Entramos en la Temporada de Huracanes del 2016, que ya hemos dicho se pronostica entre normal y algo activa. Sólo faltaba agregar el pronóstico de la Temporada de Huracanes de 2016 emitido por la Administración Nacional Oceanográfica y de Atmósfera (NOAA, por sus siglas en ingles) de los Estados Unidos.
Fue un pronóstico cauteloso, que indica una Temporada cerca de lo normal, con un 70 {bb302c39ef77509544c7d3ea992cb94710211e0fa5985a4a3940706d9b0380de} de probabilidad de que ocurran entre 10 y 16 tormentas tropicales y huracanes, de los cuales entre 4 y 8 pueden ser huracanes, y de 1 a 4 huracanes de gran intensidad.
Además del alto grado de incertidumbre que contienen todos los pronósticos (incluido el de la NOAA), en otros artículos les he comentado los factores que pueden variar sus predicciones. Como he dicho antes, el pronóstico verdaderamente efectivo será el de los Avisos que se emiten por los Centros Meteorológicos de cada país, en los casos en que un huracán se aproxime a sus costas.
Estos pronósticos emitidos de 12 a 72 horas de antelación, son los de mayor calidad y los más útiles; ya los de 73 a 120 horas, dan una idea aproximada, y los errores pueden ser tan grandes como el tamaño longitudinal de Cuba.
No hay modelo tampoco que pueda pronosticar en la actualidad que un huracán Categoría 1 se convierta en Categoría 5 en 24 horas o menos. Recordemos al huracán Patricia, del pasado año, cerca de la costa del Pacífico mexicano, o la impetuosa ganancia en intensidad del huracán Wilma en el mar Caribe occidental, en el 2004.
Por eso los Pronósticos de Temporada de Huracanes, vuelvo a repetir, son sólo una señal de la tendencia que parece tendrá la próxima temporada, y no sirven para nada más. Estos pronósticos son realizados sobre la base de otros pronósticos, y esto aumenta su incertidumbre.
Por poner sólo un ejemplo, uno de los factores en que se basan son los pronósticos del comportamiento de El Niño, La Niña o un evento neutro durante la temporada. Si se pronostica uno de esos eventos, pero el evento no se concreta, entonces el Pronóstico de Temporada… se va literalmente de rumba.
Y todo a pesar de que ahora se cuenta con la tecnología meteorológica con que nunca antes se había contado. Los meteorólogos tienen a su disposición los mejores modelos físicos matemáticos, una vasta red de observaciones en la superficie y en la atmósfera superior, satélites, aviones “caza-huracanes” y radares terrestres.
Pero no siempre fue así. Durante casi toda la primera mitad del siglo XX, los meteorólogos tenían que utilizar sólo las escasas observaciones de las estaciones que tenían disponibles, y aun así, aquellos profesionales podían predecir la trayectoria de tormentas tropicales y huracanes con bastante certeza para su época.
Caimán Grande y Cabo Gracias a Dios, Nicaragua: Las Atalayas de Cuba.
Viajemos a la primera mitad del siglo pasado y pongámonos en los zapatos de un meteorólogo de esa época.
En Cuba sólo existían nueve estaciones meteorológicas: Cabo de San Antonio y Paso Real de San Diego, en Pinar del Río, Carapachibey (Isla de Pinos), Casa Blanca (La Habana), Cayo Guano de Este (al sur de Cienfuegos), Aeropuerto de Camagüey y Cayo Paredón Grande (al norte de Camagüey), Cabo Cruz y Punta de Maisí, en Oriente.
Había un vacío de datos en la zona más peligrosa para Cuba, el mar Caribe occidental, que casi no tenía ninguna estación meteorológica. Esos datos eran primordiales para pronosticar con tiempo un huracán al sur de Cuba y poder alertar oportunamente al país.
Con ese panorama el Ingeniero José Carlos Millás, director desde 1921 del Observatorio Nacional de Cuba, situado en la loma de Casa Blanca, tuvo que lidiar con los tristemente célebres huracanes de gran intensidad del mar Caribe occidental, ocurridos en 1926 (“el ciclón del 26” en La Habana) y el de Santa Cruz del Sur, Camagüey, el 9 de noviembre de 1932.
