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Ixchel Casado, fundadora de El Parqueo: “Quisiera que La Puntilla siga siendo nuestra casa”

Un proyecto nacido entre vecinos se transformó en un espacio gratuito al aire libre, donde el cine es la excusa para crear vínculos, compartir historias y revitalizar espacios urbanos.

por
  • Sergio Murguía
julio 24, 2025
en Emprendimientos
0
Proyección de "Mulán" en La Puntilla (2024). Foto: Tomada del perfil en Instagram de El Parqueo.

Proyección de "Mulán" en La Puntilla (2024). Foto: Tomada del perfil en Instagram de El Parqueo.

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Han pasado dos años desde que un grupo de jóvenes —la mayoría vinculados al cine— decidió transformar un antiguo parqueo en un espacio de entretenimiento al aire libre; un lugar en el que, al caer la tarde, se proyectaban películas animadas. Con el tiempo, el sitio, ubicado en La Puntilla, municipio Playa, justo frente al mar, atrajo a un público cada vez más numeroso que colmaba cada función.

En determinado momento, las proyecciones en La Puntilla no pudieron continuar, y El Parqueo comenzó a itinerar por distintos espacios de la ciudad, como un cine móvil. Allí donde llegan —un parque infantil, un centro cultural, un hangar, una azotea—, instalan y desmontan el tinglado con la experiencia de haber exhibido ya alrededor de una treintena de películas animadas. Este verano se han lanzado a proyectar cine cubano: lo han hecho con largometrajes como Conducta y Juan de los Muertos.

Cada proyección de El Parqueo se convierte en un evento social que el público, cada vez más amplio, asocia con un disfrute que trasciende el filme. El proyecto ha logrado construir una comunidad que reúne a distintas generaciones, aunque su público objetivo es el infantil.

El acceso es gratuito: solo hay que llevar, si se desea, “una silla y un amigo”.

Dos años de aprendizaje gigante

Todo comenzó cuando egresados de la Facultad de las Artes de los Medios de Comunicación Audiovisual (FAMCA), diseñadores y comunicadores sociales que trabajaban y creaban juntos se reunía con frecuencia en casa de Ixchel Casado. Ella vivía en el edificio contiguo al parqueo que nos ocupa en esta historia, en La Puntilla.

Al mismo tiempo, Ixchel hizo “clic” con uno de los niños de su edificio, Antuan. Lo veía jugar con sus amigos en el parqueo —era el ocaso de la pandemia— y se preguntaba qué podía hacer para ofrecerles algún entretenimiento novedoso, sin sacarlos de ese espacio. Decidió proyectar películas: reunió a sus amigos, sumó esfuerzos y entusiasmo de los vecinos, y pusieron manos a la obra.

“Todo sucedió muy rápido”, contó Ixchel a OnCuba. 

Ixchel Casado durante una proyección. Foto: Tomada del perfil en Instagram de El Parqueo.

¿Ha pasado rápido el tiempo para ti?

Es una sensación rara. No creo que el tiempo haya pasado rápido, sino que quizá nunca imaginamos que el proyecto se volvería algo tan serio como para celebrar un segundo aniversario.

Han sido dos años de mucho esfuerzo, intentando mantener la esencia de lo que es El Parqueo, pese a todos los cambios que hemos vivido internamente y en el país.

Imagino que la situación energética les ha alterado los planes más de una vez.

En el momento de la proyección, no. Nunca hemos tenido problemas con la electricidad durante una función, porque los apagones suelen ocurrir en horarios distintos a los nuestros. Pero sí nos ha afectado de forma colateral, porque interfiere con la vida cotidiana de cada miembro del equipo.

El pasado 14 de febrero, cuando había riesgo de apagón, gestionamos una planta eléctrica con amistades para evitar problemas. Al final no cortaron la corriente, pero estuvimos preparados.

¿Son propietarios del equipamiento?

Al principio no teníamos equipos; proyectábamos con lo que nos prestaban. Somos beneficiarios de la segunda convocatoria de emprendimiento del Fondo de Arte Joven, hace un año. Gracias a ello, hoy contamos con equipamiento propio para sostener el proyecto.

