Cuba profunda

Foto: Wanda Canals.

Foto: Wanda Canals.

Buena parte de la riqueza que históricamente ha sostenido la economía de Cuba, sobre todo la agrícola (amasada con azúcar, café, minas) la aportan los llamados orientales, gente que vive en las faldas mismas de la Sierra Maestra (dobladillo empapado por el mar del sur), o encaramados en ella. Son paisanos generosos con el forastero, porque es pecado no replicar el gesto de la naturaleza que les da hogar, los alimenta, les hermosea la vida con escenarios soberbios… Esa vida tiene otro tempo y otro carácter, a veces de pasmo para el viajero: es en el Oriente cubano donde el surrealismo se vuelve rutina.

Allí viven pescadores con redes infinitas que cada mañana peinan el mar para arrancarle a la playa exhausta tres mochuelos. Y aun así, repetirán la dura maniobra ese “día siguiente” en el que siempre habrá más suerte.

También puede suceder que se cruce en tu camino un hombre con la cabeza emergiendo de un excusado, la forma más fácil de transportar a pie el tipo de letrina preferida en la región.

En lo más recóndito del lomerío, vive una guajira llana que una tarde me ofreció un café fuerte y dulce que le ordeña a las matas del patio y que procesó a pilón, de la manera más rudimentaria. Desde su taburete de palo y piel de chivo, con la punta de los pies apoyados en el piso de tierra apisonada de la habitación que la familia usa como sala, disertaba cómodamente acerca de los problemas de la Sierra con frases como “estrés hídrico”.

Y supe que, en el bohío vecino, en el corazón de la Sierra Maestra cubana, donde es imposible el cableado eléctrico, y el panel solar aún está en camino… vive Byron. “¡Byron, tate quieto! ¡Byron, muchacho, deja al caballo ya!”. En el bohío del pequeño Byron hay cientos de versos escritos sobre las paredes de tablas de palma. Entre ellos, mi favorito es aquel que, con galanura anticuada y atrevida a la vez, ofrece atención especial a la mujer divorciada en muy cómodos horarios vespertinos.

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