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Inicio Cuba Ciencia Salud

La fatal limitación de la conspiranoia

por
  • Redacción OnCuba
    Redacción OnCuba
octubre 12, 2014
en Salud
1

OnCuba recomienda este texto de Daniel Flichtentrei, publicado en la revista Anfibia

 

Ya son más de 1500 los muertos por el ébola. Pero la enorme conmoción en la prensa responde más al temor de que afecte a los más favorecidos, que a la solidaridad con los marginados. Prejuicios de diversa matriz entorpecen la lucha contra el brote. Costumbres ancestrales que los médicos tratan de desbaratar, como bañar los cadáveres antes de enterrarlos, en Liberia o Congo. Y peligrosas posturas anticientíficas en las clases progresistas de las urbes capitalistas occidentales. Una enfermedad es, siempre, una síntesis entre biología y cultura.

 

Lo que más ha estimulado la preocupación mundial por el Ébola quizá sea su capacidad de llegar al lado rico de la civilización. Pero la difusión del virus, así como su altísima mortalidad, no serían replicadas con la virulencia de sus lugares de origen. Los recursos disponibles para el aislamiento, diagnóstico temprano y tratamiento marcan una diferencia tan enorme (y vergonzosa) que, casi podría afirmarse, se trata de dos enfermedades diferentes. Sin embargo, prejuicios de diversa matriz entorpecen la lucha contra el brote, tanto en pequeños pueblitos de África como en modernas ciudades capitalistas de este lado del mundo. Ignorancia, pensamientos anticientíficos y preconceptos no afectan sólo a cierta parte de las civilizaciones lejanas de Monrovia sino que, con otros fundamentos, están presentes en una  clase urbana, progresista, y con ínfulas intelectuales.  

Al mismo tiempo, la enorme conmoción reflejada en la prensa responde más a la temida posibilidad de que afecte a los más favorecidos, que a la solidaridad con los marginados. En esos países saben que la mejor forma de protegerse a sí mismos es ayudar a las regiones afectadas a controlar el brote antes de que salga de allí. Pero el grado de padecimiento y mortalidad de una patología no depende solo de sus condiciones biológicas sino de la articulación de éstas con los contextos de aparición. Una enfermedad es siempre una síntesis de biología y cultura.  

La voluntad  

Meliandou es una villa perteneciente a la prefectura de Guéckédou en la región de Nzérékoré en el sudeste de Guinea. Amigos que trabajan en la zona me cuentan que las casas son precarias y las calles, de tierra o de lodo durante la temporada de lluvias. Gran parte de la vida se desarrolla por fuera de las chozas minúsculas y asfixiantes donde viven familias numerosas. Las personas se juntan en pequeños grupos en mercados o en las plazas y conversan. Desde hace un tiempo el tema es siempre el mismo: el Ébola.  

En esta zona, grupos internacionales de profesionales sanitarios trabajan en condiciones a veces lamentables, sin descanso, intentando desbaratar falsas creencias y poniendo en riesgo sus propias vidas. Hace pocas semanas, el virólogo Sheik Umar Khan, responsable de uno de los mejores centros de África Occidental, el experto más reconocido en el tema, considerado un héroe nacional en Sierra Leona, declaraba: “temo por mi vida, los trabajadores sanitarios somos candidatos a enfermar, ya que somos la primera escala para alguien que está enfermo. Incluso con el traje protector completo, estás en riesgo”. Hoy está muerto.  

Si sumamos el estrés, la baja moral tras perder a numerosos compañeros, la escasez de recursos, el calor que impide trabajar en condiciones con los trajes de plástico y el rechazo social a su labor (han sido amenazados en varias ocasiones porque se cree que son responsables de la introducción de la enfermedad o que tratan de robar sangre y órganos), se completa una combinación muy poco favorable para combatir al virus más mortal.

Ya se han contagiado más de 250 trabajadores de la salud, de lo cuales ya han muerto 130. La mayoría de los hospitales han sido cerrados y se dice que hay cadáveres en las casas y en las calles. El transporte aéreo y marítimo está suspendido lo que complica aún más la llegada de ayuda humanitaria y hace prever hambrunas por falta de alimentos. En esa ciudad trabajaba el sacerdote español Miguel Pajares evacuado a Europa donde falleció pocos días más tarde.  

El virus del río  

En las costas del río Ébola (República Democrática del Congo, ex Zaire) en 1976 se identificaron, por primera vez, a un virus y a la grave enfermedad infecciosa que tomó su nombre. No se sabe qué causa la enfermedad en los seres humanos, pero las tasas de mortalidad han oscilado entre 25% a 90%.  

El virus se propaga mediante la transmisión de persona a persona y la enfermedad consiste en un cuadro clínico infeccioso agudo, febril, con quebrantamiento severo del estado general, cefaleas, diarrea, vómitos, dolores de garganta y articulares, erupciones en la piel, fallo renal y hepático y, en algunos casos graves, complicaciones por hemorragias.  