Lo único que no tenemos es pantalla, y no pedimos una porque nuestra idea es intervenir espacios públicos. Tal vez lo pensemos a largo plazo, para otros espacios; por ahora nos gusta buscar elementos ya existentes que puedan servir como fondo. Luego desaparecemos y el lugar sigue con su uso. Esa lógica nos resulta más atractiva. 

¿Por qué enfocarse en el cine animado?

Nuestra programación ha estado muy centrada en las infancias y sus intereses. Además, sabíamos que si seguíamos por esa línea podríamos sostenernos más tiempo en el espacio público sin mayores conflictos.

Con el tiempo, descubrimos que esa programación atraía a públicos de todas las edades. Se generaba una interconexión generacional muy linda.

Las películas animadas, si están bien hechas, logran atraer a todo el mundo. No pasa lo mismo si proyectas una película pensada solo para adultos; los niños no logran seguirla o los padres prefieren que no accedan a ciertos contenidos.

Luego comenzamos a adaptar esa premisa. Por eso proyectamos Viva Cuba, que no es animada pero sí es cine para infancias. Sabemos que nuestro público es más amplio, pero necesitamos que lo que proyectemos sea siempre apto para niñas y niños. Quien quiera conectarse con eso, bienvenido; quien no, puede ir a otros espacios.

Y siempre mostramos las películas en idioma español. Entendemos las críticas, pero nos interesa que los niños puedan entenderlas con facilidad.

Proyección en colaboración con el proyecto Hábitat. Foto: Tomada del perfil en Instagram de El Parqueo.

¿No han tenido la tentación de proyectar alguna película cubana de culto? ¿Habana Blues, por ejemplo?

Casi todos en el equipo estudiamos cine, y claro que tenemos muchas ganas de proyectar otras películas. En La Puntilla, cuando El Parqueo era algo íntimo solo para los vecinos, sí contemplamos opciones. Pero queríamos cuidar dos elementos esenciales: que las proyecciones fueran gratuitas y de libre acceso, y que los niños pudieran participar. No queremos traicionar eso.

Creemos que las infancias y los ancianos son de los grupos más carentes de propuestas hoy en Cuba. Somos de los pocos proyectos dedicados al cine infantil, y debemos protegerlo. Es vital sostener la idea de que El Parqueo es un espacio seguro para ir en familia, donde ver una película de calidad y pasar un buen rato.

Si comienzas a variar la programación, cambia el público, y nosotros queremos que el ambiente siga siendo seguro para las familias.

Un proyecto que empezó entre los vecinos del edificio se convirtió en un evento que ha llegado a reunir a cientos de personas en cada proyección.

Y no era un proyecto de tesis ni nada parecido; hemos ido aprendiendo a hacer esto sobre la marcha. Yo, por ejemplo, nunca había hablado con mis vecinos de La Puntilla, y llevaba años viviendo ahí. Creo que también lo hice por eso: porque llevaba mucho tiempo allí y necesitaba generar algo que me hiciera conocer a la gente que vivía a mi alrededor. Sentía que tenía mucho para darles y no había encontrado la manera de hacerlo.

Ellos sabían que mi casa siempre estaba llena de gente, de artistas, pero no habíamos hallado la forma de que eso saliera de la casa, de generar algo para ellos. Me imagino que a ellos también les daba un poco de curiosidad. Todavía nos mantenemos conectados, aunque ya no vivo allí.

¿Antuan sigue yendo a las proyecciones en otros lugares?

No. Ese es un dolor que tengo. A la gente le cuesta mucho moverse por la ciudad ahora, por el tema del transporte, y no he logrado que ellos vuelvan a tener esa experiencia, ni que vayan, ni que podamos volver a La Puntilla. Necesitamos encontrar la manera de que eso no se pierda. 

Estamos en proceso de convertirnos en un Proyecto de Desarrollo Local (PDL); estamos esperando respuesta, a ver si podemos regresar, porque ellos tienen esa necesidad.