El primero de aquellos ciclones ocasionó 600 muertos en La Habana, mientras el segundo dejó un triste saldo de 3 033 muertes, más los incalculables destrozos materiales.
Angustiado por estar atado de manos, a Millás se le ocurrió una idea genial: ¿por qué no tener estaciones meteorológicas cubanas fuera del territorio nacional? Ello permitiría proteger mejor a Cuba, al contarse con observaciones meteorológicas en los lugares necesarios pasa pronosticar los huracanes con mayor antelación, con la garantía de personal cubano bien entrenado y equipamiento de comunicaciones adecuados. Pero también convendría a esos países, que contarían con la información cubana y las facilidades de comunicación que estas estaciones tendrían.
Millás impulsó la revolucionaria idea, de difícil concreción ante la necesidad de involucrar gobiernos extranjeros. Las conversaciones entre el Gobierno de Cuba y el Gobierno Británico fructificaron, y el 23 de noviembre de 1934 se inauguraba la estación Meteorológica y Radio Telegráfica de Caimán Grande.
El edificio de la Estación Meteorológica de Caimán Grande fue construido con materiales y constructores cubanos, con instrumental y estación Radio Telegráfica enviados desde Cuba, y comenzó a ser operada con personal netamente cubano. Se encontraba en la parte norte de la isla, cercana a la residencia del Gobernador. Hace pocos años estuve allí y lamentablemente no quedan vestigios de esta magnífica edificación, que fue demolida.
Buques de la Marina de Guerra de Cuba transportaron todo el material constructivo y también a los constructores. En pocos meses construyeron el sólido edificio, parecido a los antiguos del Observatorio Nacional en Casa Blanca, capaces de resistir huracanes.
Conocí a antiguos observadores de la estación de Caimán Grande, como Enrique Almaguer, fallecido hace años, y a sus hijos, que jugaban en la estación siendo niños y tienen aún vagos recuerdos. Tras crecer algunos de aquellos niños también se dedicaron a la Meteorología, como María Almaguer, especialista en satélites meteorológicos hasta su jubilación, comenzado ya este siglo XXI.
Siguiendo con esta positiva experiencia, de manera muy similar, se construyó y puso en operación la Estación Meteorológica cubana de Cabo Gracias a Dios, en Nicaragua, que comenzó a funcionar el día 6 de junio de 1938. Sin embargo, esta estación resultó fuertemente dañada por el huracán del 27 al 28 de septiembre de 1941. Entonces, se construyó una nueva y mejor estación a un kilómetro de la anterior. A diferencia de la de Caimán Grande, esta estación meteorológica cubana estaba dotada en lo fundamental con personal nicaragüense que se capacitaba en cursos dados en el Observatorio Nacional.
Las observaciones meteorológicas de Caimán Grande y Cabo Gracias a Dios, se enviaban por radio a Casa Blanca. De ahí, junto a las demás observaciones cubanas, se enviaban al centro meteorológico situado en Washington, D.C., y de ahí salían de inmediato a circular y ser utilizadas por todos los Centros Meteorológicos del orbe.
Ambas estaciones funcionaron sin interrupción alguna hasta 1961.
Con ellas la seguridad de avisos con tiempo para Cuba quedó cubierta, y nunca más fue sorprendido nuestro país por un ciclón que avanzara amenazante por el mar Caribe occidental. La prueba de fuego para este sistema fue el gran huracán de 1944, el último categoría 4 que ha azotado a La Habana, y los resultados fueron más que satisfactorios. Millás realizó un excelente pronóstico.
Pero y ya se puede hablar de Jose Carlos Millas…? un nombre y hombre que estuvo olvidado y vetado en Cuba por mas de 50 años….si,es verdad que Cuba a cambiado…!!!
Albio, de Millas siempre se hablo al menos dentro de la comunidad de meteorologos, de eso doy fe.
Gracias Doctor por tan interesante trabajo, desconocia de la estacion de cabo en Nicaragua.
Los meteorólogos cubanos nunca tuvimos prohíbido hablar de Millas. Esa generación siempre fue respetada por sus conocimientos y su experiencia, independientemente de sus decisiones.