Cada vez que un restaurante/bar de cubanos abren puertas en Pekín, su suerte parece signada por una especie de maldición gitana. Al menos eso es lo que he estado percibiendo desde que vivo hace 24 años en China: las empresas gastronómicas en esta capital nacen “cagadas de aura”, por decirlo en buen cubano. A mediano o largo plazo se extinguen.
Siempre me ha llamado la atención que resulten tan efímeros los negocios gastronómicos administrados por cubanos acá. Y no se trata, –lo he comprobado– de que no gusten nuestras comidas y bebidas en el ambiente asiático.
Todo lo contrario: los chinos se disputan mojitos y ropa vieja sin reparar mucho en los altos precios que suelen acompañar estas ofertas. Más lo cierto es que su vida de mariposa contrasta con la permanencia, por décadas incluso, de franquicias extranjeras como las de México, las Tex-Mex, de Vietnam, Brasil, Turquía, Italia, Francia, España y países árabes, por citar algunos de los casos más sobresalientes.
Los árabes se las han arreglado para sobrevivir en la principal urbe china, contra viento y marea. Si un local gastronómico cubano llega a cuatro años de vida, hay que celebrarlo con fuegos artificiales. Es casi un milagro.
Lo mismo da que se le haya inyectado inversión estatal de la Isla, como que se trate de un empeño de los ahora famosos y cada vez más cosmopolitas cuentapropistas criollos, que para operar en China deben por fuerza y ley procurarse un socio chino. Al cabo, siempre surge algún desaguisado, que da al traste con la empresa. Invariablemente.
Desde 1995 a la fecha he visto nacer y fenecer locales con nombres como Linda Habana, Havana Lights, A-ché, Guantanamera y Caribeño, ubicados todos en el perímetro del denominado Distrito Empresarial Central de Pekín.
Estar en esa zona implica disponer del eventual favor del grueso de la población expatriada en la urbe. Sobre todo el segmento de mayores ingresos entre los extranjeros, si bien, por otra parte, entraña quedar sujetos a más altos impuestos y a una más rigurosa vigilancia de las autoridades chinas.
¿Dónde anidan las auras?
En procura de probables respuestas a tanto descalabro gastronómico cubano en esta tierra, me puse al habla con Miguel Nicolau, natural de Santiago de Cuba, quien al igual que yo llegó a China en 1995. Desde entonces ha probado suerte como productor de espectáculos danzarios y musicales, chef y barman con varios socios. En sus ratos libre incursiona en las artes plásticas, con buena mano además. Tan prolongada estancia acá dota sus juicios de un peso que debe atenderse.
Para empezar, Miguel prefiere, a su modo, resguardarse de mi visión un tanto nihilista, porque, insiste “nuestros restaurantes y bares sí funcionan. Tienen pegada. Gustan a los chinos. Generan ganancias”. Y lo dice citando sus cuatro años de labor en un restaurante de la vecina localidad costera de Tianjin. Sólo que al doblar un recodo de su memoria parece coincidir de cierto modo conmigo, al especificar que “el problema es que hay momentos en que no nos entendemos chinos y cubanos. Cada cual procura imponer criterios sobre cómo administrar el negocio. Y lo peor, como me sucedió a mí: descubres que tu socio chino y algunos de sus allegados se están repartiendo las ganancias que te corresponden a ti”. Y ahí mismo se acabó el entendimiento.
La voz autorizada de Miguel Nicolau disipa algunas de mis dudas. Pero opto por hurgar más hondo en la herida.
“Ah, y los cubanos tampoco somos santos”, admite. En ese sentido saca a colación el gradual abandono que ha notado en más de una empresa acometida por sus compatriotas. “Nos va ganando cierta desidia, un poco de acomodamiento, y vulneramos reglas de oro de la gastronomía y el servicio de coctelería. Nada, que a veces tiramos la cosa un poco a relajo. En resumen, nos falta consistencia”.
