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Por sus venas, entre tantas, corre sangre canaria y también africana, pero en mucha menor medida que la primera. “Me hubiera gustado tener más”, lamenta Silvio Rodríguez Domínguez (San Antonio de los Baños, 1946) y se rinde ante los prodigios de la ciencia mientras la genetista Beatriz Marcheco le va mostrando las huellas y fantasmas de su pasado, en el que comparte con el hombre de Neandertal el gusto por el chocolate amargo.
Este artífice del idioma y dueño de imágenes poderosas e insólitas en sus cientos de canciones, sin embargo, solo atina a decir ante tanta maravilla: “Fascinante, fascinante”.
Y no es para menos. Embelesado, el autor de “Ojalá” tenía ante sí los anales de su historia personal, un espejo retrovisor que hacía vagar su mirada a lo largo de un expediente genético que hunde sus raíces en 18 generaciones y unos 500 años, con el que un Borges, por ejemplo, tan entregado a la metaficción, habría rabiado de felicidad, al saberse indagado hasta los tuétanos del linaje y del tiempo.

Filmar con pies de gato: Gil y Ruta ADN Cuba
La genealogía del cantautor está contenida en uno de los seis capítulos de Ruta ADN Cuba, primera temporada de una serie dirigida por el cineasta Alejandro Gil, heredada de su colega y amigo Ernesto Daranas, que documenta el levantamiento del mapa genético de personalidades cubanas y lo cruza con sus experiencias vitales en un ejercicio de memoria, identidad e introspección emocional.
Gil, quien en 2018 se consagró con la película Inocencia, puso frente a la lente a Osvaldo Doimeadiós (actor), Silvio Rodríguez (cantautor), Mireya Luis (ex voleibolista), Zuleica Romay (investigadora), Roberto Diago (artista de la plástica) y Nelson Aboy (antropólogo).
“Fue un trabajo arduo, súper duro. No pueden imaginar cuán difícil”, confesó Gil al dirigirse al auditorio de la sala Chaplin, donde el pasado jueves 28 de agosto tuvo lugar la proyección del audiovisual, de una hora de duración, y que es una coproducción entre el Instituto cubano del Arte e Industria Cinematográficos Icaic, el Centro Nacional de Genética Médica y el Ministerio de Cultura.
Autor también de filmes como La pared (2006), La emboscada (2015) y AM-PM (2023), por estos meses Gil está inmerso en la ejecución de su largo Teófilo, una ficción sobre el legendario boxeador Teófilo Stevenson (1952-2012), cuyas escenas en Moscú fueron recientemente filmadas.
“Tratamos de no cortar nunca a la doctora, para que se comprendieran sus explicaciones científicas y por eso se hicieron los planos largos”, explicó el cineasta, quien para no interrumpir el discurso de la especialista ideó un sistema de señales con su equipo de trabajo para que el movimiento de las cámaras, el control de la luz y la arquitectura sonora de las escenas transcurriera en una burbuja de silencio técnico.
“Son historias de vida que crean una empatía con el público extraordinaria y el cine las hace tener una luminosidad tremenda”, sentenció, y agradeció la colaboración de los protagonistas de la serie, a quienes calificó de “seres maravillosos”.

El ojo clínico: La Dra. Marcheco
“Conversemos con Silvio, el muchacho del río Ariguanabo, allí donde generaciones atrás llegaron sus ancestros y se enraizaron”, invita la Dra. Beatriz Marcheco Teruel, conductora del documental, parapetada frente a un paisaje casi idílico si no fuera por la contaminación de la vía fluvial que Silvio evoca en algunas de sus canciones.
A sus 53 años, la investigadora es una profesional de alto perfil en constante expansión académica. Dirige el Centro Nacional de Genética Médica en La Habana, que es Centro Colaborador de la OPS/OMS para el Desarrollo de Enfoques Genéticos en la Promoción de Salud; además de ser médica en ejercicio y especialista en genética clínica.
La disciplina se ocupa del estudio de las enfermedades hereditarias dentro de una familia y de aquellas otras que, no siendo hereditarias, son causadas por alteraciones en la secuencia del ADN o ácido desoxirribonucleico, una macromolécula que contiene la información genética fundamental para el desarrollo, funcionamiento y reproducción de todos los seres vivos y algunos virus.
Marcheco ha conducido también investigaciones importantes en el campo genético en la isla, como la que rastreó las causas hereditarias de las discapacidades, o la creación del Registro Nacional de Gemelos, concluida en 2006.
