Abrir una conversación con Ángel Tomás era enfrentarse a un escenario brumoso. No hay noticia, no hay datos, no hay fuentes, no hay de qué escribir, lamentaba en el arranque. Pero podía contar lo que había visto durante su caminata de la mañana, lo que había hablado con el vendedor de frutas en el agromercado, lo que le había confiado el mecánico del carro la tarde anterior. Empujaba la espiral de anécdotas hacia el plano en el que estaba la punta de una hebra que podía empatarse con una discreta nota leída tres días antes. “Se puede armar el muñeco”, diría a esas alturas del café. El resto era indagar en la calle, hablar con la persona que podía ayudar a enderezar el enfoque o meterse al archivo.
Ángel Tomás González Ramos, quien murió este martes 26 de febrero, se hizo corresponsal de medios extranjeros al iniciarse la crisis post-soviética de los noventa, el conocido período especial. Narró las carencias, la explosión de balseros, los ires y venires de las reformas económicas, la enfermedad de Fidel Castro y el gobierno de Raúl. De su prosa culta y rigurosa se beneficiaron, sucesivamente, Cambio16, Diario16 y El Mundo de España. Hizo también crónicas para Radio Francia Internacional.
De su vasto archivo mental y su amistad generosa nos beneficiamos periodistas llegados del exterior, ávidos de conocer y entender aquellos rumbos que tomaba la isla, pero que siempre salimos con ganancia, porque la enseñanza se extendía a la historia, la pintura, los secretos de la provincia, los códigos de los barrios o lo último del mercado negro.
Venía de las artes y el periodismo cultural. Dirigió la Escuela Nacional de Arte a principios de los setenta y fue crítico en El Caimán Barbudo, donde coincidió, entre otros, con Leonardo Padura. Apartados de la emblemática publicación por lo que se llamaba “problemas ideológicos”, ambos fueron a dar con sus huesos a Juventud Rebelde.
El cambio no resultó un castigo, sino un premio vital. El director Jacinto Granda y su sucesor, José Ramón Vidal, les asignaron la ejecución de reportajes inspirados en el new journalism estadounidense, investigación de fondo y técnica narrativa. El equipo creció y produjo piezas dominicales que marcaron una época en los años ochenta, justo antes de la caída del Muro de Berlín. Acaso de esa experiencia conservó el escepticismo ante lo superficial, la desconfianza de lo inmediato.
Recogió una selección de sus reportajes de esa etapa en Crónicas para caminantes. Más tarde publicó Los ángeles tocan maracas, una novela negra ambientada en un tiempo que le interesaba en particular, los años entre las dos guerras de independencia en Cuba (1878-1895). Había nacido en 1946 en Morón, Ciego de Ávila, donde alguna vez, en un viaje de trabajo, me explicó paso a paso los significados de la vida, el auge y la declinación del central azucarero que durante décadas fue el eje de la vida regional y foco de sus recuerdos de aquella infancia rural.