Antes de que el huracán Ian infligiera destrucción en la costa oeste de Florida, devastó las provincias occidentales de Cuba, dejó sin electricidad a toda la Isla y demolió el corazón de la industria tabacalera, una de las principales exportaciones de Cuba.
A ambos lados del Estrecho de Florida, la gente está rescatando lo que puede de los escombros de sus casas, se trabaja para restaurar la energía y voluntarios están en el lugar repartiendo alimentos y ropa a quienes lo perdieron todo.
Los desastres naturales provocan empatía humanitaria al recordarnos que todos somos vulnerables ante la furia de la madre naturaleza. Sacan lo mejor de las personas, uniéndose para ayudarse unos a otros, dejando de lado sus innumerables diferencias en favor de su humanidad común. El huracán Ian ofrece a la administración Biden la oportunidad de extender ese impulso humanitario a su diplomacia al ofrecer asistencia en casos de desastre a Cuba. Eso no solo sería un paso hacia la mejora de la atmósfera diplomática entre los dos países, que aún no se ha recuperado de la toxicidad de los años de Trump, también cumpliría el propósito práctico de aliviar parte de la presión económica que alimenta la migración y podría sentar las bases para el progreso en otros temas de interés mutuo.
Tal oferta de ayuda no tendría precedentes. Sin embargo, el presidente George W. Bush, que no es amigo de Cuba, ofreció ayuda a La Habana en varias ocasiones tras las destructivas tormentas tropicales. En noviembre de 2001, Cuba fue azotada por el huracán Michelle, una tormenta de categoría cuatro que causó daños por valor de 2.800 millones de dólares. Washington ofreció ayuda humanitaria canalizada a través de organizaciones no gubernamentales. El canciller cubano, Felipe Pérez Roque, rechazó la “amable oferta” y pidió en cambio que Cuba pueda hacer una compra única de alimentos para reponer sus reservas destruidas por la tormenta. Los diplomáticos estadounidenses y cubanos llegaron rápidamente a un acuerdo, y la compra “única” se convirtió en una relación comercial continua, con Cuba comprando alimentos por valor de cientos de millones de dólares anualmente a productores estadounidenses.
La administración Bush volvió a ofrecer ayuda después del huracán Charley en 2004 y el huracán Wilma en 2005. La Habana se negó porque Washington insistió en que los fondos no se canalizaran a través del gobierno cubano sino a través de grupos no gubernamentales. En 2008 Cuba fue azotada por la peor temporada de huracanes de su historia: cinco grandes tormentas azotaron la isla, infligiendo daños por unos $5 mil millones, con más de medio millón de viviendas dañadas o destruidas. La administración Bush aceleró la tramitación de licencias para la entrega de ayuda humanitaria privada, que alcanzó los 10 millones de dólares. Y lo que es más, ofreció $ 6,3 millones de asistencia bilateral, $ 5 millones directamente al gobierno cubano sin condiciones previas.
Pero los funcionarios cubanos no se atrevieron a aceptar la ayuda de Estados Unidos. En una de sus “reflexiones” un convaleciente Fidel Castro escribió: “Nuestro país no puede aceptar una donación del gobierno que nos bloquea”. En cambio, La Habana pidió que se levantase el embargo temporalmente, para que Cuba pueda comprar suministros, especialmente materiales de construcción. El presidente Bush no estaba dispuesto a permitir tal grieta en el embargo, quizás por temor a que una vez que comenzara el comercio general con Cuba, sería difícil detenerlo.
¿Estarían los líderes de Cuba más abiertos a aceptar la ayuda de Estados Unidos hoy? Hay razones para pensar que lo harían, tanto porque la necesidad es tan extrema como porque La Habana mostró su disposición a aceptar ayuda durante el reciente incendio en el depósito de petróleo de Matanzas.
El huracán Ian es solo el último de una serie de golpes que han dejado postrada a la economía cubana y al pueblo cubano sufriendo las peores penurias desde la década de depresión que siguió al colapso de la Unión Soviética en la década de 1990. El endurecimiento del embargo por parte del presidente Donald Trump y el cierre de la industria turística por la COVID-19 privaron a Cuba de divisas vitales, lo que provocó escasez de alimentos, medicinas y combustible. La unificación de enero de 2021 de la doble moneda y tipos de cambio de Cuba desencadenó una inflación de tres dígitos, erosionando los ingresos reales de las personas.
Este año, la red eléctrica decrépita de Cuba, plagada de mantenimiento deficiente y equipos obsoletos, ha estado operando a solo el 50 por ciento de su capacidad, provocando apagones continuos desde abril. En agosto, un rayo provocó un incendio en la base petrolera de Matanzas en Cuba, la instalación de almacenamiento de petróleo más grande de la isla y depósito para recibir importaciones de petróleo. El fuego se salió de control durante cinco días, consumiendo cuatro de los ocho grandes tanques de almacenamiento de la base, millones de dólares en petróleo, y dejando el depósito fuera de servicio por tiempo indefinido.
Cuando Cuba presentó una solicitud de asistencia internacional para combatir el fuego, la respuesta inicial de Estados Unidos fue positiva. Los días 6 y 8 de agosto, la Embajada de los Estados Unidos emitió comunicados públicos ofreciendo condolencias a las víctimas, recordando a las organizaciones estadounidenses que legalmente podían brindar ayuda humanitaria a Cuba y ofreciendo asistencia técnica estadounidense. El vicecanciller Carlos Fernández de Cossio respondió con “profunda gratitud” a quienes ofrecieron ayuda, incluido el gobierno de Estados Unidos.
Desafortunadamente, las cosas fueron cuesta abajo desde allí. La administración Biden decidió que era demasiado arriesgado políticamente ofrecer asistencia material. Estados Unidos terminó al margen mientras México y Venezuela ayudaban a Cuba a extinguir el fuego. Siguieron las recriminaciones. La Habana se quejó de que después de ofrecer ayuda, Washington no había proporcionado nada. El Departamento de Estado insistió en que Cuba nunca había hecho una solicitud diplomática formal de asistencia. Washington perdió la oportunidad de ser visto por los cubanos como un buen vecino, e incluso los críticos cubanos de su gobierno se quejaron amargamente de que el país que más podría haber ayudado no hizo nada mientras Matanzas ardía.
El huracán Ian le ofrece a Biden una segunda oportunidad de mejorar las relaciones al ofrecer asistencia humanitaria en caso de desastre para ayudar a reparar el daño de Ian, si tiene la voluntad política para hacerlo. Sus asesores políticos lo desaconsejarán en vísperas de las elecciones intermedias. Algunos de sus asesores políticos argumentarán en contra de hacer cualquier cosa para aliviar la difícil situación económica de Cuba porque presagia un cambio de régimen. Pero la necesidad humanitaria es innegable. El presidente Biden suele decir que “está con el pueblo de Cuba”. Ahora es el momento de convertir esas hermosas palabras en acción.
* Este artículo fue publicado originalmente en inglés en el sitio Responsible Statecraft, se publica una versión en español con la autorización expresa de su autor.
Que sigan esperando el cambio de “régimen” que les va a pasar como a Willy Chirino