¡Maldición! Esta es una historia de muertos. Muertos sin lápida. Entumecidos en sus húmedas sepulturas yacen, agujereados los huesos por las ráfagas del tiempo, camuflados bajo el tumulto de la historia. ¿Quiénes fueron? ¿Por qué tuvieron semejante final? ¿Cuánto llevarán así: callados, porosos, anónimos? En la vida, como en la muerte, suelen ser más las interrogantes que las respuestas.
A través de las raíces de los árboles se cuela un ruido mecánico, una cuchilla gigante y dentada erosiona el silencio de la tierra, la paz de los sepulcros. En lo profundo, los huesos y el suelo han advertido el cambio de las estaciones. Hace calor la tarde del 12 de junio de 1981. Siempre es cálida la provincia por donde sale el sol de Cuba. Dispuesta a su suerte, lo mismo que un realengo o un morro, Guantánamo es feudo de misterios, gente y patrimonios de leyenda.
—¡Epa… epa… aguanta ahí, compay!— Un grito a pie de terreno detiene súbitamente la maniobra del operador encima de un buldócer.
—¿Pero quéjeto?— titubea el primer hombre que se ha lanzado a curiosear en el hueco sin saber exactamente lo que hacía —Caballero, estos son… ¡coño, pero estos son ¿esqueletos?
***
El teléfono repicaba sin cesar con un timbre de súplica. “Ha ocurrido un hallazgo sensacional”, avisó sin demora la voz del auricular cuando el doctor Cobo respondió la llamada. Resulta que, a unos 400 metros de las ruinas donde dos siglos atrás se irguió majestuoso el ingenio San Ildefonso, mientras desbrozaban el terreno con el objetivo de abrir el camino que conecta por el norte a la ciudad de Guantánamo con el poblado de Soledad, en los límites con el municipio de El Salvador, habían aparecido a flor de tierra seis tumbas en línea.
Ante el insólito suceso, los obreros paralizaron su labor, las autoridades policiales procedieron al cerco y levantamiento de la “escena del crimen”; pero había allí “algo raro”, así que para esclarecer el asunto reclamaron la asistencia de expertos. Por eso llamaron en la vecina Santiago al doctor Cobo.
Además intervinieron Modesto Amado Martínez, especialista en Arqueología de la Academia de Ciencias de Cuba; el antropólogo forense del Instituto de Medicina Legal, Héctor Soto Izquierdo, quien destacaría en 1997 dentro del equipo que salvó los restos del Che y sus compañeros de guerrilla en Bolivia; y el licenciado Ramón Toirac, perito del Laboratorio Provincial de Criminalística, en Santiago, centro adonde fueron trasladadas las evidencias y que resultó determinante para el desarrollo exitoso de la investigación.
Con más de 30 años de experiencia profesional, el doctor Antonio Cobo Abreu es, lo que se dice, una institución en materia de criminalística y medicina legal. En su “búsqueda casi mítica de la verdad más allá de las apariencias” —palabras propias—, ha logrado enlazar el acervo de conocimientos y metodologías de su especialidad con otras ciencias auxiliares y temas de Historia de Cuba, otra de sus pasiones. Por solo citar tres páginas de su vasto expediente, fue encargado de exhumar los restos del expresidente dominicano Francisco Henríquez y Carvajal (1859-1935), demostró la presencia en Santiago de Francisco Antommarchi (médico de Napoleón) y rescató el instrumental quirúrgico usado para embalsamar a José Martí en Remanganaguas.
Actualmente con 77 años de edad y residente en Santiago de los Caballeros, República Dominicana, el profesor Cobo disecciona sus remembranzas con precisión quirúrgica para OnCuba.
“Durante la investigación in situ hallamos otras cuatro osamentas, vestuarios y residuos evidentemente antiguos. Atendiendo a la ubicación en las inmediaciones del ingenio San Ildefonso y a las particularidades del enterramiento, no dudamos en asumir que guardaba relación con el enclave azucarero, el cual tuvo apogeo en la época colonial”.
El hecho de tratarse de un descubrimiento accidental en el que un buldócer fracturó y arrastró los cadáveres, “contaminando” la muestra, además de que se pasaran por alto los protocolos técnicos en un inicio y el deplorable estado de conservación de los huesos se conjugaron para complejizar la dinámica de los investigadores. A pesar de los inconvenientes, hicieron el trabajo.
