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El famoso Jupiña: un refresco “cien por cien cubano”

Del vapor Monserrat bajó un joven sin más que una guitarra al hombro, una pequeña maleta y 12 pesetas; pero muchas ilusiones y una absoluta confianza en sí mismo.

por
  • José Antonio Quintana García
    José Antonio Quintana García
septiembre 1, 2024
en Historia
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La fábrica en Guanajay, construcción de una nave en 1929. Foto tomada del Diario de la Marina.

La fábrica en Guanajay, construcción de una nave en 1929. Foto tomada del Diario de la Marina.

La Habana, 24 de julio de 1900. Cuba es un país que comienza su reconstrucción, luego de terminada la guerra en 1898. Está bajo el Gobierno militar de los Estados Unidos, y de España arriban contingentes de obreros y campesinos atraídos por las posibilidades de empleo.

Del vapor Monserrat baja un joven que lleva una guitarra al hombro, porta apenas una pequeña maleta y 12 pesetas como patrimonio. Juan Montes Crespo llega con muchas ilusiones y una absoluta confianza en sí mismo, confesaría en un homenaje que le tributaron en la Playa de Guanabo, tres décadas después, el 9 de marzo de 1931, por los triunfos de su empresa, Gil y Montes, productora del refresco Jupiña. 

El 9 de marzo de 1931 el abogado, periodista, empresario y político pinareño Heliodoro Gil Cruz, su socio en la Compañía, escucha el testimonio de Juan Montes (1875-1956). Conoce la historia, ha vivido parte de ella, pero no deja de causarle admiración.

De freganchín a empresario

Al llegar a La Habana tenía experiencia en la elaboración de zumos embotellados, pues había trabajado bajo las órdenes de su primo Virgilio Crespo en una industria. Cuando este murió estuvo a cargo de la fábrica, junto a Teodoro Soriano, hasta que decidió emigrar a Cuba.

La ocasión no era muy propicia en aquel entonces para encontrar trabajo, máxime cuando yo no tenía aquí parientes, ni paisanos conocidos y no había traído recomendación de ninguna clase. Cansado de dar vueltas, solo y sin rumbo, recurrí a la clásica agencia del «Gallego» (…) No tardé en encontrar colocación, ¿sabéis de qué?, de criado de manos en casa de don Perfecto Lacoste (…) con residencia en la Calzada del Cerro, número 440, donde me pagaban, si mal no recuerdo, 12 pesos al mes. 

Juan Montes no estuvo mucho tiempo como empleado de Lacoste, quien había sido alcalde de La Habana y colaborador activo de los insurrectos. Decidió probar fortuna en su oficio.

Más tarde entré a trabajar en La Habanera, fábrica de gaseosas, de Crusellas, Rodríguez y Compañía, en la calle de Cuarteles. Aquello no era una fábrica de gaseosas; aquello podía bien llamarse, sin temor a exagerar, matadero de hombres. Se trabajaba desde las 4 de la mañana hasta las 9 de la noche, siendo mi puesto el de humilde fregador de botellas, ganando 15 pesos al mes.

En aquellos tiempos por las calles habaneras transitaba una mujer carretonera. Distribuía refrescos producidos por su esposo, un estadounidense de apellido Oconor, en una pequeña industria que se hallaba en la calle Aguilar. A Juan Montes el dueño le dio trabajo como encargado, con un sueldo de 40 pesos al mes. Pero no había transcurrido mucho tiempo cuando se disgustó con Oconor y tuvo que regresar a La Habanera. Luego se fue a otra fábrica, pero retornó al negocio de Crusellas  e intentó su propio negocio: 

Salí de aquí para establecerme por primera vez en Cuba, en Luz 96. Allí puse una fabriquita de sidra y refrescos en compañía de dos aragoneses novatos también en el país, girando bajo la razón social de Pardo, Montes y Ca. con un capital que escasamente llegaría a mil pesos; ellos era los capitalistas y yo el industial, yendo a partes igual en las utilidades que nunca se llegaron a repartir pues si bien es cierto que el negocio no era malo y hubiera salido adelante, nos fue imposible desarrollarlo por falta de dinero; nos hacían grandes pedidos de sidra que no podíamos servir y dedicamos nuestra atención a un refresco que llamamos Presidente y envasábamos en medias botellas con tapa de porcelana; yo era el químico, embotellador y vendedor y los tres éramos los burros de carga para el reparto que hacíamos al hombro.

Juan Montes comprendió entonces que debían emprender otro camino y se trasladó, en 1905, a Pinar del Río, donde fomentaría el negocio de su vida.

La fábrica del Jupiña en Pinar del Río. Foto: Diario de la Marina.

La base

En 1906 Juan Montes, en sociedad con el vizcaíno Lucio Garay Zabala,  estableció en la ciudad de Pinar del Río la fábrica La Pinareña. El copropietario, dueño también de La Occidental, fue quizá quien puso el capital, pues llevaba años en el negocio y con éxito. Era el creador de la marca Guayabita del Pinar, entre otras. 