Un inesperado y doloroso evento decidió su pasión por la genética humana. Casi al concluir sus estudios de Medicina, supo que su madre padecía el Síndrome de Usher, una rara enfermedad genética que provoca la pérdida progresiva de la visión y la audición. “Esto se convirtió en un desafío para mí… prevenir, curar o, por lo menos, ayudar a estas personas para que transiten por la vida con el menor trauma posible”, contó en su día a la prensa.
Entre 2018 y 2021, la científica se enroló en el equipo de Cuba Indígena, un proyecto emprendido y dirigido por el fotógrafo español Héctor Garrido, con el acompañamiento del Doctor Alejandro Hartmann, historiador de la ciudad de Baracoa; Julio Larramendi, fotógrafo y creador visual, y el sociólogo Enrique Gómez.
Marcheco Teruel estuvo a cargo de la realización de pruebas genéticas a 27 familias con ancestralidad amerindia en la región oriental de Cuba.
Recuerdos lejanos: “Yo soy de donde hay un río” y el abuelo Félix
Teniendo como moderadora a la doctora Marcheco, el audiovisual registra el intercambio de recuerdos entre Silvio y Giraldo Alayón, natural de San Antonio de los Baños, y el más longevo amigo del artista.
“Nada, hace 74 años que nos conocemos. ¡Auxilio!”, dijo a cámara entre risas Alayón, biólogo de profesión y un defensor, desde los años 80, junto al compositor, del ecosistema del río Ariguanabo, hasta que al fin, en septiembre de 2018, luego de una década de esfuerzos y papeleos, nació legalmente la Fundación Ariguanabo para la conservación de la vía fluvial y su entorno.
Sin duda, durante la infancia de ambos el río era —y aún debe ser— el personaje principal de la comarca. Ambos evocaron sus primeras escapadas clandestinas a nadar —por aporte de uno de sus tíos, Silvio ya sabía y enseñó a su amigo—, también pescaban y jugaban a la pelota en un “campito” al fondo de la casa natal del cantautor, en la calle Caridad 2 y medio, donde Alayón “espera que algún día” coloquen una placa que recuerde el nacimiento allí del célebre músico cubano.

No faltaron en la conversación jugosos episodios. Uno de ellos, la despavorida huida de Silvio ante la aparición de un araña peluda —“era del tamaño de una gallina”— cuando se arrastraba por una estrecha galería en una de las cuevas del lugar; o la imponente presencia del abuelo materno del artista, Félix María Domínguez, a quien Alayón recuerda como “un patriarca”, con mostacho encanecido y aires semejantes al general Calixto García, vestido de blanco, dominando en silencio la escena hogareña desde su quieto sillón.
“Mi abuelo fue torcedor…mascaba tabaco. Y se hacía sus mascadas”, recuerda Silvio en el documental.
La familia del músico fue una de tantas que trabajaron en la industria del tabaco. Su abuela materna, María León, su madre, Argelia, y sus tías ejercieron como despalilladoras (quitaban la vena central de las hojas de tabaco), y los hombres como torcedores.
Silvio narra el encuentro que tuvo Félix, siendo niño, en una bodega de Tampa, con José Martí, en uno de los viajes que desde Nueva York realizó el líder revolucionario en los comienzos de la década de 1890 para reunirse con los tabaqueros, una de las bazas del proyecto independentista y republicano.
En la canción “Yo soy de donde hay un río” (Décimas a mi abuelo) el poeta quiere “echarse” en “en su misma fosa, sin oración y sin losa”, con la certeza de las pertenencias del patriarca tabaquero, “su silla, su cuchillo, su mascada y su corona Nevada, cual sé también su rodilla”.
El Olivette
Las pesquisas llevadas a cabo por el equipo de la doctora Marcheco descubrieron otro dato interesante en la vida de Félix María: que en 1908, ya con 21 años, fue pasajero, junto a su padre, Francisco Domínguez, del vapor Olivette, rumbo a Estados Unidos.
Botado al agua el 15 de julio de 1887, la nave fue utilizada por José Martí en sus frecuentes viajes a Cayo Hueso. En la primera de esas travesías, el vapor fue engalanado con banderas cubanas y una banda de música a bordo tocó el himno de Bayamo.
Pero hay más. Fue el Olivette el buque que llevó como parte de la correspondencia entre Estados Unidos y Cuba, la orden de alzamiento para el 24 de febrero de 1895 enviada por Martí a Juan Gualberto Gómez, uno de sus hombres de confianza y Delegado del Partido Revolucionario Cubano en la isla.
