Corría el año de 1888. Un humilde vendedor de caramelos cruzaba las calles de la villa de Guanabacoa ofreciendo su dulce producto. La llamada Villa de Pepe Antonio se encontraba por aquel entonces algo alejada de la capital, no como hoy que forma parte de la urbe.
El Padre Benito Viñés Martorell era por aquel entonces ya un afamado pronosticador de huracanes y director del Colegio de Belén de los Jesuitas en La Habana. La fama ganada por el Padre Viñes hacía que su nombre y sus pronósticos, aparecieran cada día en los principales periódicos de la capital, con el pronóstico y observaciones sobre el tiempo y alertando de los huracanes que se aproximaban y podían afectar al país.
Pero otro personaje no tan conocido, meteorólogo ad hoc, Don Mariano Faquineto y Gómez, haría historia en La Habana. Había nacido en Guanabacoa. Vivía en la calle Cruz Verde No. 22. La misma que desde 1915 fuese llamada calle Juan Bruno Zayas, justo a dos puertas de donde nació Rita Montaner.
Hay que decir que era un modesto caramelero de Guanabacoa y al mismo tiempo un gran y aventajado aficionado a la meteorología, seguidor de las investigaciones del ya célebre Padre Viñes. Precisamente, siguiendo sus enseñanzas, tenía como punto de observación la Loma de la Cruz, en la propia villa de Guanabacoa.
Don Mariano Faquineto era un personaje muy popular y querido por los habitantes de la villa. Muy pintoresco, pues vendía por las calles de Guanabacoa las “cariocas” que él mismo hacía. Los que peinan canas seguramente se acordarán de este caramelo de forma cónica, trunca en su parte superior, que venía en la punta de un palillo. Los llevaba en un soporte de tabla, con orificios para situarlos, en la parte superior de una caña brava. Así recorría su pequeño pueblo de un extremo a otro voceando la venta de caramelos por valor de un centavo. Y a los que compraban, con amabilidad les decía… el pronóstico del tiempo realizado por él mismo.
Pero he ahí que se presenta una situación fortuita y rara que elevaría su nombre a la fama para la posteridad.
El 31 de agosto de 1888 se formó una tormenta tropical al nordeste de las Antillas Menores. Con movimiento al oeste, se transformó en huracán al finalizar del día. Continuó su intensificación y ocasionó fuertes lluvias en Puerto Rico. El día 3 de septiembre había incrementado su fuerza hasta tener vientos de 215 kilómetros por hora. Este intenso huracán seguía supuestamente una trayectoria conforme a la media histórica del mes de septiembre, lo que lo haría desplazarse por el Estrecho de la Florida. Por ello, el pronóstico y aviso meteorológico elaborados por el padre Benito Viñes en el Observatorio de Belén, preveía que el ciclón transitaría por el norte de Cuba sin afectar al país, lo que dio lugar a que no se tomase medida alguna de protección, y poco después todos resultaron sorprendidos por las lluvias y la fuerza de los vientos.
Pero he ahí que el caramelero-meteorólogo, al hacer sus observaciones rutinarias en la Loma de la Cruz se dio cuenta, siguiendo las propias leyes del Padre Viñes, de que algo raro e inusual ocurría.
En las llamadas Leyes de Viñes no se concebía que un huracán pudiera bajar en latitud. Por ello, un huracán en Las Bahamas jamás podría afectar a Cuba. Sin embargo, la dirección de las nubes le indicaba a Don Mariano Faquineto que el huracán se desplazaba desde Las Bahamas orientales con rumbo al oestesuroeste, perdiendo realmente en latitud, y eso lo llevaría a impactar la costa norte cubana.
Pero este pronóstico del caramelero llegó a los oídos de un sagaz periodista habanero quien publicó dicho pronóstico contrario al que había realizado el Padre Viñes.
Lo que en realidad ocurrió, lo sabemos hoy, fue que el huracán, al aproximarse al norte de Holguín, se encontró con la influencia de un anticiclón que tenía su centro al noroeste de Cuba. El flujo de aire del nordeste del anticiclón ocasionó que se produjera una inflexión de la trayectoria del huracán al oeste-suroeste, haciéndolo penetrar en Cuba por un punto al oeste de Caibarién.
Después el huracán continuó sobre tierra en Cuba y afectó a las actuales provincias de Villa Clara, Matanzas, La Habana, Mayabeque, Artemisa y Pinar del Río; es decir, a todo el centro y occidente del país. Se estima que al llegar a Cuba tenía una categoría 3 de la actual escala Saffir-Simpson.
Hubo grandes daños. Los más importantes ocurrieron debido a las inundaciones costeras, principalmente desde Caibarién hasta La Habana, y también por las lluvias intensas que originó.
En Sagüa la Grande, que contaba entonces con unos 12 000 habitantes, la iglesia parroquial tuvo que convertirse en refugio para unos 500 habitantes. Poco después, tres grandes portones de la iglesia fueron derribados por el viento, lo que ocasionó un tremendo terror colectivo. Por todas partes se produjo una gran destrucción: casas, el hospital, los casinos sociales y la estación del ferrocarril.
Unas 600 personas resultaron muertas y hubo alrededor de 10 mil damnificados. Una de las crónicas de la época describe que en lo que hoy es Isabela de Sagua “se contaron por centenas los ahogados”. También se produjo una gran afectación a los cultivos agrícolas del occidente del país.
El pronóstico realizado por el célebre Benito Viñes en Belén, quien pensó que el huracán tendría una trayectoria franca al oeste, pues según sus “leyes” no podía desplazarse al sur del oeste, resultó en un total fracaso; el único que se le ha podido achacar.
Esta equivocación de su pronóstico no demerita en nada a la obra de este sabio emérito, el Padre huracán de la Ciclonología tropical cubana y del mundo. Sólo demostró que sus “leyes”, no lo eran, sino que eran sólo reglas que también tenían sus excepciones.
Sin embargo, el meteorólogo aficionado y caramelero Don Mariano Faquineto, acertó plenamente al considerar que el huracán azotaría a Cuba. También acertó al prever el daño que sufriría la capital del país.
Creo que más que una pura casualidad, ello respondió a una increíble agudeza en su observación de las nubes, pero también a la valentía de dar un criterio diferente al que había sido dado nada menos que por el famoso sabio Padre Viñes.
A partir de ahí, nuestro humilde caramelero saltó a la fama. La prensa de La Habana publicaba cada día sus pronósticos del tiempo junto a los del Padre Viñes, y el intenso huracán que azotó a Cuba en septiembre de 1888 fue recogido en la historia meteorológica de Cuba, con total justicia, como el huracán o “el ciclón de Faquineto”.
Don Mariano Faquineto y Gómez continuó con su humilde trabajo de hacer y vender sus caramelos en las calles de la villa de Guanabacoa por el resto de su vida, y a quienes le compraban, gustoso les decía “su pronóstico del tiempo” para el día. Falleció el 12 de Agosto de 1923. En el Museo de Guanabacoa una tarja recuerda su existencia.
Muy buen articulo, interesante, fácil de leer.
Ojala podamos seguir leyendo sus artículos en Oncuba.
Gracias.
Me gusta el artículo publicado, me gustan las historias