Pasear por Neptuno, una de las arterias más concurridas de la capital cubana en las tres primeras décadas del siglo XX, era como tomarle el pulso a una ciudad y país sujetos a cambios acelerados por la influencia de la industria azucarera, de las pequeñas y medianas industrias y del comercio, fundamentalmente.
Un cronista de El Fígaro, el 16 de febrero de 1919, comentaba en sus impresiones acerca de la urbe:
“Nada es comprable con el progreso que ha alcanzado La Habana en las últimas dos décadas. La capital de Cuba se ha convertido en una verdadera gran ciudad civilizada, cuya riqueza y belleza urbana asombra y encanta a propios y extraños”.
Neptuno constituía un botón de muestra de las transformaciones. El origen del nombre de la calle se remonta a la época colonial cuando la vía llegaba a la fuente de Neptuno, situada entonces en la antigua Alameda de Isabel II, construida en 1797 durante el mandato del gobernador y capitán general Juan Procopio Bassecourt. Con anterioridad se le llamó San Antonio y Calle de la Pila.
El domingo 24 de agosto de 1919, el alcalde de La Habana Manuel Varona Suárez develó, en la esquina de Neptuno y el Paseo del Prado, la placa que identificaba a la calle con un nuevo nombre. Se denominaría Juan Clemente Zenea, en homenaje al escritor de ideas independentistas fusilado en La Cabaña, en 1871.
Para el pueblo, sin embargo, continuaría siendo Neptuno, como antes, cuando era una de las zonas de residencia preferidas por la clase media.
Entre sus vecinos más célebres estuvo el senador Salvador Cisneros Betancourt, conocido como el Marqués de Santa Lucía, quien fue Presidente del Gobierno de la República de Cuba en Armas, Rafael Montoro, estadista considerado como uno de los oradores más brillantes del país, Francisco Paula Coronado, enciclopedista, historiador, profesor y director de la Biblioteca Nacional de Cuba, y el médico y científico Juan Santos Fernández quien tuvo su consulta en Neptuno 62, donde atendió al joven José Martí.
Otros galenos como Eduardo J. Eleisegui, Manuel Betancourt, Rafael Betancourt Agramonte abrirían en Neptuno sus oficinas en la nueva centuria.
La Gran vía blanca
Entre las cuatro y las cinco de la tarde en un día laborable, como promedio, según cálculos del Departamento de Tránsito de la Jefatura de Policía Nacional, divulgados por el Diario de la Marina, el 3 de enero de 1929, por allí pasaban 80 ómnibus, 75 tranvías, 1476 autos y casi 4 mil peatones. Tal vez por eso algunos le llamaban la Gran vía blanca, beneficiada en la década de 1920 al edificarse aceras más anchas e instalarse un alumbrado moderno.
Para tener una idea más exacta de cómo pudo ser la vida cotidiana en Neptuno comparto este fragmento de la crónica La Habana, la ciudad de los ruidos, del escritor y trotamundos hispano-cubano Eduardo Zamacois, publicada por El Fígaro, en 1925:
“La Habana, efectivamente, con sus 18.000 automóviles ‘de alquiler’ -no hablo aquí de los particulares, ni de los carros de mudanzas, ni de los tranvías, ni de los ómnibus, es la ciudad más ruidosa del mundo.
(…) Los vecinos de otras ciudades caminan, aunque tengan prisa; en La Habana no se camina; se rueda.
Desde muy temprano -allí la vida despierta a las ocho- los automóviles empiezan a circular y cuesta trabajo descubrir uno que no va ocupado.
A poco de comenzar el tráfico, las calles están intransitables. Los motoristas se saludan o se insultan a gritos, y las bocinas de todos los coches suenan unánimes, y unas son broncas, como amenazas y otras agudas, como alaridos; los recios batintines de los tranvías no cesan de repicar; los pesadísimos carretones de transportes retumban sobre lo adoquinado y por doquier voces estentóreas, risas, denuestos, pregones…”
Restaurantes, cafeterías y fondas
En este recorrido histórico, que solo abarcará las tres primeras décadas del siglo XX, nos colocamos en Neptuno esquina a Manrique, donde los transeúntes detenían el paso apresurado para merendar, almorzar o cenar en Universo, el café inaugurado por los emprendedores José Cuenco y Fernando Cueto, en febrero de 1912.
