Mirurgia Stevens pensó que había llegado la guerra. Sintió un estruendo por toda la casa y un ruido que compara con el sonido sordo de la turbina de un avión. En la breve y letal sacudida del tornado, se aferró a su esposo y su familia. Se aferró a la vida.
Cuando los vientos cesaron, se encontró en medio de una extraña quietud y luego vio que el cielo se había llevado los bienes conseguidos con sacrificio durante mucho tiempo. Pero por fortuna le quedaba su familia. Y la vida.
“Pensé en lo peor. Parecía bombas que caían sobre la casa o como si un avión hubiera caído cerca. Yo no sé. Perdimos todo y decidimos venir para este albergue”.
Mirurgia le llama albergue a la antigua fábrica de cocinas Estrella Roja, ubicada en las calles San Miguel y Jorge, en el municipio Diez de Octubre. Las autoridades habaneras, ante la devastación, convirtieron la vieja instalación en un lugar de acogida para los damnificados. Son 14 familias y más de 70 personas unidas por la desgracia. Comparten la angustia y un solo baño.
Hay varios niños que juegan y otros que han sido traslados a hospitales cercanos por razones de salud. La persona de mayor edad es un anciano que ronda los 90 años. En el albergue viven en pequeños espacios. En común tienen una pared, una vieja mesa de madera y dos o tres sillas.
Mirurgia es líder sindical del grupo empresarial de la construcción en La Habana. Llegó a Estrella Roja con los siente miembros de su familia. El pasado domingo estaba acompañada por su esposo y su hija que cargaba un bebé en brazos. “Ellos son mi vida”, dice sonriendo mientras baja la mirada para ocultar el dolor.
En la mesa están sus pertenencias. Unas pocas mudas de ropa, medicina, productos básicos de aseo y alimentos en conserva. Algunos de los artículos de primera necesidad los recibió recién, gracias a una donación entregada por un grupo de jóvenes que se hace llamar “Ayuda Solidaria”.
Se movilizaron por Whatsapp y luego crearon una página en Facebook. Los muchachos se trasladaron el domingo al albergue con donativos que fueron creciendo gracias al aporte monetario de amigos que viven en las regiones más diversas del mundo. Desde Estados Unidos, México, o Brasil.
La contribución económica aumenta, además, gracias a los amigos de otros amigos. Una cadena de solidaridad internacional como nunca antes se había visto.
Los muchachos son atendidos por las encargadas del albergue. Una mujer los recibe, les agradece en nombre de todos los damnificados y les indica dónde colocar los donativos.
Los jóvenes llevan esas enormes mochilas que usan los turistas. En su interior hay papel higiénico, comida en conserva, medicinas, ropa, juguetes… Ponen los insumos sobre una mesa en paquetes ya clasificados.
Además de los donativos, querían realizar una actividad con los niños y un grupo de teatro. En una pequeña grabadora se empieza a escuchar música del grupo Buena Fe. Pero los niños no hacen demasiado caso y solo dejan de correr como locos cuando explota uno de los globos rosados que trajo la comitiva.
“Es increíble cómo los niños parecen no tener conciencia de nada”, comenta un muchacho de unos 30 años que llegó con su hermana para colaborar.
Los trabajadores de Estrella Roja convocan a las familias para entregarles las donaciones. Juan recibe una camisa y sonríe. Antes a su esposa le entregaron un vestido que “le quedo pintado”, bromeó una muchacha.
El “hospedaje”, este domingo, es una fuente de calor. El sol golpea sobre el techo y sobre las oficinas desvencijadas convertidas apresuradamente en cuartos. Juan llena un cubo de agua de un tanque situado a la entrada del local. Luego regresa junto a sus familiares.
La esposa, displicente, me muestra fotos y videos de su celular tomados en la loma de Jesús del Monte, al lado de la Iglesia, después del paso del tornado. Es un recordatorio del desastre. Pero ella lo muestra con la voluntad de un corresponsal de guerra.
En la colección de imágenes se ve al actor Jorge Perrugorría cargando cajas hacia la iglesia, al cantante Alain Daniel y a Gerardo Hernández, vicerrector del Institituto de Relaciones Internacionales y uno de los tres agentes cubanos que fueron liberados por Estados Unidos en diciembre de 2014.
“Él héroe estuvo con nosotros hasta la madrugada y él llamó a Gerardo Alfonso. Todos hicimos una tertulia y disfruté mucho ver cantar a Gerardo”. Ella conserva la noche en el celular. Cerca de una fogata el trovador canta su himno “Sábanas blancas”.
En el camino hacia la parada de la 174, en la calle Santa Catalina, me siento un poco extraño cargando esa mochila de turistas en la espalda. Vuelvo a ver el video y Gerardo Alfonso sigue cantando en medio del desastre como un eco lejano: “Habana, si mis ojos te abandonaran, si la vida me desterrara a un rincón de la tierra yo te juro que voy a morirme de amor y de ganas de andar tus calles, tus barrios y tus lugares…”
La canción parece hecha a la medida de la dureza del momento, de esos breves minutos en que cientos de cubanos perdieron todo mientras otros cientos, al otro día, se movilizaron espontáneamente por las redes sociales para trasladarse las zonas de la catástrofe, para auxiliar, para socorrer.
Pero la imagen de la tarde no se borra. Sobre todo aquella respuesta de Mirurgia cuando le pregunté cuánto tiempo pensaba que estaría allí, en la Estrella Roja. “Eso nadie lo sabe”, me respondió antes de seguir jugando con su pequeña nieta.
nadie habla de lo donado por la gente de Miami….no llego ? Es muy poco ?? esta en mal estado ?? seguro si hablamos con willy chirino,podia dar un recital en regla,me ayuda con esto ??