Observar los restos del hotel Saratoga y sus edificaciones colindantes, sobrecoge. A más de 100 horas de la explosión, aun cuando ya se hayan retirado parte de los escombros y se hayan recuperado los cuerpos sin vida de más de 40 víctimas, estremece la vista de los edificios derruidos, de las paredes agrietadas o ausentes, convertidas en un amasijo ruinoso, en piedras y polvo, por la dentellada feroz de la onda expansiva.
Mirar de cerca el lugar del estallido, al menos lo más cerca que las autoridades permiten a la prensa por cuestiones de seguridad ―detrás de la última de las varias cintas amarillas que circundan la zona―, estruja en un puño todas las emociones: conmoción, asombro, angustia, dolor… Cuesta imaginar las terribles dimensiones de un hecho capaz de provocar tanta destrucción, tanta tristeza; de echar abajo muros y acabar con tantas vidas en apenas un segundo, y, al mismo tiempo, impacta ver, desde la distancia, entre las ruinas y los trabajos que allí se acometen, puertas y escaleras, muebles y espejos, al parecer intactos, como si lo allí ocurrido fuese algo ajeno, lejano, una noticia macabra de otro sitio y no de allí mismo, o de justo al lado, donde un closet resguarda todavía algunas pertenencias, en medio de los destrozos que lo cercan.
En los alrededores, al mismo tiempo, reinan la actividad y la expectación. Equipos de rescatistas entran y salen de la escena del siniestro, excavadoras y camiones remueven y sacan escombros, jefes militares y autoridades recorren constantemente el lugar, ambulancias y otros vehículos continúan estacionados en la zona, entre ellos el puesto de mando móvil, desde donde se dirigen las operaciones. A pocos metros de allí, el coronel Luis Carlos Guzmán, jefe del Cuerpo de Bomberos de Cuba, confirmó en la tarde de este martes que ya las fuerzas bajo su mando habían tenido acceso a todos los locales del hotel, en los que se seguía “profundizando”, y que se continuaría con las labores de búsqueda y rescate como única “prioridad” y “el tiempo que sea necesario” hasta hallar a todos los desaparecidos.
Fuera de la zona que ha sido cerrada, que se extiende hasta el Capitolio Nacional y abarca las inmediaciones de todos los edificios dañados por la explosión ―y donde, para entrar, es necesario estar autorizado―, la vida hace por seguir con normalidad, aunque no sea posible. Porque no es posible. Las personas que pasan, que buscan el sitio donde han sido reubicadas momentáneamente las paradas de guaguas, que se protegen del sol en un portal o debajo de un árbol o, incluso, hacen una cola, observan en la distancia, con el pecho apretado, hacia donde hace solo pocos días se levantaba intacto el Saratoga. Nadie puede sustraerse de mirar hacia allí, aunque sea un minuto. Nadie escapa, de una forma u otra, del abrumador peso de la tragedia.
Dentro, oleadas de polvo enturbian el aire, propulsan una capa densa y terrosa que escuece los ojos y la garganta, mientras las máquinas y los hombres realizan su trabajo, y grupos de socorristas meriendan y descansan en los alrededores, en carpas habilitadas para ello, o en el propio césped del Parque de la Fraternidad, cerrado casi por completo a la población. Allí también esperan su turno los perros de la técnica canina, que han laborado día y noche junto a sus instructores, y se mantienen firmes, afligidos y, a la vez, esperanzados, los familiares de las personas que aún no han sido encontradas. Cerca, en edificios incluidos en la zona restringida y que no fueron evacuados tras el desastre, algunos vecinos se asoman al balcón y un cartel abraza el dolor de las familias de las víctimas. Que pudieron ser las suyas.
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Con las huellas del cansancio acumulado en sus rostros, pero con el ánimo de “seguir hasta el final”, Yarcare Grosso, Yunior Toledano y Luis Orlando Rodríguez hacen un alto en su descanso para hablar con OnCuba. Los tres son miembros de la Cruz Roja cubana y han estado en el Saratoga desde el mismo viernes, cuando el siniestro ―que, según apuntan las investigaciones preliminares, fue provocado por un escape de gas, mientras un camión cisterna abastecía el hotel― movilizó a todas las fuerzas disponibles ante la emergencia. Ellos son parte del centenar de voluntarios de esa organización no gubernamental que han laborado desde entonces en el lugar, y no esconden que en todos estos días han podido dormir “muy pocas horas”.