“Una vez cumplidos los exámenes anatómicos, las mediciones antropológicas y la reconstrucción de las estructuras óseas, concluimos que los descubiertos por los constructores eran cuatro adultos: tres hombres y una mujer, cuyas edades oscilaban entre los 25 y los 45 años; un adolescente de 12 a 17 años; y otro menor de cinco. El segundo hallazgo correspondió a cuatro hombres adultos que no pasaban los 45 años. A la vista no pudimos apreciar signos graves de violencia en vida, lo que obviamente no niega que hayan sido víctimas de castigos corporales y toda clase de sufrimientos por su condición de trabajadores, fueran o no esclavos”.
“Todo indicaba que murieron por causas naturales. Las tumbas estaban en hilera, paralelas, guardando simétrica distancia. Los cuerpos fueron sepultados de forma individual en decúbito supino (boca arriba), orientados al este geográfico. La morfología de las bóvedas craneales permitió dictaminar que pertenecían a individuos de raza negroide o mestizajes con esta. La mineralización vigente en los restos óseos, su considerable porosidad y la fluorescencia a los rayos ultravioleta resultaron elementos compatibles con una data de inhumación superior a los cien años, según el método de Berg y Specht”, diserta el doctor.
En el sitio afloraron varias monedas que fueron sustraídas por los obreros a manera de souvenir. “Apenas logramos rescatar tres: dos monedas americanas half dime de 1853 y 1857, que a juzgar por las perforaciones presentes debieron usarse como accesorio colgado al cuello”, acota. La otra tenía la inscripción “San Yldefonso” (con Y), y era lo que se denomina token o ficha de ingenio, usada entonces para el canje de mercancías en la tienda del propio central.
Además, el equipo científico recuperó tres argollas metálicas, tres casquillos de balas bastante deteriorados, una hebilla circular y ocho botones de distintos tamaños y decoraciones, entregados de conjunto al museo de Guantánamo en calidad de reliquias. Por parte de la Academia de Ciencias se dejó la recomendación de preservar la zona para volver más adelante y profundizar los estudios arqueológicos. Aunque no se cumplió.
***
“Construido por el austriaco Andrés Yaromir de Hadfeg entre 1815 y 1816, San Ildefonso pasó a la historia del Alto Oriente como el primer ingenio del naciente sistema de plantaciones esclavista y, en 1823, también fue el primer ingenio movido por fuerza hidráulica y el mayor productor de azúcar”, destaca el historiador guantanamero José Sánchez Guerra en su artículo Casa colonial de San Ildefonso: joya en extinción, que aporta importantes datos cronológicos sobre los claroscuros de la hacienda.
Esta llegó a contar con una dotación de 162 esclavos, caballeriza, estancia del mayoral, enfermería, calabozo, barracas, almacén, horno de cal, herrería, alambique, estanque para miel, cuarto de pailas y de purga. Pero sin dudas lo más llamativo, por su diseño arquitectónico, fue la casa señorial, de marcadas influencias francesas.
Añosas actas notariales sugieren que fueron los colonos franceses Pedro Francisco Moreaux y Bernardo Thomas —a quienes Hadfeg había vendido el ingenio— los que levantaron la mansión de mampostería y caguairán en entrepisos y techos. La sólida estructura rectangular tenía tres niveles con corredores, arcos de medio punto y balcones que junto a una cristalería de colores ofrecían una vivaz iluminación a las habitaciones. Una surtida biblioteca, salón de baile y piano, más la oportunidad de apreciar el paisaje rural desde el mirador en la segunda planta, hicieron el deleite de los dueños y los invitados a sus animadas tertulias.
“El Dr. Eusebio Leal Splenger, historiador de La Habana, quien visitó el lugar en 1988, tras admirar la arquitectura de la edificación, el paisaje circundante y las ruinas del antiguo ingenio (incluyendo la chimenea, campana y muros de la fábrica de azúcar), calificó a San Ildefonso como joya de la época de las plantaciones y aseguró que en la región del Caribe no existía otra edificación como esa”, apunta el estudioso.