En 1918 el buque encalló a 8 millas al este del puerto de La Habana, debido a la marejada y la neblina. Todos los intentos por desencallarlo fueron infructuosos y finalmente se hundió a un centenar de metros al norte de Punta El Judío, en la margen occidental de la playa de Bacuranao, frente a la actual Academia Naval Granma, en La Habana del Este, donde todavía se encuentra.
La doctora Marcheco invitó a Silvio, junto a su familia, a visitar el pecio, que reposa sobre el lecho marino a unos 15 metros de profundidad. “Bueno, hemos sobrevivido”, dijo el cantautor riendo, ya una vez en tierra y todavía arropado con un traje de neopreno.
Una estilográfica con rojo aseptil
El audiovisual de Gil grabó otras escenas conmovedoras. En una visita a los Estudios Ojalá, la genetista se interesó por un cartapacio y una estilográfica que descansaban sobre un piano.
“Esa pluma me la regaló Vicente Feliú [1947-2021] cuando yo me iba en el Playa Girón, y con esa pluma escribí todo lo que escribí”, rememoró Silvio, aludiendo a su aventura en el barco pesquero donde se enroló en 1969.
La experiencia se extendió hasta enero de 1970, durante la cual compuso de un tirón 62 canciones, algunas que luego se convirtieron en clásicos como “Ojalá”, “Resumen de noticias”, “Cuando digo futuro” y “Playa Girón”.
A Vicente, quien poco después sería otro de los fundadores del Movimiento de la Nueva Trova, lo conoció cuando ambos cursaban el bachillerato. “Yo en la escuela nocturna y él en la diurna, en La Habana”. Sus vidas se separaron por tres años. Silvio entró en el ejército como recluta y Vicente se fue al campo a la cosecha de café. Al reencontrarse, ambos componían canciones acompañados de la guitarra.
“Por cierto, no era tinta lo que tenía la pluma, porque no había tinta; era rojo aseptil”, recuerda el trovador, cuya estilográfica viajó con ambos a la Angola de 1976, apenas unos meses después de que Cuba asentara allí a un cuerpo expedicionario para frenar la invasión sudafricana a las puertas de Luanda, episodio que un inmejorable García Márquez describe en el reportaje Operación Carlota, publicado en 1977 en la revista Tricontinental.
“Los dos trabajamos con esa pluma”, rememoró Silvio, quien también es dibujante y comentó a la doctora la jirafa observada por ella que desde suelo angolano pintó para su hija Violeta, por entonces una niña.

Música, poesía y decencia
Cuenta Silvio que la decencia era un valor importante en muchas familias de la época. “Se hablaba de ser decente, de tener un comportamiento social correcto y de ser considerado con los demás”.
De Dagoberto, su padre, recibió “el amor por la lectura”, pese a que era un hombre de educación rudimentaria, “pues desde niño trabajaba en el campo”, aunque “siempre tuvo un gran interés por los libros y la literatura. Le gustaban mucho el teatro y la poesía, y por él conocí la poesía de Martí y Guillén; un hombre con apenas el segundo grado, que disfrutaba leyendo poesía profunda”.
Del lado materno, el legado principal era la música. “Todos en la familia de mi madre eran músicos, empezando por mi abuela María, que cantaba en casa canciones antiguas como ‘El colibrí’, una tonada que yo canté mucho y que aprendí de ella y luego de mi madre”.
Argelia Domínguez formó un dúo junto a su hermana Orquídea cuando eran adolescentes y participaron en actividades culturales del pueblo. Sin embargo, los prejuicios sociales de la época dificultaron que continuaran su carrera artística, algo que no sucedió con los varones de la familia, quienes fundaron grupos musicales como el Jazz Mambo Beat.

Chocolate amargo, Eusebio Leal y un hombre martianamente cosmopolita
En el informe genealógico obtenido de una muestra de saliva, se establece que Silvio Rodríguez posee en su ADN 291 secciones heredadas del hombre de Neandertal, algunas relacionadas con características físicas y fisiológicas como la facilidad para sonrojarse o la capacidad para sudar durante el ejercicio.
Tal herencia remite a nuestros ancestros lejanos y evidencia cómo fragmentos de esa antigua línea genética siguen presentes y afectan rasgos actuales. Entre estas peculiaridades, en su caso, destaca el gusto por el chocolate amargo, un rasgo que lo emparenta —de forma metafórica— con esos hombres que vivieron hace unos 400 mil años hasta su extinción hace alrededor de 40 mil años.
