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Corre diciembre de 1933. Cuba, la isla de corcho que ha vivido décadas intentando mantenerse a flote en un charco de corrupciones, injusticias sociales y doblegamientos supinos, transita por una de sus etapas más dramáticas.
El periodista y escritor estadounidense Carleton Beals, de casi 40 años, cabellos rubios y rostro encendido, está de vuelta en La Habana. Tiene la estricta misión de llegar a Antonio Guiteras, el muchacho de 27 años que funge como una especie de primer ministro en el tambaleante y heterogéneo gabinete de Grau.
Los méritos históricos del Gobierno de los Cien Días fueron, básicamente, aciertos de Guiteras. A pesar de ser el más joven entre los ministros de Grau, por su autoridad moral e inteligencia portentosa terminó siendo el más respetado, al punto que ni el propio presidente se atrevía a negar la firma a los decretos que le ponía sobre el buró.
Aunque poco se ha reparado en ello, Guiteras no solo ocupó la Secretaría de Gobernación y de Guerra y Marina —las que vinculó en una—, sino que por circunstancias accidentales lideró de forma interina las secretarías de Estado, Comunicaciones y Obras Públicas. Desde el primer día que asumió dichas responsabilidades demostró una firmeza titánica en sus ideas y propósitos.

Para 1933, Guiteras es noticia. Es el luminar de esos días. Su nombre resuena en boca de todos: desde partidarios hasta enemigos. Intrépidamente ha conferido tantos beneficios al pueblo que no puede pasar inadvertido ante la opinión pública, y mucho menos al olfato curtido de Carleton Beals. Este era famoso por su proverbial seguimiento a los asuntos de América Latina; había vivido en México, donde trabó amistad con Julio Antonio Mella en casa de Diego Rivera, y en Nicaragua había subido las montañas para entrevistar a Sandino cuando el guerrillero de magnitud continental era inaccesible para la prensa estadounidense.

Con la intención de descubrir la realidad sobre Cuba, viajó a la isla en 1926. Tuvo acceso a fuentes oficiales, conferenció con altos funcionarios del machadismo, en especial Orestes Ferrara, quien, enterado de su militancia comprometida, le cerró las puertas del presidente.
Durante su estancia de cinco semanas, Beals presenció terribles escenas de miserias callejeras, las secuelas de una depresión persistente, el gatillerismo y los asesinatos de personas de interés; percibió la rivalidad entre las fuerzas políticas, almorzó con líderes de ABC, contactó con cuadros del Partido Comunista e incluso se involucró en actividades conspirativas.
Su manejo del idioma español le permitió entonces moverse en busca de los más inverosímiles testimonios. Asistió a fiestas de ñáñigos en Regla, conoció al ilustre pedagogo Enrique José Varona, a directores de periódicos, entre otras figuras de la intelectualidad criolla. De esa experiencia nació su libro The Crime of Cuba (1933), ilustrado con las fotografías impactantes de Walker Evans. Resultó un éxito de librería en Estados Unidos, donde contribuyó a difundir la cara siniestra del régimen machadista.
Ahora debe llegar al edificio sede de Gobernación, lanzar unas cuantas preguntas y salir al rato con un manojo de declaraciones boligrafiadas en una agenda de bolsillo. Eso es todo. Ha de ser objetivo. Presentar a los lectores las cosas como son, completas; sin apasionamientos ni confusiones. Parece cosa sencilla para un profesional de su calibre. Pero nunca se sabe con certeza. Gajes del oficio.

“Si duramos”
Lo primero que llama la atención de Carleton Beals es que, desde la propia antecámara, la oficina del joven Secretario está repleta de personas. Sin dudas, es Guiteras la figura del momento y su despacho la sala de máquinas donde se generan las medidas más populares y nacionalistas vistas hasta la fecha.
