En Chechenia no hay homofobia. Descarten un milagro. Es que no hay homosexuales, alegan las autoridades, invisibilizándolos de un manotazo retórico en esa república rusa del Cáucaso musulmán.
En Cuba sí hay homofobia, por la razón contraria, y ciertas zonas del arte echan una mano para combatir el fenómeno, deslegitimarlo y ponerlo a ras de la mirada social, visibilizándolo.
“Los espacios y manifestaciones donde puede expresarse una sexualidad diferente son escasos y tienen sus límites muy definidos”, se queja Yanahara Mauri Villarreal (La Salud, 1984), en medio de un tropel de fotografías de vértigo salidas de sus fantasías homoeróticas y tomadas por “una Nikon D3100 semi pro y unos flashes rusos” en un ejercicio de minimalismo escénico montado en casa. “Hay fotos que las he hecho en la calle, utilizando como fondo una pared”.
“Con estas imágenes trato de borrar esos límites, de liberar al sujeto del peso de una tradición plagada de fórmulas hetero-sexistas de ver el placer, lo erótico, y las relaciones interpersonales”, dice Mauri, una militante del arte queer, en exclusiva con OnCuba.
Se trata de Hijos de Onán, una fugaz muestra personal de diez días exhibida en el discreto estudio del pintor Nasco. El espacio, empotrado en una de las antiguas casas de techo artesonado de la calle Espada (214), está a solo un par de cuadras del primer cementerio colonial de La Habana.
Todavía uno de sus paredones documenta la existencia de nichos funerarios, una solemnidad espectral que contrasta con la vida extrovertida y bullanguera de la calle, en una barriada embebida de tradiciones: desde el juego de dominó en medio de la acera hasta los “trabajos” de santería en una esquina, pasando por el comadreo y el comercio entre vecinos. Detrás de tales rutinas, mentalidades que las soportan atravesadas de estereotipos, recelos y censuras.
Probablemente, Mauri Villarreal colocó su muestra en un territorio ¿hostil?, ¿adverso? o tal vez ¿indiferente? De cualquier manera, sirve de experimento. Aquí los machos de deltoides tatuados y las chicas con uñas de arabescos y pechos formidables de silicona, difícilmente pondrían los pies en la muestra, a pesar de que en Hijos de Onán “no solamente trato el tema homoerótico. Aunque sí lo priorizo, abordo otras zonas relacionadas con la sexualidad y el erotismo”.
La fotógrafa, graduada de Historia del Arte en la Universidad de La Habana, está contra cualquier estanco y pretende universalidad en su propuesta: “Me interesa que llegue a todas las personas posibles. Esta serie no solo se queda en la ‘comunidad queer’, ni debe hacerlo”.
Fronteras de humo
¿Estamos ante una provocadora? “En mi obra me interesa provocar, expresar ciertas problemáticas que están presentes en la vida diaria”, dice sin sonrojo.
Y no hay que dudarlo. Las fotos de Yanahara impresas en distintos soportes –lienzografía, papel fotográfico y vinilo sobre PVC– no dejan indiferentes entre los espectadores. Narran escenas subidas de tono, de alto voltaje sexual con genitales explícitos, poses de seducción y ofrecimiento, mixturas sensitivas a través de frutas o instrumentos musicales, o bien utensilios de cubertería con fines represivos o sádicos sobre los cuerpos y las psiquis. Otras obras son breves performances filmados, donde la identidad biológica del sujeto se anula o se subvierte frente a los amaneramientos de la acción. ¿Fronteras? La artista parece decir: No, gracias.
“Estoy hablando de libertad, aceptación, respeto, diferencia, pero también estoy descubriendo los mecanismos de poder y opresión que operan en nuestra sociedad y en el mundo”.
Algún espectador podría considerar pornográficas estas escenas. ¿Estabas consciente de que corrías ese riesgo?
Esto no es una serie para complacer. Es cierto que algunas imágenes son más fuertes que otras, y precisamente no me censuro a la hora de crear. Me interesa utilizar diversos lenguajes que quizás por momentos puedan asociarse a lo porno. Creo que la libertad de expresar una idea puede valerse de códigos visuales disímiles, siempre y cuando se sepa decir con imágenes lo que se piensa, y que ese concepto tenga un valor para el espectador.