Desde que nos fuimos, no ha pasado nada más en ese espacio. Antes, allí nunca ocurría nada; para los vecinos, El Parqueo supuso un cambio total en su relación con ese lugar.

El día del segundo aniversario iban a asistir, pero al final no pudieron. En general, ahora es difícil mantener a la gente conectada.

¿Cómo recuerdas la primera proyección?

Pusimos cortos animados de Tulio Raggi. Aquello fue emocionante; estábamos proyectando para nosotros mismos y para diez vecinos más. Esas primeras proyecciones, antes de ganar la convocatoria del Fondo, fueron muy buenas. Cada vez aumentaba el nervio de que todo saliera bien. Ahora es más una cuestión de responsabilidad que de emoción.

Recuerdo las pruebas de esa primera proyección: primero iba a ser en otro muro, pero luego decidimos que, desde el edificio, se vería más grande en el que escogimos finalmente. Estábamos probando, descubriendo. Para nosotros fue un hallazgo muy grande: en un muro se podía proyectar, y se veía súper bien, porque esa zona es muy oscura de noche.

La pared donde hicimos las proyecciones era nuestro edificio. O sea, no teníamos ninguna traba para hacerlo, y lo vivíamos como un juego. Fue así hasta que el proyecto creció al nivel que tiene ahora, y uno empieza a tener más responsabilidad ante la gente y la calidad.

Durante una proyección en colaboración con el proyecto Hábitat. Foto: Tomada del perfil en Instagram de El Parqueo.

¿En qué momento el juego empezó a volverse algo más estresante, por la cantidad de personas que llegó a reunir cada proyección, incluso por los desechos que se generaban?

Cuando nos presentamos a la convocatoria del Fondo de Arte Joven, al principio no tuvimos en cuenta que se trataba de una beca de emprendimiento; eso implicaba tener una estrategia de sustentabilidad.

Nosotras solo queríamos obtener el equipamiento necesario para hacer el trabajo. Pero esas condiciones nos obligaron a crecer y a entender que teníamos que generar un mínimo de economía que ayudara a sostener el proyecto, porque todos trabajamos en otras cosas, tenemos nuestras carreras y profesiones.

Después de ganar la beca del Fondo, todo empezó a complicarse a nivel de público, porque el proyecto ganó notoriedad. También nos vimos tentadas a abrir una cuenta en Instagram, porque la gente nos preguntaba cómo podían enterarse de la próxima sesión. Tuvimos que implementar estrategias de comunicación y luego descubrimos que debíamos emprender de alguna forma, cosa que, para nosotras, sigue siendo algo totalmente nuevo y loco.

Hicimos la cuenta de Instagram, y la cosa se puso heavy. No para mal, pero nos impresionó mucho ver la cantidad de gente que se reunía en El Parqueo durante las primeras proyecciones masivas. Nos descubrimos haciendo algo que resultaba importante para mucha gente. Eso exige un nivel de responsabilidad muy alto, que en algún punto no sabíamos si podíamos soportar, porque ya teníamos que planificar una proyección cada cierto tiempo, sabiendo que iban a llegar unas 200 personas.

Se convirtió en un evento que tenía que salir bien: que no se desconecte el cable, que la película se descargue en alta calidad, que la publicación en redes sociales salga a tiempo. Es una bola de responsabilidades que, para nosotras, que nunca hemos tenido entrada económica con esto, se ha vuelto muy fuerte.

Ahora la situación se ha equilibrado un poco, pero hubo un pico en el que nos estábamos desgastando mucho para que el proyecto funcionara, para que todos estuvieran felices y pudieran ver las películas. Y eso no estaba compensado con nada, salvo con el inmenso placer y la alegría de ver a la gente disfrutando de la película.

Poco a poco hemos acostumbrándonos a esa responsabilidad, pero confieso que muchas veces he tenido ganas de coger el proyector e irme, sin decirle a nadie, y proyectar en La Puntilla para los vecinos, a ver quién se entera.

