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La memoria, por fortuna, está siempre presta a revivir. Puede pulsar por siglos en archivos o manifestarse calladamente en placas o monumentos conmemorativos. A veces se encarna en un viaje; en una fotografía recreada; en la emoción de volver a pisar un estadio que ya no existe, pero que, de alguna manera, cruza las trampas del tiempo.
Esta entrevista tiene mucho de todo eso último. Nos conduce a través de la voz de una mujer jubilada que, a los 75 años, decidió viajar a Cuba desde su natal Estados Unidos para seguir las huellas de su padre, John Taylor, célebre lanzador de las Ligas Negras y protagonista de la Liga Invernal Cubana en los años treinta.
Más allá de la nostalgia, lo que emerge en esta conversación —vía Whatsapp— es un relato de legado, identidad y gratitud. Un puente entre generaciones, culturas racializadas y países en diferendo histórico que, felizmente, han encontrado en el terreno común del béisbol un lenguaje que les permite entenderse y respetarse. Para tal fin, nada mejor que el juego, en el que, ya sea quien gane o quien pierda, siempre nos premia con una exquisita apropiación: la oportunidad de ser auténticos.
Expectativas cumplidas
¿Cómo lleva la vida, Sra. Maureen?
A los 75 años estoy felizmente jubilada. Trabajé como profesional de Recursos Humanos por más de una década después de graduarme de la universidad, dedicando mucho más tiempo a mi familia y décadas al voluntariado comunitario.
¿Qué sabía sobre Cuba y qué encontró en este viaje a la isla?
Amigos y familiares que han visitado Cuba en vacaciones en años anteriores hablaron con mucho cariño de sus experiencias, disfrutando del arte, la música, la buena comida y la hospitalidad del pueblo cubano. Mi esposo, quien es médico de sala de emergencias ya retirado, asistió a una conferencia médica en 2003 en La Habana, Cuba, y habló muy bien del programa, de su experiencia en el hotel y de las visitas al hospital y a las clínicas incluidas en la agenda.
Desde el primer momento de mi llegada hasta mi partida, experimenté la misma cálida hospitalidad, el asombro y la emoción que me habían dicho que esperara y apreciara. Para mí, había una conexión y un propósito más personal en mi visita.
Mi padre, John Taylor, fue un célebre lanzador en las Ligas Negras del béisbol estadounidense en las décadas de 1930 y 1940, y jugó en la Liga Invernal Cubana en 1937 con el Club Marianao, y en 1938-39 con los Leopardos de Santa Clara. Este viaje fue mi oportunidad de seguir sus pasos en Cuba.

Una foto frente al Capitolio y un pronto regreso
¿Qué experiencias emocionales se llevó de esta estancia en Cuba, que no sé si es la primera, aunque espero no sea la última?
Este fue mi primer viaje a Cuba, y decidimos hacerlo en familia con mi esposo, mi hija adulta y mi hijo adulto. Como dije antes, mi esposo ya había visitado Cuba, pero también fue la primera vez para mi hija y mi hijo. Vinimos a explorar la historia de mi padre como jugador de béisbol en Cuba, y nos fuimos con un legado de recuerdos valiosos que serán transmitidos a mis hermanos y a las futuras generaciones de nuestras familias.
Mientras estuvimos en La Habana, nos tomamos un momento para recrear una vieja fotografía de mi padre de 1937 en la que posa frente al Capitolio. Mi hijo, que guarda un gran parecido con su abuelo, se colocó en la misma posición. Ver las fotografías lado a lado me hizo llorar y todos sentimos la presencia de mi padre en ese instante.
El recorrido organizado por CIT (Cultural Island Travel de Nueva York, que se basó en una “licencia general de apoyo al pueblo cubano”), nos llevó a muchos lugares históricos y significativos y a museos en La Habana y Santa Clara, con guías expertos que nos acompañaron. El Museo Nacional de Bellas Artes en La Habana fue impactante, ya que fue nuestra primera introducción a los grandes artistas cubanos.
También se incluyó en el itinerario una visita a Las Terrazas, la reserva de la biosfera designada por la UNESCO. Nuestro guía allí organizó para que probáramos una miel maravillosa directamente del panal de la abeja cubana única. Disfrutamos la belleza y la tranquilidad de la montaña, los bosques y el río, y conectamos con los artistas residentes, Ariel y Lester Campa.
Mi deseo es regresar a Cuba con más miembros de la familia para compartir nuestra conexión personal con el país y recrear estas experiencias especiales de este viaje.

