Los próximos nueve meses dan una ventana de oportunidad para mejorar las relaciones Estados Unidos-Cuba si los líderes en Washington y La Habana tienen la voluntad política y el coraje de aprovecharla.
Tanto los diplomáticos del Departamento de Estado como del Ministerio de Relaciones Exteriores dicen querer construir una relación más constructiva para reemplazar la relación venenosa creada por el presidente Donald Trump, y expresan un optimismo cauteloso sobre las posibilidades. Pero el tiempo es corto. Para el próximo otoño ya se estará preparando la temporada de elecciones presidenciales de Estados Unidos, lo cual hará que cualquier cambio importante en la política sea políticamente peligroso y mucho menos probable.
Durante los últimos nueve meses tanto Washington como La Habana han dado pequeños pasos para reducir las tensiones. En abril, Washington acordó reanudar las conversaciones migratorias semianuales establecidas por el acuerdo migratorio Estados Unidos-Cuba de 1994, pero interrumpidas por Trump en 2018. Con decenas de miles de cubanos llegando mensualmente a la frontera sur y miles más desembarcando en la costa y los cayos del sur de la Florida, la administración Biden tenía un interés urgente en regularizar la inmigración cubana.
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Desde entonces se han llevado a cabo dos rondas de conversaciones que ambas partes describen como constructivas y productivas. Washington ha vuelto a dotar de personal a su embajada y reabierto los servicios consulares para que, por primera vez en cinco años, Estados Unidos cumpla con su obligación bajo el acuerdo de 1994 de dar a los cubanos 20 000 visas de inmigrantes al año. Cuba acordó aceptar vuelos de deportados que han ingresado ilegalmente a Estados Unidos por la frontera sur. El éxito de las discusiones sobre migración ha llevado a reanudar los diálogos diplomáticos sobre otros temas de interés mutuo.
En mayo pasado, frente a la presión de los latinoamericanos por su decisión de excluir a Cuba, Nicaragua y Venezuela de la Novena Cumbre de las Américas, el presidente Biden levantó las restricciones de Trump sobre las remesas y restableció las licencias de viaje de persona-a-persona (people-to-people), bajo las cuales la mayoría de los residentes estadounidenses visitaban Cuba antes de que Trump las suprimiera. Aún queda mucho por hacer para que estos cambios de política sean efectivos, pero las remesas y los ingresos de los visitantes extranjeros son dos de las principales fuentes de la economía cubana en su lucha por recuperarse de la pandemia de la COVID-19.
En respuesta, Cuba tomó el paso políticamente difícil de ceder a la presión de Estados Unidos de remplazar la institución financiera que procesa las remesas, es decir, pasar de una entidad administrada por las fuerzas armadas a una empresa civil alternativa. Este es un paso al que La Habana se había resistido desde que Trump bloqueó que las empresas estadounidenses hicieran negocios con una firma militar, lo cual obligó a la Western Union a cerrar cientos de oficinas en toda la Isla. Aunque Western Union aún no ha reanudado sus operaciones, las sanciones de Estados Unidos ya no lo proscriben. Recientemente el Departamento del Tesoro otorgó a una pequeña agencia de viajes en Miami la licencia para transferir remesas mediante de la nueva empresa civil cubana.
En octubre, luego de que el huracán Ian azotara el occidente de Cuba, el Departamento de Estado ofreció dos millones de dólares en asistencia humanitaria para reconstruir viviendas. Por primera vez, el presidente Miguel Díaz-Canel la aceptó agradecido.
En noviembre, Biden nombró al exsenador Christopher Dodd Asesor Presidencial Especial para las Américas. Biden y Dodd sirvieron juntos en el Senado durante casi treinta años. “Chris y yo nos conocemos desde hace mucho tiempo”, dijo el presidente en 2021. “Realmente somos buenos amigos”. Cuando Biden presidió el Comité de Relaciones Exteriores del Senado en la década anterior a convertirse en vicepresidente, Dodd era presidente del Subcomité del Hemisferio Occidental y, en palabras de Biden, “una voz líder en el compromiso con América Latina y el Caribe”.
