Se comprobó que en ese delicioso mestizaje que es el ajiaco de la cubanidad, la herencia indígena forma parte de la nación, junto a españoles, africanos, chinos, árabes…
Dr. Alejandro Hartmann
Toda investigación tiene en su socialización el momento cardinal de su existencia. Cuando se publican los resultados en una revista o en un libro, se llega al punto de su entrada en la liza de las discusiones. A partir de ahí comienza su vida como cuerpo de ideas. Si nos referimos a la investigación científica volcada en Cuba indígena hoy: sus rostros y ADN, Ediciones Polymita S. A, 2022 (2 015 páginas), queda claro que el libro se ha convertido en un texto provocador de debates en la academia cubana.
La investigación, llevada adelante durante cinco años de intenso trabajo en el terreno, se nutre de los aportes de un equipo multidisciplinario que realizó los estudios, textos, producción, imágenes, así como gráficos y mapas que orientan al lector sobre la región oriental cubana donde se asentaron los indígenas y aún viven sus descendientes.
Los implicados, con otras ayudas imposibles de citar aquí, realizaron la ingente tarea científica. Se unieron en tal empeño el fotógrafo cubano Julio Larramendi; el maestro español del lente Héctor Garrido; la doctora Beatriz Marcheco, directora del Instituto de Genética Médica de Cuba, quien estuvo a cargo de los exámenes de ADN; el reconocido historiador de Baracoa, Alejandro Hartmann, probablemente el dinamo inspirador del proyecto, y Enrique J. Gómez, doctor en Ciencias Sociológicas.
La esencia de la investigación radica en la tesis de que los arahuacos (o taínos) no fueron totalmente exterminados en Cuba, como es usual leer en libros de historia y de enseñanza básica. En contrapartida, plantea que grupos de esa etnia sobrevivieron y su descendencia llega hasta el presente.
La catástrofe demográfica y cultural sufrida por los aborígenes cubanos con la conquista y la colonización suscitó fuertes polémicas que se han ido apagando con el tiempo, a pesar de que algunos autores se mantuvieron fieles a la tesis de que muchos de estos habitantes precolombinos se refugiaron en zonas inhóspitas de la isla y esquivaron la muerte por enfermedades, castigos o exceso de trabajos a los que fueron sometidos con la llegada de los colonizadores.
Uno de esos autores fue la Dra. Hortensia Pichardo Viñals, quien en su texto Los orígenes de Jiganí examinó el itinerario de los aborígenes y encontró suficiente información sobre poblados indígenas que se reagruparon y sobrevivieron a la hecatombe colonial. Con anterioridad, Juan Bautista Sagarra y Miguel Rodríguez Ferrer, en 1837 y 1847, respectivamente, también alentaron la tesis a partir de indagaciones sobre el terreno en la región oriental del país.
Otras voces, más recientes en el tiempo, como las de los investigadores Manuel Rivero de la Calle y Alejandro Hartmann, aportaron nuevas razones. En el lado opuesto de la posible supervivencia pesaba mucho la opinión del sabio Don Fernando Ortiz, quien en 1939 había proclamado: “el impacto de las dos culturas fue terrible. Una de ellas pereció, como fulminada. Los indios se extinguieron”. Esa era una opinión muy autorizada y contra la que resultaba muy difícil disentir.
El libro que nos ocupa, resultado del proyecto investigativo homónimo, plantea un momento de debate irrecusable. Su lado de mayor fortaleza está en los exámenes de ADN realizados, las mediciones corporales, las pruebas visuales de las fotografías y las propias entrevistas a las personas investigadas, quienes refirieron sus historias de vida y hablaron sobre sus culturas locales.
El trabajo de genetista realizado por la Dra. Marcheco parece ser algo difícil de poner en duda. Las primeras pruebas las había realizado esta especialista en 2011 y entonces se dispararon las alarmas. El resultado de las pruebas, publicadas en este libro, arrojó que, como promedio, los individuos estudiados poseen un 45,7 % de su información genética proveniente de ancestros europeos, 25,4 % de ancestros africanos, 20,2 % de origen amerindio y 8,6 % de origen asiático.
Al compararse las pruebas realizadas en otras regiones del país, estas personas poseen más del doble del procentaje de información genética de origen amerindio. Por ejemplo, Panchito, conocido como “el Cacique de la Montaña”, en la localidad La Ranchería (municipio Manuel Tames, provincia de Guantánamo), tiene un 40 % de información genética de los aborígenes cubanos.
Las zonas estudiadas pertenecen a los municipios Manuel Tames y Yateras (conocidos ambos como Caridad de los Indios), los cuales presentaron los mayores porcientos de genes de origen amerindio. Las familias de apellidos Rojas y Ramírez están ubicadas entre las de mayor porcentaje genético procedente de dicho origen. Los mapas evidencian que son estos lugares donde reside la mayor población de descendientes de los aborígenes arahuacos (o taínos).
Para el lado anecdótico de la cuestión, el libro tuvo el respaldo absoluto del fallecido y prestigioso Historiador de La Habana, Dr. Eusebio Leal Spengler, quien pidió a la Dra. Marcheco que le hiciera una prueba de ADN y se comprobó que tenía un 1 % de ascendencia aborigen, de lo que se sintió muy orgulloso Leal, según manifestaron recientemente Larramendi y Garrido durante la presentación del libro en Madrid.
El estudio abarcó además la cultura y religión de estas personas, con características muy particulares. En ese sentido, el texto del sociólogo Enrique J. Gómez es esclarecedor y se sustenta sobre sólidas bases historiográficas. El autor subraya que los descendientes de los aborígenes cubanos en la actualidad se autodefinen como “indios de Cuba”, una idea que pertenece a su conciencia identitaria. Sus tradiciones son una mezcla de conocimientos heredados por vía familiar ancestral con las costumbres propias de los tiempos que corren.
Hace solo unos días asistí a la presentación del libro en La Habana, en el edificio del Palacio del Segundo Cabo, en La Habana Vieja, donde había un numeroso público interesado y un grupo de las personas estudiadas, que compartieron con los allí presentes sus impresiones sobre el estudio, además de que interpretaron dos canciones rituales: Sol y luna y La Mamalina.
Cuba indígena hoy… es una propuesta integral, de rigor científico y que aporta luces nuevas a este viejo dilema de nuestra historia. El libro fue editado por la experimentada Silvana Garriga, con un eficaz diseño de Jorge Méndez e impreso por Selvi Artes Gráficas. Cuenta con el financiamiento de la Agencia de Cooperación Internacional Española para el Desarrollo (AECID) y una palabras introductorias de Laura López García, Consejera Cultural de la Embajada Española en Cuba.
Las imágenes que acompañan a los textos son de una belleza sobresaliente y combinan muy bien con la tesis del libro. Al proyecto se integrará próximamente el reconocido cineasta Ernesto Daranas, quien filmará un documental sobre el tema.