El viejo bodegón, a la usanza española, de Alonso, punto fijo de reunión, para tertulianos, en la esquina con Prado ha quedado en el recuerdo porque allí, dice un redactor de El Fígaro, el 22 de marzo de 1914: “(…) álzase hoy magnífico edificio y en él han instalado los señores Miguel Junco y Ramón Gutiérrez (…) el gran café y reastaurante Las Columnas, que está llamado a ser unos de los más concurridos de La Habana.”
Más tarde el establecimiento se llamó Miami y posteriormente Caracas. Cuenta el periodista Ciro Bianchi, que “en los altos de ese café estaban los amplios salones del Centro Castellano, que se alquilaban para bailes los fines de semana. Allí nació La engañadora, el primer chachachá, compuesto por el maestro Enrique Jorrín.”
El olor inconfundible del café, al ser tostado, se expandía desde El Indio que también vendía dulces y jugos naturales; inaugurado en 1914, tuvo entre sus dueños a Francisco García, Francisco Pasos y Manuel Lombardia.
Otra dulcería muy concurrida era Lucerna, sus pasteles, dulces y helados eran adquiridos para “las fiestas más elegantes de nuestras refinadas casas aristocráticas”, decía un anuncio de 1929.
También existieron establecimientos más modestos: fondas, como la de Gregorio Balbecuen, situada en la casa no. 218. Por lo general, era costumbre ubicar los negocios en la planta baja de los inmuebles y en los pisos superiores residían el dueño o inquilinos.
Hoteles
Por su ubicación privilegiada, Neptuno acogió varios hoteles. El más célebre, al parecer, fue El Telégrafo, en la esquina con Prado. A principios del siglo todavía su primer piso lo ocupaba un comercio llamado La Vizcaína, importador de víveres finos y licores.
Pilar Samohano, natural de España, era la propietaria del hotel y lo administraba su esposo Guillermo del Toro. Como ella simpatizó con la causa independentista y luego con el Partido Liberal, dirigido por el general José Miguel Gómez, el inmueble era frecuentado por el caudillo y sus allegados.
En 1911 fue restaurado y lo calificaban como el más moderno de la ciudad y el preferido de visitantes ilustres, a quienes facilitaban los trámites aduanales y el traslado desde el puerto. Por cierto, al matrimonio también pertenecieron los hoteles Miramar y Manhattan.
Al frente de la droguería Danhauser estaba el Hotel Ritz, en la intersección con Perseverancia. De seis pisos “se construyó a prueba de fuego y se dotó de los mayores adelantos de la época en hostelería, tanto a nivel técnico como de servicios (…) disponía de baño privado en cada cuarto (que hoy puede ser considerado una nimiedad, pero en la época era casi un lujo); agua corriente, tanto fría como caliente; teléfono por habitación y mobiliario confortable y moderno (…) Contrario a la costumbre española establecida, el restaurante del Hotel Ritz de La Habana servía, además de ‘a la carta’ que era lo más común (pero lo más caro), comidas por ‘Table d’hote’ (lo que se conocía por ‘Menú americano’(…)”, describe el sitio digital Fotos de La Habana.
Menos conocidos que los anteriores fueron los hoteles Harrigan, Belvedere y Vanderbilt. Ofrecían también servicio de hospedaje, para personas de menor poder adquisitivo, hostales como el de Francisco García, en Neptuno 2.
Opciones culturales
Para disfrutar del arte y la literatura Neptuno ofrecía varias alternativas. Allí tuvo dos sedes el Ateneo de La Habana, una de las instituciones culturales más notables de aquella época, organizadora de conferencias, concursos, exposiciones y otros eventos.
Quienes preferían las películas y obras teatrales podían ir al Cine Neptuno, entre Campanario y Lealtad, diseñado por el arquitecto mexicano Rafael Goyeneche o al Encanto y el Rialto.
En ese entorno no resultó extraño que abriera sus puertas el estudio fotográfico de Joaquín Blez Marcé, quien fue colaborador de El Hogar y Social, Diario de la Marina, Carteles, Capitolio, Social y Graphos, entre otros medios de comunicación.
