El diálogo que sigue es continuación de otro que Arturo Arango y yo sostuvimos, en estas mismas páginas, en 2020. Como lo tengo como uno de los miembros más lúcidos de mi generación, nuestros encuentros, cada vez más esporádicos por razones diversas, devienen intensos intercambios.
Más que ponernos al día sobre los respectivos asuntos personales, nuestras charlas se dirigen a contrastar las opiniones de cada cual sobre “el estado de la Unión”, expresión tomada con risueña ironía del ecosistema político estadounidense, y que en este caso se refiere a “la cosa”; eso de lo que todos hablamos, y que no es más que el devenir en el adolorido archipiélago cubano, batido por vientos provenientes de muchos puntos cardinales, en ocasiones encontrados.
Arturo (Manzanillo, 1955) es narrador, editor, crítico y guionista de cine. Hasta el momento ha publicado las novelas Una lección de anatomía (1998), El libro de la realidad (2001), Muerte de nadie (2004) y No me preguntes cuándo (2018). Es, asimismo, autor de varios libros de crítica y de relatos. Lista de espera (2001), Aunque estés lejos (2003), El cuerno de la abundancia (2008), y Perejil (2022), entre otros, son filmes en los cuales ha participado en calidad de guionista.
Por veintisiete años fue subdirector editorial de La Gaceta de Cuba, cargo que declinó en 2022. Se ha desempeñado como jefe de cátedra de Guion en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, y, más recientemente, como director de la Maestría en Escritura Creativa Audiovisual.
El 28 de agosto de 2020 me concediste una entrevista para OnCuba. Eran los días terribles de la pandemia, mismos que, parece, se niegan a pasar del todo. De allá para acá ha llovido, si no bastante, al menos con gran intensidad: 27N (2020), 11J (2021), Tarea Ordenamiento (2021), aprobación del Código de las Familias y el Código Penal (2022)… ¿Cómo has vivido este tiempo? ¿Cuál es tu lectura de estos años intensos?
Me he mantenido, como creo que es inevitable, atento a los acontecimientos, tratando de comprenderlos, de leerlos no solo en el presente sino hacia el futuro. A inicios de los 90, le escuché decir muchas veces a Roberto Fernández Retamar que la humanidad había llegado a un punto en que era necesario, de nuevo, tratar de interpretar la realidad antes de proponerse transformarla. Modificaba, reacomodaba así una conocida cita de Marx.
Estamos, una vez más, en circunstancias de crisis, en la que todo se desborda, se manifiesta en excesos. Cada uno de los acontecimientos que enumeras merecería una respuesta de varias páginas; pero el resumen es que estamos en crisis, una crisis prolongada, de naturaleza económica pero también ideológica y ética. Esta última es la más grave.
En aquella ocasión te pregunté cuáles eran, a tu juicio, los temas que más debate la población, y si estos han tenido suficiente reflejo (cuantitativo y cualitativo) en los medios oficiales. ¿Qué piensas ahora?
El gran tema continúa siendo la sobrevivencia material, el día a día. Las colas y lo que se desprende de ellas se ha multiplicado. Se habla sin cesar de los precios, del dinero que no alcanza, que se esfuma, y ahora, además, de la emigración. Dondequiera te asalta la noticia de alguien que se fue, que se irá, que anda por selvas de Centroamérica o está en un centro de retención en California.
Algunos de esos asuntos tienen reflejo en la prensa oficial, pero entre lo que las personas dicen (y piensan) y lo que suelen decir los medios, hay un abismo. No es casual el revuelo provocado por las lúcidas palabras del profesor Fabio Hernández Batista en la Mesa Redonda hace pocos días. Fue totalmente inusual escuchar, en ese espacio, argumentos que se acercan mucho más a lo que en verdad está sucediendo en el país.
La novedad fue el lugar donde lo dijo. Es un hecho fácilmente constatable que el orgullo de ser cubano se deteriora por día.
