voluntarios que estaban ahí antes de la Campaña de Alfabetización fue llevar el busto de Martí a esos poblados, para hacerlos sentir que ellos eran parte de la nación. No es que no supiera que se llamaba Cuba el país, sino que no tenía ningún vínculo con él. Hay un cuento de Enrique Pineda Barnet que dice que los niños le tenían miedo al busto de Martí, porque nunca lo habían visto.
También entrevisté a un alfabetizador qué enseñó en la costa sur a una familia que nunca había escuchado que el mundo era redondo. Él me comentó: “Imagínate, con tan solo 14 años, preparado para enseñarle el alfabeto, tienes que empezar a explicarle a las personas que el mundo es redondo y cómo es posible qué la gente que esté abajo no se caiga…”
Entonces había un nivel de marginalización y de desconexión a todos los niveles de instituciones educativas. Así que cuando la gente dice que en Cuba en los 50 había altas tasas de educación, sin hacer referencia a estas cosas, están dejando de reconocer una realidad social muy dura y muy cruda.
Has invitado a algunas de las alfabetizadoras que aparecen en el documental a los Estados Unidos. Cuéntanos de eso.
Sí, participaron en presentaciones en universidades, en grupos comunitarios, iglesias, sinagogas. Yo incluso eventualmente dejé de ir porque era más importante que llevaran a las testimoniantes. En algunas ocasiones tuvieron encuentros con alcaldías, con asambleístas o congresistas estatales, de California, Massachusetts y otros estados.
Al Congreso fuimos dos veces –con Norma Guillard y con Griselda Aguilera; la primera vez fuimos a las oficinas de congresistas que se habían pronunciado a favor de la normalización de relaciones, como Barbara Lee, porque estábamos muy interesados en compartir las experiencias. Eso fue antes de que fuera elegido Obama y de que hiciera públicas sus intenciones de restablecer las relaciones con Cuba. Entonces fuimos a hablar con ellos, a darles copias de la película y hablar un poco de la importancia para ambas naciones de tratar de normalizar las relaciones.
Fuimos a compartir nuestro deseo de que la normalización seguía avanzando, y que era muy importante para ambos países continuar el acercamiento. Era poco común en esa época tener a gente de Cuba aquí en Estados Unidos, y muchos de los que venían eran artistas, músicos, pero no había muchos que tuvieran contacto con proyectos educativos. Por eso sentimos que era importante darle visibilidad.
Cuando se habla de que el embargo y el distanciamiento afecta a Cuba, eso es real, por supuesto. Pero nos afecta a los norteamericanos también. Nos afecta cuando no podemos aprender del cine, el teatro, la literatura, la música, la danza, y las artes escénicas. Nos afecta que no podamos aprender sobre sus diversas experiencias de enseñanza y pedagogía. También nos afecta que no podamos acceder a una serie de medicamentos descubiertos y patentados en Cuba; o sus estrategias para responder a huracanes y otras situaciones de emergencia… El distanciamiento daña a ambas partes. Cuba por supuesto sale más dañada, pero también nosotros nos privamos de algo en Estados Unidos.
¿Qué opinas de la reactivación del tema de la Campaña de Alfabetización en las preguntas realizadas al senador Bernie Sanders en los debates y programas de noticias?
Me preocupa que estamos viendo que ni debatir podemos, ¿no?
Los ataques contra Bernie Sanders están enfocados en su comentario después de su visita a Cuba en los años 80, y en la idea de que a pesar de las diferencias tenemos cosas importantes que aprender de Cuba.
También Sanders resaltó otras cosas de Cuba con las cuales no está de acuerdo, pero el elemento básico a reconocer es que tenemos cosas que aprender de los países vecinos, a pesar de las diferencias. Esto me parece un elemento fundamental si vamos a esperar algún día un mundo de paz.
Un país como Cuba, con sus aciertos y desaciertos, si aprendemos de sus logros y también de sus errores, tiene mucho bueno que aportar.