¿Banalización o adaptación evolutiva? ¿Desparpajo o dialéctica? Para una gran mayoría de santeras de la tercera edad hay más de lo primero y muy poco de lo segundo.
Ellas se perciben arrojadas a las cunetas de la religión cubana de origen yoruba por prácticas que dejan atrás o subvierten matrices ancestrales sobre las cuales rueda el sistema.
Y hay más. ¿Esto es un accidente o una tendencia?
“Ellas no creen que el proceso sea reversible, porque hay una suerte de maquinaria ya establecida”, dijo la experta Lázara Menéndez (La Habana, 1946).
En una conferencia titulada Ancianas santeras entre la oralidad y la escritura, dictada en el Instituto Juan Marinello en tiempos prepandémicos, bosquejó Menéndez un cuadro de falsificaciones, desobediencias y manipulaciones traídas de la mano por las nuevas generaciones de iniciados en la santería cubana.
Aunque el fenómeno ya fue filtrado durante la década de los 90, en el contexto de una Cuba desquiciada por el colapso soviético, la marea de cambios en la Regla de Ocha no ha remitido. Todo lo contrario.
Se presume que los cambios son impulsados desde entonces por subjetividades infractoras que banalizan “la densidad simbólica y conceptual que la práctica tenía y que se pierde” o que aplican lógicas de mercado con fines de instrumentalización.
Con ello, la religión está derivando hacia una suerte de activo espiritual, cuyos poseedores irradian una señal que pretende ser captada como marca de estatus, afirmación y poder en la comunidad social y religiosa donde se mueven.
“Hay personas que terminan su período de iyaworaje y a la semana ya están iniciando a alguien. Y eso va contra los principios de autoridad, porque recién iniciada una persona no está en condiciones de poder hacer una nueva iniciación”, explicó Menéndez.
En tal fenómeno, Cuba no está sola. Se trata de una tendencia a escala universal cada vez más dilatada hacia modelos de gestión rentista de los credos.
“En la medida en que se profesionaliza, la santería se ha convertido en una profesión de cierto éxito. Lamentablemente es así. Pero no creo que (la mercantilización) sea el único factor”, matizó Menéndez, doctora en ciencias sobre arte y con una sólida experiencia investigativa en las religiones de matriz africana.
Isecre: ciencia y creencia
Realizado solo en municipios habaneros con una muestra de 30 mujeres que frisaban entre 58 y 86 años, con no menos de 25 años de desempeño en la práctica religiosa, el estudio fue conducido por la propia especialista y ejecutado por estudiantes del ISECRE, Instituto Superior Ecuménico de Ciencias de las Religiones.
El ISECRE es uno de los programas del Seminario Evangélico de Teología de la occidental provincia de Matanzas.
Ese territorio, a unos 140 kilómetros al este de La Habana, es una de las potencias sincréticas de la isla, derivada de la abrumadora presencia de esclavos traídos de África para sostener la brutal economía de plantación durante la dominación colonial.
En 1867 un censo arrojó un total de poco más de 400.000 esclavos en Cuba, ligeramente por encima del 25 % de la población de la isla, que entonces se acercaba al 45 % de africanos y sus descendientes. Cálculos demográficos no oficiales, actualizan tal proporción en 60 % en los días que corren.
El oráculo al rincón
Una de las subversiones, ya detectadas en los 90, es la iniciación discrecional en la Regla de Ocha, más allá de la tradición familiar o por imperativos de salud.
“Eso es un cambio importante en la lógica del sistema porque altera las razones por las cuales el oráculo se pronuncia a favor o no de la ceremonia”, resaltó Menéndez, ella misma una declarada practicante del llamado sincretismo religioso.
En el presente, las relaciones creyente-deidad parecen puestas de cabeza.
“Es una decisión que no dependía de la persona, sino del oráculo”, aclaró la también especialista en Arte Africano y Estudios Afrocaribeños.
Ocha e Ifá: el patriarcado se impone
“Hay un desplazamiento de funciones porque el acceso que se está favoreciendo para el ingreso en el ceremonial no se está haciendo por la vía de Ocha, sino por la vía de Ifá”, lo cual sugiere la preeminencia masculina en tales procesos de adhesión.
