Casi frente a la funeraria de Santa Catalina, la Oficina de Trámites puede ser cualquier cosa. Un confesionario de penas y expectativas, la sala de espera donde los nervios no necesitan ni una aguja para estallar, o el banco donde un par de señoras emula sobre a quién el tornado del 27 de enero le llevó más.
A mí, este martes 11 de febrero, la Oficina de Trámites me pareció más el interior de una caldera de vapor donde el humo del cigarro, el murmullo creciente y el sol que cae de plano sobre el portal te dejan apenas sin fuerzas para esperar. Y hay que esperar.
Llego sobre las doce. Pregunto por las planillas que están ya listas y una señora amable me indica. A la izquierda de la entrada, tras una mesa repleta de papeles bien organizados, tres personas aprovechan unas migajas de sombra y atienden diligentes a todo el que se acerca. ¿Cuál es su dirección? ¿Su nombre? No está, su planilla no debe estar lista. Mire es que a todos mis vecinos ya les salió la planilla, y nos visitaron el mismo día, le explico. Entonces tu planilla debe estar al salir. Quédate por aquí que ahorita deben llamar.
No me conformo y voy hasta al área de los técnicos (es mi tercera visita al lugar). Los técnicos son los especialistas de vivienda que van hasta las casas de los damnificados y constatan los daños, toman medidas para ver cuánto material se necesita para reparar. No importa cuántas visitas se reciban, sin el Anexo 2, el documento que preparan los técnicos, no hay acceso a los materiales de construcción.
Me escurro por una escalera que da a un patio gigantesco, con una sombra provista por un también gigantesco árbol. Divididos en tres grupos los técnicos trabajan sin apenas levantar la cabeza de la mesa, fuman, beben café, vuelven a fumar. La mayoría son mujeres, vienen de Marianao. No veo a la muchacha que me hizo la visita, pero creo ver a alguien que me puede resolver el problema. Creo. Un hombre alto, mulato, conversa con una colega y por la conversación advierto que es el primer secretario del PCC en Marianao. Disculpe, ¿usted está frente a esto aquí verdad? Nosotros estamos apoyando, dime. Le hago el cuento de mi planilla y mis vecinos. Ve a ver a Ariel me dice por toda respuesta. Ariel es un mulato, más o menos, así como yo, anda con una gorra.
Para tranquilidad del custodio, mi hija y yo dejamos el área de los técnicos. Pregunto por Ariel. Dentro de un grupo de gente amontonada a la entrada de la puerta alguien me responde. Entró, pero no ha salido. Nosotros lo estamos esperando. La custodio insiste en que salgamos de la entrada pero el sol nos empuja una y otra vez hacia dentro. Advierte que voy con una bebé y me cede un asiento.
Ariel entra, sale, la gente lo aborda, él responde a todos, es muy ágil y parece tener respuesta para todo. Yo trato de acercarme para hacerle el cuento de mi planilla, pero me doy cuenta de que los cuentos alrededor tienen más cola y me desanimo. ¿Vas a cantar nombres ahora? Pregunta alguien. Sí, están firmando un grupo de planillas, en cuanto terminen llamo. Tengo esperanza.
***
Cuando los técnicos hacen las definiciones sobre la cantidad de materiales de construcción, llenan y firman tres copias de planillas; estas pasan a especialistas de comercio quienes calculan el monto a pagar, con un 50 por ciento de descuento. Luego viene el turno para la firma de un funcionario de vivienda y…, no termina aún, se necesita otra firma del Consejo de Defensa. ¡Con esas firmas, en tres copias, la planilla está lista!
Ariel sale con un grupo de papeles en la mano, va al portal y el grupo lo sigue. “Canta” unos diez nombres. Los afortunados pasan a las mesas del Banco Metropolitano, único espacio identificado con carteles en medio de aquel lugar. Planilla en mano van a hacer el compromiso de pago.
Tengo que seguir esperando. Me vuelvo a sentar. En el portal el sol comienza a ceder. Frente a mí está la mesa de los Trabajadores Sociales. Son dos mujeres. Les pregunto si por casualidad no ha visto por ahí una planilla con mi nombre. Les doy mi dirección y mis señas. No, ese caso no está aquí. Este es un proceso diferente. Comienzo a sospechar lo peor, mi planilla podría estar perdida.
Afuera, en la mesa de la entrada, una señora grita a toda voz que quieren permutarle la casa para Marianao, que fueron a visitarla por eso y habla de siete órdenes y un árbol.
Voy otra vez al área de los técnicos, pero no logro burlar la vigilancia. Al lado mío una señora negra, muy bien vestida, me dice que está velando su planilla. Ya se perdió, de aquí a allí y me señala los escasos metros que separan el patio donde están los técnicos, de la casa principal donde se consigue el resto de las firmas.