Su trabajo, me cuentan, ha sido en estrecha coordinación con el Cuerpo de Bomberos y otras entidades especializadas y, en su caso específico, se ha organizado por grupos y con rotaciones que garantizan el reposo y la necesaria recuperación para enfrentar un nuevo turno. Así, han llevado adelante labores de escombreo y de búsqueda y localización de las víctimas, y también han velado por la seguridad del sitio y sus compañeros. Los grupos, me explica Toledano, que lidera uno de ellos, fueron constituidos según el potencial y la experiencia de sus integrantes, y en su integración se unió personal especializado de la Cruz Roja de diferentes niveles y territorios, “para así fortalecer los equipos y tener mayor operatividad en el terreno”. De esta forma se mantenían trabajando a más de cuatro días del accidente ―como catalogan el hecho las autoridades de la Isla, a la par del avance de las investigaciones―, aun cuando la mayoría de las víctimas ya habían sido halladas, porque “para eso estamos aquí”, afirman.
Aunque ya tenían experiencia en otros sucesos catastróficos, como la caída del avión en La Habana en mayo de 2018 y el tornado que afectó a la propia capital en enero del año siguiente, los tres reconocen lo impactante y lo intenso del trabajo realizado en esta ocasión. No obstante, aseguran que, gracias a su entrenamiento sistemático, a los protocolos de seguridad que deben cumplir, y a la atención psicológica que reciben en el terreno, pueden enfrentar esta labor. También agradecen el haber contado con el apoyo de vecinos y “personas de fuera” que les han llevado agua, café, y otros productos, y con el de los hoteles Inglaterra y Parque Central, que les destinaron un espacio “para podernos bañar, quitarnos el polvo, la tierra, porque estamos trabajando entre los escombros y nos ensuciamos muchísimo”.
Acerca de su labor, confirman que los turnos “han sido muy cercanos y muy intensos, y eso ha hecho que sea difícil dormir. Pero, aun así, cuando salimos de la escena tenemos que descansar obligatoriamente, porque debemos cumplir el protocolo de actuación”. “Cuando entramos otra vez tenemos que estar frescos, preparados física y mentalmente ―precisa Toledano―, y, por eso, el que no se sienta en condiciones tiene que ser relevado por un compañero. No se puede entrar a la escena ni con síntomas de cansancio ni con ningún malestar, porque entonces uno podría convertirse en otra víctima, y tratamos por todos los medios que eso no ocurra”.
La posibilidad de que algo suceda, no obstante, existe. Y eso bien lo conocen ―y lo temen ― las familias de los rescatistas, por más que estén acostumbradas a que ellos se involucren en las riesgosas acciones de búsqueda y salvamento. “Aunque saben que trabajamos con medidas de seguridad y que estamos preparados para este trabajo, siempre se preocupan y están pendientes todo el tiempo, sobre todo nuestras madres, con las que no pudimos estar ahora este domingo”, confirma Luis Orlando, que tiene apenas 25 años. Por su parte, Yarcare, más experimentado y quien dirige el grupo de operaciones de la Cruz Roja en La Habana Vieja, acota que “la familia nunca se acostumbra completamente” a este trabajo. “Uno, por su entrenamiento y experiencia, lo puede asimilar, pero mi madre, no, y por eso se ha mantenido llamándome varias veces al día, para saber cómo estoy, para insistirme en que me cuide”.
“Nos enfocamos en que todo se realice cómo debe ser, aunque estemos trabajando en una superficie que es bastante abrupta y muchas veces no tengamos estabilidad. Eso hace que las labores sean complejas y debamos tomar todas las medidas de seguridad necesarias para evitar algún accidente. No podemos bajar la guardia: tenemos que mantenernos enfocados para evitar cualquier situación que haga peligrar nuestra vida y haga sufrir a nuestras familias ―añade Toledano―, y para que, con nuestro trabajo, esas otras madres que esperan por noticias de sus familiares desaparecidos tengan ese consuelo. Ese es nuestro objetivo: ayudar a aliviar el dolor humano, y en esa labor seguiremos en el Saratoga mientras haga falta”.
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Hablar con los protagonistas de estas jornadas en el Saratoga no es sencillo. Conlleva alterar sus dinámicas y rutinas, regidas por protocolos de actuación para situaciones de desastre, y también contar con autorizaciones “superiores”, que pueden dilatarse mientras los acontecimientos avanzan. Tras varios días de atención ininterrumpida y con tantas fuentes de información, formales e informales, al tanto de lo que sucede en el lugar, no es difícil que corran rumores, se filtren supuestas noticias, se generen falsas expectativas y se divulguen valoraciones sin todos los elementos necesarios, más allá de sus buenas o malas intenciones. Así que muchos, entre las fuerzas que siguen laborando, prefieren evitar malentendidos y responsabilidades, y concentrarse en lo que, con toda lógica, estiman más importante: su trabajo.
