Durante la Guerra de los Diez Años los patriotas cubanos asaltaron embarcaciones hispanas para crear una Marina. El primer caso que alcanzó notoriedad internacional fue la captura del Comanditario, el martes 23 de marzo de 1869, operación planificada por la Junta Revolucionaria de La Habana.
José Chacón Castellanos, participante en la acción, era tal vez el último sobreviviente en 1898, cuando contó la historia de lo sucedido a la Revista de Cayo Hueso, donde descubrí este insólito hecho.
El mercante partió desde el puerto de La Habana rumbo a Cárdenas. Un organista tocaba en la cubierta. Mar apacible. Parecía que el reloj había detenido las manecillas. Como jefes del comando iban Ángel Loño y Agustín Santa Rosa. De maquinista Joaquín Aguiar y Juan Bautista Osorio Borrero como sobrecargo. Juan López O’Connor, segundo comandante del buque, también participó en el asalto, junto a otros 18 conspiradores que subieron en calidad de pasajeros.
“No sean locos”
Armados con machetes, escopetas y revólveres, al filo de las 12 de la noche, el navío cayó en su poder. Entonces ocuparon las entradas de las cámaras y escotillas. Los centinelas “sin más ni más, apuntaban airados diciendo: ¡atrás! Y al mínimo asomo de protesta siquiera quitaban toda gana al osado, conminándole: No se mueva. Si se mueve lo mato”, tal como reseñaba la Revista de Cayo Hueso, editada en Estados Unidos.
Habían pasado cerca de Punta Guano cuando el Capitán Telmo Jofre fue a la cámara de las señoras, pues allí reclamaban su presencia. Entonces el piloto Eloy Camacho, apuntándole con un revólver al pecho, lo detuvo. El oficial, sin perder la calma, intentó persuadirlos: “No sean locos. Vean bien lo que hacen. Yo soy un caballero, y si desisten no se sabrá nada. Todo quedará en paz, como en familia”. Sin embargo, ya era tarde para arrepentimientos. Fue llevado a su camarote donde lo sentaron en una silla y le ataron las manos.
El 25 informaron a los pasajeros y a la tripulación, a quienes dejaron en cayo Roque, que por órdenes de Carlos Manuel de Céspedes el barco pertenecía a la República de Cuba en Armas y Yara era su nuevo nombre.
Al alférez de navío Eloy Felipe Camacho lo designaron comandante del buque y a López O’Connor como segundo. No sabían que, desde el día 16 de ese mes de marzo, Céspedes había nombrado a Juan B. Osorio como capitán de fragata de la Armada de la República de Cuba. Izaron en el mástil la bandera de Cuba libre y navegaron hacia Las Bahamas, con una alegría que no les cabía en el pecho.
Se despeja la incógnita
En tanto esto ocurría, las autoridades españolas “tuvieron temores de naufragio; pero como no hubo mal tiempo y el vapor siempre va costeando o aquí o allá se debían tener noticias de los botes que hubiese llegado a tierra, púsose el telégrafo en juego y al ver que nadie tenía conocimiento del buque, de su pasaje, ni de su tripulación nadie dudó que se había cometido un acto de piratería (…) Buques de la nación andan en su busca y confiamos en que lo traerán pronto”, publicaba el Diario de Mahón.
El bergantín inglés Plower, procedente de Liverpool, navegaba el día 25 cerca de Cayo Sal. Serían las seis de la tarde cuando vieron un bote con diez hombres que hacían señales. Eran pasajeros y tripulantes del Comanditario. Otros 50 esperaban en el islote. El 27 por la noche, los consignatarios y dueños del barco secuestrado, recibían un telegrama que les informaba dónde estaban los viajeros y que ya tres de ellos habían llegado a Cárdenas.
El Yara agotó pronto el carbón de sus depósitos y tuvo que seguir a vela hacia Nassau, jurisdicción inglesa, donde había un contingente de cubanos listos para incorporarse a la contienda.
Persecución y captura
Por testimonios de la tripulación rescatada e informaciones del mercante estadounidense Columbia, el mando militar español conoció el rumbo que siguió el Comanditario. Además, llegaban noticias de Nassau que precisaban la existencia de un vaporcito llamado Yara, al que una goleta suministró carbón. A esta embarcación los patriotas cubanos les regalaron ropa y un caballo, pero la Aduana decomisó todo.
Con la misión de capturar al Comanditario zarparon del puerto de La Habana la cañonera Luisa, el San Quintín y los mercantes Marsella y Dihigo. Desconocedores del peligro, en Nassau no llegaban a un acuerdo los exiliados cubanos que organizaban la expedición mencionada.
Se reunieron Enrique Recio, Diego Loynaz Arteaga, José de Armas, el Coronel Rafael de Quesada, Juan Bautista Osorio Borrero y O’Connor, quien no aceptó el plan. Decidieron que el buque fuera a Ragged Island y pidiera la protección de un navío peruano que allí se encontraba para servirle como buque auxiliar, mientras adquiriera los medios necesarios para ejercer sus funciones de pionero de la marina mambisa.