Pero en un punto entendimos que esto era más importante para la gente que para nosotras. Es decir: lo que estábamos haciendo era realmente importante en la vida de algunas personas. Hay gente a la que esto le cambia la semana. Gente que no tiene dinero para hacer más nada. Gente para la cual ir a ver la película con sus amigos es “el plan”. No podíamos dejar de hacerlo. Y no es que dejáramos de disfrutarlo, pero ese disfrute muta en otras cosas.

Detuvieron las proyecciones en La Puntilla, pero han seguido proyectando en otros espacios de la ciudad.

Nuestro sueño empezó a ser, un poco, lograr un cine móvil, al menos de forma conceptual. Nos dimos cuenta de que venía gente de todos los municipios, pero había quienes sentían que La Puntilla quedaba muy lejos. Es un lugar en Miramar, pero aislado, y de noche puede ser hasta peligroso entrar. Entonces pensamos en tener un pequeño fondo que nos ayudara a movernos y llegar a otras localidades, para que otras familias vivieran esta experiencia.

Yo me mudé de La Puntilla, casualmente. Trabajar en el espacio público allí comenzó a ser problemático, porque empezó a ir mucha gente —allí nunca había policía— y no teníamos cómo controlar eso.

Después surgió el problema de los desechos que algunas personas dejaban en las proyecciones, pero cuando lo alertamos, la gente lo entendió y esa parte se resolvió. No fue un problema grande. Cuando me mudé, vimos la oportunidad de itinerar.

Ese periplo nos dio la posibilidad de conocer otros proyectos, proyectar a través de ellos, usar sus espacios y movernos por muchos lugares. Esa ha sido otra etapa de nuestro desarrollo. Sí queremos regresar a La Puntilla y estamos trabajando para que sea nuestro espacio fijo. Lo hacemos por los vecinos, porque ese proyecto no es solo nuestro: El Parqueo también es de ellos. Y allí no ha vuelto a estar. Ellos no han podido seguir siendo parte, así que yo quisiera que La Puntilla siga siendo nuestra casa.

Hemos aprendido mucho proyectando por la ciudad: sobre públicos, sobre programación, sobre cómo enfrentarnos a un espacio nuevo, sobre qué películas funcionan en un lugar y en otro, sobre cómo forjar alianzas con otros proyectos. Nosotras no éramos emprendedoras; hemos ido convirtiéndonos en eso.

Sabemos que movernos, aunque reduce el público de cada proyección, suma gente nueva que no sabía que existíamos. Hay personas que ven por primera vez una película determinada en ese tamaño de pantalla, o gente que disfruta —como nos pasó en Los Pocitos— de ver cómo su parque habitual se transforma, de pronto, en un cine. Ha sido muy lindo.

Durante una proyección en la Quinta de los Molinos. Foto: Tomada del perfil en Instagram de El Parqueo.

Ese tránsito por la ciudad es un buen medidor social. ¿Qué te ha enseñado?

Hemos estado en espacios muy diferentes. Por ejemplo, hemos proyectado varias veces en el proyecto Hábitat —calle Calzada y F, en El Vedado—, un parque infantil en medio del barrio. Han sido las proyecciones con más niños; ellos tienen una relación especial con ese espacio: se suben a los aparatos, ven las películas desde allá arriba, se paran, comen algo y son muy libres ahí. Es su lugar.

La proyección en Los Pocitos fue totalmente distinta. Allí nos unimos al proyecto Akokán y al grupo Finca —tres muchachos que son arquitectos, tomaron un espacio que era un basurero y lo convirtieron en un parque, con un trabajo comunitario muy fuerte—. Allí probamos cómo un columpio podía convertirse en una pantalla; los niños pudieron ver cómo ese objeto que ven a diario podía transformarse en otra cosa, y en otra, y en otra. 

Allí también proyectamos Viva Cuba. Esas dos experiencias —Hábitat y Los Pocitos—, aunque similares porque son parques con aparatos, fueron muy distintas por la manera en que sus habitantes se relacionan con el espacio y con la idea de una proyección cinematográfica.

