Si bien la masonería en Cuba podría considerarse la cuna de las guerras independentistas del siglo XIX, al albergar sus logias a los más prominentes patriotas del siglo y servir en muchos casos como fachada a sus reuniones, sería menos preciso ligar directamente los objetivos concretos de esta institución con las luchas anticoloniales iniciadas en 1868.
Por más de cien años ha sido un error común confundir la masonería —en su generalidad— con el movimiento independentista cubano, error aprovechado para desacreditar a las logias en algunos momentos de la historia nacional, especialmente durante las convulsas últimas cuatro décadas del siglo XIX, que sumieron a Cuba en un estado de constante hervidero social.
En realidad, más allá de la vinculación de los principales líderes revolucionarios de la etapa con la filiación a tal hermandad, resulta errónea la aspiración de mostrar a las logias como centros surgidos específicamente para promover el movimiento independentista en Cuba. Ahora bien, si en la isla no hubiesen existido por entonces las Logias Masónicas, las guerras iniciadas en 1868 —tal y como las conocemos— jamás hubiesen sucedido.
Más que en la masonería y sus postulados filosóficos generales habría que buscar el caso puntual del cuerpo irregular de masonería Gran Oriente de Cuba y las Antillas (GOCA) que, fundado en 1862, resulta cardinal en el intento de acercarnos al vínculo entre los masones que la integraban y la revolución que estallaría seis años más tarde. Creada por Vicente Antonio de Castro y Bermúdez, significó una alternativa ante la regular y reconocida Gran Logia de Colón que representaba los intereses de la casta española empoderada.
Al GOCA se unieron por entonces hombres que más tarde se convertirían en padres de la independencia cubana. Con fuertes plazas en Camagüey, Las Villas, Santiago de Cuba y las ciudades más importante de estos territorios, las liturgias del GOCA devinieron en punto de encuentro para los ciudadanos más ilustrados y espacios de discusión cerrados al escrutinio de las autoridades españolas de la isla.
Según aparece en el sitio web de la actual Gran Logia de Cuba, “debido a las contradicciones que tenían que ver tanto con un problema metodológico de funcionamiento como con las propias tendencias políticas existentes en el país, la masonería regular se opone radicalmente a este cuerpo masónico y finalmente el Supremo Consejo de EE.UU. descalifica al GOCA por carecer de la debida autorización para su fundación y porque sus fines -según este Consejo- eran enteramente políticos”.
Refiriéndose al impacto que tuvo el GOCA, el historiador Eduardo Torres-Cuevas cita a Aurelio Almeida, una de las principales figuras de la masonería en el siglo XIX: “Una juventud ilustrada, fogosa y elocuente y una pléyade de hombres ya probados en las luchas del saber y aún de la administración, acudieron presurosos al templo masónico, ávidos de luz y progreso, pensando hallar la ocasión y el medio de realizar sueños hermosos de paz y de venturas y de glorias. Entonces desapareció en un instante la dulce y apacible calma que hasta allí reinara en los recintos de las logias; y el fuego vivo de mil y mil discusiones apasionadas y candentes, donde no había tema vedado a la fecunda inteligencia de aquellos bravos y nuevos adalides de la idea, el metódico y acompasado trabajo del obrero quedó para siempre interrumpido, y la masonería trocose en palenque de investigaciones sociales y políticas” (Almeida en Torres-Cuevas, 2013; 117).
Si su surgimiento no fue expresamente para iniciar una insurrección, el cuerpo de conceptos manejados en las liturgias de esta asociación masónica era irreconciliable con la situación colonial del país. Ello es evidente en uno de los juramentos de iniciación del GOCA en el cual reza: “Yo…, juro por mi honor guardar inviolables mis obligaciones, sostener el principio de la Igualdad Social y hacer cuanto pueda en lo humano para la Rehabilitación de las clases proletarias y la abolición de todo fuero, privilegios y división fundada en la nobleza de cuba, el oficio o la riqueza…” (Torres-Cuevas, 2013; 145).
Se trataba, según el propio Torres-Cuevas de “lo más radial y atrevido que se había expresado. (…) era la versión opuesta a la del reformismo de élite y a la del anexionismo (…). El independentismo no solo conformaba sus propia ideología, sino que, además, configuraba su propio proyecto de sociedad nueva a la altura de lo más avanzado de los debates sociales mundiales” (Torres-Cuevas, 2013; 145).