Además, Silvio tiene una predisposición genética para el oído musical, capacidad que le permite escuchar y reproducir melodías con gran fidelidad. Esta habilidad remite a una conexión profunda con su herencia familiar, en especial con su madre y su abuela, quienes tenían una notable musicalidad que influyó en su formación artística desde la niñez.
Un dato curioso y significativo es que el músico tiene un ancestro común con el historiador Eusebio Leal (1942-2020), con quien sería primo quinto, compartiendo un abuelo aproximadamente 180 años atrás, en la sexta generación.
“No me extraña. Y estoy seguro de que a él no lo hubiera extrañado tampoco. Éramos muy cercanos”, comentó el cantautor recordando al historiador de La Habana, cuya afanosa obra de restauración del patrimonio colonial y republicano devolvió a la capital buena parte de su majestuosidad perdida.
En cuanto a su origen genético, 87 % de la información genética de Silvio proviene de Europa, en especial de España y Portugal, con una fuerte presencia de linajes de las Islas Canarias y las Azores. También posee 4 % de ADN africano, principalmente de África occidental, y una pequeña proporción proveniente del norte de ese continente y otras regiones del mundo, lo que refleja su herencia multicultural y multiétnica.
El linaje materno de Silvio está marcado por la rama H4A1, que surgió hace unos 8 mil 500 años en Europa, vinculando su historia genética con regiones del Cáucaso y del llamado Viejo Mundo.
A través del cromosoma Y, su linaje paterno pertenece a la rama RL51, común en hombres europeos y relacionada con figuras históricas como el rey Niall de Irlanda, que gobernó en el siglo V, reflejando una conexión con culturas antiguas que se extiende hasta los vikingos. “El aventurero me llegó por ahí seguro”, aseguró en el documental con un toque de humor.
Luego de escuchar el informe genético de boca de la doctora Marcheco, confesó que le ocasionaba “un poco de miedo”, “porque me pienso diferente”, aunque ponderó que la información era “fascinante”.
“Veo que en todos los sentidos también somos el resultado de muchas cosas. Estamos tan emparentados que no lo sabemos. Y deberíamos llevarnos mejor, ¿verdad?”, agregó el trovador, corroborando su identidad universal y apostando por el entendimiento y el diálogo como necesidad civilizatoria.
“Realmente uno es cosmopolita, como decía Martí”, recordó al citar a uno de sus paradigmas.
Primeras consecuencias: los cromosomas saltan a la partitura
El descubrimiento de su álbum genealógico no solo ha sido una oportunidad de asombros y reinterpretaciones, sino un cauce para la composición.
En la carrera musical de Silvio aparecen partituras para cine tan temprano como 1968 con “Al sur de Maniadero” (documental); “Columna Juvenil del Centenario” (1970) y “República en armas” (1974). También su sello está, entre otras producciones, en “Como la vida misma” (1985) y en un par de temas que se convirtieron en clásicos, tanto de su música, como del cine nacional: “El hombre de Maisinicú” (1973), y “Balada de Elpidio Valdés”(1979).
Ignoramos si para este sexto capítulo de la serie Ruta ADN Cuba ya el creador nacido a las 4.30 de la madrugada del viernes 29 de noviembre de 1946 tenía premeditado componer su banda sonora, sea antes o después de los resultados de laboratorio.
De cualquier manera, la música, en este caso, es una discreta compañera de viaje de la narrativa del documental, pero —y eso lo ignora el espectador, lamentablemente— es resultado de una “subjetividad científica”, si es que el término es capaz de defenderse del oxímoron. Así lo cuenta el propio autor en exclusiva a la periodista y editora Mónica Rivero vía WhatsApp.
“De cada cadena de ADN puede extraerse una melodía, a partir de notas e intervalos, así que hice la música para el capítulo con los intervalos de mi propio código genético. Diría que tiene que ver conmigo. Sobre todo cuando lo organicé y le puse armonía, porque antes de eso es algo puramente melódico. Lo llamé —qué otro nombre— ‘ADN’ ”.

Post Scriptum
Unos instantes antes de la proyección, una efusiva funcionaria del Icaic llamó al artista al micrófono. “¿Qué espera Silvio Rodríguez de esta obra de arte?”, le disparó a mansalva.
“Yo espero que sirva para algo. Sencillamente. Gracias”, respondió Silvio, jocosamente ríspido, intentando escapar de la vanagloria de su genio y el peso abrumador de su nombre.
que idea formidble, lo mejor para esta iniciativa.