Llegó para disputar la segunda edición del Gran Premio de Cuba, que resultó teñido de muerte, y terminó en una carrera de 27 horas fuera de las pistas que largó con su secuestro y le dejó una estela de fanáticos entre sus captores. ¿Qué cosa distinta podría esperarse de un genio del automovilismo al que sus rivales también respetaban por su caballerosidad?
“¡Me parecieron macanudos!”, dijo tras su aventura Juan Manuel Fangio, el quíntuple campeón de Fórmula Uno fallecido en Buenos Aires el 17 de julio de 1995, hace 25 años.
El hijo de inmigrantes italianos afincados en la ciudad argentina de Balcarce había llegado a La Habana el 21 de febrero de 1958 por invitación del régimen del general Fulgencio Batista, que buscaba oxígeno para resistir a la presión de la guerrilla liderada por Fidel Castro desde las montañas de la Sierra Maestra.
Con la carrera que reuniría en el Malecón a los mejores pilotos del mundo, Batista buscaba elevar su popularidad y mostrar que “nada malo pasaba en la isla”, aunque no calculó que Castro también podría aprovechar el evento para dar publicidad al Movimiento 26 de Julio, creado en 1955 para desalojar del poder al gobierno autoritario.
“Disculpe, Juan, me va a tener que acompañar”, le susurró aquel domingo 23 de febrero un joven a Fangio mientras le hundía en la espalda el cañón de un arma.
“El Chueco”, apelativo por el que se le conocía desde la infancia debido a sus piernas arqueadas, estaba en el vestíbulo del Hotel Lincoln junto con sus mecánicos y el piloto inglés Stirling Moss.
“¿Qué quiere que haga?”, preguntó con sorprendente calma el argentino al joven pistolero llamado Manuel Uziel, mientras en el salón ya se advertía la presencia de otros hombres armados.
Unos minutos después de las ocho de la noche un Plymouth negro se estacionó frente al hotel y dos automóviles más ya estaban listos para cubrir la fuga que tomó el camino de la calle Virtudes.
En la reconstrucción de los hechos al menos dos testimonios coinciden en que Fangio sonrió en su partida. Nada raro, pues científicos del deporte advirtieron que tanto en el preámbulo de los grandes premios, como en pleno vértigo, a 300 kilómetros por hora, sus pulsaciones eran invariablemente de 60 por minuto.
El mito no parecía ser de este mundo. Adentro del vehículo uno de los nerviosos secuestradores advirtió: “¡Si nos descubren, estamos muertos!”. Y el expiloto de Alfa Romeo, Maserati, Mercedes Benz y Ferrari gentilmente propuso que le dieran una gorra y unos anteojos oscuros, para no ser reconocido.
¡Qué decepción! Sus captores no habían previsto ninguno de esos recursos. La revolución en ciernes era así. Un día antes otra célula del M-26 había asaltado el Banco Nacional y, en lugar de llevarse el dinero, quemaron miles de cheques.
La caravana llegó a la residencia número 160 de la calle 22 en el elegante barrio del Vedado. Los guerrilleros la habían alquilado para pasar la noche pero media hora después abandonaron el lugar. Después de deambular por la ciudad y cambiar de automóviles para evadir a la policía, ingresaron en otra casa.
Ahora, ya de madrugada, los captores se mostraban eufóricos con el éxito de la operación. Muchos ofrecieron una y otra vez disculpas al campeón y otros le pidieron autógrafos. Sin temor alguno Fangio dijo que estaba cansado y no había cenado.
Con la condición de que no fuera “muy fino” en sus exigencias, una mujer le ofreció papas fritas y huevo, nada comparado con el servicio que pudo haber ordenado a la habitación 810 del Lincoln. Para entonces los corresponsales de las agencias internacionales y los medios locales habían recibido una grabación. “Habla el 26 de Julio… Tenemos secuestrado a Fangio… No se alarmen, no hay peligro para su persona.. Seguiremos informando”.
En el número 42 de la calle Norte en Nuevo Vedado, una de las zonas más aristocráticas de la ciudad, hay una placa que anuncia: “En esta casa fue escondido Juan Manuel Fangio, campeón argentino de automovilismo…”.
Batista no esperó a descubrirla y ordenó que la carrera partiera el día 24, como estaba previsto, aunque sin el hombre que el sábado anterior, pese a los problemas mecánicos de su vehículo, había liderado la clasificación.
Faustino Pérez, uno de los jefes de la ‘Operación Fangio’, le ofreció aquella mañana ver la carrera por televisión. “No puedo aguantar el ruido de los motores y no estar allí”, le respondió.
No necesitó ver para enterarse de que cuando apenas transcurría la sexta vuelta el Ferrari número 54 conducido por el cubano Alberto García Fuentes se salió de la pista en una curva y arrolló a una multitud. Seis personas murieron y cuarenta más resultaron heridas.
Nadie ganó pues el GP se suspendió. Pero el perdedor fue Batista. Años después, Fidel Castro dijo a Gabriel García Márquez que el secuestro tuvo exclusivamente “fines propagandísticos”. “La publicidad mundial fue para nosotros y el secuestro. Terminada la carrera lo regresamos indemne y tuvimos aún más publicidad”, añadió.
Con el objetivo cumplido, los guerrilleros comenzaron a planear la liberación del piloto de 46 años. Alguien recomendó dejarlo en una iglesia pero una vez más el mismo Fangio ofreció una solución. Que lo dejaran en manos del embajador argentino. Por casualidad, Raúl Lynch era primo de Ernesto ‘Che’ Guevara. La entrega se hizo sobre las 11 de la noche de ese 24 de febrero.
El hielo lo rompió el mismo Fangio al informar a los diplomáticos de su país: “Estos son mis amables secuestradores, mis amigos secuestradores”. Y a ellos les manifestó en la despedida: “Señores, tal vez me hicieron un favor. No puedo menos que agradecerles”. Además del fatídico desenlace de la carrera en que no pudo participar, Fangio estaba aprehensivo con el desempeño de su Maserati 450 S.
La dedicación de gentilezas ese día no fue meramente diplomática. “Me trataron muy bien. Nunca me vendaron los ojos. Cien veces me pidieron disculpas. Me parecieron macanudos. Les dije a los rebeldes que si me habían secuestrado por una buena causa, yo estaba de acuerdo”, relató ‘el Chueco’ a periodistas en La Habana cuatro días después de su liberación desde el automóvil del embajador. Arnold Rodríguez, el hombre que lideró la entrega, se convirtió en gran amigo de Fangio, que volvió a a visitar la isla varias veces.
Y con la firma “sus amigos los secuestradores” el M-26 celebró el 17 de julio de 1991 los 80 años del más ganador de la Formula Uno hasta la aparición del alemán Michael Schumacher.
En el Hotel Lincoln, una placa incrustada a la pared dice: “En la noche del 23.2.1958, en este lugar fue secuestrado por un comando del Movimiento 26 de julio, dirigido por Oscar Lucero, el cinco veces campeón mundial de automovilismo Juan Manuel Fangio, ello significó un efectivo golpe propagandístico contra la tiranía batistiana y un importante estímulo para las fuerzas revolucionarias”.