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En los canteros del fondo de la calle Sol No. 420, en La Habana Vieja, Sandra Sotolongo ha sembrado junto a sus alumnos mucho más que posturas de café, caña santa, orégano y maracuyá. Allí germina una visión de educación ambiental, comunitaria y transformadora entre los niños y jóvenes que se acercan. Ese espacio, conocido como Aula Ecológica, forma parte del proyecto de desarrollo local inSurGENTES, iniciativa que desde 2015 articula propuestas pedagógicas, ecológicas y feministas con un fuerte compromiso comunitario.
Contadora de formación, educadora popular por vocación y activista con una profunda sensibilidad ambiental y de género, Sandra ha transitado una trayectoria profesional singular por ámbitos tan diversos como la economía, la cultura, la educación y la gestión social y ambiental. Su trabajo y el de Alex Nistal, su compañero y codirector de inSurGENTES, fue reconocido en 2024 por la delegación territorial del CITMA de La Habana.

Madre de tres, desde hace casi una década ha volcado buena parte de su energía vital en inSurGENTES, proyecto que, aunque está enraizado en La Habana Vieja, busca ramificarse a través de sus semillas. A esta iniciativa ha dedicado los últimos años, combinando su experiencia en instituciones públicas, oenegés y colectivos comunitarios, con acciones y líneas de trabajo que enlazan la educación alternativa, el yoga infantil y la pedagogía Montessori.
En inSurGENTES, Sandra coordina otros programas clave como el Programa de Feminismos y Masculinidades, y una línea de sustentabilidad económica basada en la carpintería artesanal: producen bicicletas, juguetes y otros productos en madera. También lidera el Jardín de Cuba, un espacio enfocado en el desarrollo de las inteligencias múltiples y la implementación del método Montessori.
En medio de las complejidades del contexto cubano actual, inSurGENTES —impulsado por la tenacidad y el compromiso pedagógico de Sandra— intenta alcanzar sostenibilidad económica sin renunciar a sus principios, ni a su propósito de sembrar futuro en comunidad.

¿De dónde viene el nombre del proyecto?
Es una combinación de palabras: “in”, las personas dentro; “sur” y “gente”. Nos referimos a las personas del sur planetario, con su carga de vulnerabilidad y de lucha. También tiene un sentido de insurgencia, porque buscamos romper separaciones: entre ciudad y campo, entre escuela y naturaleza. Apostamos por una educación diferente, desde una filosofía de vida que en Cuba sigue siendo rara: como la Montessori o el aprendizaje a cielo abierto.
¿Cuándo y cómo surgió el proyecto?
Es herencia de más de diez años de trabajo. Comenzó alrededor de 2010, con el proyecto familiar Barrio Habana, que llevaba junto a Pável García, padre de mis hijos mayores. Trabajábamos desde el deporte —el futsal—, con enfoque en lo comunitario y medioambiental.
En 2015 solicitamos al Gobierno un espacio que estaba abandonado cerca de mi casa. Lo convertimos en lo que hoy es el Aula Ecológica: un jardín a cielo abierto donde cultivamos, enseñamos, compartimos con la comunidad. Es un oasis en medio de la ciudad. Así nació nuestro primer espacio verde, donde plantamos café, hierbas, y construimos una visión educativa abierta, intergeneracional y ecológica en la que hay espacio para niños, familias, ancianos.
¿Qué es el Aula Ecológica?
Le pusimos ese nombre porque queremos transmitir que una aula no necesita paredes: para nosotros el contacto con la tierra es un espacio legítimo de aprendizaje. Durante la pandemia, este lugar cobró aún más vida: las plantas medicinales, las hortalizas —orégano, cúrcuma, espinaca— fueron compartidas con la comunidad. Y los vínculos con otros huertos urbanos se fortalecieron.
¿Cómo fue el paso a constituirse como Proyecto de Desarrollo Local?
Ese cambio vino con la pandemia. Con las reformas legales que ocurrieron en Cuba en el sector no estatal, en 2022 fundé oficialmente el Proyecto de Desarrollo Local (PDL) inSurGENTES, junto a Alex Nistal. La legalidad nos permitió tener cuenta bancaria, contratar colaboradores, recibir donaciones. Pero para sostenernos económicamente decidimos crear una línea productiva: fabricar bicicletas y juguetes de madera. Esa parte financiaría el trabajo social del aula ecológica. Parte de las utilidades (el 35 %) se destina a sostener nuestras actividades sociales y educativas.