Hemos tenido que desarrollar un protocolo técnico: siempre hay que ir antes a ver el espacio, probar la proyección, llegar más temprano para preparar todo, porque son lugares que no nos pertenecen y donde puede haber imprevistos. Hacemos muchas pruebas, interactuamos con la gente que trabaja en esos espacios, y aprendemos de sus dinámicas.

Cada proyección es un aprendizaje gigante, desde lo técnico hasta lo social.

¿Llevan la cuenta de la cantidad de proyecciones que han hecho hasta ahora?

Lo mido por los carteles que hacemos para cada proyección. Deben estar por la treintena, pero no son tantas.

¿Cuál ha sido la proyección que más han disfrutado?

Todas han sido fuertes, desde el punto de vista emotivo. Mulán fue muy especial: descubrimos un grupo de personas fanatizadas con la película. Le hablaban, le gritaban a Mulán, le decían qué hacer. Ese día hubo una conexión muy especial entre el público y la propuesta.

Lo que hicimos con El castillo ambulante también fue muy lindo, no tanto por la proyección, sino por todo lo que armamos como evento: la manera en que eso atrajo a una comunidad específica. Sabíamos que teníamos un público amante del anime y el cosplay, que necesitaba un evento así, y buscamos aliados que se dedican a ese universo. 

El Parqueo lo formamos once personas. Nunca estamos todos activos en cada proyección; rotamos; la mitad ha emigrado y colabora como puede. En realidad, activos somos dos o tres, pensando y organizando todo. Por ejemplo, cuando no puedo estar, delego en alguien que es perfectamente capaz de hacerlo. Hemos trabajado mucho internamente para que cada persona pueda encargarse de todo el proceso. 

El fenómeno de El Parqueo contrasta con una realidad desoladora en los cines cubanos.

Desde que proyecto al aire libre, o en espacios alternativos, no me dan ganas de ir al cine. Creo que tiene que ver con una necesidad muy específica de los públicos, y no solo aquí: es algo global. Pero hablando de Cuba, siento que hay una necesidad muy grande de encontrarse, de no sentirse solo, de compartir una manta con un desconocido mientras ves una película de tu infancia, reírse juntos, cantar la canción.

Eso es lo que pasa en El Parqueo. No vino a suplir lo que los cines están haciendo o no. Sé que hay una programación de calidad, aunque queden pocas salas funcionando. Pero la gente no quiere estar encerrada: quiere salir, hacer algo gratis, socialmente. Por eso sentimos responsabilidad con este espacio, más allá de la película. Es un lugar sano y seguro donde toda la familia puede reunirse y compartir con otras personas, con otros vecinos, con sus amigos.

Durante una proyección de “Conducta”. Foto: Tomada del perfil en Instagram de El Parqueo.

Ojalá los cines volvieran a atraer gente. Pero, te soy honesta: desde mi experiencia, no tengo ganas de ir a un cine, ni aquí ni en ninguna parte. Prefiero proyectar en la pared de mi casa. Si quiero pararme a tomar agua, lo hago, y nadie se molesta. Proyectar al aire libre da esa libertad: no sentir una estructura física que te encierre, ni presión para salir y volver.

Además, como muchas veces proyectamos películas que el público ya ha visto, pueden interactuar con ellas desde otro lugar, sin necesidad de atención máxima. Están familiarizados.

En algún momento hemos pensado hacer un manual de cómo replicar esto. Da igual si proyectamos todos los días: nunca vamos a poder cubrir la necesidad que hay. Si alguien en su barrio quiere hacerlo y tiene una guía que tomar como referencia, sería un gran cambio.

¿De dónde nace tu amor por el cine?

Estudié música toda la vida. Luego cambié y quise estudiar cine. Empecé en FAMCA pensando en producción, después de estudiar musicología dos años en el ISA. Pero en el camino me di cuenta de que quería hacer sonido, que es más creativo. Me gradué de eso, que es de lo que vivo, pero siempre he tenido la necesidad de estar detrás de las cosas, de producir.

