Hay asombros verdaderamente asombrosos. Tan raros como una ballena blanca o un funcionario atento. Y hay otros que, aunque cotidianos, nunca dejan de maravillar. A quien se detiene a mirarlos. A quien los descubre.
Asombros “buenos” y otros no tanto. Que deberíamos ver todos los días y que no deberían repetirse. Para la memoria y para el olvido.
Solemos ir tan ensimismados por la vida que muchas veces nos perdemos su fulgor. Su paso veloz ante nuestros ojos. Basta, sin embargo, salir a la calle. Abrir bien los sentidos. Respirar profundo. Un día cualquiera.
Estos son algunos asombros “descubiertos”, mientras caminaba por las calles de La Habana:
1- Una mujer que riega sus plantas con suma delicadeza, diríase con cariño, en un carcomido balcón.
2- Los gestos de un niño mientras conversa con su abuela como si fuesen los mejores amigos.
3- Un chofer de almendrón que da los buenos días a sus clientes. Y varios clientes que se los devuelven.
4- Un contenedor de basura semivacío, con nailons pestilentes y pedazos de cartón desperdigados en los alrededores.
5- El displicente paseo de dos turistas en short corto y chancletas por la avenida 23, como si el Vedado fuese Varadero.
6- Un perro que mira a ambos lados de la calle antes de cruzar con tranquilidad hacia la otra acera.
7- Una pareja de brazos entrecruzados en el malecón, de espaldas a la ciudad. Y un pescador que los contempla también desde el muro.
8- El olor del café recién colado que vende una anciana, sentada en un quicio de La Habana Vieja.
9- Una mujer que lee “Las impuras” en una guagua, justo bajo la bocina por la que José José canta a todo volumen.
10- El somnoliento abrazo de varios gatos en un jardín.