¿Opciones? Había para escoger, entre otras: tropel de bicicletas; cohetes voladores; experimentos con tintas invisibles y reacciones químicas; mundo submarino en 3D; teatro con payasas terapéuticas; artilugios movidos por energía solar; un cocodrilo al alcance de la mano; y espacio, mucho espacio para correr y saltar en un día en que, pese a los 33 grados, numerosas familias exorcizaron los fantasmas carnales de la exasperante cotidianidad.
Ese mundo, para nada imposible (un bebedero con agua fría y vasos de cartón daba un toque casi mágico al lugar) hizo exclamar a la niña Alexandra Moreno, de 8 años, y con ganas de ser astronauta: “¡Esto es un arcoíris de posibilidades buenísimo!”.
Silvia, 1.0
Silvia Padrón fue la máxima responsable de exclamaciones como esa. Con solvencia, dirigió la puesta en escena de EcoManigua y enfrentó las contingencias propias de la performance: algo que faltó, una oferta que se acabó, algún que otro niño perdido, otro que se cayó de una bicicleta…
Sicóloga de profesión e hija de Juan Padrón, el célebre historietista y creador del personaje Elpidio Valdés, lanzó, junto a su padre, la iniciativa de La Manigua en diciembre de 2018.
“Va a ser un lugar donde se van a tejer muchas relaciones de amistad”, profetizó entonces el director de Vampiros en La Habana, quien moriría dos años después, en marzo de 2020.
Se trata de un centro cultural y creativo, todavía en construcción, enclavado en la avenida Paseo, esquina a 35, para generar experiencias de aprendizaje y diversión para niños y niñas.
“Siempre es más lento de lo que uno desearía”, apostilla la emprendedora sobre el proyecto manigüero que encaró el liderazgo de este festival ambientalista en la espaciosa escuela Gustavo Pozo, en la comunidad de La Timba.
Con respaldo del British Council, la embajada de Noruega, el Centro Educativo Español de La Habana, el Ministerio de Cultura y el Fondo de Bienes Culturales, el evento trazó dos objetivos que se entrecruzaron: foguear a especialistas para que incluyan la sostenibilidad medioambiental en su contenido de trabajo con los niños, y provocar en los menores, a través de juegos y talleres, receptividad emocional y cognitiva hacia la ecología y la cultura circular.
“Una feria de experiencias donde los niños aprenden y se divierten”, resumió la activista.
La Manigua logró lo que va siendo tendencia en la isla: eslabonar emprendimientos e instituciones que tienen intereses y proyecciones similares o conciliables; en este caso, medioambientales.
En términos simbólicos, es una sociedad que va sorprendiéndose a sí misma en sus posibilidades de empoderamiento y reconociéndose en su diversidad luego de décadas de un virtual absolutismo estatal.
Actores en la fiesta
Fueron convocados, entre otros actores, VeloCuba, con sus demandadas bicicletas; Cicloecopapel, que enseñó cómo fabricar papel reciclado; Copincha, impresión en 3D a partir de plástico desechado; Isla Verde, que proyectó audiovisuales de su catálogo; y Aventuras cartoneras, con aportes al conocimiento de fabricar libros y tarjetas de cartón; además de Gusi, que se dedica a la pintura colectiva y las obras a partir de desechos.
Del lado institucional participaron la Universidad de La Habana, la Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona, y el ISDi, Instituto Superior de Diseño, este último con su iniciativa que alguien, no sin cariñosa ironía, llamó “los cohetes de la Nasa”: botellas plásticas reconvertidas en vehículos voladores propulsados partir de agua y presión de aire que fueron, junto con las bicicletas, las delicias más excitantes y procuradas por la grey.
Por su parte, la cantautora Liuba María Hevia, “generosamente accedió a hacer un concierto con nosotros para el final de la jornada”, agradeció Padrón.
Abel, el fotovoltaico
Bajo un sol inclemente, Abel Rivas muestra a los interesados algunos artilugios movidos por energías renovables.
