Las relaciones personales entre Carlos Manuel de Céspedes y Pedro (Perucho) Figueredo surgieron en la primera infancia, se desarrollaron en la juventud y se solidificaron en la adultez. Salvo dos interrupciones por viajes del segundo a La Habana, uno de niño para estudiar en una escuela por cinco años y un viaje posterior, ya de joven, estos hombres estuvieron relativamente próximos y relacionados durante casi todas sus vidas. Incluso, por la misma época, realizaron sus estudios de abogacía en Barcelona, España.
Provenientes de familias con recursos, una suerte de burguesía terrateniente, estudiaron en las mismas aulas bayamesas, jugaron (el ajedrez los fascinó a los dos) y practicaron deportes en iguales casonas, ríos y fincas, y escribieron al propio tiempo sus primeros poemas. Perucho se inclinó más por la música, mientras que Carlos Manuel prefirió las letras y el teatro. Juntos crecieron y formaron familias numerosas y distinguidas, sus primogénitos: Carlitos y Eulalia (Yayita), se casaron entre sí. Unidos intercambiaron sistemáticamente sus opiniones críticas sobre la precaria situación de Cuba, mal administrada y reprimida con mano de hierro por España.
Hablo de un Bayamo mítico, casi romántico, que la guerra de independencia incineró por voluntad de sus pobladores, pero cuando estos hombres crecieron y maduraron, fue una ciudad exitosa económicamente, de amplias y soberbias mansiones, con un desarrollo cultural y social solo superado por La Habana y al nivel del de Camagüey o Santiago de Cuba. Era usual entonces que las familias hicieran sus vidas sociales en cenas, fiestas, excursiones y recepciones; y, en el caso de Bayamo, a partir de la década de los cincuenta del siglo XIX, estas veladas se combinaron con el creciente odio a la conducción de la Metrópoli.
Crecía entre los bayameses un sentimiento separatista que ya había desbordado el germinal criollismo para gestar un fuerte credo independentista y republicano. Hombres como Perucho, Carlos Manuel, Francisco Maceo Osorio y Francisco Vicente Aguilera, entre otros, acomodados, cultos y apasionados cubanos, se convirtieron en el caldo de cultivo de la insurrección. Cuando llegó el momento de la conspiración independentista en 1867, Perucho debió avisar a Céspedes de lo que se tramaba en Bayamo. Este había tenido que trasladarse a Manzanillo por el destierro al que lo sometieron las autoridades coloniales, debido a sus diversos conflictos con las mismas (antes fue desterrado a Santiago de Cuba y Baracoa), alimentados por sus manifiestas posiciones libertarias, que no ocultaba demasiado. En ese año, las logias masónicas sirvieron de vehículo encubridor de la conspiración en la mitad oriental de la Isla y tanto Perucho, en Bayamo, como Céspedes, en Manzanillo, eran venerables maestros de sus respectivas logias.
Según algunos testimonios, un día de septiembre de 1867, en casa de Perucho, alentados principalmente por este y Maceo Osorio (quienes habían superado un conflicto personal que duró años, pero que la necesidad de conspirar allanó), se reunieron algunas figuras de la sociedad bayamesa para crear el Comité Revolucionario de Bayamo. Se dice que, cuando entraron los conspiradores en la mansión señorial de los Figueredo, Perucho los recibió tocando al piano los acordes de su Marsellesa1 (como él mismo la llamaba). Esa reunión nocturna es considerada hoy por los historiadores como la simiente de las labores organizativas que dieron lugar, al año siguiente, a la revolución cespedista o guerra patriótica.