La regla de Ocha y la regla de Ifá están entrelazadas, pero con diferencias.
Las más marcadas radican en el sacerdocio-las mujeres están vetadas para tal desempeño en la segunda- , los sistemas adivinatorios- diloggun y opele, respectivamente – y la composición organizacional dentro de cada una de las reglas.
“El modelo de Ifá es un modelo patriarcal y cuando se hace la lectura del diloggun (oráculo) a partir de Ifá quedan fuera de la posibilidad del análisis las alternativas que se dan para Ocha”, discernió la ponente, quien ha impartido conferencias en Lausana, Roma, Zurich y New York.
El sistema de adivinación de Ifá, conocido también como la boca de los orichas, fue añadido en 2005 por la UNESCO en la lista de piezas maestras de la herencia oral e intangible de la humanidad.
Originado entre los yorubas, un grupo étnico de África Occidental, ese sistema tendría más de 5.000 años.
Santo de cabecera: Ochún y Changó los preferidos
Otra de las disidencias es aún más atrevida: El iniciado elige su santo de cabecera.
Según contaron viejas practicantes a la propia investigadora, se manipula el oráculo y se procura que un pariente o amigo recomendado sea el responsable de “hacer el santo” al iniciado que, a su vez, ha elegido previamente al oricha de su preferencia.
En ese reemplazo de las facultades oraculares, por lo general, las mujeres escogen a Ochún y los hombres a Changó.
Tal favoritismo explicaría la profusión binaria que se observa en el espacio público o en las fiestas y toques sacramentales.
La elección masculina, revelaron las antiguas santeras, viene dada “porque ahora a los hombres no les gusta que los santos femeninos vayan a su cabeza”.
¿Estamos asistiendo a una relativización machista de lo biológico?
En su charla, la doctora Menéndez lo decodificó de esta manera: “La lucha es muy complicada al interior de la práctica, mucho más ahora que Ocha está en un proceso de subalternización” con respecto a Ifá.
Otra interrogante es si está en marcha una resincretización que viaja del siglo XVI al XXI, alentada por reasimilaciones del canon religioso eurocéntrico.
De acuerdo con la investigadora “el santo de cabecera (oricha tutelar del iniciado) se está asumiendo cada vez más como el ángel de la guarda, porque el proceso de legitimación a través de otras prácticas que se consideran reconocidas y respetadas está siendo cada vez más grande y más intenso”.
La familia ritual en apuros
Igualmente, los cambios que están erosionando a una institución como la familia ritual, la están volviendo disfuncional.
La investigación de ISECRE destapó que en muchos casos, la familia ritual está siendo reemplazada por equipos de trabajo ad hoc que se ocupan del proceso iniciático.
Tales equipos están integrados por creyentes, vecinos o conocidos en alguna ceremonia.
Menéndez dijo que la nueva tendencia “es una fractura de la lógica del sistema litúrgico”, porque “la familia ritual tiene un compromiso con el iniciado, no solo de orden material, sino espiritual y energético, que tiene que ver con los linajes”.
Integrado por los padrinos, los ayubbón o segundo pariente ritual, sus padrinos respectivos, los hermanos y hermanas de religión y los eventuales futuros ahijados, ese esquema constituye la unidad de base de una vasta red de relaciones que interconectan los linajes rituales.
“Si ahora se forma un equipo de trabajo a quien se le rinde moforibale”, preguntó la autora de Rodar el coco. Proceso de cambio en la Santería (Fundación Fernando Ortiz, La Habana, 2002) aludiendo a la pleitesía ceremonial que todo iyawó debe a sus mayores.
A su vez, el relevo de la tradicional familia ritual está devaluando “ ciertas funciones dentro de la práctica”, entre ellas el papel de la oyugbona, a la que tildan de “criada de las ceremonias”.
De acuerdo con Menéndez, la oyugbona “tiene la responsabilidad, primero, de acomodar el cuarto, el bodun, donde se van a hacer las ceremonias y eso supone la capacidad de mover determinadas energías que tienen que consolidarse para que todo se desarrolle sin tropiezos. Y por otro lado, tiene la custodia del iyawó y eso es una responsabilidad que contrae esa persona. Eso no se valora como una norma, sino que la posición de la madrina es la que se defiende”.
