Fina García–Marruz cumple hoy 98 años. La fecha está llena de simbolismos. No solo por lo que ha significado la poesía de Fina, su vida, y su trayectoria. Lo está porque a través de su obra, a través de esas palabras que prestan tanta atención a la forma como a los sentimientos humanos que llegan en torrente, se pueden conocer los distintos estados del alma cubana, ese territorio tan llevado y traído que los poetas del linaje de Fina han podido descubrir con una precisión que se podrá comprender mejor en ese futuro que siempre adelanta la buena literatura.
Hoy cuando la poeta cumple años le pregunto sobre ella a una persona muy cercana, a quien a menudo recurro para asumir la escritura con los pies sobre la tierra, para que las arenas movedizas de la emoción no me impidan valorar en su justa medida cualquier expresión artística. Ella me dice que no conoce a plenitud la obra de la poeta, pero que sí sabe de su conexión con Cintio. Yo sé que la he leído lo suficiente para redondear cualquier texto sobre la poeta, pero mi amiga nunca expone una reflexión a la primera sin repasar los significados y contextos en los que desarrolla su obra creativa un artista o un escritor. Ella, sin embargo, dice que le hubiera gustado parecerse a Fina y haber escrito algunos de sus poemas. Creo que esa es una de las mejoras formas en que se manifiestan las certezas del conocimiento y la admiración.
Converso también con mi amigo Leo sobre Fina. Repasamos brevemente su carrera y coincidimos, obviamente, en que es la poeta cubana viva de mayor trascendencia por su obra, por sus premios y especialmente por la hondura de una poesía que espejea el entramado espiritual del ser humano. Recordé tras unos minutos compartiendo con Leo, en una charla virtual entre La Habana y Buenos Aires, uno de sus poemas que toman como punto de partida el tiempo para hablar de la vida que nunca dejó de interpretar como un enigma, a pesar de volver una y otra vez sobre la madeja de recuerdos e incógnitas que va dejando.
Escribe Fina en “Cuando el tiempo ya es ido, uno retorna”.
Cuando el tiempo ya es ido, uno retorna
como a la casa de la infancia, a algunos
días, rostros, sucesos que supieron
recorrer el camino de nuestro corazón.
Vuelven de nuevo los cansados pasos
cada vez más sencillos y más lentos,
al mismo día, el mismo amigo, el mismo
viejo sol. Y queremos contar la maravilla
ciega para los otros, a nuestros ojos clara,
en donde la memoria ha detenido
como un pintor, un gesto de la mano,
una sonrisa, un modo breve de saludar.
Pues poco a poco el mundo se vuelve impenetrable,
los ojos no comprenden, la mano ya no toca
el alimento innombrable, lo real.
No recuerdo si alguna vez la escuché interpretar esas palabras en público, en algunas de esas tertulias donde asistía impulsada más por la voluntad que por las posibilidades de su condición física. Lo hacía para compartir con sus lectores, con la gente y sobre todo por el interés de vivir ese aliento de la poesía que también tiene vida propia cuando existe esa comunión entre el público y el poeta, cuando entre la gente se puede escuchar hasta la respiración del que rompe el silencio con esa libertad que solo otorga la sinceridad de las palabras.
Fina, quien integró junto a su esposo, Cintio Vitier el grupo Orígenes, sobre cuyos aportes todavía habrá que decir mucho y sin trabas en la prensa cubana, estuvo hasta hace muy pocos años visitando algunos sitios para compartir con sus lectores. Mi madre, periodista especializada en literatura, también me recuerda las veces que la entrevistó o cruzó con ella algunas palabras mientras prepara el privilegio del café de la mañana.
Dice que la recuerda en el Centro Dulce María Loynaz y en El Centro de Estudios Martianos. Que siempre hablaba con mucha admiración y fe de Martí, de su esposo Cintio, de sus vínculos humanos y profesionales. “Estaban muy unidos en todo, en la vida, y en el trabajo”, me recuerda Sonia, que es el nombre de mi madre, con quien compartí oficina durante mi paso por el departamento de cultura del diario Granma. Reviso entonces algunos de los textos de Fina sobre Martí. Me encuentro esta definición que hizo del poeta con ese matiz expresivo en el que se perciben, a partes iguales, la pasión por su obra y la exactitud descriptiva por su profundidad intelectual.
“Conmueve si escribe, si habla, si vive, si muere. ¿Cuál es su secreto? Él no actúa: obra. Todo lo que hace está como tocado de un fulgor perenne. Si aún niño le escribe a su madre que monta en su caballo brioso, si escucha en la penumbra del colegio de Mendive los tímidos sabores cubanos que después habían de arrebatarlo para siempre, si sufre con Lino Figueredo, si estudia en el destierro, si ama siempre, se graba y permanece de todos modos en la memoria (…).”
No es necesario adjetivar sobre la obra de Fina o de las contribuciones que realizó junto a una familia que ha puesto la cultura cubana en los primeros planos del mundo. No es necesario decir que fueron enormes sus aportes literarios en la creación poética o en la ensayística y la investigación. Con solo remitirnos a los atributos de su conciencia intelectual y su lenguaje poético sabremos que estamos ante una mujer que ha indagado a fondo en la condición humana, en los significados más hondos de la poesía. Al fin y al cabo, esa es el propósito de cualquier semblanza, que los lectores vuelvan sobre la obra de la escritora en cuestión y la descubran los que no la conozcan.
Por otro lado parece que Fina se ha perdido en la niebla del tiempo en algunos círculos periodísticos o literarios cubanos. En la mañana puse la televisión y la radio y no había escuchado nada sobre la fecha. Y el silencio permanecía hasta el momento de escribir esta nota. No he visto ningún texto publicado sobre sus 98 años, sobre una fecha que tratándose de una persona de la estatura intelectual de Fina no se debe pasar por alto, porque sin temor a los exabruptos de la exageración, sería prácticamente un crimen de lesa cultura. Sobre todo en estos tiempos en que la poesía y los diálogos intelectuales de los más diversos signos pueden ayudar a restaura el tejido material, y espiritual de la nación. Eso si, en las redes sociales ya son varios los usuarios que han puesto la foto de Fina y han escrito letras sobre su obra al calor de su 98 cumpleaños.
Fina seguramente hoy recibirá alguna de esas mínimas visitas de personas muy cercanas a las que nos ha condenado este encierro. Para algunos ha sido de un encierro dentro de otro encierro. La poeta, debida a ese peso fatigoso de la edad, vive entre la memoria de su vida y de esa poesía que resiste los visajes del tiempo. Ella, en esas conversaciones internas que siempre ha establecido tanto para escribir la agudeza de la vida u observar la realidad, sabe que con su poesía ha hecho del mundo un lugar mejor. Y ya eso, que para alguien quizá resulte mínimo o solo la superficie de una contribución más honda, es, al menos para mí, un aporte mayor.
Ahora son los cubanos los que no deben dejar pasar, como si la fecha fuera un lugar común el aniversario de una poeta, quien hizo de la poesía su propio país y una manera de hablar a fondo sobre el alma cubana instalada en la geometría del mundo.
Fina García Marruz es una de esas grandes mujeres que ha dado la literatura cubana. Por ella y por su obra siempre he sentido, desde mis años de juventud, mucha admiración. Gran poeta, la de “Visitaciones” y “Habana del Centro”. Autora de ese libro esencial que se titula “La familia de orígenes”. Martiana desde los pies a la cabeza. En sus 98 años todo mi respeto y mi afecto. Felicidades.
Un abrazo.