En Cuba, 1968 fue un año clave. Al cabo de casi un decenio del triunfo de la Revolución, la tensión entre heterodoxia y ortodoxia sería uno de sus rasgos distintivos. Y adquiriría nuevas expresiones en un contexto de cambios que implicaron la violentación del sentido común, una de las principales características de aquella primera etapa que cerraría al cabo con el fracaso de la Gran Zafra de 1970.
Frecuentemente se percibía entonces a la cubana como una “Revolución sin ideología”, descontaminada de ideas fijas y dogmas.
Del otro lado de la cortina de hierro, por eso mismo, se le veía con desconfianza y recelo, o a lo sumo como al principio, en 1959: la obra de unos muchachos barbudos pequeñoburgueses que tenían que ser guiados por la senda de lo verdadero. Foco guerrillero vs. lucha de masas. Voluntarismo vs. planificación centralizada. Realismo socialista vs. pluralidad. Fantomas vs. Scotland Yard.
A escasos dos meses de la muerte del Che, 1968 fue llamado “Año del Guerrillero Heroico” después que un electrizante discurso en la Plaza lo proclamara modelo y paradigma. Una manera, además, de reafirmar que su ejemplo seguía vivo frente a oponentes, detractores y ejecutores.
Una tonada de Silvio Rodríguez expresaba quizás como ninguna otra el espíritu de aquella época: “Te convido a creerme cuando digo futuro. / Si no crees en mis ojos/ cree en la angustia de un grito/ cree en la tierra/ cree en la lluvia/ cree en la savia”. Y el futuro se consideraba entonces al alcance de la mano.
A principios de 1967 tuvo lugar un experimento en la tierra que alcanzaría su clímax durante 1968-1969, este último bautizado “Año del Esfuerzo Decisivo”: el Cordón de La Habana.
Un cinturón agrícola alrededor del capital, llamado a abastecerla en alrededor de cinco años de productos como café, leche, queso, mantequilla, carne, cítricos… Y con cortinas rompevientos para que los ciclones no interrumpieran el flujo productivo. Su fuerza de trabajo fundamental la integraba un ejército urbano compuesto por trabajadores de los servicios, burócratas, profesionales, secretarias, estibadores… “Estamos en el Cordón” –podía leerse a menudo a la entrada de oficinas y centros de trabajo habaneros. Tributaban a una expresión hasta ese momento inédita en el vocabulario criollo: “De Cara al Campo”, lo cual implicaba, en esa lectura, que de ahí para atrás al campo se le había dado la espalda.
También a partir de entonces fueron de cara al campo, durante 45 días, jóvenes de la enseñanza media a lugares como Ciego de Ávila, San Nicolás de Bari o Alquízar para guataquear caña o recoger tomates o papas. En el caso del Cordón, esa cara incluía la capacitación de mujeres para operar 1 300 tractores Gordon GM-4, comprados a Italia y más conocidos entre los cubanos y cubanas de aquel año como “Piccolinos”.
En 1968 ocurría algo de lo que hoy casi nadie se acuerda: la construcción simultánea del socialismo y el comunismo en tres pequeñas localidades de la geografía rural: San Andrés de Caiguanabo, en la cordillera de Guaniguanico, Pinar del Río; Banao, en Las Villas; y Gran Tierra, en Oriente. Una manera concreta de posesionarse frente a la ortodoxia y los manuales, y expresión de que la utopía era alcanzable por vías alternativas, lejos de cualquier eurocentrismo. “Naturalmente” –observa un estudioso– “en aquel ensayo de comunismo el Estado no cedía sus funciones a la sociedad, sino al contrario, las concentraba todas”.
Desde mediados de 1966 la máxima dirigencia en Cuba había detectado problemas internos en el Comité Central, estructurado por primera vez el 30 de octubre de 1965, y había decidido actuar. Hacia fines de 1967, según Raúl Castro, tenían en su poder “informaciones procedentes de varias vías, todas confiables, que nos hacían suponer la existencia de una corriente de oposición ideológica a la línea del Partido […]. Esta corriente no provenía precisamente de las filas enemigas, sino de gente que se movía dentro de las propias filas de la Revolución, actuando desde supuestas posiciones revolucionarias”. Eso es lo que explica la detención de algo más de treinta ex militantes del Partido Socialista Popular, encabezados por Aníbal Escalante (1909-1977), ex abogado del líder azucarero Jesús Menéndez, ex editor del periódico Hoy y miembro del Comité Central que en 1962 había sido relevado de sus funciones en el proceso de formación de las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI) durante la lucha contra el sectarismo.
El proceso contra la microfracción estaba en marcha en enero de 1968. La lista de impugnaciones y críticas de los microfraccionarios a los jóvenes de verdeolivo eran prácticamente las mismas que les marcaban los funcionarios soviéticos: desde temas de la economía como el desconocimiento de la ley del valor y el sistema presupuestario de financiamiento, hasta el exceso de trabajo voluntario y no remunerado. Tampoco quedaban fuera los desarrollos de la política exterior, en especial el apoyo a las guerrillas y el entrenamiento de combatientes latinoamericanos en serranías occidentales cubanas.
Al final recibieron condenas que oscilaban entre quince y cuatro años. En ese mismo mes de enero, la prensa de la época y varias cronologías documentan un racionamiento de petróleo como consecuencia del corte en los envíos procedentes de Bakú.
La microfracción no fue sino una expresión de disenso dentro de la izquierda. Se vio alimentada por toda una historia con los viejos comunistas que se remonta al Moncada y la Sierra, por el problema de la unidad, y por fouls de los implicados, como entregar información sensible a la embajada soviética y colaborar con la KGB y la Stasi en un momento de máxima tensión en las relaciones Cuba-URSS. También jugaron con la carta de la deslealtad, algo que aquellos rebeldes, y en particular su máximo líder, no perdonaban jamás.
En marzo de 1968 Fidel Castro dio por zanjado el incidente durante un discurso en la escalinata de la Universidad de La Habana: “La microfracción como fuerza política –como fuerza política– carecía de significación; como intención política, sus actos eran de carácter grave; y como corriente dentro del movimiento revolucionario, una corriente francamente reformista, reaccionaria y conservadora, aunque comprendemos perfectamente bien que en la atmósfera de estos tiempos circulan muchas corrientes de esa índole. Pero, al fin y al cabo, la microfracción nosotros la consideramos un problema ya resuelto”.
Continuará…
Es posible perdonar el idealismo de los primeros años, pero lo que es imperdonable que a 50 años sigamos sin “café, leche, queso, mantequilla, carne, cítricos “… El voluntarismo, la improvisación, la autosuficiencia de ministros y altos funcionarios han logrado en la práctica que la historia de esos años iniciales se siga repitiendo ya no como tragedia sino como farsa, mentiras y amplio abanico de justificaciones …para al final perpetuar la tragedia del que vive de su trabajo sin “café, leche, queso, mantequilla, carne, cítricos” y que despues de haber ido a movilizaciones en la agricultura desde que era un niño, ahora le dicen que “es importante el trabajo del campesino por el sacrifico que lleva, que hay que conocer el trabajo de la agricultura que es muy duro” y entonces para que nos hicieron sacrificar todos las decadas anteriores
concuerdo totalmente con usted Angel, y la culpa no es TODA del imperio, esperemos que nuevos aires soplen sobre nuestra isla sin perder lo que sea mejor y salvable de nuestra sociedad
Yo creo Tony que vas a tener que esperar aun unos añitos. Estos cocodrilos no van a soltar la presa muy facil