“Les explico en qué consisten estos aparatos y cómo aprovechan las fuentes naturales. Tengo un carrito movido a partir de un panel solar y había un molinito, pero como no hay viento, no funciona. Básicamente lo que estamos enseñando a los niños son los principios de la energía fotovoltaica”, dijo a OnCuba el joven investigador del Instituto de Ciencia y Tecnología de Materiales, de la UH.
—¿Qué valor le confieres a esta experiencia?
—Primero interactuar con los niños, y desde un punto de vista científico y pedagógico tratar explicarles es todo un reto, porque ellos están atendiendo a mil cosas, y uno tiene que procurar traducir el conocimiento a ese niño de una manera entretenida, que lo entiendan con un lenguaje de ellos. Es una iniciativa válida, sobre todo en estos tiempos difíciles, para que los niños participen y se relacionen entre ellos. Lo veo bastante productivo.
Desde parásitos a un cocodrilo
En uno de los recodos de la escuela, sombreado para su suerte, la profesora de zoología Milagros Suárez no dispone de un minuto de respiro.
Su improvisado stand, con pancartas con información sobre malacología y ciclos de vida de diversas especies que el viento volteaba a cada rato, era un imán para visitantes de cualquier edad.
“Esta exposición contiene trabajos que presentan los estudiantes en los grupos científicos. Además, tenemos huevos de diferentes especies y tamaños; de avestruz, codorniz, paloma y de roseicollis”, enumeró la docente de la Facultad de Ciencias Naturales y Exactas de la Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona.
Su mostrador exhibía curiosidades irresistibles para cualquier mente infantil: un pollito con cuatro patas, que no sobrevivió a su anomalía por mucho tiempo; parásitos que habitan animales y humanos; ratas y ratones conservados en formol; un abanico de mar; un pequeño cocodrilo Rhombifer, endémico de Cuba, disecado, y el carapacho de una jicotea, en el que se observa nítidamente cómo el esqueleto va adosado al caparazón. “Lo que desmiente los dibujos animados”, explica de buen talante la docente cuando hace referencia a las reiteradas escenas en la que los quelonios se “deshacen” de sus cubiertas como quien se quita un traje.
Al saber el dato, los niños quedan en shock por unos segundos. No pueden creer lo que están viendo, pero al racionalizar la evidencia saben que son menos inocentes que cuando entraron al festival.
—¿Qué le parece el festival como práctica pedagógica?
—Maravilloso. Tanto los niños como la familia vienen y hacen preguntas y sienten curiosidad por lo que mostramos. Lo que estamos haciendo es llevar la universidad a la comunidad.
Para la profesora Suárez, la educación ambiental va implícita en todas estas rondas de conocimiento. A la par que promueve los peligros del llamado caracol africano y las medidas higiénicas para evitar el contagio de enfermedades que porta este agente transmisor, la experta lo vincula al mundo de los moluscos y sus especies endémicas en la isla (más de 16 mil, de las que hay reportadas 1405, con un endemismo de 98,08 %, el más alto de las especies que habitan el archipiélago, incluso contando los vertebrados).
“Por eso hemos traído, más allá de la conocidísima polymita picta, ejemplares endémicos como el polydontes lima y el cerium, especies que no tienen esa belleza en cuanto al color, pero tienen otros atractivos”, explicó la experta en zoología.
Niños curiosos que terminaron estudiando Química
Néstor Cordero y Libermann Garcés son estudiantes de Química “del Varona”. El primero llegó a la especialidad por vocación. “Recuerdo de niño mezclar detergente y muchas cosas, que me provocaron alergia”. Menos atrevido, pero más docto, el segundo parece ser un clásico nerd.
Ambos realizan algunos experimentos. Cómo funcionan los flashes de las cámaras antiguas, o qué compuestos contiene la tinta invisible o alguna que otra demostración de utilería de laboratorio mediante el uso de sales.
Disponen, además, de un juego didáctico, una suerte de ruleta que al detenerse indica una pregunta sobre situaciones de la vida cotidiana que están conectadas con la Química.
