Escenas sumergidas: lo que dejó la lluvia en La Habana

Desde este balcón los muchachos del barrio se lanzaban de cabeza al gran río que fue la calle Gloria el pasado día 29 de abril, cuando cayeron en Casablanca 188 milímetros de lluvia en tres o cuatro horas: murieron 3 personas, hubo derrumbes totales y parciales y las autoridades informaron que más de diez mil personas fueron afectadas por una lluvia súbita que anegó la capital.

Hoy la calle Gloria ya está seca. Los niños ya pueden jugar en la calle. Los niños, que no tienen edad para calcular peligros ni pérdidas, parecen ser los únicos que están alegres a estas alturas.

OnCuba publicó inmediatamente las historias de algunas personas damnificadas por las fuertes lluvias de ese día. Pero hemos regresado a esos lugares en varias ocasiones para seguir el rastro de su duelo y la recuperación. Luego de dos semanas de pasadas las inundaciones y los derrumbes, volvemos para saber qué fue de esas personas, y qué apoyo han recibido tras un fenómeno que dejó, según reportes de la Defensa Civil cubana, más de 1400 viviendas sumergidas.

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En la casa de Marta Damiana Acanda, fallecida por ahogamiento el día 29 en la calle Gloria, entre Rastro y Carmen, encontramos el pasado jueves 7 de mayo a su esposo Patricio Armas, de 81 años, triste, inconforme y molesto. Dos semanas después de la muerte de su esposa y la pérdida de los pocos equipos electrodomésticos que tenía, ningún trabajador social, de la Defensa Civil o del gobierno lo había visitado para ofrecer otra ayuda como no fuera un colchón.

Patricio, jubilado y con una chequera de la que cobra 143 pesos mensuales (casi 6 cuc) luego de que le descuenten el pago a créditos de su refrigerador Haier, lo que quiere es una ayuda económica. Reponer un televisor “para ver las noticias”, dice. “En todos mis años de trabajo nunca le he pedido una ayuda al gobierno. Si la pido ahora es porque la necesito”.

Según algunos vecinos de la calle Gloria que vienen a dar su testimonio, las calles de la zona son de las que se inundan antes de que los partes meteorológicos digan que caerá lluvia. Olga García, vecina de la calle Esperanza, cuenta que hace pocos meses una brigada vino a dragar las alcantarillas, con lo que todos pensaban que mejoraría la situación. La brigada nunca terminó de hacer el trabajo, y en lugar de mejorar, la tupición se acentuó con los escombros que dejaron al irse.

Olga fue una de las tantas personas a las que se les echaron a perder todos los alimentos. “En mi casa el agua tapó el frío. El pollo que tenía para hacer el Día de las Madres nadó en el congelador”. Según Olga, el 30 de abril, sobre la una y media de la madrugada, trabajadores del gobierno les dieron arroz con picadillo “frío como la pata de un muerto”, especifica. Los bomberos y la Cruz Roja han estado en el barrio, pero más allá de preguntar por la situación en que estaban los vecinos, no han ofrecido aún ninguna ayuda concreta. Todo estático. Todo casi igual luego de dos semanas: los colchones, la guata, los muebles secándose aún al sol en las aceras de los barrios, y las paredes húmedas y marcadas por toda la lluvia que cayó.

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La respuesta del gobierno ante la situación generada tras las lluvias del día 29 se ha concentrado fundamentalmente en la venta de colchones a los damnificados y la oferta de comidas a aquellos que aún no tienen dónde ni cómo elaborar alimentos.

Un colchón para cama personal cuesta 650 pesos (26 cuc). Uno para cama camera inicialmente se anunció con un precio de 950 pesos (35 cuc), pero al llegar a los Mercados Artesanales Industriales (MAI) estatales donde se están comercializando, los afectados se encontraron con que el precio real para los colchones cameros era de 1900 pesos (76 cuc) cada uno.

A las tres de la tarde del viernes 8 de mayo, en el MAI localizado en las calles Monte y Ángeles, esperaban alrededor de 15 personas para que abriese la tienda. Muchos de los que estuvieron allí desde las seis de la mañana para unirse a las largas colas que se forman desde que comenzó la venta de los colchones, se cansaron de esperar y se fueron, pues en todo el día no hubo electricidad en la zona y la tienda no había abierto.

A Bárbara Fajardo, vecina de la calle San Felipe, los colchones le cuestan a mitad de precio por ser ama de casa. También se benefician de esta rebaja los jubilados y para los “casos sociales”, son gratis. Las demás familias, si no tienen el dinero en efectivo, pueden pagarlo al banco por créditos, lo que para muchos se convierte en un problema si todavía están pagando también efectos electrodomésticos como televisores y refrigeradores.

Sin embargo, la mayor contradicción no parece residir en el precio de los colchones o la lentitud/indolencia para mitigar los daños causados tras las inundaciones. El problema más grande puede estar apuntando hacia dos direcciones fundamentales. Una: la necesidad y la pobreza acumuladas de quienes a duras penas podrán reponer las pérdidas, porque antes de que cayera una sola gota de agua ya estaban en desventaja. Dos: A estas alturas impera la inseguridad, porque si ocurriera una lluvia similar podría volverse a repetir el suceso. Ya se sabe que La Habana no es capaz de drenar a tiempo lo que necesita.