El 31 de marzo, en horas de la mañana, la cañonera Luisa, después de ocho horas de caza, capturó al Comanditario, en aguas que pertenecían a Las Bahamas. Del grupo insurrecto quince pudieron escapar en botes y llegar hasta cayo Estribo. Seis se ahogaron, de acuerdo con el Diario de la Marina y otros seis fueron capturados.
Casi ocurre un incidente bélico con el barco inglés Cherub, que exigía les entregaran a los prisioneros y al barco que era cubano, según la leyes inglesas. La firme actitud de los españoles, hizo que desistieran del reclamo. Eso sí, los hispanos no pudieron perseguir en tierra al grupo fugado.
La cañonera Luisa quedó al acecho en la zona varias horas. Sin embargo, Ángel Loño, Agustín Santa Rosa, Juan Bautista Osorio y los demás integrantes del comando lograron escabullirse y llegar a Nassau.
El remolcador San Quintín condujo al puerto habanero al Comandatirario. Arribaron el 6 de abril. Posteriormente, en Nassau, tres tripulantes se entregaron al capitán del buque Pizarro y fueron llevados a Cuba. Los dirigentes del secuestro dejaron la isla. Fue la mejor determinación porque el Capitán General Domingo Dulce presionaba a las autoridades inglesas para que entregaran a los fugitivos. Aunque el Gobernador de Nassau se negó a satisfacer la solicitud y dejó en manos de Londres la decisión, el peligro no había pasado.
Los sobrevivientes
De los capturados, el periódico La Paz informaba el 6 de abril que los juzgaría el almirantazgo y si resultaban culpables serían ahorcados o fusilados inmediatamente.
“Los principales cabecillas implicados en la captura del vapor Comanditario (Juan Bautista Osorio y los pilotos y maquinistas Eloy Camacho, Juan López, Antonio Roig, Joaquín Aguiar y Pedro Hombrón serían juzgados en rebeldía por un tribunal de la Marina en La Habana y ‘condenados a muerte en ausencia’, lo cual significaba que, en el momento en que cayeran en manos de los españoles, podrían ser ejecutados sin necesidad de nuevo juicio”. Así lo precisa el investigador Manuel Rolandi Sánchez-Solís en su ensayo Principales acciones navales de la guerra de los Diez Años de Cuba (1868-1878), publicado por la Revista de Historia Naval, en 2015.
El destino de Juan Bautista Osorio Borrero resultó heroico. Logró viajar a Estados Unidos y en Nueva York la Junta Revolucionaría lo designó práctico de mar para trasladar expediciones a Cuba. Llegó a la península El Ramón, en la costa norte de Oriente en el vapor Perrit, el 11 de mayo de 1869, bajo las órdenes de Francisco Javier Cisneros y del general norteamericano Thomas Jordan. Participó en varias acciones, entre ellas los combates de Canalito y La Cuaba.
Después fue otra vez a Nueva York y contribuyó a llevar a costas cubanas al yate Anna y a los vapores George B. Upton y Salvador.
Incorporado a las fuerzas villaclareñas, acompañó al General Federico Fernández Cavada, jefe del Estado Mayor General, en un viaje arriesgado con destino a Estados Unidos. No lograron su propósito, pues los capturaron en Cayo Cruz, al norte de Camagüey. A Osorio lo fusilaron el 6 de julio de 1871, en la cubierta del vapor Neptuno, de la armada española.
El habanero Agustín Santa Rosa, nacido en 1810, corrió similar suerte. Era un veterano en la oposición al dominio español ya que formó parte de los planes militares de Narciso López en 1850. Sobrevivió milagrosamente al intento infructuoso de apoderarse de Cárdenas ese año.
Después de la aventura del Comanditario se enroló en la expedición que desembarcó el 13 de mayo de 1869 en Camagüey, bajo las órdenes de Rafael Quesada Loynaz.
Luego de combatir en los campos de batalla, volvió al exilio. Estaba en Puerto Príncipe, Haití, donde lo recogió el vapor Virginius que llevaba una expedición dirigida por el general Bernabé Varona. Apresado en el mar por El Tornado, al buque lo remolcaron hacia Santiago de Cuba y allí ejecutaron a Santa Rosa, el 8 de noviembre de 1873.
Los demás integrantes del comando continuaron aportando a la independencia de Cuba, unos como insurrectos y otros con donaciones desde el dolor silencioso del emigrado.
Fuentes:
Diario de la Marina
Diario de Mahón
Eco de Alicante
Revista de Cayo Hueso
Revista de Historia Naval
La Paz
www.ecured.cu
www.latinamericanstudies.org
Documentos muy interesantes que enriquecen la cultura de los países americanos.
Muchas gracias Ángela Reyes.