Al año siguiente, Montes adquirió la parte de la empresa que correspondía a Garay, de acuerdo con investigaciones de Guillermo Jiménez Soler incluidas en su obra Las empresas de Cuba 1958.

Existe, en cambio, otra versión sobre el origen de la industria. Se dice en el libro Apuntes para una Historia de Pinar del Río que pertenecía a Moisés González del Pino. 

Estaba situada en esta ciudad, en Recreo y Cabada, según consta la inscripción segunda de la hoja 360, folio 144, del libro 10 de sociedades y la vende al señor Juan Montes Crespo, natural de España y de esta vecindad, soltero, por precio de $1300 en oro de cuño español.

En su virtud, Juan Montes Crespo se inscribe como industrial con su establecimiento, titulado La Pinareña y La Cotorra, ante el Notario Gaspar Baicona Acosta, Pinar del Río, en agosto 27 de 1907.

La fábrica de gaseosa, refresco, agua y seltz, en el documento titulado La Pinareña y La Cotorra, incluye también a La Occidental, situada en la calle de Isabel Rubio No. 25.

Rememoraba Montes que sus primos Evilasio y Graciano Alonso le ayudaron en la perfección del jugo de piña. Diez años después mostraba orgulloso al viajero y escritor italiano Adolfo Dollero las instalaciones de su emprendimiento. El cronista luego contaría: 

De las fábricas de refrescos y gaseosas visitamos solamente la del Sr. Juan Montes, que elabora varias clases de productos, entre los cuales descuellan el refresco a base de Jugo de Piña que hoy constituye una verdadera y sabrosísima especialidad de Pinar del Río, de gran consumo y de siempre mayor demanda en la Provincia y afuera de ella. Hasta La Habana llegan hoy los productos industriales del Sr. Montes, productos que son objeto de la más envidiable aceptación. Otro refresco de sabor muy agradable, y que cualquier persona confundiría con el Iron-Beer, tan popular en Cuba, es el Push-Beer.

Podemos decir que la fábrica del Sr. Montes, sin que se trate de una industria colosal, está bien montada y dotada de maquinaria moderna; entre otros detalles observamos que posee para el lavado de las botellas un aparato muy moderno que responde perfectamente a las exigencias de la higiene más escrupulosa.

El agua se filtra y en el momento de usarse para la elaboración de los refrescos está clara como cristal. ¡Bien por La Pinareña, que así se llama la fábrica en cuestión!

Guanajay y La Habana

Almacén y molino para triturar piñas en Guanajay. Foto: Diario de la Marina.

Juan Montes se casó con Lina Junco Valdés. En Pinar del Río fue activo integrante de la Colonia Española, sociedad de instrucción y recreo. Tomó la acertada decisión de asociarse con su concuño Heliodoro Gil, ex Representante a la Cámara, un político muy conocido que había sido también procurador y Consejero Provincial con excelentes relaciones públicas que ayudarían al progreso del negocio bajo la razón social de Gil y Montes S. A.

El 8 de mayo de 1926 inauguraron en Guanajay, en la carretera central, a la entrada del poblado, una fábrica de refrescos. Ese día, según reporte de un cronista del Diario de la Marina, después de que el Arzobispo de La Habana bendijera el edificio, 

(…) pasaron los asistentes al departamento de maquinarias y al laboratorio donde el señor Juan Montes antiguo y bien acreditado fabricante de refrescos mostró el jugo de piña concentrado y esterilizado que lleva envasado sin fermentarse apropiadamente un año. Explicó detalladamente el proceso de elaboración del jugo desde la trituración de la piña hasta su completa esterilización y envase, en cuyas experiencias invirtió algunos años hasta lograr lo que por primera vez se ha logrado esto es que los análisis del Laboratorio Nacional y americano puedan certificar que en un centímetro cúbico del jugo no contiene bacterias ofensivas.

Tres años más tarde instalaron maquinarias más modernas en su industria de Guanajay y establecieron otra en la ciudad de La Habana, situada en Estévez, números 16 y 18. Al acto fundacional, celebrado el 3 de marzo de 1929, asistieron figuras connotadas del Gobierno y un representante del Presidente de la República.

Para garantizar la materia prima y bajar los costos de producción Gil y Montes S.A. fomentaron el cultivo de piñas en Artemisa.

Embotelladora situada en la calle Estévez, en La Habana. Foto: Diario de la Marina.

