Mi madre, Bella García-Marruz, y mi tía Fina hablaban mucho sobre su infancia y juventud, contaban anécdotas muy simpáticas y, en ocasiones, enloquecidas, de familiares y personas que visitaban su casa de Neptuno 308, altos, entre Águila y Galiano; eran recuerdos dichosos, generalmente, y a las dos se les iluminaba el rostro cuando los evocaban. También tenían la costumbre de anotar detrás de las fotos familiares y en las páginas de sus álbumes, el nombre de la persona o algún dato, para ellas, de vital importancia.
Entre las fotos que mi madre me enseñaba aparecen varias de ella y Fina junto a dos niñas —luego adolescentes— de la misma edad que ellas. “¿Quiénes son?”, le pregunté una vez. “Son Berta y Lidia, las hermanas Muñeca”, me respondió con naturalidad y una dulce sonrisa. Y se quedó largo rato mirándolas, sin decir nada más, como si de pronto, hubiese entrado, a través de una extraña puerta del tiempo, a un lugar remoto y encantado y ya no estuviese conmigo, en la sala de nuestra casa.
Berta y Lidia Muñeca estudiaron con ellas en el Colegio Sánchez y Tiant, que se encontraba, según contaba mi madre, cerca de la casa de Neptuno y del malecón de La Habana. Berta era de la edad de mamá y Lidia de la edad de Fina.
Hay una foto de las alumnas del colegio en la que se ven mi madre y Berta de pie (mamá, cuarta de derecha a izquierda; Berta, tercera, de derecha a izquierda) y sentada, casi debajo de mamá, Fina. No logro reconocer a Lidia.
Fue en ese colegio, “de la más pintoresca decadencia”, como lo describe Fina en su prodigioso libro Pequeñas memorias, donde una de las maestras aseguró, para gran perplejidad y turbación de mi tía y de mi madre, que Fina sería la “Madame Curí” de Cuba. Afirmación totalmente descabellada pues, según la propia Fina, ella jamás había tenido ninguna inclinación ni habilidad por las ciencias.
Hay muchas fotos de mamá y de Fina con sus amigas: encaramadas en el muro del malecón habanero; meciéndose en un columpio; jugando (posiblemente algunas de estas fotos fueron tomadas en la “espléndida azotea” del edificio de Neptuno, como describiría mi abuelita Josefina, con su invencible e inocente optimismo, las innumerables “virtudes” de su modesta casa).
Siempre se ven muy divertidas y sonrientes. Hay dos muy graciosas: mi madre y Berta están vestidas con trajes de hombre, con sombrero de copa y bastón, y Fina y Lidia con elegantes vestidos largos de noche, como disfrazadas para un baile (pienso que puede haber sido para alguna representación en una de las fiestas de fin de curso, pues la escuela, obviamente por la foto mencionada al principio, era solo de niñas).
Dos fotos de las hermanas Muñeca están, por detrás, dedicadas a mamá y a Fina, una fechada “marzo 19, 1937”, día del santo de Fina, San José. Las cuatro estudiaron juntas la primaria y la segunda enseñanza.
Ya mi madre y mi tía fallecieron; mi madre con 85 años, Fina con 99. Las hermanas Muñeca deben haber muerto también. Nunca las conocí. Creo que Berta aparece en una foto en la boda de mi madre o de Fina. O en el bautizo de alguno de nosotros. Quizá quede algún familiar de ellas vivo.
He querido nombrarlas porque, posiblemente, sólo yo sé quiénes fueron esas alegres muchachas. Y es la única forma que he encontrado de agradecerles la dulce sonrisa en el rostro de mi madre cada vez que veía sus fotos y recordaba, con tanto cariño, a sus queridas amigas, “las hermanas Muñeca”.