Hacia 1859 el ingenio fue el primero de la comarca que introdujo la máquina de vapor, iniciando en consecuencia la etapa que reportó sus mejores dividendos financieros. Desde 1846 hasta 1882 fueron los dueños de la plantación la señora Isabel Rizo, viuda de Pedro A. Cardona, y su descendencia, hasta que en 1881 la familia vendió la propiedad por 92 600 pesos a la Sociedad J. Bueno y Cía. Ya en 1887 devino colonia cañera del pujante latifundio Soledad.
En el amplio comedor de la vivienda a inicios de junio de 1880 el general español Luis Manuel Pando brindó un almuerzo a los caudillos José Maceo y Guillermón Moncada, y les puso sobre la mesa un pacto para desmovilizarlos de la Guerra Chiquita; a la postre quedaría en evidencia el ardid, pues ambos jefes insurrectos terminaron prisioneros en alta mar.
En San Ildefonso montó campamento el relegado general Pedro Agustín Pérez en el verano de 1898. Periquito llegaba hasta el bucólico paraje para desatascar el insulto provocado por las fuerzas de ocupación estadounidenses que le impidieron entrar a Guantánamo con sus tropas. Allí recibió al corresponsal de El Nuevo Herald, a quien no pudo ocultar su disgusto y manifestó la disposición de continuar en la lucha.
Ante el avance insaciable de la Guantánamo Sugar Co. por la jurisdicción del Guaso, en 1911 se dispuso desmontar la maquinaria fabril del vetusto ingenio y dedicar el área exclusivamente a la siembra de caña.
Durante las siguientes décadas el espacio fue explotado con fines recreativos, aprovechando los atractivos de la casona y las aguas del adyacente río Bano. Hasta que en 1965 los predios fueron ocupados por la Unidad Militar 2545 y luego radicó allí la Empresa de Desmonte y Construcción del Ministerio de Agricultura.
Hombres y siglos pasaron por encima de San Ildefonso como una cabalgada bestial que llega y se va dejando su cicatriz de destrozos. Entre modificaciones para crear oficinas y espacios a gusto, lo real es que al icónico inmueble nunca se le dio el merecido respeto de acuerdo con sus valores socioculturales y quedó a merced de la decadencia.
“Poco queda del sitio, pero constituye más que un deber, una obligación, proteger los vestigios de tanta historia: la chimenea y otras ruinas que desafiando allí perduran a pesar del tiempo, la desidia y el abandono”, reclama Sánchez Guerra en su texto. Hasta ahora, su justa reivindicación y la contundente apreciación de Eusebio Leal se han evaporado en el vacío.
***
Acabó siendo una mansión fantasma. Desgarrada e invadida por la soledad y la desidia, lo que antaño fue una casa de renombre pasó a tener la fisonomía desalmada de un esqueleto de hojalata. Hoy solo quedan la chimenea y unos muros donde estuvo el ingenio. Los antiguos esplendores de la icónica industria guantanamera fenecieron devorados por la eterna carencia de recursos y la ignorancia que mata a los pueblos. Similar a un ser imbuido en la locura, San Ildefonso se ha liado en monólogos quemantes con su sombra.
Duele en el alma, repugna, presenciar el derrumbe del patrimonio azucarero cubano, con su remoto y también lamentable pasado sembrado de amores, muertes, torturas, sacrificios, resistencias y episodios heroicos. ¡Cuántos centrales talados indiscriminadamente y sin previsión! Los lugares, las imágenes, los nombres, las secuelas… en el cinematógrafo de la memoria desfilan las evocaciones más dramáticas y sutiles.
Ojalá una obra salvadora restaure la vida en este lugar —y en otros— para que no se deje perder en la nada cotidiana la humana raíz… Como vacías, infértiles, borradas, quedaron aquellas tumbas en la tierra olorosa de San Ildefonso; sin sus huesos, sin sus sagradas esencias. Una historia de muertos, a la luz de hoy, solo vívida en las remembranzas de un forense. Temblor de vida. ¡Maldición!
Muy interesante el artículo! Es una pena que ante tantas pérdidas a las que hoy asistimos, se encuentre también nuestro patrimonio. Gracias por dar a conocer los valores de San Ildefonso!
Que historia tan increíble. En aquella época los ingenios tenían cementerios propios, quizás fue lo que encontraron. Muy lamentable el deterioro del patrimonio azucarero de Cuba.
Esta historia duele y se repite en muchos puntos de nuestra geografía. Es bueno sentir que de alguna forma se le hace justicia.