A principios de 2014, resurgió en una región remota de Guinea, cerca de las fronteras con Sierra Leona y Liberia. Llegó a Congo. Desde entonces, la epidemia ha crecido de forma espectacular infectando a más de 2000 personas y matando aproximadamente a 1000. Son países con pocos recursos para hacer frente a la malaria, tuberculosis, SIDA y otras enfermedades endémicas, causantes de la mayoría de las muertes en esa región.  

Peor que el virus  

En Meliandou casi nadie cree que el virus, los murciélagos de la fruta y la extrema miseria sean la causa del brote que todos los días mata a alguno de sus familiares o vecinos. Están seguros: el gobierno corrupto ha traído la enfermedad. Y los extranjeros, en especial el personal sanitario, son enemigos sin respeto por sus costumbres ancestrales y tienen el claro propósito de hacerles daño. Lo que ven es interpretado por lo que creen. Entonces, encuentran por todas partes señales para confirmarlo. La conspiración es un hecho. Los argumentos de quienes intentan desarticular esa trama no son escuchados, ni creídos, ni comprendidos. Una regla básica de la epidemiología indica que cualquier “factor de riesgo” al que se expone una población, señalará rápidamente –como una flecha envenenada- a los sectores más vulnerables. Las víctimas, no importa de qué enfermedad, suelen ser siempre las mismas.  

En el caso del actual confluyen motivos de diversa índole. Las fronteras son porosas y el movimiento entre países constante; la infraestructura de atención de salud es inadecuada, los trabajadores sanitarios y los suministros esenciales -incluyendo el equipo de protección personal- son escasos. Las prácticas tradicionales, como bañar a los cadáveres antes del entierro facilitaron la transmisión del virus. La epidemia se ha extendido a las ciudades, y así se multiplicó la posibilidad de los contactos. Muchos centros carecen de productos tan necesarios y básicos como guantes y batas, en otros escasea el agua o el alcohol imprescindibles para la higiene. Algunos hospitales tienen salas abiertas con docenas de camas amontonadas en las que a veces se hace necesario ubicar a más de una persona en cada una; allí cualquier intención de aislamiento preventivo resulta imposible. Finalmente, décadas de conflicto y de corrupción dejaron a las poblaciones desconfiadas de los funcionarios del gobierno y de todas las figuras de autoridad, incluidos los profesionales de la salud. En Meliandou mucha gente sostiene la idea de una conspiración extranjera. Ven a los agentes internacionales de salud como los responsables de haber traído la enfermedad. Hombres y mujeres se pasan el rumor y esconden a los enfermos para que no puedan ser aislados. En ocasiones, los más exaltados, agreden al personal sanitario que recorre la zona. Impiden el tratamiento de los cadáveres y los sustraen para someterlos al rito de lavado con lo que diseminan el virus. Muchos de los fallecidos eran amas de casa: probablemente se contagiaron cuidando de sus familiares en sus propias viviendas de manera clandestina o preparando su entierro de acuerdo a las tradiciones sin tomar las mínimas precauciones en las que no creen.

 Existen razones biológicas y ecológicas bien conocidas que explican la emergencia de un brote infeccioso pero, sin lugar a dudas, son las razones sociopolíticas las que determinan el curso evolutivo de su repercusión. Guinea, por ejemplo, es uno de los países más pobres del mundo; está en el puesto 178 de los 187 países en el Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas (detrás de Liberia y de Sierra Leona). Más de la mitad de los guineanos viven por debajo del umbral de pobreza y cerca del 20% vive en la pobreza extrema. La región ha sido saqueada sistemáticamente:el bosque diezmado por la tala rasa, dejó a su región forestal convertida en una zona árida. El ambiente se modificó de tal forma que muchas de las enfermedades transmitidas por animales (zoonóticas) alteraron su desarrollo habitual.  

Si la enfermedad llegara a Latinoamérica, en especial a las regiones más desfavorecidas en todo sentido, la situación podría ser muy diferente a la de los países más desarrollados.  Tomando en cuenta experiencias previas (cólera, dengue, etc.) resulta evidente que el control sanitario no puede lograrse sin la participación comunitaria. Estamos en lo que se conoce como fase 0, (sin casos sospechosos), el momento preciso para emprender acciones de comunicación, toma de consciencia y educación preventiva comunitaria. La información responsable y la formación de hábitos higiénicos son en esta etapa una obligación de todos. Anticiparse a lo posible es una actitud inteligente. No significa alentar el pánico sino disponer razonablemente la prevención imprescindible, incluso si lo posible es por ahora remoto.  