El béisbol en la vida de Maureen con un padre amoroso por fortuna
¿Es Ud. fanática del béisbol?
Sí, muchísimo.
¿Cuán fanática?
Debo admitir que sigo a muchos equipos durante los playoffs y las Series Mundiales más que durante los juegos de la temporada regular. Vivo en Filadelfia y los Phillies son mi equipo favorito, ganen o pierdan. Por supuesto, soy una gran admiradora de los lanzadores.
¿Podría describir cómo era tu padre y si alguna vez le contó algo sobre sus días cubanos, alguna anécdota o historia?
Para ser sincera, no conocí a John Taylor el beisbolista. Mi padre se había retirado de su carrera en el béisbol en 1949. Soy su tercera hija, nacida en 1950, y el padre que yo conocí había dejado atrás el mundo del deporte para criar a cuatro hijos fuertes y seguros de sí mismos: John Arthur Taylor III, Lynette Taylor Grande, yo misma y Kathie Taylor. Fue un padre dedicado que inculcó en sus hijos el valor de la educación, la responsabilidad y el compromiso con la excelencia. Apoyó a mi madre para que pudiera perseguir sus sueños como enfermera de maternidad, carrera que ejerció durante 32 años.
John Taylor fue un hombre fuerte y apuesto toda su vida, trabajó y se jubiló en el sector de la construcción junto a su padre. Fue un orgulloso miembro sindical, un amigo leal y un deportista hábil que disfrutaba de la caza, la pesca y que sobresalía en el golf. Amaba a los perros. Cantaba maravillosamente y tocaba el piano de oído, ya que no leía música. Vivió lo suficiente para conocer y cuidar profundamente a seis de sus ocho nietos antes de fallecer demasiado pronto, a los 71 años.
Mi padre mantuvo su carrera en el béisbol en el pasado y no hablaba de ella directamente con la familia. Era muy conocido en nuestra comunidad como héroe deportivo local desde sus días de secundaria y sus primeros pasos en el béisbol semiprofesional en Connecticut, pero nosotros solo sabíamos lo que los cronistas deportivos escribían continuamente sobre su récord.
Agradecemos a Jon Holway, historiador deportivo estadounidense, por su extensa entrevista con mi padre realizada pocos meses antes de su muerte. Esa entrevista publicada abrió un camino de investigación para mí, y desde entonces he creado un archivo de artículos periodísticos, material histórico y fotografías que preservan la historia deportiva de mi padre.
De esos materiales puedo compartir que mi padre se unió al famoso equipo de los New York Cubans, propiedad del cubanoamericano Alejandro Pompez, en 1935, cuando tenía apenas 19 años. Era tan joven que su madre tuvo que firmar el contrato como cofirmante. Desde sus primeros éxitos, los cronistas deportivos escribieron con entusiasmo sobre este joven atleta talentoso y lo apodaron “Schoolboy” por su aspecto juvenil y delgado. Taylor creó lazos con sus célebres compañeros cubanos ese año: Alejandro Oms, Lázaro Salazar, Martín Dihigo, Manuel “Cocaína” García, Luis Tiant Sr. y Rodolfo Fernández. Estas relaciones lo llevarían a la Liga Invernal Cubana.