El recién llegado debe abrirse paso casi a empujones para encontrar al ministro. Guiteras, quien se distingue por su temperamento hermético y tiene reputación de ser el hombre de las frases duras e insultantes dentro del Ejecutivo, lo recibe con amabilidad digna de ser anotada por el reportero. No es la típica entrevista que transcurre en un ambiente dialógico y privado, entre dos interlocutores arrellanados en cómodas butacas. “Me llevó hacia un rincón de su despacho. Allí no había secretos, cualquiera de los presentes podía escuchar nuestra conversación”, relata.
A Guiteras el pelo le cae sobre la frente como cuchillos de punta. Saltan sus ojeras, la personalidad nerviosa de quien no tiene demasiado tiempo para sí mismo. Ni siquiera se alimenta bien. Fuma continuamente. Vive marcado por la tensión. “Trabajaba entonces igual que el reloj de su oficina: día y noche. Era un hombre de constitución no muy impresionante, pero de una energía sin límite”.
“Era pequeño, delgado, de boca larga y grandes orejas. Tenía además un defecto en los ojos —un pequeño estrabismo— que hacía imposible saber si lo miraba a uno o no cuando le hablaba. Pero desde el primer apretón de manos retenía a cualquier persona. La retenía por su comprensión innata, por su bondad, aunque no había nada de sentimentalismo en esto —puramente masculino y racional—. La retenía por su integridad de propósito —una combinación de testarudez y de idealismo”.
Apasionado, intransigente, visionario… es su personalidad lo que en realidad imanta a quienes lo conocen. “Guiteras veía el presente y penetraba en el futuro. Sobre todo me conquistó por su admirable función cerebral, su control completo de los problemas cubanos. Él ya veía la meta y sus obstáculos. Él podía fracasar, pero si fracasaban sus empeños, Cuba también fracasaría. Y sobre todo uno tenía la completa seguridad de estar ante un hombre absolutamente temerario, que nada temía, que era incorruptiblemente honrado y que se sentía absolutamente indiferente ante su destino personal. Y aquel estrabismo de sus ojos le hacía creer a uno que Guiteras no le hablaba sino a una diosa invencible de la verdad, la cual se aparecía en cualquier momento en persona”, aprecia Beals.
Como “romántico y nacionalista sin programa definido” calificó el periodista estadounidense al malogrado Gobierno de los Cien Días. “Nuestro gobierno tiene mil dificultades, me dijo, nosotros tenemos pocas entradas, pero para el primero de marzo… (estábamos en diciembre de 1933) ya tendré treinta mil familias sobre la tierra, con semillas, aperos de labranza y con víveres para ir pasando”. Sin embargo, para el 1 de marzo el proyecto guiterista se había derrumbado. Aquel sueño no sobrevivió más que 127 días.
¿Acaso estuvo Antonio Guiteras inadvertido de los riesgos y la posibilidad de semejante fracaso? Consciente como el equilibrista que juega a caminar por la cuerda floja, Guiteras advierte al entrevistador que su estrategia consiste en fijar gradualmente las bases de la nueva república: “Si duramos”.

Entre mamparas
Es el Quijote del coraje y la voluntad de la trascendental Generación del 30: “Nosotros tenemos que enfrentarnos con nuestros problemas económicos y sociales ahora; no podemos esperar por una solución política. Somos un Gobierno Provisional pero debemos actuar como si fuéramos un gobierno permanente. Tenemos que vivir de día en día, pero si no queremos dejar el caos para los que nos sucedan, es preciso echar a andar la maquinaria económica. Debemos darle al pueblo hambriento alimentos y oportunidades de ganarse la vida. Mientras el pueblo tenga hambre, no podemos tolerar que existan tierras inútiles en Cuba, no importa a quién pertenezcan. Nosotros debemos actuar legalmente, pero tenemos que actuar”.
―¿Y si usted no termina…? ―interroga Beals.
―Pero las medidas que yo he propuesto tienen que ser llevadas a cabo. Tenemos que tener independencia económica. Independencia política no significa nada. Nosotros podemos conseguir la independencia política fácilmente pero la perderíamos enseguida ―responde Guiteras, como si en efecto predijera el rumbo del país.