En sus seis años de vida el GOCA se expandió por todo el país y fueron creadas una veintena de logias en las cuales militaban la gran mayoría de los insurrectos del 68. Algunas de las más importantes fueron la Tínima de Puerto Príncipe y Estrella Tropical —fundada en Bayamo en 1866. Para tener una idea del rol formador de estos espacios baste señalar que, “de los 76 alzados en el Paso de las Clavellinas, el 4 de noviembre de 1868, en Tínima militaban 72…” (Torres-Cuevas, 2013; 123).
Con respecto al templo de Bayamo, el general Calixto García escribiría a otros hermanos masones: “fundaron en Bayamo una logia que con el nombre de masonería encubriera la conspiración que se tramaba. El 26 de julio tuvo en efecto la primera reunión tenida y de esa fecha debe empezar a contarse la historia de la Revolución de Cuba” (Torres-Cuevas, 2013; 124).
El GOCA, nacido de las aspiraciones legítimas de crear una nueva sociedad de hombres libres y cuyos postulados mantuvieron siempre un fuerte carácter patriótico, se convirtió en la fragua del más radical ideal independentista basado en la necesidad de subvertir el orden monárquico y esclavista imperante y trocarlo por una sociedad donde el principal mérito del hombre fuese la virtud.
Al ahondar en sus postulados, el propio Torres-Cuevas asevera que dentro del GOCA se expresa “un pensamiento laico, racionalista, anticolonialista, independentista, nacionalista, republicano, demócrata, anticlerical, antimonopólico (…)” (Torres-Cuevas, 2013; 140). En tanto que la visión de su fundador expone a esta logia como “un cuerpo de pedagogía social, fundado en los principios de las ciencias y de la virtud, por lo cual perseguía como objetivo la formación de hombres moralmente útiles, despiertos al pensamiento y dispuestos a actuar en beneficio del país y de la humanidad en modo racional y ético” (Torres-Cuevas, 2013; 140).
Más que la organización que luego proveería a sus integrantes, el gran aporte del cuerpo irregular fundado por Vicente de Castro constituyó la influencia intelectual y los principios filosóficos de una verdadera transformación revolucionaria dentro de una sociedad en franca decadencia. Sus liturgias hallaron en las condiciones objetivas de Cuba el complemente preciso, y una vez sembrada esa idea, fue indetenible.
Más, hablar de un apoyo institucional a la lucha armada sería demasiado. Al interior de GOCA existieron numeras contradicciones en este sentido, a lo cual se sumaron las diferencias entre la Logia de Colón y los masones del Gran Oriente. Ello deja claro que, si bien este grupo masón constituyó el núcleo de organización de la guerra, la institución masónica como tal no fue arrastrada a ella, al menos no en pleno.
Así, resentida por diferendos internos y bajo la presión ejercida por las autoridades españolas en La Habana, el Gran Oriente de Cuba y las Antillas fue disuelto el 10 de octubre de 1868, justo cuando sonaba la primera clarinada de una guerra que desgastaría al país por toda una década.
A pesar de su desaparición, está comprobado que en la manigua cubana fueron varias las instituciones masónicas organizadas por los independentistas que siguieron el ejemplo y los principios filosóficos del GOCA, herederas de las ideas de igualdad y libertad que por seis años fueron medulares en las liturgias.
El GOCA no fue en sí mismo un instrumento creado para organizar las guerras independentistas cubanas, pero se convirtió en cátedra de sólido humanismo capaz de encausar la filosofía libertaria ante las complejas condiciones objetivas de la colonia. He ahí su importancia medular, y seguramente la razón por la cual el Congreso de Historiadores Cubanos en 1943 asegurase que esta —refiriéndose a la masonería— era “la institución que en todo tiempo más había contribuido a la independencia de Cuba”.
Algunos de los integrantes del GOCA:
Antonio Maceo, Calixto García, Máximo Gómez, Carlos Manuel de Céspedes, Ignacio Agramonte, Perucho Figueredo, Salvador Cisneros Betancourt, Francisco Maceo Osorio, Bartolomé Masó, Francisco Vicente Aguilera, los hermanos Grave de Peralta, Vicente García, Limbano Sánchez, Donato Mármol.
Bibliografía:
S.A. S/f. Durante la guerra. Disponible en: www.granlogiacuba.org/durante-guerra
S.A. S/f. Historia Masónica Cubana. www.granlogiacuba.org/historia
S.A. S/f. Masonería e Independencia. Disponible en: www.granlogiacuba.org/independencia
Torres-Cuevas, Eduardo. 2013. Historia de la masonería cubana. Seis ensayos. Imagen Contemporánea. La Habana. Tercera edición.
S.A. S/f. La bandera cubana y los símbolos masónicos. Disponible en: www.granlogiacuba.org/bandera