No sé si por sensibles, o por sensibleros, muchos nos leímos El exorcista, de William Peter Blatty, crispados hasta el retorcimiento. Otro tanto se repetiría con la secuela fílmica homónima, dirigida por William Friedkin.
Hablando “mal y rápido”, dígase que el argumento gira en torno a Regan, una niña de 12 años que cae en estado de posesión demoníaca, con la cual lidian dos sufridos exorcistas, hasta arribar a un final que difícilmente podría ser calificado de feliz.
Bueno, ahora anótese en lugar muy visible: los padres exorcistas Karras y Merrin solo deben enfrentarse con una exclusiva presencia diabólica. Es Pazuzu, demonio del viento que ha tomado como guarida al cuerpo de la pequeña.
Y aquí viene lo bueno. Es bien sabido que nosotros, los cubiches, no nos andamos con minucias, pequeñeces, miserias ni poquedades, y hacemos las cosas a la tremenda.
De manera que aquí, durante los días coloniales, en San Juan de los Remedios del Cayo no hubo que lidiar contra un solitario e infelicito demonio, sino contra… ¡800 mil integrantes de las huestes de Lucifer!, ante los cuales resultaron inefectivas las oraciones del Ánima Sola, del Justo Juez, de San Ciprián, de Las Siete Potencias Africanas y de La Santa Camisa.
Los hechos
Dejemos que sea el más relevante entre los protagonistas de lo ocurrido, quien nos entregue su versión.
El padre José González de la Cruz, cura rector de la parroquia de Remedios —allá por la cintura de la Isla—, vicario juez eclesiástico, comisario del Santo Oficio de la Inquisición y real subdelegado de la Santa Cruzada, declaró en 1682:
“Que ha más de dos años que estoy entendiendo en ejercitar y lanzar espíritus en nombre de Nuestro Señor en diferentes criaturas poseídas, y que a esta fecha se han lanzado según la cuenta y buena fe en el Altísimo Señor 800 mil1, y en el transcurso de todo este tiempo he amonestado a mi pueblo según el Señor me ha dado a entender, y reconocido mucha tibieza de espíritu, antes de rogar al Señor en su casa se han tirado a los montes.
“A la fecha están ligadas con exorcismos ocho criaturas, y otras muchas, que pasan de veinte, por la experiencia que tengo, están poseídas.
“Y un espíritu ha declarado por los conjuros que se llama Lucifer, Príncipe de la Tinieblas”.
Mire usted qué personaje sale a la palestra. Lucifer, “portador de la luz”, el ángel cuya belleza esplendorosa lo llevó a ser identificado con el lucero vespertino, el hijo de la aurora, el mismo que —enceguecido por su narcisista soberbia— termina expulsado hacia las tinieblas exteriores, donde tomará el nombre de Satanás. (Sí, ese, quien se presentó en Remedios con sus orejas puntiagudas, pezuñas en sus patas de macho cabrío, alas de murciélago, rabo flechudo, peste a azufre y falo enhiesto).
Hojeando un viejo tratado de demonología, me entero de que el mismo Lucifer-Satanás, en la figura corpórea de una voluptuosa negra, se le apareció al piadoso San Pachnius, para despertar sus reprimidas tentaciones carnales.
Otro tanto le aconteció al bueno del padre José, hace más de tres siglos, en la cubanísima villa de Remedios. Sí, porque Lucifer, y 35 de sus legiones, se habían posesionado con especial predilección del físico tentador y curvilíneo de Leonarda, negra criolla, esclava de la viuda Pascuala Leal.
Ah, pero ahora les contaré lo que nuestros habitualmente originales presentadores de la TV anuncian siempre con las palabras “¡no se lo pierdan!”.
El padre José, transformado en un periodista del siglo XXI, se apresuró a entrevistar al mismísimo Príncipe de las Tinieblas, quien hablaba por boca de la jacarandosa morena.
De esa interview se levantó acta ante el notario público Bartolomé del Castillo, en la iglesia parroquial de Remedios, a las nueve de la mañana del 4 de septiembre de 1682.
Y, créalo usted o no lo crea, ante notario, el Sumo Demonio, el Ángel Caído, declaró:
“Yo, Lucifer, juro a Dios Todopoderoso, a la Santísima Virgen María y a todos los santos del Cielo que la causa por la cual nos hemos apoderado de estas criaturas son sus pecados y los de sus padres”.
Tal como lo oyen. Lo único que faltó fue que el Príncipe de la Tinieblas estampase la firma sulfúreamente apestosa en el documento.
El padre José sacaba como conclusión que la villa se hundiría, pues allí desembocaba una de las bocas de El Infierno.
En vista de eso, propuso el traslado hacia el Hato del Copey. (Cuando allí se estableciesen, claro está, el precio de los terrenos ascendería en flecha. Y, miren ustedes qué casualidad, el propietario de aquella comarca era el mismísimo padre José).
Muchos vecinos, quienes no creían en Lucifer, en Satanás, en los demonios ni en la madre de los tomates, se resistieron al traslado, a pesar de todas las amenazas y aspavientos del cura.
Por eso, a casi tres siglos, gracias a aquellos descreídos pobladores sigue existiendo la simpática, acogedora y cubanísima Remedios.2
Notas
- Habida cuenta de que entonces la villa contaba con 613 almas, se puede aventurar cierto cálculo elemental. Si mi adorada maestra de primaria no me engañó al enseñarme aritmética, eso toca a 1305 demonios por habitante.
- Los hechos atraerían a dos cúspides de la cultura cubana. Don Fernando Ortiz, a pesar de encontrarse “preso entre nervios, arterias, años y nubarrones que me aneblinan la vista”, con entusiasmo escribe Una pelea cubana contra los demonios (Universidad de las Villas de Santa Clara, 1959; Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1975). Tomás Gutiérrez Alea retomará el asunto, en una película del mismo título (130 minutos, b/n, 1971).