La noche trágica del 15 de febrero de 1898, Arturo Feliú limpió el maquillaje de su rostro que lo transformaba en el legendario “Chinito” del teatro vernáculo, en el escenario del Alhambra y salió a caminar rumbo al hotel El Jerezano, en Prado, esquina a Virtudes.
En el restaurante se hallaba su amigo Enrique Menéndez, quien le informó sobre la salida de los bomberos rumbo a la bahía para sofocar un incendio. Había confusión y varias versiones acerca del siniestro.
En un país en guerra desde el 24 de febrero de 1895 cualquier cosa podía ocurrir. Feliú, en sus ratos libres, siempre estaba dispuesto a acudir al llamado del Cuerpo de Bomberos, institución con la que colaboraba como voluntario. Con Menéndez trató de ir en bote hacia el lugar del suceso, pero ningún botero quiso arriesgarse. Entonces se trasladaron a Casablanca en busca de Joaquín Novelli, compadre de Feliú y dueño de una pequeña embarcación. En ella navegaron hasta las proximidades del Maine.
Aquella noche pudo ser la última para Arthur Rau. Pero logró salir del amasijo de hierro y escapar.
Empezamos a buscar por aquellos alrededores y al poco rato vimos un bulto grande flotando sobre el agua. Lo sacamos y entonces pudimos ver que era un marinero que tenía una gran herida en la cabeza. Lo metimos en el bote y con él nos dirigimos a La Machina donde estaba la Sanidad Marítima. En el camino le dimos al herido un poco de aguardiente y con eso volvió en sí. Entonces me estrechó la mano y me hizo la seña de masón. Por esa seña comprendí que se trataba de un hermano e hice el propósito firme de no abandonarlo mientras no estuviera completamente a salvo. Después de curado por los médicos en La Machina me dio las gracias, me regaló su reloj como recuerdo y entregándome cinco pesos me rogó por medio de un intérprete que le pusieran un cable a su novia que había dejado en Nueva York, diciéndole que estaba a salvo, narraba Feliú al periodista José A. Giralt en una entrevista publicada por Bohemia el 7 de marzo de 1926.
Una vez cumplida la encomienda, el actor regresó y acompañó al convaleciente hasta que marchó a Estados Unidos en el Oilvitte. Después, según su testimonio, recuperó la bandera del Maine, junto con un joven de apellido Ugarte y la entregaron al general Fitzhugh Lee, cónsul estadounidense en Cuba.
El Maine
Algunos curiosos presenciaron el 25 de enero de 1898 la entrada en la Bahía de La Habana del Maine, acorazado norteamericano que arribó para realizar una visita amistosa. Era un suceso inusual y causó sorpresa general entre la población, informaba la prensa de la época. Se temía una intervención del vecino del Norte, incluso especularon que la nave era la avanzada de una escuadra.
El ambiente político estaba saturado, parecía una caldera a punto de estallar, pues después de un artículo publicado por el periódico El Reconcentrado, oficiales españoles se manifestaron con energía y desórdenes públicos que afectaron la tranquilidad ciudadana. El Capitán General Ramón Blanco logró apaciguar, por el momento, los ánimos y continuó con su política de autonomía. Pero ya era tarde.
Antes de que transcurriera un mes, en la noche del 15 de febrero, el Maine se fue a pique, frente a las costas habaneras, como consecuencia de explosiones. En el desastre, de los 355 tripulantes, murieron 261 en el hundimiento, 7 fallecieron posteriormente por las heridas recibidas y un oficial, por una afección cerebral. Hubo, además, 19 heridos.
Para España fue un accidente por combustión interna, pero el Gobierno de Estados Unidos tenía otra tesis: aseguró que una mina provocó el estallido. Y declaró la guerra.
Bajo sospecha
Quizá por su gesto con el diplomático de Estados Unidos, o tal vez porque se conocía que en el Alhambra ayudaban a los insurrectos enviándoles pertrechos, las autoridades españolas comenzaron a investigar a Feliú. Entrevistaron a directivos del Cuerpo de bomberos, quienes informaron al actor lo que sucedía. Temeroso de ser detenido, se incorporó a las tropas del Ejército Libertador, en la zona de Jaruco, comandadas por Eliseo Figueroa.
No era la primera vez que Feliú salvaba vidas. Poco antes se había hecho cargos de varios niños, víctimas de la reconcentración de Weyler. Los alimentó y así impidió que murieran de hambre. Luego, como socorrista, evitó que se ahogaran María Alonso y Pascual Vidal en el litoral de El Vedado.
Concluida la guerra, Feliú continuó su carrera de actor en el Alhambra, donde había debutado en 1893 en la obra La gran Tómbola. Además del “Chinito”, interpretaba ocasionalmente el personaje del “Negrito”.
Seguía siendo un hombre generoso. Más de una vez usó su influencia para hacer el bien. Cuando gobernaba Mario García Menocal, Feliú gestionó el regreso a Cuba de los obreros Enrique de Lago y José Guirián Otero, que habían sido expulsados del país. También logró la libertad del líder sindical José Celeiro.
El reencuentro con Arthur
A las 10 de la mañana del 14 de febrero de 1926 entraba al puerto de La Habana el vapor Siboney, escoltado por el crucero Cuba, un submarino V-2 y dos barcos de la Marina norteamericana. Trasladaba desde Estados Unidos una nutrida delegación de veteranos de la guerra contra España con el fin de participar en la recordación a la voladura del Maine. Entre las actividades planificadas se hallaba la colocación de una placa de bronce en el monumento a las víctimas, inaugurado el año anterior. Arthur Rau integraba el grupo.
Hospedado en el Hotel Sevilla, el sobreviviente de la catástrofe, preguntó por su salvador. A oídos de Feliú llegó la noticia y enseguida fue al encuentro. Arthur no pudo evitar la emoción y levantarlo en peso cuando se abrazaron. Allí el cubano conoció a la esposa del estadounidense y compartieron anécdotas de los viejos tiempos.
Es curioso que el destino de Feliú continuara vinculado al Maine. Al ser erigido el monumento en 1925, lo contrató el Ministerio de Obras Públicas para que se hiciera cargo de su cuidado, con un salario de 45 pesos mensuales. A pesar de que en 1930 fue cesanteado, no abandonó el puesto. Pasados trece años, ya anciano y enfermo, cada día iba con su andar lento, a veces vestido con el uniforme del ejército norteamericano, rumbo al malecón, al obelisco que rememoraba la muerte de los estadounidenses.
Celso T. Montenegro, redactor de El Mundo, lo entrevistó el 14 de febrero de 1943 y describió así la triste situación del actor, devenido en custodio:
Está provisto de una escoba y con ella separa la basura que ha sido depositada en el mármol del monumento. Suda, en su cara advertimos las huellas del hombre que ha experimentado una terrible decepción: tratamos de hablarle y antes de que nos decidiéramos, se nos adelanta y nos dice: “Este trabajo lo realizo casi diariamente. Cuido de este sitio como si fuera algo mío, que llevo muy dentro de mi alma”.
Por su trayectoria, Arturo Feliú recibió numerosas condecoraciones, entre ellas, la orden de Oficial de Honor y Mérito de la Cruz Roja, la Medalla Municipal; sin embargo, confesaba a Montenegro: “no obstante, me muero de hambre…”.
Fuentes:
José A. Giralt: “Como me lo contaron, Arturo Feliú”, Bohemia, 7 de marzo de 1926.
Celso T. Montenegro: “Vive olvidado un héroe del Maine”, El Mundo, 14 de febrero de 1943.
El Fígaro
Diario de la Marina