Una vez proclamado el Manifiesto del 10 de Octubre por Céspedes en su ingenio Demajagua y lanzados los patriotas al campo a combatir contra el ejército colonialista, los destinos de Perucho y Céspedes se estrecharon aún más. Perucho estuvo al lado de su amigo, ahora el jefe de la insurrección oriental, durante los ochenta y tres días del Bayamo liberado por las armas el 20 de octubre de 1868, cuando se convirtió en la capital de la revolución. En esa fecha es leyenda que Figueredo dio a conocer a los exaltados y eufóricos bayameses la letra de la melodía que ya todos entonaban (hasta el gobernador español la tarareaba a su hijo pequeño) y que, más tarde, se convertiría en el Himno de Bayamo y, con los años, en el Himno Nacional. Figueredo fue el asesor de las decisiones más radicales que tomó Céspedes durante aquellos días de júbilo por la efímera libertad que las tropas del conde de Valmaseda finiquitó en enero de 1869. Los bayameses dieron fuego a su ciudad, una señal inequívoca a las autoridades españolas sobre su resolución de independencia; comenzó para ellos un Vía Crucis al tener que refugiarse en los montes por años.
Cuando la manigua se convirtió en el hábitat de los patriotas, y durante las arduas negociaciones para unificar las huestes libertadoras, Céspedes y el joven Ignacio Agramonte, este último en representación del denominado Comité del Centro, sostuvieron cuatro encuentros previos a la Asamblea Constituyente de Guáimaro. Al lado de Céspedes siempre estuvo Figueredo y mucho debieron conversar entre ellos sobre la intransigencia del camagüeyano que no cesaba de repetir conceptos republicanos aprendidos en las aulas universitarias y con los que intentaba frenar lo que consideraba aspiraciones caudillistas o dictatoriales del bayamés.
Finalmente, Céspedes cedió terreno, se pudo realizar la Constituyente y lograr la unificación de las fuerzas. Del gobierno allí elegido por la Asamblea, Perucho formó parte como Subsecretario de la Guerra, con el grado de general, en ayuda de Francisco Vicente Aguilera, que ocupó esa cartera. En un interesante texto, el discurso de Fernando Figueredo Socarrás (quien fuera coronel ayudante de Carlos Manuel de Céspedes y luego, en la república, devenido historiador) ante la Academia de Historia de Cuba, expresó sobre Figueredo: “Perucho no se separaba de Céspedes, era su consejero e inspirador, su verdadero alter ego, y no había una resolución que no fuera consultada, si no aconsejada e inspirada por el general Figueredo”.
Existe una anécdota, confirmada por varios testimonios, acerca de los primeros días de la insurrección, entre el 10 de octubre y antes de la toma de Bayamo, posiblemente el 15 de octubre, cuando los españoles conformaron una comisión de ciudadanos notables para que se entrevistaran con los cabecillas levantados en armas y los disuadieran para que se entregaran. Primero, la comisión se entrevistó con Maceo Osorio, quien no les dio respuesta y la envió a Donato Mármol, que a su vez se excusó y la remitió a Perucho Figueredo. Este, que ya había recibido instrucciones de su amigo Carlos Manuel, les dijo con firmeza: “Digan ustedes a Mármol y a Maceo Osorio, ya que ellos exigen que resuelva yo la situación, que depongan ellos su actitud, que yo, al frente de los míos, me uniré a Céspedes y con él he de marchar a la gloria o al cadalso”. Ante esta respuesta, la comisión decidió disolverse e incorporarse a la insurrección.
Perucho cumplió con su palabra, en el verano de 1870, muy enfermo, fue apresado por una guerrilla española y fusilado en Santiago de Cuba el 17 de agosto de 1870. Casi cuatro años más tarde, el 27 de febrero de 1874, Carlos Manuel de Céspedes, ya depuesto de la presidencia de la República en Armas, solo, abandonado y carente de la protección del Ejército Libertador que él fundó, cayó enfrentado a tiros con una columna del batallón Cazadores de San Quintín, en el pico de una montaña de la Sierra Maestra.
La amistad entre estos dos hombres pertenece a lo mejor que se pueda hallar, revisando toda la historia cubana, acerca de la fraternidad y la lealtad en situaciones extremas. Fueron amigos desde niños y nunca desmintieron su hermandad ni ante la grave posibilidad de la muerte.
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Nota:
1 Se refiere a La Bayamesa, actual Himno Nacional de Cuba
Excelente artículo!