Ochenta años cumpliría Eusebio Leal este 11 de septiembre, y quienes lo conocimos de cerca no dejaremos de recordarlo y, a la vez, de lamentar que ya no esté entre nosotros. Pocos imaginamos celebrar este acontecimiento sin él, amén de que la enfermedad que padeció en sus últimos tiempos, anunciaba un desenlace fatal. Me gustaría pensar que nos está observando desde cualquier punto de la ciudad o que permanece sentado en el banco del Palacio de los Capitanes Generales, donde siempre descansaba de sus caminatas por La Habana Vieja y llamaba a sus colaboradores para compartirnos ideas y proyectos. Allí le hablé varias veces, tan rápido como me permitía el poco tiempo del que disponía. Era una práctica que heredé de una gran amiga, quien me decía: háblale de prisa y dile todo lo que piensas, que dentro de unos días te llamará y dará respuesta a tus inquietudes, aunque de momento parezca que no te hubiera escuchado. Allí también me mostró más de una vez su peculiar agenda, un pequeño papel donde anotaba e iba tachando sus compromisos del día. El celular solo para contestar y llamar, nada más, así decía.
Muchos momentos como esos los atesoro en mi memoria y vienen a mi mente cuando trato de evocar las casi dos décadas de trabajo en la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana. Llegué cuando apenas existían algunos museos y casas museos que, con los años, se fueron multiplicando a la par de otras decenas de instituciones culturales y proyectos de restauración edilicia y social. El Centro Histórico era una isla dentro de la Isla, el lugar donde experimentábamos la sensación de lo posible, gracias a esa seguridad que nos trasmitía Eusebio, quien nos contagiaba con su hacer y disposición.
Volver a ese lugar donde hicimos tantos amigos y creamos tantos proyectos es hoy una experiencia nostálgica. Es cierto que en el presente muchos se empeñan en perpetuar su legado (y creo que lo logran), pero ya nada es igual. Falta su andar apurado, la mano generosa, el saludo de todos los días, la llamada telefónica de las mañanas, el traje gris desandando entre las plazas y, sobre todo, la palabra convincente cuando alguien podía perder las fuerzas y empezaba a pensar en un futuro sin él.
En cada visita a La Habana Vieja lo recuerdo, su imagen llega a mí sin proponérmelo. Es una sensación que comparto con colegas de entonces, algunos ya muy lejos de ese pedacito de ciudad que podía ser un país, y que hace dos años ya no es el mismo lugar. Lo honro cuando camino las plazas junto a mi familia; lo evoco cuando veo a los habitantes de esa antigua parte de La Habana, pidiendo en silencio el saludo de Eusebio, el aliento que les llegaba de él cuando todo parecía perdido. Creo que los unía de alguna manera el origen humilde que nunca ocultó y llevaba con orgullo, el haber crecido junto a su amantísima madre en aquella casa de vecindad de la calle Hospital, donde rezaba un cartel con este mensaje: “No se admiten perros, ni gatos, ni radios en alta voz, ni reuniones en la puerta después de las 10 p.m. La basura se saca a las 8 p.m. El dueño”.
Nació Eusebio el 11 de septiembre de 1942, en una clínica de El Vedado habanero. Quiso el destino que ese mismo día, pero de años diferentes, ocurrieran dos hechos que marcaron la historia del mundo: el golpe de Estado, liderado por el general Augusto Pinochet, en el Chile de 1973; y el desplome de las emblemáticas torres gemelas neoyorkinas, en 2001. Para nada un día como otro cualquiera, la oncena jornada del noveno mes del año no pasará nunca desapercibida para millones de personas en todas las latitudes.
En 2022, Eusebio será reverenciado como merece por la institución que dirigió desde 1968. La Oficina del Historiador de La Habana ha preparado un amplio Programa de homenaje que incluirá conversatorios, conciertos, exposiciones, recorridos y visitas, entre otras acciones que perpetúan su legado. A este programa se sumarán miles de evocaciones como estas y se recordarán anécdotas, mensajes escritos en papeles inimaginables y frases repetidas hasta la saciedad como aquella de la mano ejecuta lo que el corazón manda.
Yo lo recordaré como el caballero que fue, algunos dirán que era un caballero de otro siglo, y sí, quizá lo fuera, pero con un pensamiento abierto y moderno y con la capacidad de entender lo simple y lo complejo en un contexto como el nuestro. Un caballero de otro tiempo, generoso, educado, culto, amigo de sus amigos, defensor de los domingos en familia, con un finísimo sentido del humor. Ese es el Eusebio que prefiero recordar en este ochenta cumpleaños, el que siempre tuvo las puertas abiertas para mí y los míos.
Una deuda nos quedó con él, nombrar a nuestros hijos mellizos como él quería: Carlos Manuel y Gloria de los Dolores, nombres de los gemelos de Carlos Manuel de Céspedes, como se sabe, una de sus grandes pasiones. Por mucho que mi esposo (amigo de muchos años de Eusebio) y yo le explicábamos nuestras razones para no cumplir con su pedido, siempre nos lo recordaba con una pícara sonrisa. Viéndolo en perspectiva, Rodrigo no hubiese salido mal, pero Pilar nos recriminaría siempre por tan “doloroso” nombre. De cualquier modo, nos gustaría volverlo a encontrar y escuchar su reproche, antes de caminar La Habana Vieja y sentir su fuerte ausencia.