—¿Qué importancia tiene este tipo de iniciativas para la educación infantil y la cultura ambiental?
—Indiscutiblemente, la enseñanza de la Química tributa a la educación ambiental. Al mostrar este tipo de reacciones, [los niños] pueden ver de primera mano el impacto que estas sustancias causan al medio ambiente. Además, si algo hemos priorizado es el trabajo en las comunidades vulnerables, principalmente con menores, para despertar el interés por la ciencia —responde Libermann.
Geografía y emigración
Ailyn Sierra despide a Alexandra y le regala una mariposa de papel reciclado hecha a partir de la técnica del origami. “Te puede servir de marcador para tus libretas o libros”, le dice a la niña.
Estudiante de cuarto año de Geografía, también “del Pedagógico”, la joven se prepara para ser profesora de la especialidad y desde ya pone en juego algunas dinámicas para que la asignatura “no resulte tediosa”.
“Mi elección por Geografía fue una vocación. Siempre me interesó mucho esta ciencia y me hará la más feliz del mundo”, asegura a OnCuba delante de un planisferio desplegado sobre el piso de la escuela.
“Ellos [los estudiantes] han identificado los océanos, países, continentes, y trato de motivarlos al tema con preguntas como dónde viven, algunos familiares que vivan en otros países, si ellos conocen dónde está ese país en el que residen sus seres queridos, si pueden localizarlo en el mapa…Vienen niños grandes y chicos y hay que trabajar con ellos de manera individualizada”.
Silvia 2.0
El British Council es la organización del Reino Unido para las relaciones culturales y las oportunidades educativas. ¿Cuál es su papel en este proyecto de La Manigua?
Ellos llevaban varios años haciendo este programa de cultura circular y en 2023 incluyeron a Cuba entre los países que podían solicitar. Así que participamos y nos ganamos esa subvención.
¿Siempre has estado atenta a la sostenibilidad?
La Manigua, además de los valores basados en la obra de Juan Padrón, promueve otros como la ecología. Por eso el proyecto tendrá paneles solares, captación de agua de lluvia y otros atributos en línea con la naturaleza. En los talleres que vamos haciendo, de fotografía, teatro, música, vamos transversalizando el tema ecológico. Ha sido como cuando encuentras la horma de tu zapato para hacer lo que llevabas tiempo queriendo hacer.
¿Te has descubierto como ambientalista?
Siempre tuve sensibilidad y en la medida en que voy aprendiendo, voy preocupándome y angustiándome un poco más, porque vas descubriendo un montón de cosas que no haces y podrías hacer, y que hay otras más difíciles de cambiar.
En este primer festival hemos hecho que la comunicación impresa no tenga fecha ni otros detalles para poder reutilizarla; estamos usando vasos de papel en lugar de plásticos; hemos democratizado el acceso al agua, que es totalmente gratuita y potable.
¿Este empeño es libre de lucro?
Es un festival sin ninguna intención de lucro. Simplemente hay algunos servicios gastronómicos que se comercializan; pero, por ejemplo, a los primeros 300 niños que vinieron se les ofreció un helado gratuito. De alguna manera ayudamos a que no haya brechas notables por cuestiones de ingreso familiar. Esa política la hemos seguido implementando en esta comunidad, La Timba, para brindar las mismas oportunidades a todos.
Veo que han hecho labores de reciclaje…
Sí, el festival incorpora una jornada vecinal de reciclaje y han traído plástico y cartón. La idea es cerrar el círculo. Esos mismos artículos van a parar a iniciativas que luego los reutilizan. Por ejemplo, emprendimientos como Cicloecopapel y Aventuras Cartoneras, que están aquí, los procesan.
¿Cómo percibes el factor emprendimiento dentro de la promoción de una cultura de responsabilidad ambiental?
Hemos descubierto con el proyecto un montón de iniciativas que estaban sensibilizadas y comprometidas con la cuestión ecológica. Nos hemos sorprendido en los talleres que hemos hecho, en los que han participado más de treinta iniciativas diferentes.
¿Públicas y privadas?
