El 26 de enero de 1991 resurgió El Mejunje en unas céntricas ruinas en la Calle Marta Abreu No. 12, en Santa Clara. Ello fue posible en buena medida gracias a los propios santaclareños y, sobre todo, a la presión que a través de la prensa hizo el movimiento intelectual de la provincia.
Este humanísimo proyecto de Ramón Silverio había andado a la deriva por la ciudad desde 1984, como un San Sebastián asaeteado por no pocos detractores con poder y otros gratuitos, que no le faltan.
Recién había llegado al gobierno local el abogado Humberto Rodríguez –luego enigmáticamente defenestrado desde la presidencia del INDER–, quien no dio la espalda al reclamo popular. Entre sus primeras medidas estuvo entregarle a Silverio el espacio de lo que había sido el Hotel Oriental para que concretara su sueño de inclusividad y mejoramiento humano a través de la cultura.
Silverio, transgresor y revolucionario por naturaleza, abrió las puertas del nuevo lugar a proyectos novedosos y osados para la época, lo que atrajo a creadores y otros grupos sociales que no habían hallado donde realizarse o simplemente ser tenidos en cuenta. No obstante, también provocó sobre sí las malas miradas de sectores conservadores y de funcionarios dogmáticos y anquilosados.
Entre estas propuestas surgidas de inmediato estuvo la de un grupo de jóvenes artistas que peregrinaban por la ciudad bajo el nombre de Tribu-na. Encantados con el sitio, le propusieron entonces a su director hacer un gran mural en la fachada de El Mejunje. Silverio, fiel a su lema “No pido permiso para hacer, yo simplemente hago”, no buscó el consentimiento de la Dirección de Patrimonio u otra entidad reguladora del ambiente urbano; sencillamente dijo que sí y ya en el mes de agosto era inaugurada la provocativa pintura que hasta hoy distingue a este mítico sitio.
A pesar del carácter público del mural, y de que su imagen es reconocida incluso fuera de Cuba, no son muchos los que están al tanto de su historia. Tal como llegaron de súbito, sus hacedores se marcharon de la misma manera y nunca más han vuelto por la ciudad.
El grupo Tribu-na surgió a finales de 1990 en la barriada habanera de Fontanar, en la casa del escritor, dramaturgo y narrador oral Leonardo Eiriz. Junto a él conformaban el grupo, Eric Rojas, entonces estudiante del Instituto Superior de Arte, y Jorge Mata, artista plástico multidisciplinar.
Sobre aquellos días fundacionales recuerda Mata, de vuelta en La Habana: “La idea de unirnos había sido mía, pero el nombre del grupo lo decidimos en conjunto, inspirados en un minicuento de Leonardo, titulado Tribuna y recogido en su libro Apremios, que había ganado el premio 13 de Marzo”.
Desde allí veíamos al hombre gritar y decir bondades. Era como una tribuna aquel lugar. Y llegaron gentes y gentes. En lo más hermoso de su discurso, vino el loquero y cerró la ventana.
“El cuento es un reflejo de la realidad que vivíamos en aquellos años, de franco enfrentamiento con las instituciones, sobretodo en las artes plásticas. Eric Rojas y yo veníamos haciendo algunas colaboraciones e incluso pintábamos cuadros a dos manos. Conocimos a Leonardo Eiriz en casa del trovador Adrián Morales, y de inmediato tuvimos afinidad a pesar de nuestra diferencia de edad”.
Como resultado de aquella unión, cuenta Mata, nació un texto programático que lamentablemente se perdió. “En aquel entonces –comenta– ni soñábamos con las computadoras u otras herramientas de almacenamiento de información. Su pérdida tuvo que ver también con la emigración de los integrantes del grupo a España y el abandono de nuestras pertenencias en Cuba”.
Lo de Tribu-na, con el guión intermedio tiene según el artista una explicación etimológica. Al fundar el grupo, Jorge Mata y sus compañeros quisieron darle a este un carácter de tribu. Tenían, afirma, un gran sentido de la unidad, de pertenencia cultural y espíritu nómada.
La partícula na expresaba la negación al discurso institucional del momento, el cual daba prioridad a los proyectos afines a la política cultural imperante y dejaba a un lado otros de mayor diversidad, de cuestionamiento generacional, político, social y de discurso renovador dentro de las artes plásticas del momento.
“Pretendimos ser una alternativa diferente –precisa Mata–, sin depender de las instituciones culturales, encargándonos nosotros mismos de convocar, realizar y divulgar nuestras propuestas. Es por ello que la posibilidad que nos daba Silverio nos pareció muy atractiva.”
La realización del mural coincidió con los XI Juegos Panamericanos, en 1991. En aquel momento La Habana hervía, se tensaba el ambiente con los preparativos de las competencias mientras el periodo especial atenazaba. Para entonces, ya hacía un año de la fundación de Tribu-na como grupo multidisciplinar. “El viaje a Santa Clara fue para nosotros una válvula de escape”, recuerda el artista.
En ese año la proyección y el grueso de los trabajos se situaron en el contexto del Instituto Superior de Arte (ISA), donde cursaba estudios Eric Rojas y Mata asistía como oyente. Sus obras se movían entonces entre lo performático y lo pictórico, con happenings como Hamburguesa criolla dos pesos y Nada sobre Nada. Además, hicieron las ilustraciones para el libro Apremios de Leonardo Eiriz y la serie Culinarte, de pinturas de gran formato sobre tela.
Como grupo realizaron igualmente obras junto a otros artistas, muchas de ellas sobre papel Craft, las cuales se utilizaron como ambientaciones de espectáculos o se terminaban in situ.
“Pero mural como el de El Mejunje no hicimos otro. Solo realizamos ese en Cuba y curiosamente es el único que ha sobrevivido al paso del tiempo, vestigio vivo de nuestro accionar en las artes plásticas”, recuerda Jorge Mata con nostalgia.
En la creación del mural colaboró también el entonces estudiante santaclareño Rafael Fernández, quien pertenece a una familia estrechamente ligada a las artes plásticas de la ciudad. Su firma aparece en la pared junto a la de los integrantes de Tribu-na.
El grupo dejó de existir cinco años después. Se disolvió en la ciudad de Barcelona, España. En 1994 ya Eric Rojas había abandonado el proyecto por razones de índole personal. En la capital catalana quedaron entonces Leonardo Eiriz y Jorge Mata, y allí realizaron varios espectáculos con el cantautor, escritor y narrador oral José Raúl García y el trovador Adrián Morales.
La vida ha continuado su camino. El mural, sin embargo, permanece.
“Es justo decir que de haberlo realizado en La Habana probablemente no existiría hoy”, conjetura Mata. “Lo habrían borrado sin miramientos como han hecho con otras obras de creadores importantes. Que siga vivo es algo que debemos agradecerle siempre a Silverio y a Santa Clara, una ciudad que nos acogió con tanto cariño”, finaliza.
Como prueba veraz, la pintura se resiste al tiempo en la facha de El Mejunje.