El viajero estadounidense Samuel Harzad, autor del libro Cuba a pluma y lápiz, durante su peregrinar por la isla, hizo una breve escala en el puerto de Nuevitas, allá por la década de 1860. Observó que dentro del ramo del comercio estaba “el que se deriva de las pesquerías de esponjas y tortugas, llevadas a cabo por personas que no son originarias del pueblo. Las esponjas se consumen principalmente en la misma isla, y un cálculo aproximativo estima la producción anual en cien mil docenas, cuyo valor es de un peso la docena, lo que no deja de ser remunerativo dada la manera como se realiza el trabajo”.
Además de Nuevitas, la recolección de esponjas se desarrollaba en Caibarién, Sagua la Grande, Santa Cruz del Sur y Batabanó, fundamentalmente. Al finalizar la Guerra de los Diez Años (1868-1878) se afectó porque las autoridades la prohibieron.
Esta situación fue aprovechada por pescadores de Nassau, a quienes el cónsul de España en esa isla otorgó una concesión y “se llevaron millares de esponjas causando perjuicio a los matriculados de Caibarién y otros puertos, y sin dejar ganancias algunas al comercio, pues iban provistos desde las Bahamas, donde todo es más barato”, tal como denunciaba el periódico hispano La Mañana, el 3 de agosto de 1880.
Batabanó tuvo un semanario nombrado El Esponjero, que según he podido constatar se editó durante varios años. En julio de 1885 informaba sobre los precios de las esponjas. En esa fecha, la docena de clase inferior a regular se comercializaba de 2 a 4 pesos y las de buena a superior de 4 a 6 pesos.
El Diario de la Marina, en igual fecha, anunciaba que el principal centro comercial dedicado a vender la mercancía estaba en la Calle San José No. 25, esquina San Nicolás.
“Esponjas propias para trenes de coches, bodegas, casas de baños, hoteles, litografías, tabaquerías, etc, y también finas blancas de baño para sederías (…) esponjas Velvet (terciopelo) nombradas así por los americanos por ser la clase más sedosa, suave y fina que se conoce. Especial para baño y blanqueadas según fórmula y uso en los Estados Unidos. También las muy buscadas esponjas machos grandes y de caprichosas formas propias para sembrar flores”.
Las capturas indiscriminadas, sin respetar el tamaño ni la reproducción, provocaron la disminución drástica en algunas zonas como las aledañas a Caibarién. El Faro, periódico de esa localidad, proponía en 1887 la repoblación artificial donde no quedaran crías y el establecimiento de la veda por dos o tres meses, en determinados lugares.
Con una pincharra
En el golfo de Batabanó, investigó la revista Cuba y América, recordaban a Escona y Rivero entre los pescadores más antiguos dedicados al oficio. Ellos navegaban en el bote “Teresa”, propiedad de Benito Artrán. Esta embarcación luego la adquirió Juan Playa y Compañía, empresa que mantuvo la tradición. E. Blanco y Compañía fue otra sociedad importante. Ambas obtuvieron medalla de oro en la Exposición Marítima de Cádiz, celebrada en 1887, por los balandros y artefactos que habían construido para realizar su labor.
“En el año de 1884, Playa regularizó la pesca, enviando barcos de su propiedad con tripulantes a sueldo hasta la llegada de D. Carlos Salmón quien trajo buzos los que no dieron resultado. Después se siguió el método de la pincharra y el vidrio mucho más fácil, y seguro. Este método es original. Un balandro lleva tantas chalanas o pequeñas embarcaciones sin quilla como la mitad de sus tripulantes. Ya en los criaderos de esponjas son botadas esas chalanas, llevando un marinero como bogador y otro que lleva una pincharra (madero de seis a ocho brazas y de dos pulgadas de circunferencia) y un cubo cuyo fondo es de vidrio. Este cubo es introducido en el agua, y se explora así perfectamente el fondo del mar. Sacada la esponja es metida en unos tanques donde se limpia de impurezas. Los barcos están fuera del puerto todo el tiempo que llaman marea, y que a veces dura 50 días”.
Así informaba un reportaje publicado en la revista Cuba y América, el 10 de enero de 1904.
El reglamento de 1894
Para proteger las especies y garantizar así la sostenibilidad a largo plazo del negocio, fue aprobada una Real Orden, el 31 de agosto de 1894, propuesta por la Comandancia General de Marina del Apostadero de La Habana.