Sabotajes y estafas 

No fue un camino de rosas. A pesar del afianzamiento de la Compañía, esta tuvo que enfrentar problemas que pusieron en riesgo su desenvolvimiento. En julio de 1927: 

El representante a la Cámara doctor Heliodoro Gil Cruz de Pinar del Río, vecino de Carlos III y Almendares como primer vicepresidente de la razón social Gili y Montes dedicada a la venta y fabricación de los refrescos Jupiña y Papá Montero en Guanajay denunció en la sección de expertos de la Policía que ha sabido que los administradores de varias fábricas de refrescos han dado órdenes a sus carreros para que recojan y escondan todas las botellas y estuches de los referidos refrescos para obligar así por falta de envases a la sociedad que representa a no vender sus productos. Esos estuches y botellas están patentados.

Entre las fábricas que usaron esta patraña mencionaba La Reglana, La Paz, La Habanera y La Invencible. Agentes de la policía tuvieron que intervenir. El asunto trascendió a la Asociación Nacional de Embotelladores y fue solucionado.

Era común que, ante el triunfo en el mercado de un producto, algunos fabricantes y comerciantes elaboraran y vendieran “copias”, bajo el nombre de la marca posicionada. En mayo de 1931 Heliodoro Gil denunciaba en el Diario de la Marina: 

Necesitamos que el pueblo sepa a qué obedece que en algunos establecimientos al pedir Jupiña traten de engañar al cliente sirviéndole una de las tantas malas imitaciones.

La caja de Jupiña cuesta ochenta centavos y las imitaciones a base de esencias y colorantes artificiales vale sesenta. En cada caja del refresco artificial gana el detallista veinte centavos más y es humano que cada vez que encuentre con un bobo lo engañe.

El cliente debe rechazar las imitaciones y buscar Jupiña de Gil y Montes en el establecimiento próximo. Debe imponer su criterio. 

Pero las imitaciones no solo sucedían en la capital. En Santa Clara, en 1929, el Jefe de Sanidad confiscó cajas que contenían 132 bacterias por centímetro cúbico del líquido.

Además de vender al precio de otros refrescos originales, la empresa divulgaba con frecuencia los certificados de Sanidad que avalaban que era un jugo sin bacterias, sin colorantes y sin antisépticos. 

La dirección técnica de la compañía en 1929 estaba a cargo del ingeniero Manuel J. Puente. Tenía la empresa entonces dos molinos para triturar la fruta y tres plantas de embotellar.

El 27 de mayo de 1931 Juan Montes Crespo —quien no cursó estudios universitarios; sus saberes los inició con la fabricación de vino de uva en su natal España y los perfeccionó en Cuba— fue ingresado en el Hospital Nacional Calixto García. La prensa informaba: 

(…) sabemos que el señor Montes presenta síntomas premonitorios de una parálisis general, pero que puede desenvolverse al medio familiar, desde luego, organizándose su vida y sometiéndolo a una vigilancia médica general. 

Juan Montes Crespo, creador del refresco Jupiña. Foto tomada del libro Los empresarios en Cuba 1958.

Los duros años vividos hacían mella en la salud del empresario, nacido en 1875. La voluntad de fortalecer el negocio se mantenía, sin embargo, inalterable. Apenas unos meses antes había viajado a Estados Unidos y España con la intención de encontrar mercados para el Jupiña. 

En 1933 fue disuelta la compañía Gil y Montes S.A. De la última etapa de la empresa, nos dice el investigador Guillermo Jiménez Soler que en 1958 producía jugo de piña marca Jupiña y Venus en la fábrica denominada La Pinareña, situada en Isabel Rubio No. 25, Pinar del Río. Era propiedad de los hijos de Juan Montes, y fungía como gerente uno de ellos, llamado Luis Montes Junco, de profesión abogado. La familia, además, poseía una embotelladora en Guanajay y otra en Santa Clara.

A grandes saltos esta es la historia del Jupiña, “cien por cien cubano” ya que, como dijo Heliodoro Gil: 

Lo es porque no giramos un solo centavo al extranjero, ya que la botella está hecha en Cuba, la piña es cubana, el azúcar, el estuche, las chapitas, las latas, los anuncios y los obreros cubanos y españoles residen en Cuba.

 


Fuentes:

Adolfo Dollero: Cultura Cubana. La provincia de  Pinar del Río y su evolución, Imp. Seoane y Fernández, La Habana, 1921.

Guillermo Jiménez Soler: Las empresas de Cuba 1958, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2008.

Guillermo Jiménez Soler: Los propietarios de Cuba 1958, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2008.

Wilfredo Denie Valdés: Apuntes para una Historia de Pinar del Río, Ediciones Convivencia, Pinar del Río, 2012.

Diario de la Marina

Etiquetas: empresasHistoria de CubaPortada
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José Antonio Quintana García

José Antonio Quintana García

Se ha desempeñado como historiador, periodista, investigador, profesor, conferencista y editor. Autor de dieciséis libros y coautor de otros quince. Sus textos se han publicado en Cuba, Ecuador, República Dominicana, Venezuela, Argentina, España, México, Estados Unidos e Irlanda.

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