Biden ha recurrido a Dodd de manera repetida para gestionar tareas importantes y políticamente sensibles. Dodd lideró el equipo que seleccionó a la entonces senadora Kamala Harris como compañera de fórmula de Biden. A principios de 2021 fue a Taiwán a nombre de Biden para reasegurar a sus líderes del apoyo de Estados Unidos a medida que aumentaban las tensiones con China. A principios de 2022, con la Cumbre de las Américas en riesgo de colapsar debido a un boicot encabezado por el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, Biden le pidió a Dodd que la salvara. Al final, López Obrador y otros jefes de Estado se mantuvieron alejados, pero asistieron los líderes de otros países latinoamericanos, evitando una vergonzosa debacle diplomática.
Pedirle a Dodd que asuma el nuevo rol de Asesor Presidencial Especial para las Américas es un reconocimiento tácito por parte de Biden de que su política latinoamericana es desordenada. En el centro de ese desorden está su mal asesorado mantenimiento de la política de sanciones de Trump, destinada a someter a Cuba por hambre, una política rechazada por todos los grandes países de América Latina (sin mencionar a Canadá y la Unión Europea).
Dodd sabe perfectamente bien que la política de hostilidad y cambio de régimen hacia Cuba es un fracaso costoso. Durante su carrera en el Senado abogó constantemente por ponerle fin al embargo. En su nuevo rol, Cuba ocupa un lugar destacado en la agenda, en particular a la hora de encontrar formas de aprovechar el progreso logrado en las relaciones bilaterales durante los últimos nueve meses. Washington debe tomar la iniciativa porque fue Washington, bajo Trump, quien rompió la relación construida por el presidente Barack Obama.
Los pasos que Biden podría tomar para mejorar las relaciones no son escasos. Muchas de las sanciones que impuso Trump siguen vigentes, paralizando la economía de Cuba, empobreciendo a las familias cubanas y agravando la crisis migratoria. El primer paso más obvio es sacar a Cuba de la lista de Estados patrocinadores del terrorismo internacional, una designación que no tenía base fáctica o legal, pero que hace extremadamente difícil que Cuba participe en transacciones financieras internacionales de rutina.
Pero si Biden quiere capear las críticas que recibirá por cambiar su política hacia Cuba, tanto de los republicanos como de otro viejo amigo del Senado, el actual presidente del Comité de Relaciones Exteriores, Bob Menéndez (D-N.J.), el presidente deberá demostrar que los cubanos están dispuestos a abordar las preocupaciones de Washington. Para Biden, la principal preocupación son las duras sentencias de prisión impuestas a cientos de personas arrestadas durante las manifestaciones del 11 y 12 de julio de 2021 y el encarcelamiento de varios destacados disidentes. Los diplomáticos cubanos sugieren que La Habana está dispuesta a hablar con Washington incluso sobre “temas sensibles”, pero que cualquier cambio de su parte tendría que ser parte de un acuerdo más amplio que cubra una variedad de temas, no una concesión unilateral.
Las perspectivas de una mejoría significativa en las relaciones Estados Unidos-Cuba hoy parecen ser mejores que en cualquier otro momento desde que Biden ingresó a la Casa Blanca. Ambas partes reconocen que la animosidad fomentada por Trump no sirve a los intereses de ninguno de los dos países. Ambas tienen el incentivo y la voluntad declarada de buscar al menos un acercamiento limitado. Y ambas han dado pasos modestos en esa dirección.
Pero para lograr un progreso importante en los próximos nueve meses, ambas partes deberán acelerar el ritmo del diálogo y estar dispuestas a tomar algunas decisiones políticas difíciles. No hay tiempo que perder con una rutina tipo Alphonse y Gastón,[1] dudando sobre quién debe actuar primero o a quién le toca actuar a continuación. Si van a lograr algo de importancia antes de que se cierre esa ventana de oportunidad, tanto el presidente Biden como el presidente Díaz-Canel deben comprender la feroz urgencia de la palabra “ahora”.
Traducción: Alfredo Prieto.
Publicado con la autorización de su autor y de Responsible Statecraft.
[1] Alphonse y Gastón es una tira cómica estadounidense de Frederick Burr Opper sobre dos franceses torpes con una inclinación desmedida por la cortesía. Apareció por primera vez en el periódico de William Randolph Hearst el New York Journal, el 22 de septiembre de 1901. “Después de usted, mi querido Gastón” y “después de usted, mi querido Alphonse”.
Os USA dar um basta a esse boicote econômico contra Cuba.Será que não existe uma cabeça pensante no Governo Americano que essa política só prejudicou os dois lados e que nada construiu…