El Reglamento establecía el tamaño que debían tener las esponjas para ser pescadas y comercializadas; eximía de esta medida las destinadas a estudios científicos; autorizaba la recogida y aprovechamiento de las que fueran arrojadas a las playas durante temporales; aprobaba el otorgamiento de suelos sumergidos a empresas esponjícolas, como máximo 12 hectáreas; prohibía los métodos de arrastre, la entrega de licencias a extranjeros y el monopolio de tal actividad económica; además, fijaba la veda desde el 1ro de marzo hasta el 31 de mayo, entre otras disposiciones.
Al cesar la dominación española, el Gobierno Militar norteamericano dictó la orden número 102, en 1899, que regulaba esta actividad económica. El documento clasificaba en tres agrupaciones; primera: las comunes, nombradas popularmente como Aforadas de Ojo (hembras) y los Machos de Cueva; segunda, los Machos Peludos y de Seda; tercera, los Machos Finos. El tamaño mínimo de los ejemplares que se podían capturar y vender era de 46 centímetros de circunferencia las comunes y 30 los machos.
Siglo XX
En 1900, debido a protestas en Caibarién, las medidas y el período de veda fueron modificados. En ese año también reorganizaron las zonas donde existían criaderos.
La producción se triplicó. En la temporada de 1899-1900 se pescaron 250 328 docenas, por un valor de 281 735,62 dólares y 680 422, en la de 1900-1901, valoradas en 407 086,23 dólares. Batabanó y Caibarién fueron los puertos que más aportaron, de acuerdo con las cifras que consulté en el libro Cuba en la exposición panamericana de Buffalo, publicado en 1901.
Batabanó tenía 1200 pescadores, la mayoría de origen español, especializados en la captura de esponjas en 1904. Casi todos provenían de las Islas Baleares. La revista Cuba y América ofrece otros datos de interés: “Del 1ro. de julio de 1902 al treinta de julio de 1903 se vendieron 320 245 cuarenta y cinco docenas de esponjas de varias clases por valor de $310 542 pesos en oro. Ciento setenta balandros viveros se dedican a tan productiva pesca”.
De Grecia a Batabanó
La actividad daba empleo a otros obreros que recortaban, secaban y empaquetaban las esponjas. Cobraban 1.50 por cada jornada, en ocasiones se trabaja de noche, si la demanda así lo exigía. En la consolidación de la industria, con el paso del tiempo, también influyeron los inmigrantes griegos radicados en Surgidero, entre ellos Juan Esfakis Yanakakis y Juan Nicoletto Casademun, “fundadores de Casas Armadoras o Talleres donde se fabricaría la esponja.”
“Es bien sabido que en Grecia es habitual la pesca de esponjas, es fácil predecir entonces el conocimiento que pudieran poseer los griegos sobre el valor económico de la esponja y la posibilidad real de un mercado seguro”, refiere el libro De Andratx a Batabanó.
Otras empresas relevantes fueron las de José Fernández y Hno., Manuel Fernández Gamoneda, Narciso Ruíz, Pereda S.A., José Baranda, Juan Pujol Babiloni, Arturo Homs, Herez y Hernández, Luis Pieras Bosch, Mantas Bros y Cia., Gaspar Pujol y Alemany, Pujol y Cía., Brownstone, Bros N. Vouvalis y Cía., María Babilón, y la Sociedad Esponjas Cubanas S.A., agrega la obra antes citada.
Para algunos viajeros extranjeros era algo exótico la pesca de esponjas, y en sus libros narraron sus impresiones acerca del tema.
Mencioné a Samuel Harzad, pero hay muchos más testimonios. Por ejemplo, el español Carlos Martí, en su texto El país de la riqueza, editado en Madrid en 1918, relataba:
“Nos desmontamos en un bien cuidado y mejor distribuido hotel de Caibarién, y después de comer nos dirigimos a los muelles, a ver los almacenes de los esponjeros. El producto de la pesca de esponjas pende de los techos o forma montones en diversas habitaciones. El puerto de Caibarién acusa movimiento, trabajo, vida (…) Vemos arribar al cayo a un grupo de pescadores de esponjas, en su mayoría mallorquines. La esponja, entre estos cayos de Caibarién o entre los cayos del Sur, entre Batabanó y la isla de Pinos, constituyen una fuente de trabajo y de riqueza. La esponja de Cuba es fina, sumamente fina”.