Algunas son parte de las instituciones públicas, pero otras son iniciativas también sensibilizadas y queriendo aprender sobre la cultura circular.
Como parte de este programa de cultura circular, una de las condiciones es tener un socio británico; así que hemos trabajado con Doorstep Arts, una organización sin fines de lucro con sede en el pueblo costero de Torbay, dedicada a promocionar la sostenibilidad a través del arte, a estimular el pensamiento crítico, la participación infantil. Todo eso lo hacen a través del teatro.
Doorstep Arts ha venido a Cuba y han hecho un taller con las iniciativas, cuyo número nos ha sorprendido, para compartir las herramientas que utilizan y puedan ser aplicadas aquí para sensibilizar a los niños en el tema ecológico.
¿Qué futuro le pronosticas a estos esfuerzos tuyos y qué dificultades encuentras a diario para empujar el proyecto La Manigua?
El compromiso y la tenacidad son dos condiciones importantes, y el proyecto La manigua las tiene. También hay que encontrar interlocutores que nos apoyen, como los de hoy para este evento. En ese sentido, cada vez iremos creciendo más. Soy consciente de que el cambio no se producirá por el trabajo individual; si vamos uniéndonos y empujando entre todos, eso puede producir cambios a otro nivel. En ese sentido van mi esperanza y mi ilusión: contribuir a que no seamos un esfuerzo único.
¿Existe alguna articulación con grupos medioambientalistas?
No existía, pero a partir del taller con Doorstep Arts hemos creado un grupo para impulsar acciones a través de esa red. Incluso el taller cerró con proyectos en los que las distintas iniciativas podían cooperar entre sí. Es el terreno fértil para que cosas nuevas se desarrollen.
¿Las autoridades han tenido una franca voluntad de cooperación?
Sí, la escuela nos ha apoyado, el Ministerio de Educación, el Partido del municipio Plaza está muy entusiasmado. No ha habido ninguna traba.
¿Pros y contras de estar ubicados en La Timba?
Cuando empezamos a trabajar aquí, desconocía muchas cosas de la comunidad, a la que yo no pertenecía, ni las demás personas del proyecto. Sin embargo, hemos encontrado niños y niñas increíbles, maravillosos, tan deseosos de hacer y de tener nuevas experiencias, que ha sido súper gratificante. No quisiera moverme de aquí, donde las escuelas, las familias y las autoridades son muy colaborativas.
Desde una perspectiva de sostenibilidad, ¿cómo ves a La Manigua de cara al futuro?
La vida tiene mucha incertidumbre. Va también de eso. Y en Cuba hay niveles altos de incertidumbre en cuanto al desarrollo de los proyectos. Es una realidad cambiante y estamos viviendo un momento muy difícil a nivel económico como país; eso impacta en el resto de las cosas. Hasta ahora hemos logrado articulación con proyectos de cooperación y creemos que cuando tengamos nuestras naves en funcionamiento —que debe ser para finales de este año— podremos tener ingresos recurrentes que nos permitan tener sostenibilidad.
Mientras tanto, con el empeño, la iniciativa y la creatividad que hemos tenido como proyecto vamos consiguiendo apoyos de otras fuentes, como es la cooperación internacional.
¿Cuánto aporta el legado de tu padre al proyecto?
Me aporta el 90 % y quizá el otro 10 % es lo que he aprendido. Primero, porque mi papá me enseñó mucho respeto y cariño por el público infantil. También me legó un amor muy profundo por Cuba y por lo mejor de ser cubano. Eso está en el proyecto de La Manigua. Queremos que las experiencias intenten siempre conectarse con nuestras raíces, que recurramos a lo local, a los mejores valores que tenemos.
Otra cosa fundamental en mi papá era el tema del juego, de la diversión. Hasta el último momento en que nos vimos, jugamos, tuvimos la capacidad de reírnos. Eso me traslada una intención de que la infancia sea divertida; que el proceso de aprendizaje de todas las cosas que queremos enseñarles [a los niños] pase por lo lúdico.