Cintio Vitier decía “con precisión de poeta, que todo Orígenes se hizo para que surgiera esa página”. Cuenta su nieto José Adrián Vitier. La página es nada menos que el único texto de Lezama dedicado expresamente a Martí del que se tenga noticia.
“Un misterio que nos acompaña”, dijo sobre el Apóstol el escritor, quien se tomó su tiempo para formular en palabras la experiencia que es Martí. “Debo esperar”, les decía a Fina García-Marruz y Cintio Vitier cuando estos le preguntaban cuándo pensaba entregarles algo a propósito.
Fue en 1953, en el centenario, cuando Lezama sintió quizá la compulsión de hacerlo. Hasta entonces, nada. “Como si no se sintiera ‘digno’, o del todo preparado, para escribir sobre Martí”, comenta José Adrián mientras evoca lo que contaban sus abuelos.
“No he amarrado mi caballo al borde del camino real”, es otra frase que la conocida pareja de martianos recordaban haberle oído a Lezama sobre esa maduración, crecimiento, viaje suyo.
Después de la muerte de Lezama, Cintio encontró entre sus papeles inéditos el manuscrito de un poema, “La casa del alibi”, que contiene imágenes cercanas al que vio la luz en Orígenes.
Del hecho de que Secularidad de José Martí sea el único texto publicado del autor de Paradiso sobre José Martí, “en parte, deriva su fuerza, su concentración”, añade el nieto Vitier.
A setenta años de aquella página, volvemos a ella y su fuerza:
Secularidad de José Martí
José Martí fue para todos nosotros el único que logró penetrar en la casa del alibi. El estado místico, el alibi, donde la imaginación puede engendrar el sucedido y cada hecho se transfigura en el espejo de los enigmas.
Su imaginación se ha vuelto cenital y misteriosa, y ha penetrado en su misión con el convencimiento de que quien huye de la escarcha se encuentra con la nieve. Arrostró esa escarcha; amarró su caballo en el tronco de cuerpo y aceite, y penetró alegremente en la casa del alibi. Las palabras finales de su Diario, uno de los más misteriosos sonidos de palabras que están en nuestro idioma, bastan para llenar la casa y sus extrañas interrupciones frente al tiempo.
En la soberanía de su estilo se percibe la mañana del colibrí, la sombría majestad de la pitahaya, y los arteriales nudos del cedrón. Podía hablar, dice Rubén Darío, delante de Odín, rodeado de reyes.
Su permanencia indescifrada continúa en sus inmensos memoriales dirigidos a un rey secuestrado; la hipóstasis o sustantivización de los alegres misterios de su pueblo. En sus cartas de relación nos describe para su primera secularidad una tierra intocada, símbolos que aún no hemos sabido descifrar como operantes fuerzas históricas.
Et caro nova fiet in die irae. Tomará nueva carne cuando llegue el día de la desesperación y de la justa pobreza.
La majestad de su ley y la gravedad de sus acentos, nos recuerdan que para los griegos mártir significa testigo. Testigo de su pueblo y de sus palabras, será siempre un cerrado impedimento a la intrascendencia y la banalidad. Y si sólo podemos creer, según la extraña sentencia de Pascal, a los testigos muertos en la batalla, es en las decisiones de su muerte donde nuestra forma como pueblo adquirió su esplendor al unir el testimonio con su ausencia, dar una fe sustantiva para las cosas que no existen, o a la terrenal gravitación de las más oscuras imágenes.
Orígenes reúne un grupo de escritores reverentes para las imágenes de Martí. Sorprende en su primera secularidad la viviente fertilidad de su fuerza como impulsión histórica, capaz de saltar las insuficiencias toscas de lo inmediato, para avizorarnos las cúpulas de los nuevos actos nacientes.
José Lezama Lima
1953