En el año fiscal 1918-1919, Cuba exportó a Estados Unidos, España, Francia, Reino Unido y Japón 93 739 kilogramos, por un valor total de 203 514 pesos. Todavía a principios de la década de 1930 continuaba siendo un negocio muy lucrativo.
El Diario de la Marina, el 15 de septiembre de 1932, así lo describía: “En 1928 se pescaron 590,300 docenas de esponjas, por valor de $606,231.29; en 1929, la pesca fue de 681,546 docenas, importando $797,408.77; en 1930, el resumen fue de 933,428 docenas, que valieron $905,547.09; y en 1931, se vendieron 1 051,660 docenas en $644,207.78”.
La crisis
El uso de esponjas sintéticas disminuyó la demanda de las naturales en el mercado norteamericano. Asimismo, perjudicó a la industria cubana la enfermedad llamada comúnmente “Tizón” que durante las décadas de 1930 y 1940 afectó la vida de las especies.
Oscar F. Rego publicó un artículo en el periódico Antillano, en julio de 1957, donde opinaba acerca de otros problemas:
“(…) ha contribuido grandemente a la ruina de esta industria en nuestro país el privilegio en cuanto a los derechos arancelarios a las esponjas procedentes del Mediterráneo, en relación a las exportadas por los comerciantes cubanos a los mercados de los Estados Unidos. El hecho es claro: mientras la esponja llamada wool de Cuba (lana de Cuba) paga el 12% de derechos aduanales, las de procedencia del área del Mediterráneo que son de la misma calidad wool, pero que por caprichos de nomenclaturas los compradores norteamericanos las denominan honey-comb (peine de miel) solo tiene una imposición del 7 por ciento, con lo cual se ve claramente la protección que a esta última se brinda con perjuicio de las esponjas cubanas. Con una industria casi en ruinas, los comerciantes de Batabanó no podían siquiera refaccionar los barcos esponjeros destinados a la pesca, cada uno de los cuales necesita durante una marea de 15 a 20 días de duración un anticipo para la mano intención de los pescadores y sus familias de lo menos de $500-800 pesos así de que pasaron varios años sin apenas actividad de trabajo en esa industria”.
A pesar de estas dificultades, la pesca de esponjas sobrevivió y en la actualidad aporta a las arcas del Estado. A principios de la década de 1990, Cuba tributaba el 26 % de la producción mundial, según datos citados por la Revista de Investigaciones Marinas, de la Universidad de La Habana. Esta publicación precisa que sólo se efectúan capturas con carácter comercial en el Golfo de Batabanó (Plataforma Suroccidental) y el Archipiélago Sabana-Camagüey (Plataforma Nororiental). En la primera de las zonas mencionadas el promedio anual fue de 18.7 TM, en el período 1970-2014.
Ante la disminución de los bancos naturales de esponjas, después de 1960 se han realizado varias investigaciones para cultivarlas, sin embargo: “Todos estos proyectos, esfuerzos e intenciones para impulsar el cultivo de esponjas en Cuba han permanecido en la fase de experimentos demostrativos sin escalar a permitir la expansión a un nivel de producción sistemático y eco-sostenible con ingresos rentables (…)”
Fuentes:
Cuba en la exposición panamericana de Buffalo, 1901. Imprenta y Encuadernación Rayados de Vicente López Veiga, La Habana.
Óscar Pipkin: De Andratx a Batabanó, Editorial Ramón Llull, Islas Baleares, 2019.
Carlos Martí: El país de la riqueza, Editorial Renacimiento, Madrid, 1918.
Samuel Harzad: Cuba a pluma y lápiz, Cultural S.A, La Habana, 1968.
Secretaría de Hacienda: Comercio exterior, Imprenta La Propagandista, La Habana, 1921.
Alexander Lopeztegui-Castillo, Abel Betanzos-Vega y Mario Formoso-García: “Abundancia y talla de las esponjas comerciales (spongiidae) en el Golfo de Batabanó, Cuba: actualización y recomendaciones de manejo”, Revista de Investigaciones Marinas, enero-junio, 2020.
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