Un invitado del gran Martín Dihigo
Solo puedo imaginar el asombro que sintió cuando llegó a Cuba por primera vez en 1935-36, invitado por Martín Dihigo para jugar con Marianao. En una carta que escribió a un periodista deportivo de Connecticut, Taylor dijo que el Estadio Tropical era “el campo de béisbol más hermoso que he visto… con 12 mil asientos y un diamante como terciopelo verde… y lo mejor de todo, desde el punto de vista de un lanzador, una cerca de 20 pies a 400 pies por la línea del jardín derecho, más aún por la izquierda, y 505 al centro. Un viento cruzado también detenía las bolas elevadas. En ese entonces, nadie había bateado una pelota justa fuera del parque, y había una oferta permanente de $1,000 para quien lo lograra”.
Según recordó Johnny, nadie lo había conseguido, aunque Buck Leonard estuvo cerca. Con Marianao en la cima de la liga ese invierno, Taylor se convirtió en “Colegial Taylor-El Rey de Hartford” en los titulares deportivos cubanos. En una nota más graciosa, Taylor confundió los silbidos fuertes y enérgicos de los fanáticos cubanos como señal de aprobación, hasta que descubrió que equivalían a abucheos en Estados Unidos.
En las temporadas de 1938 y 1939, Lázaro Salazar reclutó a Taylor para jugar con los Leopardos de Santa Clara, donde tuvo como receptor al legendario Josh Gibson, a quien mi padre consideraba su héroe. Taylor formó parte de un excepcional cuerpo de lanzadores que incluía a Armando Torres, Manuel García, Lázaro Salazar y Ray Brown, y con su poderosa ofensiva y defensa, ganaron campeonatos consecutivos en esos años.
Espero seguir descubriendo más sobre el tiempo de mi padre en Cuba, ahora que he establecido vínculos con historiadores del béisbol cubano durante este viaje.

Una placa de bronce y el papel de Cuba Foundation
¿Qué importancia tiene este homenaje de la Fundación Cuba para su padre y para la historia compartida del béisbol entre Cuba y Estados Unidos?
Debo expresar mi gratitud en nombre de mi familia a la Fundación Cuba y a Gustavo Arnavat, su presidente, por este evento histórico y conmemoración.
La hermosa placa de bronce que consagra el nombre de mi padre junto con los de veintidós íconos de las Ligas Negras, colocada en Santa Clara, Cuba, es ahora un registro permanente en la historia deportiva cubana y en la historia universal del béisbol. Encargada por la Fundación Cuba y fundida por el reconocido artista Mario Fabelo, esta pieza es una gloriosa adición a la historia de mi familia y un tributo imborrable a estos grandes atletas.
Yo solo había soñado con visitar los lugares donde mi padre jugó béisbol; lugares que ya no son estadios físicos, pero sí sitios de gran significado histórico. Mis sueños se hicieron realidad cuando la Fundación Cuba me ofreció la oportunidad de asistir y participar en el gran simposio: “La Historia compartida del Béisbol en Cuba, el Caribe y los Estados Unidos: Identidad, Sociedad, Cultura”, celebrado en La Habana y Santa Clara del 9 al 12 de diciembre de 2025. Pocos otros momentos en mi vida han sido tan significativos como estos.
Entiendo que la Fundación Cuba seguirá enfocándose en el béisbol como institución cultural y espero que las familias de otros jugadores estadounidenses, incluidos los de las Ligas Negras, puedan participar en futuros programas para vivir experiencias similares.
También quiero destacar que me resultó especialmente interesante ver la emergencia de un sector privado en Cuba. Nos impresionaron tres talentosos emprendedores afrocubanos que conocimos en una cena organizada por la Fundación Cuba en un restaurante privado. Su resiliencia y dedicación, a pesar de los muchos obstáculos, son dignas de admiración.

El recuerdo favorito y la preservación de la historia
Si le preguntara cuál sería tu recuerdo favorito de Cuba, ¿cuál elegiría?
¡La pasión de Cuba por el béisbol! Fue un honor conocer y conversar extensamente con el historiador Félix Julio Alfonso López. El programa de la Fundación Cuba comenzó con una ofrenda floral en el monumento de Emilio Sabourín en La Habana y culminó con la dedicación de la histórica placa en Santa Clara. Disfruté mucho las visitas guiadas a los estadios históricos de béisbol en La Habana y Santa Clara, y me encantó asistir a un partido de ligas infantiles en Santa Clara. Fue fácil imaginar a la próxima generación de talentosos jugadores cubanos ya dominando las bases del béisbol desde tan temprana edad.
Si quisiera añadir algo más, me encantaría escucharlo…
Como muchos en el deporte suelen decir: “no dejes nada en el campo”. Me gustaría pensar que compartí una profunda gratitud por esta oportunidad de visitar Cuba y de expresar mi agradecimiento por poder conversar contigo. Muchas gracias por tu interés en mi historia. Para citar a Gustavo Arnavat: “Si la historia no se recupera y preserva, se pierde y sus lecciones quedan sin atender”.