La retórica, de la cual los medios oficiales parece que no quieren liberarse, significa, siempre, la parálisis del pensamiento. Se repiten frases hechas cuando no se tiene nada propio, personal, auténtico que decir. Esto se extiende a los discursos de la mayoría de los dirigentes partidistas y del Gobierno.
Habría que invertir los términos de la ecuación: primero esas frases hechas están en los discursos y luego se reflejan en los medios del Estado.
Otro asunto. Tengo la percepción de que pocas veces, como ahora, ha habido tantas mentes valiosas pensando el país. Políticos, cientistas sociales, académicos, comunicadores, artistas… Quizá mi impresión se deba a la posibilidad que brindan las redes sociales de expresar diversas posiciones en el debate de los asuntos de prioridad táctica y estratégica para la nación. ¿Distingues dentro de ese abigarrado panorama matrices de opinión dominantes? ¿Qué falta para que el resultado de los debates de mayor calado tenga un peso real en las decisiones gubernamentales?
Hay, a mi juicio, varias matrices de opinión, unas que coloco a la izquierda en el espectro político, otras a la derecha, y unas más hacia el centro, inclinadas a uno u otro lado.
Están, por supuesto, los extremistas de ambas partes. Por una, los que “defienden” la Revolución desde posiciones cercanas o idénticas a lo que se llamó estalinismo (y que entendemos mal si lo limitamos a Stalin). Por otra, quienes quisieran arrasar con todo lo que tuvo que ver con la Revolución, borrar estos sesenta y cuatro años y continuar como si estuviésemos en diciembre de 1958. Tengo la esperanza de que ninguna de las dos alternativas sea viable.
En el centro hay muchas tendencias diversas. Me interesa, en especial, lo que piensan aquellos que creen posible un socialismo realmente democrático, o un modelo de sociedad, no importa el rótulo, que jerarquice la justicia social, la igualdad y el humanismo. ¿Una utopía? Sí. Pero quedarse anclado en modelos que parecen más realizables, o que ya se han impuesto y han demostrado su ineficacia, incluso su “condición inhumana”, me parece peor.
Ante la emergencia de un sector privado de pequeña escala (alrededor de 6 mil mipymes) que agrupa cerca del 40 % del empleo, ¿qué expectativas tienes sobre lo que pueda significar en las dinámicas sociales cubanas? ¿Como afirman algunos, estamos a las puertas de una “restauración capitalista”?
Por supuesto que estamos en un lento y angustioso proceso de construcción del capitalismo. En una novela que he concluido, inédita aún, un personaje asegura que la Revolución terminó cuando el dinero comenzó a importar otra vez. No estaría totalmente de acuerdo con el personaje, pero progresivamente la realidad le está dando la razón.
Poco antes de comenzar a responderte el cuestionario, ha circulado la noticia de que Rusia anunció la creación de un programa de reformas de la economía de Cuba. Se dice que preparará transformaciones económicas basadas en la empresa privada.
El asunto es más grave. En 2019 el pueblo cubano votó y aprobó una Constitución que establece que el socialismo es inamovible. Pero desde siempre la palabra socialismo ha designado modelos diversos, algunos muy diferentes entre sí. ¿Se debatió antes de la votación qué socialismo queríamos, mayoritariamente? ¿Puede un pequeño país que no ha logrado salir del subdesarrollo, aislado, bloqueado, con alianzas políticas discontinuas con otras naciones, sostener un modelo socialista, y que este sea “próspero y sostenible”? La dura y pura realidad está demostrando que no. Ya se trata de un asunto de sobrevivencia.
Ahora bien, ¿no se nos debería preguntar en este minuto qué tipo de capitalismo querríamos? ¿Un capitalismo de Estado a lo China? ¿Un capitalismo basado en la corrupción de los oligarcas, como en Rusia?
Por supuesto, estas preguntas terminan en una interrogante crucial: ¿Quién o quiénes están conceptualizando y decidiendo qué tipo de capitalismo es el que se debe “construir” en Cuba? ¿Hay una conceptualización o todo está determinado por las urgencias?
