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En apenas 48 horas, Melissa se transformó de una tormenta moderada en un bestial huracán de categoría 5, en la escala Shaffir-Simpson, todo un fenómeno que la ciencia atmosférica atribuye a las consecuencias del cambio climático.
Un estudio de atribución citado por el periódico español El País y realizado por el Instituto Graham de Cambio Climático y Medio Ambiente del Imperial College de Londres lo confirma sin rodeos: Melissa fue cuatro veces más probable debido al calentamiento global provocado por la actividad humana. ¿La razón? La temperatura media global es hoy 1,3 °C más alta que en la era preindustrial, y eso convierte al océano en una caldera perfecta para incubar monstruos meteorológicos.
“El cambio climático provocado por el hombre claramente hizo que el huracán Melissa fuera más fuerte y destructivo”, declaró Ralf Toumi, director del Instituto. Y no se quedó ahí: “Estas tormentas serán aún más devastadoras en el futuro si seguimos sobrecalentando el planeta con la quema de combustibles fósiles”.

Vientos más rápidos, daños más letales
Los datos del estudio son tan contundentes como alarmantes. Comparado con las condiciones preindustriales, Melissa generó vientos un 7 % más veloces al embestir a Jamaica con velocidades sostenidas de entre 280 y 300 kilómetros por hora.
Si el planeta alcanza los 2 °C de aumento —el límite que el Acuerdo de París intenta evitar—, la velocidad del viento en huracanes similares podría aumentar otros 2,1 metros por segundo.
Para ponerlo en perspectiva: entre 2025 y la era preindustrial, el incremento ya fue de 5,3 metros por segundo. Y cada metro por segundo extra es una casa menos, una vida más en riesgo, una economía más devastada.
Un espejo de la desigualdad climática
Melissa no solo fue una tormenta. Fue un espejo de la desigualdad climática. “Es un recordatorio de cómo funciona la injusticia climática”, señaló la doctora Emily Theokritoff, una de las autoras del estudio.
Mientras los países que menos han contribuido al calentamiento global —como muchas naciones caribeñas— sufren sus peores consecuencias, las grandes potencias siguen quemando petróleo como si no hubiera mañana.
Jamaica, por ejemplo, apenas emite el 0,02 % de los gases de efecto invernadero del planeta. Sin embargo, fue uno de los territorios más golpeados por Melissa.
Cuba, otro de los países más duramente castigados por el meteoro, ocupa el número 101 del ranking de países por emisiones de CO2 formado por 184, en el que se ordenan de menos a más contaminantes, según el portal Datosmacro.com.
El océano, una olla a presión
En 2024, la temperatura de la superficie oceánica batió récords, lo cual es el combustible perfecto para huracanes como Melissa. Las aguas más cálidas alimentan las tormentas, las aceleran, las hacen crecer más rápido y más fuerte. Es como si el mar se hubiera convertido en un laboratorio de destrucción, alimentado por las emisiones humanas.
Los científicos advierten que este patrón se repetirá. Huracanes más rápidos, más intensos, más impredecibles. Y con cada grado que sube el termómetro global, la probabilidad de que surjan más “Melissas” se multiplica.
¿Y ahora qué?
La pregunta no es si vendrá otro Melissa. La pregunta es cuándo, dado el propiciatorio escenario actual, en el que se continúan quemando combustibles fósiles, mientras los compromisos climáticos quedan en papel mojado y los países ricos no asumen su deuda ecológica dados sus sistemas energéticos altamente contaminantes desde la revolución industrial de fines del siglo XVIII.
Melissa fue una advertencia. Obtuvo la categoría de ser el tercer huracán más intenso jamás registrado en el Caribe, solo detrás de Wilma (2005) y Gilbert (1988). Melissa arrasó con islas enteras, dejó al menos 50 muertos y generó pérdidas que podrían alcanzar los 20 mil millones de dólares. Pero más allá del desastre, lo que dejó al descubierto fue una verdad incómoda: el cambio climático está poniendo más musculatura en cada tormenta.
En el ejercicio del Imperial College, los investigadores también coligieron que si la temperatura promedio del planeta alcanza un aumento de 2 °C ―que es la meta del Acuerdo de París—, la velocidad del viento para un huracán similar aumentaría 2,1 metros por segundo. Entre 2025 y antes de la revolución industrial, el incremento fue de 5,3 metros por segundo.
La COP 30 a las puertas
En menos de dos semanas comenzará en la ciudad brasileña de Belém la Conferencia de Cambio Climático de Naciones Unidas (COP30), en la que los países deberán finalmente perfilar las reglas del juego para cumplir el Acuerdo de París, del que Trump también ha decidido retirar a Estados Unidos, país al que le ha amputado funciones clave de sus servicios satelitales de pronósticos atmosféricos.
“Aunque para cuando se realice la COP30, a mitad de noviembre, el país aún seguirá formalmente vinculado — pese a que el republicano lo anunció tras llegar al poder, toma un año que se haga efectivo— lo más seguro es que no envíen a ninguna delegación a la cumbre en Belém. En la COP30, entonces, se medirá qué tanto pueden maniobrar las naciones sin el liderato o el bloqueo de un país que, históricamente, ha emitido el 20% de los gases que causan el cambio climático”, opinó el artículo de El País.
 
			 
                                                                                                                                                                                                            
 
		