Con la Cruz Roja, sin embargo, no tuvimos ningún inconveniente, y las vivencias y explicaciones de sus miembros entrevistados por OnCuba estuvieron teñidas, además, por la emotividad y el humanismo de las circunstancias. Y aunque con otros no corrimos la misma suerte ―en algún caso comprensiblemente, como en lo relativo a la atención psicológica a los familiares de las víctimas, que se lleva adelante en el Palacio Central de Computación y cuyas labores y detalles se mantenían a “puerta cerrada”―, la impresión general entre quienes seguían trabajando a más de 100 horas de la tragedia parecía confirmar el discurso de sus jefes y demás autoridades: no detenerse hasta encontrar a la última persona desparecida, para entonces poder pasar a estudios más profundos de las estructuras afectadas y a otras labores de recuperación.
Esta fue también la voluntad manifestada a OnCuba por directivos del Sistema Integrado de Urgencias Médicas (SIUM), quienes precisaron que, aunque no participan directamente en las labores de rescate, fuerzas y vehículos suyos continúan en la zona del siniestro “atentos a cuando sea requerido nuestro trabajo, para atender a alguna persona y salvar vidas”.
“Cuando ocurren este tipo de situaciones, se activa un protocolo de contingencia, que es el que seguimos nosotros y el resto de las instituciones que participan en estas labores ―detalló la Lic. Nairovis Évora Fumero, directora de la región centro del SIUM―. Este protocolo se sigue hasta el final, hasta que la causa que provocó su activación se mantenga. Por ello, en la escena del Saratoga mantenemos un Puesto Médico Avanzado (PMA), un carro intensivo, un móvil básico y un micro, que es para transportar personas sentadas, y nuestro personal está listo para lo que haga falta.”
Por su parte, el Lic. Miguel Ramírez, jefe docente del SIUM provincial, explicó que tras lo ocurrido el primer día, cuando todas las fuerzas de su entidad acudieron al lugar del desastre para dar cobertura de emergencia a las víctimas, la dinámica de su trabajo se ha adaptado, siguiendo los protocolos, a los requerimientos de cada momento.
“Pasado ese primer día, que fue muy complejo y en el que se trabajó con mucha intensidad, nos hemos mantenido aquí, pero la dinámica es diferente ―comentó―. Con el paso de los días, los trabajos se han concentrado por parte de los rescatistas en la búsqueda de las personas desaparecidas, y no es un secreto que desgraciadamente se han venido encontrando cuerpos de personas ya fallecidas, y entonces nuestros carros han estado también apoyando el traslado de esos cuerpos hacia Medicina Legal, para su identificación.”
No obstante, según confirmó Ramírez, “el objetivo principal de nosotros en estos momentos es la atención del personal que se mantiene trabajando, de los rescatistas, por si existe cualquier situación, ―una herida, una lesión, una caída―, que requiera apoyo médico inmediato a ese personal, y también nos mantenemos a la expectativa por si se encuentra alguna víctima con vida que necesite de una atención urgente en el lugar. Además, estamos en comunicación con el Centro Coordinador de Emergencias Médicas, que es nuestro centro rector, por si se diera alguna situación imprevista, un derrumbe, un accidente, que Dios no lo quiera, para que, de ocurrir, nuestras fuerzas y carros se pongan de inmediato en función de dar la cobertura médica de emergencia necesaria para este tipo de situaciones”.
Cae la tarde y los trabajos de búsqueda no se detienen. Tampoco la expectación, las tensiones, la voluntad, las emociones encontradas. Hasta este mediodía, la cifra oficial de fallecidos ascendía a 43, mientras que, según los estimados de las autoridades ―basados en las informaciones ofrecidas por los trabajadores y vecinos que sobrevivieron a la explosión― aún faltaban dos personas por encontrar, ambos empleados del hotel. Pero más allá de estas tristes cifras, las heridas del Saratoga tardarán en cerrar. No solo en las familias de las víctimas, en los sobrevivientes, en el propio hotel y su entorno, sino en toda la ciudad, en toda Cuba, que permanece consternada, sobrecogida ante el absurdo del estallido, ante tanto dolor.