La opción más evidente en La Habana cuando empieza el verano es ir a la playa. Miles de personas se mueven diariamente al este de la capital con ese propósito.
A veinte kilómetros de la ciudad se encuentra Guanabo, una de las zonas más socorridas del litoral norte habanero. Ese trayecto, en transporte público, solo se realiza en la ruta 400, que tiene su primera parada en La Habana Vieja, frente a la terminal de trenes.
Desde bien temprano en la mañana, cientos de personas llenan la parada, pero la cantidad no se nota hasta que aparece el ómnibus. En ese momento salen por decenas de los portales o el parque de en frente, incluso quienes parecían transeúntes, se suman a la cola.
Sin embargo, no hay desorden. Un funcionario de transporte y un policía se encargan de organizar la fila. El primero se llama Jorge Luis César y es inspector de tráfico. Se encarga de repartir tickets y determinar el orden en que montan las personas a la guagua.
“Primero suben cuatro empleados de la empresa de ómnibus, luego 24 sentados (tickets), dos impedidos físicos, dos embarazadas y 30 de pie”, explica Jorge Luis.
Asegura además, que nunca hay desorden en el primera parada pues tiene el apoyo del policía y a unos pocos metros se encuentra un edificio del Ministerio del Interior que asiste cuando “la cosa se pone caliente”.
La frecuencia de la guagua es entre 13 y 16 minutos, algo más rápido que durante el resto del año. Según César, esto se debe a que en la etapa estival, la ruta de la 400 es reforzada.
No obstante, se puede estar esperando durante más de una hora, para hacer un viaje que dura otra hora más, pues pueden coincidir cientos de personas para un solo ómnibus que carga sesenta y dos viajeros. Aunque algunos toman taxi, hay quienes prefieren aguardar a pagar los 25 pesos que cuesta el trayecto.
El vehículo va cargado con la cantidad de pasajeros establecida, pero las personas van más apiñadas debido a las mochilas, jabas, pelotas, toallas, envases con comida y hasta casas de campaña.
Ya en el mar, la gente olvida la larga espera y el trayecto incómodo. Hay quien juega con sus balones, hace castillos en la arena con sus niños, lee, o se sienta a tomarse una botella de ron.
Llama la atención la casi nula explotación comercial de la zona. Salvo los vendedores ambulantes. Los edificios junto a la playa que no son casas, son construcciones abandonadas o derrumbes que en algún momento quizás cumplieron ese propósito, pero que ahora solo dan sombra.
No existe un quiosco en la arena en el que se expendan alimentos o bebidas, por lo que la mayoría de los bañistas traen los alimentos de sus casas, muchas veces cocinados desde el día anterior, y dejados al sol en la arena.
Luego, cuando terminan de comer, sobras de comida, jabas, botellas y lastas van a dar al suelo, pues no se ven en los alrededores cestos de basura. La falta de lugares donde arrojar los desperdicios no es justificación para echarlos al suelo, pero definitivamente lo propicia.
Pero nada de esto parece importarles a todos lo que hicieron el largo viaje hasta Guanabo. Disfrutan de su balneario habanero porque como dice Víctor, un hombre de 48 años que fuma tranquilamente en la orilla, “el agua es la misma en todas partes y moverse para Varadero es muy caro. Yo he estado en Varadero solo dos veces en mi vida. ¡Los cayos, ni se diga!”
Pasadas las cuatro de la tarde, comienza el regreso al centro de la ciudad. La vuelta es más desorganizada. Las ganas de llegar a la casa a bañarse y descansar, el calor y las bebidas alcohólicas consumidas durante el día no son buena mezcla.
Uno de los mayores problemas es que muchos se niegan a pagar el pasaje y el chofer de la guagua se incomoda, pues cobra por su recaudación. No vi al policía que había visto en la mañana y, según Jorge Luis, las riñas son habituales en el retorno de Guanabo.
No obstante, miles de personas diariamente consideran pequeño el precio de un trayecto largo, agotador, accidentado, y una playa descomercializada y sucia pues, a fin de cuentas, el agua es la misma en todas partes.
Nunca olvidare, en esas playas del Este, la cola inmensa que debi hacer para alcanzar una cerveza y el comentario de un sujeto : “El dia que me pueda tomar una cerveza sin “sangrearla”, ese dia, esa cerveza no me va a gustar”