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En La Habana, el grave déficit habitacional y los lentos planes de recuperación luego de los desastres, provocan que un damnificado se convierta en un enfermo crónico en la mayoría de los casos. Quien perdió la casa puede permanecer toda su vida viviendo en albergues estatales. O, en el mejor escenario, estas personas pueden pasar años antes de que se le asigne un local o una vivienda propia.

Los damnificados por las lluvias del pasado 29 de abril son conocidos por los cocineros del Bar Ten-Cent (Suárez, entre Corrales y Monte) como “los nuevos”.

El bar Ten-Cent a las tres de la tarde de este jueves y para quien no lo conoce: calor, sudor, peste a vicio, alcohol, hombres que imponen groserías, oscuridad y bulla. Toda la decadencia concentrada en lo que debería ser un remanso para personas necesitadas de ayuda.

Juana Alma, que lleva alrededor de 10 años trabajando en ese establecimiento estatal, ya está acostumbrada a atender damnificados. Según dice, hay personas desde hace más de 20 años viviendo en alberges del Estado luego del derrumbe de sus viviendas y que todavía necesitan comer ahí, al no tener aún los medios para elaborar sus alimentos.

Desde el día 29 de abril en la noche hasta el día 2 de mayo en el almuerzo, los trabajadores de ese establecimiento atendieron a más de 270 afectados. Sin embargo, los propios damnificados se quejaron del mal estado de los alimentos. En el número 61 de la calle Factoría, donde sus nueve apartamentos se derrumbaron el día 29 en la tarde, nos encontramos con Isabel González, que explicó cómo se las arreglaron con la comida todos esos primeros días.

“Lo que han dado de comer en el Bar Ten-Cent ha sido arroz amarillo con unos pellejos descompuestos dentro, y papa medio hervida. Antes de comerme eso, prefiero comprar una pizza en la calle”, dice.

Yaremis Kindelán, la madre de una niña de cinco años que se salvó de milagro cuando la vivienda se vino abajo mientras su hija miraba la televisión, nos hablaba una semana después del derrumbe: “No les han dado ni leche a los niños. Y aquí hay hasta mujeres embarazadas en esta situación”.

En las inmediaciones de la calle Factoría, una grúa recogía el pasado viernes los escombros de lo que fue la casa de Yaremis, Isabel y otros vecinos. De vez en cuando, alguno volteaba la cabeza para ver la pesada garra metálica de la grúa, que a estas alturas ya debe haber dejado limpio el espacio en el que probablemente más adelante pongan dos o tres bancos de hierro, un columpio, y hagan un parque.

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A Jessica, la mayor de las nietas de Ernestina Ulacia (71 años), la encontramos sentada en un taburete de madera al frente del número 110 de la calle Florida. La casa donde vivían su madre, su abuela y su hermana se vino abajo luego de que un viejo edifico de la calle Alambique, deshabitado y en peligro de derrumbe desde hacía 45 años, le cayera encima.

A Enestina Ulacia la hospitalizaron el mismo día del derrumbe. Ella quedó bajo los escombros, con varias fracturas, incluida la cadera. Su familia se ha refugiado momentáneamente en casa de unos parientes en la calle Puerta Cerrada. Ernestina fue operada y ahora está esperando por un injerto de piel en una de sus piernas.

Entre tanto, algunas de sus pertenencias siguen conviviendo con los escombros de su antigua casa. Un vecino tapió el acceso para evitar que fuera canibaleada. “Nos dieron dos colchones y nos dijeron de llevarnos a un albergue en Arroyo Naranjo, pero en las condiciones en que saldrá mi abuela del hospital nosotros no podemos irnos para un albergue”, cuenta Jessica.

María Luisa Iglesias, de 70 años es la encargada de la Vigilancia en la cuadra: “en casos como este –explica– el CDR hubiera luchado porque se le entregara a esa familia una casa deshabitada del barrio, pero ninguna de las dos que hay tiene techo y ambas están en malas condiciones”. Cuando vamos por segunda ocasión a la calle Florida a preguntar por Ernestina nos ve llegar desde la puerta de su casa y manda un emisario porque quiere hablarnos.

Maria Luisa Iglesias
Maria Luisa Iglesias

El edificio deshabitado que le cayó encima a la casa de Ernestina sigue ahí, nos dice. No han venido a acabar de demolerlo. Maria Luisa cuenta que en 1970 desalojaron ese inmueble de Alambique por primera vez debido al peligro de derrumbe. Otros vecinos en este mismo instante están viviendo con el temor de que se desmorone esa mole de concreto sobre sus vidas y sus casas aledañas, como pasó el día 29.

Jessica también piensa que cuando lo que queda de él venga abajo, terminará por aplastarlo todo. Ahora a lo que le tiene miedo es a que vuelva a llover así. Es un miedo casi inexplicable, puesto que a su casa ya le sucedió todo lo que podía sucederle. Pero ella confirma un sentimiento bastante extendido: incluso el que ya no tiene nada que perder le teme al parte meteorológico de cada día.

https://www.youtube.com/watch?v=pBlfkaiJSqw

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