Los remedios falsos y la ignorancia ilustrada  

El terror de muchos, la irresponsabilidad y la codicia de unos pocos y la ignorancia de casi todos han hecho proliferar remedios milagrosos. Conjuros y pseudomedicinas circulan a precios exorbitantes. Pero el desconocimiento no es exclusivo de las regiones marginales.  

Empresas internacionales promocionan productos “naturales” o suplementos alimenticios como agentes capaces de controlar el brote. La idea de que lo “natural” es siempre bueno, no solo es absurda sino peligrosa. Sin embargo, la ideología de “lo natural” es cultivada de un modo casi religioso por amplios sectores ilustrados de los países ricos. No es ninguna novedad. Ya ha ocurrido -y asombrosamente sigue ocurriendo- con otras enfermedades como el cáncer o el SIDA.  

Cada vez que se habla del Ébola en nuestro país, aparecen comentarios de quienes ejercen la sospecha como modo de pensamiento. Creen en una conspiración de la industria farmacéutica que dispondría de los remedios y de las vacunas pero las esconden para generar un clima de terror y un mercado ávido de sus productos. La idea es absurda, pero amplios sectores de personas educadas lo sostienen aunque no puedan demostrarlo.

Pese a lo que afirman los conspiranoicos, no existe un tratamiento específico para la enfermedad. Pero las medidas de reanimación con fluidos, el tratamiento de las complicaciones y el soporte vital logran reducir notablemente la letalidad. Unas pocas terapias sin licencia (no suficientemente estudiadas y sin aprobación de las agencias regulatorias) se han empleado con relativo éxito ante la falta de otros recursos (uso compasivo). Entre ellas, el “cóctel” de anticuerpos humanizados de ratón (“ZMapp”), demostró ser prometedor en los primates no humanos. Fue administrado a dos ciudadanos estadounidenses quienes fueron evacuados recientemente de Liberia a Atlanta, y ambos pacientes han tenido una mejoría clínica. La evaluación preclínica de varias vacunas también está en marcha y se prevé un desarrollado en los Institutos Nacionales de Salud de EE. UU. que entrará en un ensayo de fase I este año, en espera de una decisión de la Administración de Alimentos y Drogas (FDA).  

Los unos y los otros  

Mientras yo escribo -o usted lee- este artículo, cientos de personas ponen su voluntad al servicio de atenuar el daño en las poblaciones afectadas, abandonando la comodidad de sus lugares de origen, para ejercer la solidaridad aún a riesgo de sus propias vidas. Otros, investigan contra reloj para que la biología molecular les revele las claves del virus, sus puntos vulnerables a los fármacos y a las vacunas. Algunos, aprovechan la situación para vender falsos remedios apelando a falsas creencias. En las calles de Meliandou o de Monrrovia la pobre gente vela a sus muertos y mira con desconfianza al extranjero que vino para ayudarlos. A sus creencias erróneas les sobran los motivos, son la suma de experiencias desastrosas y de una ignorancia sistémica de la que no son responsables.  En las grandes ciudades del mundo desarrollado se alimenta el pánico a la invasión del virus desde otro continente. En la penumbra del bar de una librería en Palermo Hollywood una mujer de treinta y pico se sienta frente a un auditorio de adolescentes tardíos. Viste una túnica negra, tiene el cabello largo y lacio. Parece Morticia Adams. Enciende una vela artesanal y un par de sahumerios, huele a benjuí. Va a leer sus poemas en una ceremonia autocelebratoria. Antes, les pide a todos que se pongan de pie y se tomen de las manos en alto, y dice: “Somos la consciencia crítica del mundo, la fuerza que lucha por volver a la naturaleza. Enviemos nuestra energía para detener a la peste y a la conspiración de los mercaderes que esconden los remedios para aliviarla”. Una tontería, muestra de la ignorancia cómoda y hueca con la que algunos interpretan al mundo. Un mantra que les permite creer que hacen algo cuando no hacen nada; que son solidarios cuando no pueden salirse de sí mismos. Me conmueven las creencias erróneas de la gente de Meliandou porque les sobran las causas para tenerlas y porque pagan en sus propios cuerpos el precio de ese error. En Palermo Hollywood, en cambio, sostienen falsedades equivalentes, cuyo único motivo es el elogio de la conjetura, el ejercicio de la ignorancia sistemática y la arrogante verborragia de quien no arriesga nada y no sabe cerrar la boca. Ninguna teoría conspirativa estimula al cuidado, ninguna fantasía de curas milagrosas, ni la opinión sin fundamento de los idólatras de “lo natural” o los fundamentalistas de la sospecha ofrecerá alternativas si la enfermedad se extiende. Jamás en la historia social de las epidemias la medicina pudo por sí sola contener ninguna. Es hora de la vigilancia responsable, de la educación preventiva y de la solidaridad civil activa.   

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Comentarios 1

  1. el ambia says:
    Hace 11 años

    Ingenuos útiles.

    Responder

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