El envejecimiento creciente de la población, el éxodo masivo de mujeres y hombres en edad reproductiva, no parecen circunstancias pasajeras. ¿Cómo podría cambiar la demografía del país? ¿Se convertiría Cuba, en un futuro lejano, en receptora de emigrantes, algo que sucedió en la época republicana?
En un futuro lejano, podría ser. En los próximos años, no lo creo. ¿Quién querría venir a vivir en Cuba hoy? ¿Qué condiciones, qué privilegios habría que ofrecerles a esos posibles emigrantes? Los centroamericanos y cubanos que atraviesan México no quieren quedarse allí: su meta es Estados Unidos. Los haitianos que desembarcan en las costas de Cuba lo hacen arrastrados por las corrientes marinas o por equivocación; no porque sea este el destino escogido.
Vuelve a enseñar la oreja un tema antiguo: el papel de los intelectuales en la sociedad. ¿Tiene particular importancia este debate en la Cuba actual?
Absolutamente, siempre, en cualesquiera de las circunstancias, y aún más en el torbellino de una crisis. El problema es que solo en muy raras ocasiones esos debates son escuchados por quienes tienen que tomar decisiones.
¿Cómo imaginas Cuba dentro de cinco años?
Podría responderte con un cuento que terminé hace unas semanas, y que titulé con una frase que solían decir mis tías abuelas cuando estaban atrapadas en un callejón sin salida: “Y ahora, ¿qué nos hacemos?”. Pero no voy a cometer el desatino de sintetizar aquí su trama, menos aún el de copiarlo.
La imagen que tengo de ese futuro es sombría, muy oscura, como te habrás dado cuenta por mis respuestas anteriores.
¿Qué tal tu vida? ¿Hay libros nuevos publicados, proyectos cocinándose?
A pesar de que me quejo sin cesar de “la vida”, mi vida no va mal. Continúo trabajando con los amigos de Viceversa en la escritura de guiones para cine. En el Festival de La Habana se exhibió Perejil, del dominicano José María Cabral, que coescribimos con él, y en posproducción está Tigre (título provisional), que también imaginamos con ese joven y talentoso director.
Y escribo, siempre. Acumulo novelas (tengo tres inéditas) y cuentos que formarán pronto un nuevo volumen.
Pero en tu pregunta te refieres a libros publicados. Lo descorazonador es que publicar un libro hoy, aquí, es un milagro absoluto. Parece que en la Feria del Libro que comenzará en unos días al fin podrá presentarse un número impreso de La Gaceta de Cuba. Lo extraordinario, para mal, es que debió ser el correspondiente a julio-agosto de ¡2019! Casi cuatro años. En este minuto estoy como jurado del Premio de la Crítica, y evaluamos libros con copywright de 2018 en lo adelante, pero salieron de las fábricas mucho después.
Si me colocaran ante el dilema de decidir si se compra papel o insulina, no dudaría un segundo. La insulina es imprescindible para prolongar la vida de los diabéticos. Pero, ¿siempre es ese el dilema? ¿Qué prioridad tiene, o no, la importación del papel? Sé, también, que en el mundo entero el papel se ha encarecido notablemente.
Me preocupa, además, que las editoriales optan cada vez más por hacer ebooks. Es una alternativa, pero, en Cuba, ¿cuántas personas tienen los soportes adecuados para leer libros de cientos de páginas? ¿Cómo formar lectores sin ofrecerles libros de “a de veras”?
Si publicar libros en soporte papel ha dejado de ser una prioridad, ya la cultura no es “lo primero que hay que salvar”.
Recordaste a Roberto Fernández Retamar hace un momento. Me gusta mucho un verso del poema homónimo de él, que te dejo aquí como contraseña hasta que nos volvamos a encontrar: “Buena suerte viviendo”.
Copiada la contraseña. Idénticos deseos para ti.