Me alejé de la música porque sentía que no era suficientemente buena, comparándome con el talento musical tan impresionante que hay en este país. Además, me cuesta mucho lo público. Por ejemplo, en El Parqueo, cuando la gente ya está sentada, yo no miro para atrás. Me cuesta trabajo. Me gusta más armar todo detrás, pensar cada detalle. Eso también forma parte de mi relación con el cine, que es también una relación con mi grupo de amigos, con quienes he hecho muchos proyectos.

Llevo otro proyecto: El Observatorio; más enfocado en el cine cubano contemporáneo, documental, experimental, que no llega a las grandes salas. Es un cine joven y, en muchos casos, un cine de la diáspora. La idea es crear un espacio para que estudiantes de cine puedan ver ese tipo de obras, porque lo estaban pidiendo.

Ese proyecto está un poco más en pausa porque demanda mucho trabajo, pero me interesa mucho. Hemos hecho unas seis proyecciones; lleva más o menos el mismo tiempo que El Parqueo, creo que un año y pico.

¿Cómo ves el futuro de El Parqueo?

Todo el mundo está emigrando. Sostener un equipo por dos años, sin retribución económica, ha requerido mucho esfuerzo. La gente se seguirá yendo, y sé que será complejo generar otro equipo.

No tengo la obsesión de mantener el proyecto a toda costa. Me importa, y nos hemos transformado mucho para no desaparecer, pero para mí esa transformación tiene límites. Cuando la transformación sea tan grande que el proyecto pierda su razón de ser, prefiero que desaparezca y dé lugar a otra cosa, mía o de otros.

Nuestro futuro es el presente. Estamos haciendo lo que hay que hacer. Llevamos meses trabajando para convertir El Parqueo en un proyecto de desarrollo local (PDL); eso tarda. A lo mejor, cuando salga, ya ninguno estará en Cuba. No importa, se lo daremos a otra gente.

Hacer un PDL implica crear una empresa, proyectarte en el tiempo, pero no nos obsesiona la trascendencia. No nos estamos rindiendo; lo estamos haciendo. Si en el futuro seguimos aquí, lo haremos bien. 

Para mí, la responsabilidad no es sostener el proyecto a toda costa, sino crear una estructura viable y heredable, que otra gente pueda continuar sin pasar el mismo trabajo que pasamos nosotros. Enfocar el PDL en La Puntilla, el barrio donde todo nació, generaría empleos para la gente de allí. En la medida en que puedan involucrarse, podrán aprender y heredar el proyecto si ya no estamos, al menos desde lo administrativo, aunque lo creativo lo sigamos llevando nosotros.

A dos años del inicio, ¿te sientes satisfecha?

Sí. La gente nos ha acompañado. Estoy satisfecha de que algo que empezó como un juego se haya convertido en un espacio importante para muchos. Hay gente que ha pedido matrimonio en El Parqueo. Cosas así te dan la medida de lo que puede significar ese espacio.

Nunca pensé que un grupo de amigos pudiera generar algo que aliviara, de alguna forma, otras cosas duras que se viven en este país. Y hacerlo de forma gratuita.

Ahora, con la colaboración que tenemos con el taller de serigrafía René Portocarrero, todo el trabajo gráfico tiene otra expresión, más profesional. La gente puede llevarse a casa el cartel de su proyección favorita. Estamos satisfechos y tenemos fuerza para seguir adaptándonos, sin dejar de ser un proyecto gratuito enfocado en la infancia.

Pero el día en que una de esas dos cosas tenga que cambiar —si deja de ser gratuito, o deja de enfocarse en las infancias—, entonces creo que es mejor que el proyecto no exista. Porque El Parqueo es eso: un espacio gratuito para la familia, con el cine como herramienta. ¿Por qué tendríamos que negociar eso, si lo hacemos por puro placer?

Etiquetas: cine cubanoPortadasociedad cubana
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Sergio Murguía

Sergio Murguía

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana.

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