¿Puede considerarse Hijos de Onán como arte militante en favor de la comunidad queer, dentro de la cual te asumes?
Sí, es importante este ensayo dentro de la “comunidad queer”, entrecomillada, porque no sé si exista en Cuba una comunidad sino personas que aisladas viven su sexualidad. De cualquier manera, enriquece la visión de un arte de este tipo dentro de la Isla, no solo desde el punto de vista fotográfico, sino además desde una arista socio-política.
Toma y daca
Yanahara quiere desinhibición en sus maniobras compositivas. Así que invita a sus modelos –la mayoría amistades y conocidos– a construir colectivamente la foto, de modo que la zona de pudor puede ser transitada bilateralmente con naturalidad. “No es llegar y hacer la foto. Con un desconocido o incluso con personas cercanas es un proceso, se conversa durante la sesión para que todo fluya. El que está detrás de una cámara también es una persona que necesita seguridad ante el que posa”.
La artista, que contó con el respaldo de la embajada de Noruega para su proyecto, maneja la fotografía concepto a partir de fuentes diversas. Ideas propias y un oído atento a experiencias ajenas, la de sus modelos o de “las mismas personas que te encuentras en la calle: un gesto, una frase, un rostro puede ser ya la foto”. El paso siguiente es el boceto y finalmente la puesta en escena antes de apretar el obturador.
En Hijos de Onán –un personaje bíblico que encarna el pecado de la interrupción del coito, aunque otros lo toman como referente de la masturbación– la mayoría de las fotografías traspira un aire de libertad en las que los sujetos ondean una identidad autoafirmada ante el placer.
Para la autora, esa dignidad o dignificación, aun desde cierto ángulo de desparpajo, puede tomarse como una victoria simbólica de los discriminados ante siglos de opresión, muerte, abusos, estigmatización y desdén.
De cierto modo, la foto de presentación de Hijos de Onán es un guiño a tal estado de cosas. En ella aparece la propia artista junto a su pareja, enlazadas por los hombros y el talle, con un cielo estrellado de fondo. Sus cabezas están enfundadas por sendos cascos de motociclistas, aludiendo a las escafandras espaciales. Un amor cósmico, sí, pero también unas cabezas protegidas contra eventuales choques con la realidad.
“Lo ‘Otro’, lo diferente, siempre se trata de esconder, ocultar, rechazar, minimizar, etcétera. Lo vemos constantemente en las películas, las novelas, la música, los medios de difusión masiva, no solo en Cuba sino en el mundo”, dice Mauri Villarreal, quien en 2010 ganó el premio de la Fototeca de Cuba en un concurso de pequeño formato –5×7– por su colección Los espasmos de Venus.
Necesidades y desafíos
Cuando se acerca el día mundial contra la homofobia –17 de mayo– Yanahara percibe que una sociedad heteronormada como la cubana ha entrado en una dinámica de cambios que favorece la emergencia de la comunidad queer, lejos ya de “épocas pasadas caracterizadas por un clima altamente homofóbico”.
Sin embargo, los cambios van en ralentí y a veces, acusan zigzagueos. Existe una Cuba actuante profundamente conservadora e irritada, más allá de una aparente tolerancia hacia los gays que es más hija de la aquiescencia social que de una deliberación ética.
Pese a los esfuerzos institucionales de una entidad como el Cenesex –Centro Nacional de Educación Sexual– “se debe seguir trabajando desde todos los espacios posibles porque aún se experimentan manifestaciones de violencia tanto física como psicológica”, reclama la artista y pide de los medios y la escuela más participación en la cultura del debate.
“Necesitamos una sociedad que respete y acepte la diferencia, no que cree moldes que excluyan. Un día mundial contra la homofobia no resuelve un problema de siglos reproducido en las mentes. De hecho, el día pasa y luego todo se sigue reproduciendo como antes… ¿y los demás días del año?”
Aun con menos garra y predominio que antes, los ejercicios heteronormativos siguen y seguirán en pie, sobre todo empoderados en sus grandes reservorios: las generaciones más viejas y reacias.
Si una señora de más de 60 años se para ante la puerta del estudio y pregunta qué se expone aquí, ¿qué le responderías?
Aquí se expone arte y vida.