Monoteísmo y otras sediciones
La estabilidad del sistema Ocha está siendo torpedeada por otras herejías: la no obligatoriedad de la posesión o pasar el santo- “el acto que acreditaba la excepcionalidad” del iniciado- y los prejuicios contra la admisión de homosexuales – mujeres y hombres-, un fenómeno paradójico de reciente cuño ante la ofensiva institucional contra la discriminación de minorías sexuales.
Otra situación de conflicto, sobre todo para las santeras menos conservadoras y convencionales, es la iniciación infantil y el sacrificio y despiece de animales en el espacio público. “Ellas están escandalizadas con eso”, observó Menéndez.
Entre las señales de alarma también pulsan en rojo la secularización de prácticas que eran privativas de los miembros de la regla de Ocha.
Una de ellas era la confección de la canastilla para la iniciación, un atributo de la familia ritual, que ahora está en manos de atelieres profesionales o costureras de barrio en una clara intervención de las fuerzas del mercado.
Igualmente en las comunidades creyentes gana adeptos la idea de un monoteísmo –“solo se habla de Olofin”–, lo que “está vulnerando el sistema” politeísta, en tanto muchas jóvenes son partidarias de abolir el suyere o canto en los rituales y se disculpa la ausencia de dotes de liderazgo para el santero que dirige la ilé-ocha o casa-templo, donde se realizan todas las prácticas de iniciación y las ceremonias.
La investigación reveló además que se producen transgresiones con la menstruación, pues ninguna iyawó en plena iniciación debe tener la menorrea. Tal período debe ser calculado de antemano. Empero, si ocurre el evento, en la mayoría de los casos la ceremonia continúa, dado lo comprometido y costoso que sería detenerla.
Para Menéndez, sin embargo, está claro que la dialéctica también opera de manera legítima en el campo religioso y hablar de una crisis de identidad no sería aceptable, como tampoco que la regla de Ocha sea un sistema de código abierto.
“Lo que no se puede hacer es fijar esa tradición en algo inamovible. Lo que hoy es tradición mañana no lo va a hacer. A muchas personas esta práctica, para mí enloquecida, les funciona”, concedió la catedrática y escritora cubana.
Estación final: adoración doméstica de los santos
Superadas por la ola de cambios y desobediencias litúrgicas, sin una red asistencial que las proteja mínimamente como en otras religiones en la isla, muchas de estas viejas santeras, para algunos guardianas de la tradición, se han retirado del ejercicio y sobreviven dentro de una economía informal y precaria en las puertas y ventanas de sus casas. Venden lo que le caiga en las manos.
“Se sienten aisladas y ajenas y metidas en un mundo muy hostil que no les corresponde y prefieren mantenerse al margen adorando a sus santos. Eso es muy tremendo”, resumió la doctora Lázara Menéndez.
Un montón de incoherencias en este artículo. Ifá no lanza el dilogún. Las mujeres no están vetadas a participar de Ifá, sino de su sacerdocio. En cambio, pueden ser olorishas, Iyaloshas, Apetebbí, y un largo etcétera. No hay segregación en esto, sino que es una cuetión de normas (por ello es una regla). Incluso, de no haber mujeres en ciertos rituales de Ifá, estos se considerarían nulos. Los sacerdotes de Ifá no pueden hacerle santo a nadie, no pueden ser “caballos de santo” o utilizar otros sistemas de adivinación, y no por ello hay ningún “matriarcado”.
Nadie elige su orisha alagbatorí (ángel de laguarda) antes de iniciarse, es absurdo o una estafa. No tiene que ver esta mala praxis con una generalidad a tomar en cuenta. Etc.
¿Que ha cambiado mucho la religión en Cuba? Sí. Los tiempos son otros, la expresión también. Pero litúrgicamente, se mantiene el legado religioso de los mayores que la introdujeron y readaptaron en nuestro país (o lo que llegaría a ser nuestro país).
Un saludo.