“Sin reforma agraria no hay gobierno revolucionario”, proclamó Fidel Castro a una multitud de 150.000 campesinos que se habían juntado en Guantánamo para escucharlo hablar a inicios de febrero de 1959. El anuncio fue recibido con aplausos y lo que un periodista describió como “ovaciones delirantes”. Fidel todavía no era Primer Ministro y en este caso formaba parte de un grupo en Oriente que ya había empezado a reclamar la reestructuración de la agricultura cubana. No habían pasado más de tres semanas desde la llegada de los guerrilleros del Movimiento 26 de Julio a la Habana, que habían desfilado desde el otro extremo de la Isla, cuando los campesinos cubanos ya se habían convertido en eje central de la política revolucionaria.
Cinco meses después, en una cima de la Sierra Maestra y rodeado por miembros del nuevo Consejo de Ministros, el Primer Ministro Fidel Castro firmó la ley de reforma agraria que hoy cumple 62 años. Cada 17 de mayo en Cuba se recuerda el aniversario de la ley como el día en que la revolución les otorgó a los campesinos tierra, derechos y dignidad. Esa interpretación no es equívoca: efectivamente la reforma les entregó títulos de tierra a por lo menos 32,000 familias, eliminó los desalojos ilegales y creó empleo fijo para muchísimos campesinos y trabajadores que sufrían los vaivenes del desempleo en épocas de tiempo muerto.1
Pero limitarse a ver la reforma agraria desde únicamente esa perspectiva es ver solo el pico del iceberg. Más allá de los logros en distribución de tierra a campesinos pobres o previamente despojados de sus campos, la ley fue un punto de partida para los grandes cambios que se produjeron durante la década de 1960. La ley sentó las bases para una profunda transformación de la vida económica, social y cultural en Cuba. Su implementación modificó la propiedad privada e invirtió jerarquías sociales. Esta fue la génesis del conflicto del gobierno estadounidense y los grandes terratenientes —muchos de ellos extranjeros— que tenían en su posesión solo 4.426 de las 160.000 fincas en el país pero que controlaban el 56.9 porciento del área nacional en fincas, con el naciente gobierno de la revolución en poder. Por ejemplo, fue a partir de la expropiación de sus latifundios que grandes terratenientes estadounidenses, como el dueño de la King Ranch en Camagüey, Bob Kleberg, que mantenía estrechas relaciones con el Presidente Eisenhower y sus agentes de la CIA, comenzaron a maniobrar por la reducción de compra de azúcar e incluso por establecer un embargo a Cuba. El gobierno de Estados Unidos pronto respondió con un antagonismo desenfrenado contra Cuba que, sesenta años después, aún perdura.
La reforma agraria también fue clave para otros desarrollos importantes del proceso revolucionario. A través de debates y de la aplicación de nuevas políticas agrarias, el gobierno formado por los “barbudos” logró consolidar el poder. La reforma agraria puso a una gran cantidad de campesinos y trabajadores agrícolas al frente de los cambios que vivió Cuba en esos años. Las oficinas locales del Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA), instituto formado para aplicar las nuevas leyes agrarias, frecuentemente eran dirigidas y administradas por campesinos que solo meses antes se encontraban en la escala más baja de la jerarquía social.
La consolidación del poder se fortaleció frente a la derrota de un movimiento contrarrevolucionario en El Escambray, en sus primeros años respaldado por la CIA, pero que surgió también como reacción a los cambios agrarios llevados a la zona por el INRA. También desde los espacios creados para aplicar esas leyes, la revolución se radicalizó. En muchos casos, campesinos insatisfechos con los resultados de la administración local del INRA ejercieron presión para que el gobierno expropiara y redistribuyera más tierras de las que tenía pensadas. Si bien esto fue parte de la aplicación de justicia en favor del campesino, también resultó en un número mayor de terratenientes y administradores disgustados con la dirección en que avanzaba la revolución. La incorporación de los campesinos, que fueron integrando las instituciones y organizaciones de masas: la FMC, los CDR, las milicias, la ANAP, también como parte del resultado de la reforma agraria, ayudó a contrarrestar los efectos de esos disgustos, a veces convertidos en oposición.
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No sorprende que la reforma agraria haya tenido repercusiones tanto a nivel local como transnacional. La ley de reforma agraria marcó un paso en un largo trayecto de luchas por la tierra en Cuba que comenzaron en la década de 1920, cuando asociaciones y federaciones campesinas empezaron a organizarse contra los desalojos de tierras llevadas a cabo por la Guardia Rural, una fuerza paramilitar nacida durante la ocupación militar de Estados Unidos en Cuba, y creada para proteger las propiedades de los grandes terratenientes.
Ya en 1890 José Martí había empezado a hablar de la necesidad de una reforma agraria. Durante la década de 1930, cuando avanzó el desalojo ilegal por empresas privadas y extranjeras, los campesinos empezaron a armarse. El Realengo 18, un grupo de fincas que cubría 4.451 hectáreas de tierra en la municipalidad de Guantánamo, fue centro de algunas de estas luchas. Armados y con el lema “Tierra gratis para el que la trabaja” lograron defenderse de la Guardia Rural durante varios años.