Cuando “aché” no es sinónimo de energía positiva
Uno de los sitios de ambiente cubano que más frecuenté, mientras duró lo que el consabido merengue a la puerta de un colegio, fue el restaurante-bar “A-ché”. Su ubicación era puro privilegio, en medio del muy chic barrio capitalino de Chaoyang, justo frente a las embajadas de Australia y Canadá, cuyos funcionarios advirtieron en breve las bondades de su coctelería, sus bien sazonadas recetas culinarias y las frecuentes presentaciones de cantantes, músicos y bailarines de la Isla.
Su mera denominación, empero, presagiaba roces con la liturgia oficial cubana relativa a Ernesto Che Guevara, cuyo sobrenombre argentino el gerente cubano quiso mezclar con el vocablo yoruba “aché”, guión mediante, para llamar la atención de los chinos. Ingenuidad o no de su parte, pasó por alto este significativo detalle. Más de un representante diplomático cubano se lo hizo notar. A la larga debió tirar la toalla. Por eso, y por las diferencias con sus socios chinos, del carácter de las ya mencionadas. Una vez más, un sueño cubano en China moría antes de despegar.
Geovany González es probablemente el emprendedor cubano en China que más proyectos gastronómicos y culturales ha desarrollado en estos lares en casi tres lustros.
Desde que decidió no regresar a Cuba, por allá por 2005 y se desprendió de la agrupación musical Luna Negra, en la que tocaba el bajo, ha estado intentando desarrollar e ideas novedosas que le permitan trascender. No le ha sido fácil, como tampoco ha sido moneda de oro a los ojos de muchos de sus compatriotas.
González sigue insistiendo, terco, a veces ataviado, más allá de lo aconsejable, de un talante ríspido y desconfiado. Pero es menester reconocerle una singular dosis de capacidad administrativa. De saber levantarse a cada caída. Por ello no nos extrañó que una vez naufragado el proyecto “A-ché”, resurgiera de sus cenizas en poco tiempo, fundando en el mismo barrio el restaurante bar “Guantanamera”.
Y ¿a que no adivinan qué suerte corrió la Guantanamera? … Lo “mismitico del año pasado”. Se fue a bolina antes de que nos acostumbráramos a sus frijoles negros y al cartel de neón que anunciaba a los cuatro vientos que allí se comía cubano.
“Descubrí que uno de mis suministradores chinos me había estado vendiendo tilapia por merluza. Era para matarlo”, recuerda Geovany con un mohín de disgusto. Lo habían engañado como a un chino.
Mezclar el nombre del Che a un restaurante es fracasar a largo plazo, también muchos creen que la comida cubana es la mejor,muchos países emplean salsas para comer carne,cosa que en Cuba no se hace,otra cosa son la especias,las comidas hay que adaptarlas al paladar del país,un congri con carne de puerco y yuca en otros países puede ser una comida aburrida ,gracienta y seca.
Interesante articulo. Gusto en verte de vuelta despues de una prolongada ausencia por. Saludos desde Downunder – Cubita la bella! Me gustaria estar en contacto contigo por otra vias.
Hola, Javier, me puedes escribir a laoyilao@gmail.com
你好 Isidro. En mi opinión, ninguna salación. En China los buenos negocios tienen éxito y avanzan. Las malas propuestas que no tienen en cuentan las condiciones locales, fracasan. Es la realidad no sólo de los restaurantes cubanos, sino de los negocios locales, extranjeros, grandes, medianos y chiquitos. Sí que es complejo hacer negocios en China. El número de grandes empresarios y compañías que han fracasado en China o han tenido que bregar por no pocos sinsabores en el Imperio del Centro es significativo… and counting! Podríamos alargar este intercambio dedicándonos a analizar con especificidad qué le hace falta a un restaurante cubano para tener éxito, las particularidades de hacer negocios en China o simplemente en el barrio de expatriados de Pekín, la realidad de las PYMES en China y en el mundo… los casos específicos de Guantanamera, Aché, Salsa Caribe… o quizás otros intentos en otra ciudades, que también los hay. El resultado será el mismo. No triunfaron porque no eran buenas propuestas de negocios. Ya que estamos por esas fechas… 新年快乐!万事如意!恭喜发财!
Hola, Raymond. Creo que la “salación” cubana estriba precisamente en no tomar en cuenta esas premisas que señalas. Por eso no duran como sus competidores de otras latitudes. Mientras sigan así, continuarán “salaos”. Saludos…