―¿Y la independencia económica? ―insiste el periodista en las estocadas rápidas.
―Quiero decir una sociedad productora, con los medios productores en manos del pueblo cubano, no controlados por el capital extranjero ausente, protegido por un gobierno servil basado en la tiranía militar. Hay solamente dos alternativas. Esta, como es natural, está fuera de nuestros problemas inmediatos de echar a andar la máquina económica y terminar inmediatamente el desempleo y el hambre.
―Usted dijo que la producción [debe estar] en manos del pueblo cubano, ¿en manos de qué cubano y en qué forma?
―En manos de todos los cubanos que trabajen y produzcan.
―¿Y el problema del Ejército, el problema militar?
He aquí el momento difícil. Se rompe de pronto la fluidez del intercambio. Guiteras medita, sus ojos parecen ahora más recónditos e inquietantes. Aplasta el cigarrillo que fuma contra el fondo del cenicero, se levanta y, en un impulso por alejarse de todos los que hasta ahora han escuchado abiertamente la conversación, conduce a Beals hasta un salón de recepción anexo. “No pudimos encontrar luces —precisa este— de modo que nos sentamos al borde de una mesa larga y a la luz mate que filtrábase a través de los cristales de las mamparas del despacho”, relata el periodista.
El Secretario contesta, diplomáticamente, la interrogante que ha quedado suspendida en el aire: “Como miembro del Gobierno no puedo decir ciertas cosas, ni aun a usted, personalmente, y desde luego, no para publicarlas. Yo no creo en el militarismo, pero nosotros hemos sido gobernados por la fuerza del terror. Este es un momento de fuerza revolucionaria y, si la fuerza ha de emplearse, yo quiero que esta sea usada por Joven Cuba, pero en favor de una nueva y libre Cuba”.
“Mi plan es este. Y este es el plan del Presidente: crear dos nuevos cuerpos: la Marina y la Guardia Rural, cada uno tan poderoso como el ejército técnico. Nosotros no tenemos enemigos fronterizos contra quienes defendernos, pero tenemos una enorme costa que patrullar contra los contrabandistas. Nosotros tenemos inmensas zonas rurales que debemos custodiar. Estos dos nuevos cuerpos serían escogidos entre nuevos elementos leales a una Cuba Libre. Esto suena más que menos como militarismo, pero mientras tanto, aquí, allá, en todas partes, como para no ocasionar antagonismos, yo estoy podando las fuerzas regulares del ejército. Esto es un trabajo que requiere gran tacto y disimulo”.
El gobierno, gracias a su febril empuje, intenta mantener una actitud; pero el ejército, con Batista a la cabeza, confirma su desobediencia. La concordia resulta tan endeble como pompa de jabón. Guiteras, encarnando el centro barométrico de la nación, no se rinde ante la nebulosa que gravita en el cielo de la patria. Procura adoptar resoluciones a tiempo, para no fracasar en su empeño bizarro de otorgar a Cuba una nueva fisonomía política, social y económica.
La entrevista no vería la luz sino hasta un tiempo después, cuando, bajo el título: “El John Brown de Cuba”, fue publicada por la revista semanal New Republic, de Nueva York.
Carleton Beals quedó tan maravillado por el genio e ímpetu del revolucionario cubano, al punto de compararlo con el no menos legendario y controvertido John Brown, un granjero abolicionista que llevó a cabo una revolución para eliminar la esclavitud en Estados Unidos y terminó en la horca sin poder ver cumplido su ideal.
Tampoco es que Antonio Guiteras creyera en paños fríos o se llamara a engaños. Poco antes de despedir al periodista estadounidense, le murmura: “No podemos hacer desaparecer en un día ese elemento antiguo del viejo ejército machadista. Ellos nos derrocarían. Ellos pueden hasta lograr que nos traicionen los mismos hombres en quienes confiamos ahora”. La hecatombe del Morrillo, el 8 de mayo de 1935, hace ahora 90 años, no lo dejaría mentir. Fue un adelantado a su tiempo.