La revolución de 1933 llegó a contemplar una serie de cambios agrarios. Y con la Constitución de 1940 se firmó una ley por fin proscribiendo el latifundio, pero que para frustración de muchos cubanos, quedó sin implementar. No es sorprendente, entonces, que al llegar a la Sierra Maestra en 1956 los guerrilleros del Movimiento 26 de Julio se hayan encontrado con fuerte presión por parte del campesinado local para que se implementaran decretos que podían apoyar a los campesinos y a los trabajadores agrícolas frente a los abusos de los terratenientes y empleadores.
En octubre de 1958, antes de que acabara la insurrección, Fidel Castro firmó una ley de reforma agraria que rigió dentro de los “territorios liberados” que controlaban los guerrilleros. Durante los meses siguientes los Comandantes Raúl Castro y Ernesto Guevara aplicaron esta ley, la llamada Ley Número Tres de la Sierra Maestra, entregándoles tierras y títulos de propiedad a campesinos de Oriente y de El Escambray.
A inicios de 1959 la presión ejercida por grupos de campesinos convergió con la energía de un ascendiente movimiento revolucionario. Ya en febrero y marzo de 1959 mientras algunos se adelantaban, iniciando tomas de tierras o intentando aplicar sus propias reformas agrarias por la libre cuando todavía ni siquiera había ley, Fidel trataba de llevar la delantera para frenar la desorganización.
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Una cosa más que acompañó la ley de reforma agraria fue una ola de desarrollo rural generalizado. En la mayoría de fincas y zonas aledañas no había suficientes escuelas primarias ni secundarias. No había médicos ni hospitales accesibles. En las casas rurales tampoco había electricidad ni infraestructura sanitaria. El INRA llegó a estas zonas construyendo casas, pueblos, escuelas y hospitales, proceso en el cual los mismos campesinos también participaron. Las casas, hechas de mampostería, tenían baño y cocina a gas, lo que significó un cambio radical en el estilo de vida de muchas familias.
Fue así que al llegar los títulos de tierra también empezaron a llegar títulos universitarios. Con la ayuda del INRA, la reforma agraria impulsó el acceso a la educación. En lugares en los que antes los hijos de campesinos no lograban terminar ni el tercer grado comenzaron a completar el colegio e incluso seguir sus estudios. Como resultado muchos jóvenes dejaron sus pueblos para instalarse en las ciudades, y así estudiar carreras universitarias.
Dos procesos justos y naturales, pero de algún modo contradictorios, entonces, surgieron como consecuencia de la reforma agraria. Por un lado, muchas familias campesinas recibieron títulos de tierra o trabajo fijo en cooperativas y granjas estatales, lo que aseguró que ya no estuvieran sujetos al vaivén económico del tiempo muerto, y experimentaron mejoras en su calidad de vida.
Por el otro lado, la escolaridad transformó la relación de los jóvenes con el trabajo. Hijos de campesinos que antes no habrían tenido la posibilidad de “superarse” fueron dejando las fincas de sus padres, la tierra, y el trabajo agrícola.
Antes de la revolución Francisco García Moreira, un cortador de caña de Las Villas sufría desempleo ocho meses del año al igual que, por falta de alternativas, lo habían hecho sus padres y abuelos. En 1969 contó con orgullo que sus hijas habían dejado el trabajo agrícola y se habían convertido en profesionales: una trabajaba en un sindicato y otra acababa de viajar a Nueva Delhi en su segunda misión como delegada cubana para las Naciones Unidas.
Durante 2017 viajé a zonas rurales de Cuba donde pude confirmar esta historia en mis diálogos con los numerosos campesinos que tuve la oportunidad de entrevistar. La historia de la reforma agraria es más que la historia de la repartición de tierras o la de estatización posterior que a veces se culpa por la insuficiencia de la agricultura cubana hoy. Es también la de los campesinos que lucharon durante generaciones por lograr un cambio. La de amarguras y rencores que ese cambio generó. Es la historia de hombres y mujeres que se convirtieron en dirigentes y revolucionarios, de hijos que se superaron y que se convirtieron en profesionales: ingenieros, sociólogos, historiadores.
Eso que se llama “reforma agraria” fue, entonces, múltiples procesos, dinámicos y complejos, que definieron el rumbo de la revolución y resultaron en transformaciones en casi todos los aspectos de la vida cubana. La ley que se firmó el 17 de mayo de 1959 representa un pedacito de esa historia, tanto una culminación de décadas de luchas campesinas como el motor de nuevas batallas que aún no concluyen.
Nota:
1 Tiempo muerto: Tiempo entre las zafras donde hacía falta mucha menor cantidad de trabajadores en la agricultura y cientos de hombres vagaban en busca de cualquier trabajo para poder mantenerse y a sus familias.
Otra victima del engaño y las promesas incumplidas. Los campos de Cuba hablan por si solo. Tierras pero sin derechos. Patria y Vida, no mas mentiras.
Gracias por este importantísimo recorrido histórico, que tanta falta nos hace a los que enfrentamos todavía las consecuencias de las expropiaciones y las represalias que no tardaron en llegar. Más importante hoy que nunca situar esas expropiaciones en su contexto histórico. Entre los que hoy defienden a capa y espada las sanciones hacia Cuba y denuncian la reforma agraria que describen como un ¨robo¨, ¿cuántos pueden contar la historia de la Guardia Civil, la ocupación militar estadounidense, y los desalojos de campesinos en provecho de los terratenientes?