¿La experiencia de cultivar café también llegó en esta época?
Sí. Durante los cierres en la pandemia, comenzamos a cultivar café en el Aula Ecológica. Alex, que es fanático del café, recibió unas posturas que alguien le regaló porque ya no podía cuidarlas. Eran muy pequeñitas. Entonces dijo: “¿Y si las ponemos en el aula, ahora que tenemos tiempo para cuidarlas?”. Estábamos en plena cuarentena, y empezamos este proceso como quienes hacen investigación desde cero: ensayo y error. Éramos los primeros estudiantes del aula en ese momento.
Plantamos el café en medio de la ciudad. Las paredes del espacio —tres muros de 15 metros— ofrecían condiciones parecidas a las de una montaña. Allí apenas entraba sol directo, quizá dos o tres horas al día, lo justo para no dañar a la planta. Le pusimos mallas para filtrar la luz, incluso música… y se nos dio. Así empezó esta historia. Hoy seguimos cultivándolo como parte de esa filosofía de autosuficiencia y respeto por la tierra que queremos promover.

¿Y las bicicletas de madera?
La fabricación de bicicletas de madera no es nueva en el mundo, pero en Cuba es pionera. Lo asumimos como un reto técnico y también ecológico. Sin embargo, nos enfrentamos a muchas limitaciones: falta de piezas, dificultades para importar, trabas legales. No hay fabricantes nacionales de partes esenciales como frenos o pedales. Hemos avanzado gracias a la solidaridad y las donaciones, como la que recibimos del proyecto Lazos.
¿Qué otras dificultades han enfrentado?
Muchas trabas para importar materiales. Aunque la ley lo permite, los mecanismos no están claros: necesitamos divisas; las importadoras piden montos mínimos de 3 mil o 5 mil USD, que no podemos cubrir. Así que recurrimos a la solidaridad: donación de piezas, colaboraciones puntuales… Recién ahora, tras mucho ensayo y error, logramos reunir todas las partes para armar dos prototipos de bicicletas de madera.

¿Cuál es la proyección de esta línea económica del proyecto y cómo dialoga con los valores de inSurGENTES?
Las bicicletas no son para vender en masa. Queremos usarlas en experiencias turísticas ecológicas: recorridos por el centro histórico, paseos hacia playas cercanas, rutas vinculadas al buceo y a la limpieza de costas. El sueño es fabricar un stock de diez bicicletas para sostener estas actividades. Pero el reto sigue siendo mantener el equilibrio entre lo económico y lo comunitario: tenemos niños, familias, escuelas que se benefician de nuestros espacios de forma gratuita, mientras pagamos impuestos, salarios, arrendamientos…
A nivel comunitario, ¿qué impacto han tenido como PDL?
Nos enfocamos en actividades educativas gratuitas, en especial para niñas, niños y familias vulnerables. Las escuelas muchas veces carecen de materiales o de personal, y nuestros espacios sirven como complemento. Promovemos una educación diferente, sin autoritarismo, sin adultocentrismo. Una filosofía inspirada en Montessori, en Paulo Freire, en el respeto por la infancia y la creatividad.
Queremos que los niños vean el error no como fracaso, sino como parte del aprendizaje. Que valoren la colaboración por encima de la competencia. Estas son bases para un país más autónomo y creativo. Con la pirámide Montessori —que construimos en madera— queremos mostrar cómo un ambiente preparado puede transformar la relación de niñas y niños con el conocimiento.

Hablabas de otros espacios que vinculan a la comunidad cercana, como el Jardín de Cuba.
Sí. En 2023 abrimos el Jardín de Cuba, a una cuadra de la Plaza Vieja. Es un reto mayor: mantenerlo limpio, seguro, atractivo. Allí queremos integrar huerto urbano, método Montessori, arte, y actividades para potenciar las inteligencias múltiples en la infancia. Gracias a la cooperación y al proyecto LASOS, recibimos paneles solares, y desde 2024 entregamos casi el 100 % de la energía al Sistema Electroenergético Nacional (SEN).

¿Cuáles son los sueños para lo que queda de 2025?
Lograr sostenibilidad económica sin renunciar al impacto social. Queremos fortalecer el Jardín de Cuba como espacio educativo con una “pirámide montessoriana”, abrirlo a proyectos que desarrollen las inteligencias múltiples, mostrar que el error no es fracaso sino camino de aprendizaje. Que las niñas y los niños crezcan con creatividad, cooperación y conciencia ecológica.
Si deseas apoyar el trabajo comunitario de inSurGENTES, puedes hacer tu donación a través de este enlace.