Las apelaciones a la idiosincrasia cubana suelen estar asociadas al esencialismo, entendido como una suerte de doctrina de la fijeza que, en sus formulaciones extremas, se ha utilizado para descalificar al otro desde una supuesta inmanencia. Se trata de una concepción de la cultura que, por utilizar una imagen, funciona como una fotografía que desconoce u oblitera los procesos históricos y etnoculturales que esa instantánea tiene por detrás. El esencialismo ha acompañado posiciones conservadoras de larga data dentro de la isla, empezando, naturalmente, por la colonia española.
Hacia la sexta década del siglo XIX unos jóvenes comenzaron a introducir un nuevo juego, el baseball, al regresar de sus estancias en Estados Unidos como estudiantes en universidades o colleges, práctica que desde temprano las autoridades consideraron ajena a la esencia identitaria de entonces, cuando el pasatiempo oficial eran las corridas de toros que tenían lugar en plazas como las de Monte y Arsenal y Carlos III e Infanta.
“Es innegable que ese juego no nos pertenece”, dictaminaba en julio de 1886 una revista habanera. “El juego fue combatido por las autoridades españolas en virtud de las prevenciones políticas”, nos recuerda un texto, “las órdenes coloniales eran severas e inflexibles al respecto”. Escribe por su parte el historiador Louis A. Pérez, Jr.:
El hecho de que la popularidad del béisbol aumentara tan rápidamente, entre tantos cubanos causó preocupación entre los españoles y los llevó periódicamente a demandar que se disolvieran los equipos y se prohibieran los juegos. De hecho, ya en 1873, poco después de la organización del Club de Béisbol de Matanzas, las autoridades gubernamentales prohibieron el béisbol por considerarlo una “actividad antiespañola“.
Los cubanos, sin embargo, persistieron horizontalmente en el empeño. Y a lo largo del tiempo no solo aportaron figuras legendarias al béisbol universal, sino también lo aplatanaron o fagocitaron, entre otras cosas, incorporándolo a su peculiar ajiaco y empleando en su vida cotidiana palabras como jonrón, jit, pasbol, quécher e incluso refranes populares del tipo “la pelota es redonda y viene en caja cuadrada”.
Por eso pudo convertirse en deporte nacional, al margen de su origen. Y por eso mismo también devino pasión, otro rasgo “idiosincrático” que se expresa a menudo en griterías y descalificaciones de la diferencia y el oponente en discusiones públicas y peñas deportivas del Parque Central o el Paseo de Marte.
Un poco más adelante, a fines de los años 40 del siglo XX, el pianista matancero Dámaso Pérez Prado, también conocido por Cara de Foca, utilizó el formato jazz band en la música cubana, potenciado poco después desde el exterior —en este caso, desde México—, una de las movidas que desató la llamada mambomanía o mambo craze en casi todos los rincones del orbe. Y a ese empeño se incorporó, también desde el DF, Bartolomé Maximiliano Moré Gutiérrez, quien bajo el influjo de Tin Tan y los pachucos dejó de ser Bartolo para convertirse en Benny. 1 Estamos hablando de la cubanía musical por antonomasia, al decir de la estudiosa Rosa Marquetti, “la voz de la gran big-band con la que Bebo Valdés estrenó su ritmo batanga, referente decisivo al que apelaría luego el propio Benny para conformar la imbatible Banda Gigante”.
Estos datos no tendrían mayor trascendencia de no ser porque lo primero que hizo el esencialismo de entonces fue declararlos ajenos a la idiosincrasia musical cubana e incluso acusarlos de distorsionarla con elementos extraños a la tradición y la “identidad” —en este caso, curiosamente, rechazando el jazz y el swing estadounidenses y presentándolos como factores disruptivos.
Pero no solo eso. Al principio las “clases vivas” consideraron “indecente” bailarlo y lo colocaron fuera de los muros por sus movimientos de caderas y pelvis, a pesar del trabajo de Roderico Neyra —más conocido por el mago Rodney— y sus Mulatas de Fuego en Tropicana y sus alrededores.
También hubo esencialismo en los años 60, promovido por un proyecto nacionalista llegado al poder a inicios de 1959, cuyo antimperialismo se extendió a sectores de la cultura, lugar donde no siempre cabía. Eso explica el cambio en el nombre de repartos diseñados y habitados por la elite emigrada, originalmente bautizados en inglés, a palabras arahuacas —Siboney, Atabey—. También la promoción preferencial de formas musicales “autóctonas” como el hoy casi olvidado Mozambique de Pello el Afrokán, que quiso funcionar como valladar ante la aparición de una categoría hasta entonces inexistente en el vocabulario criollo: “penetración cultural”, expresión que, sin embargo, tenía y aún tiene el problema de ubicar a la cultura cubana como receptora acrítica y sin anticuerpos.
Al inicio se impedía la difusión de los Beatles mientras la radio estaba saturada de grupos españoles que intentaban aproximarse a su estilo desde las circunstancias del franquismo tardío. Y hasta hubo un Noticiero Icaic Latinoamericano que llegó a compararlos con monos. Pero hubo más al operar el machismo actuante en las conciencias y llegar a considerar “afeminados” a quienes en los 60 se dejaban crecer el pelo y se ponían pantalones estrechos, siguiendo las pautas de los grupos estadounidenses y británicos del momento.
Bandas de rock locales como Los Kent, Los Jets, Los Gnomos y Los Almas Vertiginosas, de El Vedado y La Víbora, cantaban en inglés, y por eso mismo —y también por sus looks— se les mantenía fuera de la radiodifusión nacional. Sus actuaciones se restringían a ciertos espacios, sobre todo fiestas de 15, en casas particulares o círculos sociales. La razón era la misma: todo aquello procedía de los predios del enemigo, el de Playa Girón, la Crisis de los Cohetes y los planes de desestabilización.
Pero eso tenía otro problema que no se quiso o no se supo ver: eran expresión de una contracultura versus los poderes establecidos, al final del día los mismos contra los que reaccionaba el nacionalismo cubano. Fueron declarados, sencillamente, “penetrados culturales” hasta que andando el tiempo se produjo un cambio, hoy emblematizado en una estatua de John Lennon colocada en un famoso parque habanero.
Halloween no es el problema ni cabe considerarlo “ajeno a nuestra idiosincrasia” porque la cultura cubana ha sido abierta y ecléctica desde sus principios. Tampoco funciona tratar de despacharlo como una expresión de “colonialismo cultural” toda vez que se celebra en otros puntos cardinales del planeta sin que el hecho comprometa o amenace una identidad cultural ya establecida, pero siempre cambiante en el contexto de las dinámicas cultura popular/globalización.
Finalmente, los problemas identificados en su capítulo cubano no se pueden abordar dando los efectos por causas ni con mentalidad de crimen y castigo, sino mirándose hacia dentro e identificando las razones de los espacios vacíos. Aquí estaría, en todo caso, lo radical, algo que José Martí definió una vez, simplemente, como eso mismo: ir a las raíces.
Nota:
1 En la cultura anglo, Benny o Bennie es una versión abreviada del nombre de pila Benjamin o, menos comúnmente, Benedict, Bennett, Benito, Benson, Bernice, Ebenezer o Bernard.
Halloween?, son las masas susceptibles a manipular. Cuantos ya no quieren ni saber de este proyecto social?. Halloween, también.