Voy con la señora al portal. Conversamos. Ya es posible conversar en el portal. Me cuenta que al principio se perdió su planilla y que ahora ya parece que se están organizando. Se nos une una de las mujeres que estaba en la mesa de la entrada, es una médica. Imagínense, yo dejar de dar una consulta para venir hasta aquí a hacer esto, pero vine a apoyar. El único país que hace estas cosas es este, miren lo que pasó en Puerto Rico, todavía se están recuperando y continuamos hablando de Trump y aquella historia del papel sanitario. Le salto de palo pa’ rumba y le pregunto si por casualidad no podría buscarme en los papeles de otras calles, a lo mejor mi planilla está traspapelada…Se levanta con dificultad y allá vamos. El trasiego de personas ha bajado y pueden buscarme en todas las calles de la Víbora.
Mientras los tres buscan mi nombre, un camión muy grande se parquea frente a la casa que hace las veces de oficina de trámite hoy y atención a la población normalmente. Comienzan a bajar cajas. Pienso que es la comida de los trabajadores, pero en los rótulos se lee claramente, Pack Away Hunger y más abajo Indiana, USA. Son donativos. ¿A dónde irán a parar?, pienso y sigo en lo mío. No, tu planilla no está. Les agradezco mucho por su ayuda, pero adentro me ha caído un cubo de agua fría.
***
Ariel vuelve a salir con otro grupo de planillas. El llamado es breve, oigo los nombres de algunos vecinos. Se me acelera el corazón, pero nada. De pronto, una mujer que está casi frente a mí estalla en llanto. Su papá es ciego, ubicada en los altos del teatro La Edad de Oro. Su casa fue muy dañada por el tornado. Hace ya casi dos semanas que está esperando su planilla. Se acercan varias personas y no logro saber cómo termina el momento.
Voy nuevamente al área de los técnicos (he de reconocer que, solo a veces, me pongo muy perseverante). Mi hija comienza a cansarse y a mí se me está acabando el repertorio de canciones infantiles. Sigo por el pasillo que lleva al patio. Delante mío, un par de hombres llevan hasta la casa las donaciones from Indiana. Van muy rápido y el transportador que usan rompe una tubería de agua potable que atraviesa el pasillo.
Cuando sobrepaso las cajas, ¡Voilá, veo a la técnica que me hizo la visita en la casa! Mija, le digo como si fuera mi amiguita de toda la vida, mi planilla no aparece, ¿tú me la hiciste?, la inquiero. ¿Cuál es tu nombre?, me pregunta Sí, claro, la tuya, la de Lourdes… y comienza a mencionarme los nombres de mis vecinos. ¡Qué memoria! Ve allá adelante, eso está a la firma de Pedro desde esta mañana. Hago el camino inverso. Entro como un rayo a la oficina del tal Pedro, nada me detiene. Una muchacha me busca la planilla, aquí, allá… Nada. Vuelvo a ver a la técnica.
–Bueno, entonces ve a ver con la gente de Comercio.
–Ahí ya busqué, ellos no tienen ninguna planilla.
–Busca en la mesa.
–En la mesa también busqué.
Salimos hasta la mesa de la entrada. Le aclaran que ya han buscado mi nombre para alante y para atrás. Espérame aquí, me dice, y me quedo en la acera, esperando.
Los hombres del camión han terminando con las cajas de Indiana. Siguen con otras y yo me doy cuenta de que la técnica nunca va a venir. Me debato entre volver al patio o largarme de una vez. Vuelvo al patio.
En efecto, la mujer, que debe tener un poco más de mi edad, se había olvidado rampantemente de mí. Ay sí, ven, trata de corregir su olvido. Me busca en un listado donde se recogen los nombres de las planillas terminadas por los técnicos. No estoy. Parece que se te pasó hacer mi planilla, porque los demás vecinos están ahí, le digo. Te la saltaste. No me responde, pero pide un Anexo 2. ¿Qué pasó? Pregunta alguien que parece ser una jefa del grupo. Nada, que le tengo que hacer la planilla a ella otra vez. Yo no digo nada. Estoy exhausta. Termina la planilla y personalmente me lleva por el camino de las firmas. Me explica cuál es el próximo paso y se va.
Salgo triunfante con mi planilla. Me siento como si hubiera completado las pruebas de la NASA para viajar a la Luna. Viste que siempre se resuelve, me dice Ariel y sigue como un bólido. A esta altura de la tarde ya casi somos familia. Llama a otro grupo. Son más de las cinco. ¿Vas a volver a llamar?, pregunta un hombre que esta vez quedó fuera. Sí, hasta las 8 o las 9, cada vez que tenga planillas listas llamo, le dice y vuelve a entrar.
Paso por la mesa de entrada y les cuento que ya resolví, que gracias, que me pueden borrar de la lista donde me había anotado otra vez.
Corro a la parada. Comienzan a caer los primeros goterones de un intenso aguacero. Como si no fuera febrero, sino agosto. Desde la bodega de la esquina unos borrachos me gritan que me apure, que no moje a la niña. En la bodega se vende ron a granel, a 20 pesos la botella.