Blez, natural de Santiago de Cuba, era conocido como “el fotógrafo del mundo elegante” y llegó a La Habana para trabajar con el presidente Mario García Menocal.
Los antiguos directorios sociales también mencionan al Estudio Portela, entre Galiano y Águila, que ofertaba retratos al óleo, pastel, creyón y fotografías en relieve.
La edificación, por la orden de los Padres Carmelitas Descalzos, de la iglesia del Carmen y un convento en la intersección con la calle Infanta, inaugurados en 1927, enalteció el entorno, como lo reconocía el Diario de la Marina dos años después:
“Este moderno templo, preferido de nuestra aristocracia, aparte de la pureza arquitectónica de sus líneas, ofrece la originalidad de tener en lo alto de la torre una monumental estatua de bronce dorado, de la Virgen del Carmen, cuya iluminación nocturna da la fantástica sensación de que la Madre de Dios vela amorosa, mientras La Habana duerme”.
Neptuno acogió, en un espacio que abarcaba tres casas, entre Gervasio y Belascoaín, al exclusivo Colegio María Corominas. Allí se cursaba el kindergarten, enseñanza elemental, bachillerato y la preparatoria para ingresar en las educación superior. También incluía estudios especiales en economía doméstica, idiomas, pintura y música. Aplicaba el régimen de externas e internas para las alumnas, esta última facilidad permitió que discípulas de otras provincias pudieran acceder al centro docente.
Tiendas
Lo mayor atracción estaba, sin dudas, en la diversidad de tiendas, apiñadas, algunas ubicadas en edificios impresionantes, en franca competencia y donde se podía satisfacer casi cualquier demanda, adquirir mercancías confeccionadas en el país o por renombradas fábricas extranjeras. Había un adagio de moda, en 1929, que decía: “No es necesario salir de Neptuno para hallar lo que se desea”.
Difícil era ir a Neptuno y no entrar en La Filosofía, con sus grandes almacenes, bien surtidos y abierta al público desde las siete de la mañana hasta las seis de la tarde, se especializó en artículos para mujeres, importados directamente de Estados Unidos y Europa. Había sido fundada en el siglo XIX.
Se disputaban con ella la clientela: la Parisina, de Oscar Suárez, Ramón Fernández y Dionisio Cueto, dedicada al comercio de ropas, la Casa Pérez, fundada en 1918, de Jesús y Rosendo Pérez, la antiquísima La Época y la famosa peletería Versalles, ubicada en El Palacio Hordomini, en Neptuno y Campanario, inaugurada en 1879, que vendía calzado al por mayor y al detalle.
En la esquina con la calle de la Soledad, había un inmueble que impresionaba por su belleza arquitectónica, la residencia del asturiano Francisco Toyos, uno de los propietarios de la tienda El Morro, especializada en la venta de tejidos.
El catálogo más actualizado en radios lo tenía La Columbus, entre Industria y Amistad, la tienda más antigua en Cuba dedicada a la venta de estos equipos; quienes buscaban juguetes y artículos para regalos visitaban La India, de Daniel Fraga Jiménez. Lo mejor en loza y cristalería era comercializado por El Palacio de Cristal, en Neptuno y Campanario.
De las mueblerías sobresalieron la Casa Cayón, en Neptuno 168, entre Escobar y Gervasio; los talleres de Antonio Durá, en Neptuno 156; La Nueva Especial, de Francisco González Rey, importadora de muebles, lámparas, artículos de fantasía y joyas; la Casa González y Díaz que exponía lujosos muebles, con facilidades de pago, en su local ubicado en los números 165 y 167; Loya y Alcerreca, la Casa Santeiro y el taller de ebanistería y estudio B. Ciiell.
Neptuno tuvo en ese período, además, seis farmacias, la casa de empeños La Imperial y La Moda, tienda especializada en la venta de sombreros.
Neptuno era, parafraseando al escritor Eduardo Zamacois, la alegría del andar.
Fuentes:
Enrique Fontanills y Adolfo Radelat: Habana social. Directorio de la sociedad habanera, tercera edición, 1931.
Manuel H. Enríquez: Guía del viajero, La Habana, 1936.
Archivo de la Oficina del Historiador de La Habana
Diario de la Marina
El Fígaro
Mundo Hispánico
Juventud Rebelde
Excelente artículo. Felicidades