Contrario a lo que a veces se asume, el juego conocido como la bolita no es de origen cubano, sino francés, llevado a España durante el reinado de Carlos III e introducido poco después en la isla. Más tarde, con la emigración de la Guerra Grande saltó a Key West y de ahí finalmente a Tampa.
No mucho después de fundarse Ybor City (1886), Manuel Suárez, un español más conocido como el Gallego, la introdujo en la localidad con la misma naturalidad con que fueron apareciendo sociedades culturales y de ayuda mutua, bodegas, restaurantes, bares, sindicatos y centros de esparcimiento para los trabajadores de la industria tabacalera, sus primeros protagonistas.
El Gallego, en efecto, se había movido de Cuba al mismo lugar donde el valenciano Vicente Martínez Ybor había trasladado sus fábricas de tabaco en medio de la Guerra de los Diez Años: Key West, ese que las autoridades coloniales españolas llamaran desde temprano “el norte de La Habana”; y los cubanos, “el Cayo”, como si se tratara de cosa propia.
Allí el Gallego tuvo su salón de juego, pero al trasladarse las factorías a Tampa, vio los cielos abiertos para continuar su actividad en el nuevo escenario, mucho más ambicioso y prometedor que el primero. A principios de la década de los 90 del siglo XIX, y específicamente en 1894, el peninsular abrió un salón en el edificio Sevilla, en la calle Catorce y la Octava Avenida de Ybor City.
Comenta un estudioso local:
La bolita se hizo muy popular desde temprano en toda Ybor City, se convirtió en una forma de vida. El pequeño juego de bolita, al principio aceptado por la población en general como una actividad recreativa inocente, se convirtió en una industria superada solo por el fabuloso negocio de hacer puros, una operación multimillonaria en sí misma. Los bancos de bolita estaban en todas partes. Nadie los despreciaba.
Por esa razón el Gallego prosperó hasta llegar a convertirse en una celebridad local. Pero fue cayendo en decadencia hasta desaparecer de la escena bajo la presión de otros actores sociales. A principios de los años 20 surgieron nuevos banqueros de bolita cuyos nombres documenta la historia de Tampa, entre ellos Serafín y Rafael Reina, este último dueño del Café El Dorado. Levantaron sus capitales hasta que se produjo la primacía en el negocio de Charlie Wall (1880-1955), más conocido entre los cubanos como “La Sombra Blanca” debido a los impecables trajes de lino blanco y sombreros de jipi que usaba.
Para entonces la bolita se había extendido de manera espectacular a todos los sectores y clases sociales. “El juego se hizo prominente no solo en las áreas latinas de la ciudad sino también entre los negros. Los negros pobres eran a menudo sus principales consumidores, regresando semana tras semana para su oportunidad de obtener el premio gordo”, escribe Scott M. Deitch en su libro Cigar City Mafia. Se estima que hacia 1927 en Ybor City había alrededor de 300 bancos de bolita. Sus agentes recorrían la ciudad cubriendo fábricas de tabaco, casas particulares, oficinas, edificios gubernamentales… Aceptaban apuestas en cualquier momento y lugar.
Pero todo ese dinero movido por el juego terminaría causando problemas. De fines de los años 20 a los 40, se abriría un periodo conocido por los historiadores como la Era de la Sangre, cuando se desató en Ybor City una verdadera guerra a muerte por el control de los negocios, no solo de la bolita sino también de las drogas, el alcohol y la prostitución, una lucha protagonizada por sicilianos, españoles, cubanos, irlandeses y anglos. Y expresión, por otra parte, del peculiar melting pot que distinguía a la nueva urbe de la Florida, edificada en 1886 sobre los hombros del bello habano.
La Era de la Sangre
Esa guerra entre los grupos mafiosos y sus secuaces empezó en 1928, cuando 25 gánsteres fueron asesinados a tiros en las calles de Ybor. Criminales emergentes trataban de desplazar a quienes habían ido consolidando posiciones, dinero y poder con el paso del tiempo y la expansión urbana. Otros los defendían.
Charlie Wall fue el primer jefe del crimen organizado en Tampa. Involucrado en la bolita desde su adolescencia, hacia los años 20 controlaba la mayoría de los salones de juego en buena parte de los condados de Tampa, empleando su poder para apoyar a sindicatos y políticos locales corruptos. Contra uno de sus competidores, el siciliano Ignacio Antinori (1885-1940), creador de la primera pandilla de connacionales en Ybor y uno de los principales traficantes de heroína en los Estados Unidos de entonces, sobrevendría esa guerra, pletórica en hechos de violencia a la manera del cine negro norteamericano.
El 9 de marzo de 1938 asesinaron a tiros al cubanoamericano Evaristo “Tito” Rubio (1902-1938), socio y brazo derecho de Charlie Wall, cuando salía del Lincoln Club. Nunca se supo quién o quiénes lo ejecutaron. Al año siguiente, en junio de 1939, el propio Wall sufrió un atentado del que escapó milagrosamente con solo una herida en el hombro.
Charlie Wall ganó aquella guerra sangrienta —pero a la vez perdió—. Debilitado por el conflicto, y con buena parte de sus muchachos en el cementerio, sería desplazado por Santo Trafficante Sr. (1886-1954), otro de esos inmigrantes italianos establecidos en Ybor a principios del siglo XX. El siciliano había optado por una estrategia más inteligente: no involucrarse en espera de que uno o los dos bandos se liquidaran entre sí. Antinori fue asesinado a tiros en 1940 en una acción que se supone ordenada por Al Capone como ajuste de cuentas por un envío de drogas de mala calidad que se negó a rembolsar. La familia Trafficante, dirigida por uno de los hijos del viejo, se hizo entonces de las riendas y las extendió a la isla de Cuba.
En definitiva, el Gallego dejó un impacto indeleble en la historia de Tampa. Su juego afectó la vida de miles de personas durante más de sesenta años. Aquella inocencia inicial de 5 y 10 centavos que introdujo en la localidad llegó a convertirse en un Juggernaut con ganancias solo superadas por la producción de habanos. Y, sobre todo, fue una de las fuentes de corrupción de las autoridades, de jueces y policías a alcaldes y comisionados.
George “Saturday” Zarate: un fundador de la mafia cubano-americana
El peninsular, sin quererlo, introdujo en la localidad una de las bases sobre las que empezaría a levantarse, primero, una protomafia integrada por españoles y cubanos hasta que lograron entrar al círculo anglos e italianos. Y después la mafia, modernamente entendida, en la que anglos, cubanos y cubanoamericanos tuvieron un importantísimo rol con implicaciones que de un tiempo a esta parte han venido resaltando periodistas y estudiosos.